Revista Mishkán Anuario 5781

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Mishkán    Altas Fiestas 5781

El Cholo : Historia de gauchadas y de Mitzves!!!! Reflejo de los Gaucho Judíos Qué había llevado hacia esos pagos al “Cholo” Gaitán? El hombre ya no recordaba ni el cómo ni el porqué, sólo sabía que ahí estaba y que seguramente ahí terminarían sus huesos al final de la huella Nacido en la zona de Guaminí, criado “a la que me importa”, había crecido “cuerpeando” a la miseria como pudo, de a poco se hizo hombre y empezó a “recorrer pampa” ofreciendo sus servicios como domador, tropero,carneador, y si fuera necesario, se “prendía a la melga” (para arar), aunque eso no lo entusiasmara. Así anduvo muchos soles como “bola sin manija”, hasta que sus huesos fueron a parar por esos parajes secos e inhóspitos, con viento y con frío y a los que no muchos criollos iban a “hacer patria”. Los pobladores del lugar eran en su mayoría “gringos”, no se les entendía casi nada cuando pretendían hablar en castellano, pero no eran mezquinos cuando se trataba de brindar pan, carne o yerba al gaucho desabastecido. Como no eran “duchos” (hábiles) en las labores del campo pese al empeño que ponían en ello, el Cholo les cayó “como anillo al dedo” y pronto se lo convocaba para cuanto trabajo requiriera de sus habilidades. Un día lo llamaron para esquilar ovejas ya que no sabían manejar las tijeras, otro día para “estaquear” cueros, a veces para amansar un potro y otras para “sobar grampa” (curtir cueros). La proverbial bonhomía del Cholo, que siempre se presentaba llevando la diestra hacia el ala de su chambergo diciendo: “Cholo Gaitán, pa´lo que guste mandar” hicieron que su figura fuese habitual en los ranchos de los “gringos” a quienes otros llamaban “los rusos”. Cada vez que el Cholo efectuaba una labor, los rusos agradecidos le preguntaban por el costo de la misma, el criollo no sabía poner precio a su trabajo y entonces decía: “¿Y qué le puedo cobrar por la gauchada? Deje a su gusto nomás” Y entonces los rusos le daban algunos pesos, pero enseguida le agregaban algo de carne salada, un frasco de pepinos y “la patrona” corría a alcanzarle algún trozo de torta de miel a l que pronto se habituó el Cholo. Cuando sinceramente les pedía que no le dieran más cosas pues no podría llevarlas sobre su caballo, le decían que era una mitzve, término que por supuesto era inentendible para el criollo como tantos otros de la jerga del los “rusos”. El Cholo pronto comprendió que estos “rusos” eran gente muy distinta a la que él conociera hasta entonces, no se “mamaban” (emborrachaban) aunque el vino no faltara en sus mesas, no usaban “faca” (daga criolla) ni eran adictos a las peleas. Lo peor es que no acostumbraban a matear, cosa que fueron aprendiendo de a poco; menos mal que él llevaba su “guampa” (cuerno) con yerba y podía zafar de ese té oscuro que tomaban con un terrón de azúcar entre los dientes. No pasó mucho tiempo hasta que los negros ojos de una muchacha del lugar flecharon al pobre gaucho poniéndolo, según su expresión, “más pavote que nunca”. Mercedes 18

trabajaba en lo de Don David, trabajar es un decir, porque en realidad era una más de la casa, pero por ser del lugar conocía mejor los trabajos de una vivienda de chacra y por eso ayudaba a “la patrona” en lo que podía, porque ésta con sus numerosos hijos, carecía de tiempo para atender su hogar. Para Mercedes ya no había misterios en “los rusos”, hasta les entendía la “jeringoza” aunque no la hablaba de corrido, pero era capaz de introducir términos de la jerga extraña en sus conversaciones con el Cholo. Para desgracia del criollo, Mercedes no sólo había incorporado el idioma sino también las costumbres de los rusos, así que cuando el gaucho quiso “llevarla en ancas”, se encontró con una firme resistencia, la chica o se “casoreaba” o no se iba de la casa de Don David, que era su propia casa. Rumiando la bronca, el hombre se veía limitado a las “visitas de cortesía” al rancho o a los ocasionales bailes del pueblo, donde Mercedes siempre estaba al alcance de la vista de alguien (o de todos) y si no, alguno de los párvulos de Don David quedaba de ladero y no se iba aunque lo atiborrara de caramelos. Al Cholo no le quedó más remedio que pensar en “sentar cabeza”. Consiguió un lotecito de campo cerca de la colonia, tenía un molino viejo pero había buena agua, de la casa ya no quedaba casi nada de lo que dejara el ocupante, pues el viento y la arena habían hecho una permanente y efectiva obra de devastación. Los primeros días el joven los pasó “al sereno” (a la intemperie) como siempre había vivido, hasta que pudo conseguir unos pocos tirantes y algunas chapas de segunda. En una de las visitas a Mercedes, hizo saber que iba a empezar a construir un rancho y acordó con Don David para “que le dieran una manito” en la empresa que acometía. El día que empezó a levantar la casa no sabía ni por dónde empezar, hasta que llegó Mercedes con su familia adoptiva. Todos se pusieron a trabajar, al rato llegaron otros “rusos” y no sólo para trabajar, sino que uno trajo unas ventanas que le sobraban, otro unas puertas, un tercero trajo sus caballos para pisar adobe y así, sucesivamente, todos pusieron algo de ellos para erigir la vivienda del Cholo. Cada vez que él agradecía “la gauchada” que le hacían los rusos con su solidaridad, recibía la misma respuesta: “Es una Mitzve”, con lo cual el criollo se quedaba en “ayunas”, pero interpretó que era el equivalente de “una gauchada” y como tal la agradecía. La obra fue avanzando, cada vez que el Cholo iba a un campo para hacer un trabajo, recibía algún elemento que le sería útil en su futura chacra, esto llegó a tal punto que ya no iba a los campos a caballo sino en una volanta que, curiosamente, le diera don Simón (un vecino) porque era “una mitzve” y de esa manera, cada día traía su carro cargado con distintos objetos o materiales que incorporaba en su propiedad. Los viernes a la tardecita se aseaba y se dirigía hacia lo de Mercedes. Sabía que al día siguiente no habría ninguna actividad así que disfrutaba de la cena en la que todos cantaban y aunque no entendía lo que decían, la alegría era contagiosa.


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