La vida sigue COLABORACIONES
¿Por qué cuando uno se siente triste las lágrimas nos vienen a los ojos aunque no queramos? ¿Por qué la garganta se empequeñece como si quisiera evitar el aire que entra, como si se tratara de un aire asesino? Parece que quisiéramos encerrarnos con nuestro dolor a solas, y que nada de fuera venga porque en esos momentos no será bien recibido. Todo se convierte en un pesimismo que nos invade. Dicen que la naturaleza es sabia; nos hemos cansado de oírlo desde bien pequeños. Y debe de ser que aquí su sabiduría la emplee en la lucha contra todo aquello que no sea nosotros mismos. Después, con la misma intensidad de este aislamiento, buscamos un refugio, necesitamos que alguien nos abra una puerta, una salida que nos devuelva a lo común, al compartir de nuevo. Si ese puente no llega, el dolor podrá abatirnos por completo. Cuando ese dolor proviene de una pérdida irreversible, de la misma muerte na-
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cen transitorios que suman su atenuación diaria hasta que, agotados por el tiempo, desaparecen en el régimen permanente. Si el dolor se realimenta, si no se asume como irreversible, la intensidad se hace cíclica, y tan pronto está escondida, aletargada, como emerge con la misma fuerza que otras veces. Era la reflexión que lo situaba en el contexto conveniente. Dejó la carta de su jubilación al lado, y dejó también para otro rato ese sentimiento agridulce por pensar que después de tantos años trabajando, de sentirse útil, ahora se cuestionara si serviría para otra cosa que no fuera la de esperar. No era razonable que su tristeza emanara de la palabra “júbilo”; pero fue demoledora la comparación espeleña. Son tantas las veces que nos preocupamos por nimiedades que no llegamos a entender la realidad del verdadero dolor. Y así fueron avanzando las siguientes horas para él, pensando en la cantidad de veces que, en el fondo, deberíamos pedir perdón. Luego, volvieron de nuevo aquellas ferias de caballitos de Modesto y “patatunes”, de mesas con bebidas, patatas fritas, aceitunas y gambas cocidas, de rodillas enharinadas del albero del paseo; aquellos días de placidez infantil. Antonio Fuentes Cejudo
Todos sus amigos le recuerdan por su bondad y amabilidad; muy equilibrado y siempre dispuesto para lo que se necesitara. Desde muy pequeño tuvo una gran afición por el futbol; era bastante travieso, pero muy bueno. Comenzó sus primeros estudios en el pueblo, en la escuela con sus compañeros de siempre, muchos siguieron teniendo contacto hasta el día de su fallecimiento. Los primeros escarceos amorosos fueron breves hasta que encontró a Antoñita de la que siempre estuvo enamorado. Cuando ya salía con Antoñita, mi madre me decía: “no fumes que te vas a quedar como Pepín”. Siempre tuvimos mucha relación, no solo por el noviazgo con mi hermana, también en nuestra época de estudiantes, primero en los Salesianos de Córdoba y posteriormente en Sevilla, en una pensión. Era un buen estudiante. Pocas veces nos acompañaba a las correrías por la ciudad, aunque en algunos momentos importantes conseguíamos sacarlo a que se divirtiera, entonces se liberaba y lo pasábamos estupendamente. Se licenció en medicina en la universidad de Sevilla. Pronto comenzó a trabajar en los destinos que por distintos pueblos encontró, aún hoy es recordado con mucho cariño en Villaviciosa, en Villaharta , Paradas… Al poco tiempo de comenzar a trabajar se casó y terminó en Pozoblanco, donde fijó se residencia. Tuvo cuatro hijos de los que siempre se preocupó por su formación académica y humana. Como profesional de la medicina era muy querido por sus pacientes y compañeros.
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El hombre se dejó caer en el sofá. Tenía en la mano la carta que acababa de recoger del buzón, y aunque no pudiera decirse que se tratara de una mala noticia, su rostro parecía indicar todo lo contrario. Sus recuerdos se fueron a situar en aquella infancia feliz, cuando los problemas se limitaban a hacer los deberes escolares, su entorno a lo que le ofrecía el horizonte y su economía a las pesetas que le daba su familia; suficiente para algunos cromos, alguna que otra chuchería y, con suerte, una sesión de cine de domingo. Qué más se podía pedir cuando, también, la calle era un inmenso cobijo de amigos y de juegos. Volvió a releer aquellas líneas y, hasta ellas, todo un camino placentero de años con los altibajos propios de una vida normal. No era razonable ese estado de ánimo, se vino a decir. Ni justo. Y no lo era porque, solo con sobrevolar a vista de pájaro los últimos meses de su pueblo natal, se daba cuenta de lo subjetivo y tendencioso que era no saber relativizar. Fue entonces, con esta reflexión, cuando le vinieron otras letras.
José Madrid Cazorla
Era un enamorado del campo y de la caza, del perdigón. Siempre que podía se dedicaba a su huerto en la “Ballesta” o en “Las Cruces” que con mucho esfuerzo le sacaba algún producto. Lo mejor, sus garbanzos. Durante un tiempo, sintió atracción política, siendo elegido primer presidente local de AP de Pozoblanco; se desencantó pronto. Lo suyo era la medicina. Eran memorables los peroles con sus amigos de toda la vida donde disfrutaban de su amistad. Como buen espeleño, siempre que podía se desplazaba a las ferias y fiestas de Espiel Sentí mucho no poder asistir a su sepelio pero guardo en mi corazón lo mejor de un hombre amable, cariñoso, humano, sencillo y un magnifico profesional. Todos te recordaremos por tus cualidades humanas, tu amistad desinteresada y tu bondad. No puedo decirte más porque lo más importante es que te sigo queriendo, un abrazo D. José Pepe Soriano
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