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Éxitos y fracasos
En estos días de renovación y balances, de reflexión y propósitos, es una buena oportunidad para pensar el sentido y efecto de nuestros logros y fracasos. Disfrutamos de los primeros y nos derrumbamos ante los fracasos. ¡Qué difícil es superarlos! ¡Qué frustrantes las caídas! ¡Cómo duelen! ¡Cuánto hieren la autoestima! Nadie quiere permanecer en ese territorio penoso y el apuro por escapar, curiosamente, nos obnubila y amenaza con hacernos volver a fracasar. Caídos en guatemala, apurados por huir, terminamos derrumbándonos en guatepeor.
Los éxitos, cualquiera que sean, son una consecuencia de nuestra capacidad de recuperación y de lo que pudimos aprender. Recuperación y aprendizaje requieren tiempo, no suceden instantáneamente. Pero no es así como son entendidos habitualmente.
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Los éxitos, sean científicos, artísticos o de cualquier índole, suelen ser imaginados como si hubieran sido producto de un milagro, de una súbita iluminación, de la suerte, o de algún talento particular que solo tienen algunos. De este modo se suele pasa por alto el arduo trabajo previo, a menudo a lo largo de años, los múltiples ensayos y errores que condujeron a tantos callejones sin salida, los sueños hechos añicos cuando la realidad se empeñaba en refutarlos, las mil y una dificultades que implica concretar un proyecto, probar una idea, hasta incluso lo difícil que es conseguir ser escuchado y convencer a otros de que vale la pena.
“Me equivoqué” nos decimos desanimados. ¿Pero qué es el error? ¿Es lícito rebobinar la película y volver al momento en que alguna decisión fue tomada y leerla con el diario del lunes? Es obvio que una vez conocido el resultado advertimos que hubo algo que no habíamos considerado. Recién entonces. Antes no lo sabíamos. Habíamos tomado la decisión con los datos que teníamos a la vista. No sabíamos cuál sería el nuevo dato que nos iba a dar el resultado. Por eso ¿a qué llamamos error? ¿podemos acusarnos de habernos equivocado cuando no sabíamos que sería un fracaso? Y sin embargo, es lo que hacemos: nos acusamos, nos sentimos vencidos y si nos dejamos deslizar por el peligroso tobogán de la derrota perderemos la oportunidad de aprender del error. Pero ¿cómo superar la desilusión y el desánimo que nos cubre?, esos momentos en los que todo pareciera estar mal, cuando no vemos la luz al final del túnel y nos dejamos hundir en la vivencia de un fracaso oscuro y paralizante. Sumergidos en ese barro pringoso se nos apaga la capacidad de pensar y solo queremos huir y terminar con eso. Y ése termina siendo nuestro verdadero y único error. Ningún éxito se consigue huyendo de los fracasos previos que pavimentaron el camino. Bien mirados, los fracasos son los que posibilitan los logros porque cada fracaso da una nueva información, si uno se toma el tiempo de mirar y aprender. Nada nuevo aparece sin un, a veces tortuoso, ejercicio de ensayo y error. Si vemos a los fracasos como ganancia y no como pérdida, en lugar de convertirnos en fracasados nos volveremos expertos.
Thomas Alva Edison dijo “nunca fracasé, encontré antes diez mil soluciones que no funcionaron”. Volver a intentar, caer y levantarse luego de haberse detenido a aprender, lleva a alcanzar un logro, como bien lo prueban Walt Disney, Bill Gates, Steve Jobs y tantos otros.
Vivimos en la ilusión de que el éxito alcanzado por algunos fluyó naturalmente o que hubo una varita mágica que tocó al exitoso para que naciera sabiendo bailar.
Bien lejos de eso, los exitosos llegaron muchas veces a guatemala y en lugar de quedarse allí llorando una triste derrota, abrieron grandes los ojos, tomaron nota, se pusieron de pie y salieron lentamente de la mano de sus sabios maestros, los fracasos.
Originalmente publicada en Clarín, 2 de Septiembre 2020
Diana Wang