Mishkán Altas Fiestas 5781
Y serás una bendición "Que puedas vivir para ver tu mundo completo, que tu destino sea para los mundos que aún están por venir. Y que puedas confiar en las generaciones pasadas y en las futuras. Que tu corazón esté lleno de intuición y tus palabras de sabiduría. Que tengas siempre canciones de alabanza en tu boca. Y que tu visión sea un camino derecho que se abre delante tuyo. Que tus ojos brillen con la luz de las palabras sagradas y que en tu cara se refleje el brillo del cielo" Del Talmud, Tratado de Berajot, 17a. Esta hermosa bendición es la que, según nos cuenta la Guemará hace unos mil quinientos años, decían los discípulos de Rabí Ami a aquellas personas que habían visitado la casa de estudios y que regresaban a sus lugares de origen. En primera instancia, podríamos hablar de expresiones de deseos: vida plena, mundo venidero, realización, trascendencia, tradición, legado, luz. Sin embargo, el acto de bendecir implica mucho más que una expresión de deseo: es, fundamentalmente, un acto de fe. Por ejemplo, en todos los momentos importantes del ciclo de vida judío y sus ritos de pasaje está prescripto que haya comida y bebida. En los rituales del nacimiento, como el brit milá o el nombramiento de un hijo o una hija; en el pasaje a la adultez —el bar o bat mitzva—; en el nacimiento de la familia —la jupá— e incluso, en el duelo, siempre debe haber algo para comer y beber. ¿Por qué? En realidad, la comida es una excusa. Un medio para lo más importante: se suele bendecir el alimento antes de llevarlo a la boca. Entonces, no bendecimos para comer, sino que comemos para bendecir. Lo hacemos en las alegrías, para no dar por sentado que si la fortuna golpea nuestra puerta es solo por el propio esfuerzo, sino porque también el Cielo intervino para que eso sucediera. Y también en los momentos tristes nos obligamos a hacerlo porque no son situaciones en las que las brajot fluyan desde nuestro ser como un manantial, sino todo lo contrario. Entonces, bendecir se transforma en una manera de atraer lo bueno hacia nosotros. Sin embargo, la brajá no es solo una carga positiva en los labios para que la energía que nos rodea se transforme para bien. Va más allá. Brajá viene de la raíz B(et) R(eish) K(af ), que significa “rodilla”. Se refiere a la práctica de flexionarla y hacer una reverencia como signo de respeto. Es el ser humano el que bendice, invocando a Dios como fuente. Cuando el ser humano pone en sus labios una brajá lo que hace es expresar asombro y maravilla. Según nuestros Sabios, debemos esforzarnos por decir al menos cien bendiciones al día. Ello significa reconocer, además de la existencia del Creador, la posibilidad, una y otra vez, de transformar lo negativo en positivo, lo exiguo en generoso, la escasez en abundancia. Pero lo esencial no es bendecir. En la Torá leemos que Dios le dice a Abraham: “Y haré de ti una gran nación y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás una bendición”. Lo fundamental no es decirla, sino convertirse uno mismo en ella. Es el desafío más grande y a la vez más accesible. Más grande, porque el efecto que produce en el mundo es gigante. Y más accesible, porque no se trata de acciones impracticables ni de milagros imposibles de alcanzar. Convertirse en brajá implica vivir tratando de hacer lo correcto, de esforzarnos por llenar nuestra vida de luz al encender el mundo con pequeñas pero significativas buenas acciones. “No está en el cielo ni más allá del mar” nos dice la Torá. Está tan cerca de nosotros como lo permitamos. Así, en cada paso estará Dios con su fuerza y su compañía. Del mismo modo en que no podemos verlo directamente, pero sí a través de la huella que deja su paso por el mundo, serán nuestros buenos actos lo que dejaremos como testimonio para las generaciones venideras. Quiera Dios que este nuevo año nos encuentre cada vez más íntegros, más amorosos y con mucha fuerza para reconocer y multiplicar con alegría las bendiciones que recibimos a diario. Tizkú leshanim rabot. Shaná Tová Umetuká.
Diego Elman Rabino Adjunto
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