La Sílaba 10 volumen I

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Gioconda Portales Ángelo Pérez Bertoldi Fabiola Flores Judith Orozco Ortiz Andres Rodríguez Arevalo Juan Rogelio Fran Nore Marlene Pasini David Giracca CG

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LA TÓNICA Deben de saber que con sus textos me hecho una colcha, con ella me cobijo, la araño, en ella a veces, me orino, no sé por qué, quizá porque soy un gato. Pero tiene una luna bordada y un gorro de mago con estrellas. Juego a que estoy muerto, a que no tengo ojos. Pero me sirve más en las noches, cuando viene mi antigua ama hecha un fantasma de color verde, pues me escondo bajo la cobija hasta que deja de crujir su paladar. Con esta manta me hago el vampiro, me la pongo sobre los hombros y me relamo los bigotes luego de cenar arenques. Luego me pasó a ser mago y me lan‐ zó desde las azoteas para que ondeé al igual que ondea la muerte, el asesinato, la memoria. Eso me pone triste, y termino por mojar con algunas lágrimas el textil. Lo que pasa es que esta capa crece cada vez más, pesa cada vez más, y la arrastro por todas partes. A veces, tan sólo para salir por la venta‐ na, tardó media hora en lo que la colcha emerge to‐ talmente. Cuando yo ya estoy en mi segunda aven‐ tura, en mi batalla contra los horlas que intentan diariamente arruinar vidas, mi capa apenas termina de salir. Pero ahora es más larga. Digamos que yo salgo a las 10 de la noche y vuelvo a las 6 a.m., Entonces mi capa y yo nos damos los buenos días y las buenas noches en la puerta principal de la casa. Algunas mañanas , después de no haber escapado en tres días, me encuentro con que la tela apenas regresa con resaca de una parranda tripartita.

El gatito espejo

Es ante todo un mosaico que se tiñe de la suciedad de las calles, que cambia cada vez que salgo. Pues hilos y bordados se pierden en las manzanas más largas y algunos parches se adhieren o se desprenden . Sólo quiero decirles que mi lu‐ cha es contra los tramoyistas, una banda delictiva, el ver‐ dadero genio maligno, los cau‐ santes de la locura, un grupo de 300 sombras que se encargan de montar infiernos y desapa‐ recerlos al día siguiente. Esta capa tan grande que lame pa‐ redes no borra los escenarios, los derrumba, y de los an‐ damios caen algunos de estos bandidos que materializan no la locura, no la muerte y no el asesinato sino su presenti‐ miento, que siembran en la ca‐ beza de la buena gente la segu‐ ridad del advenimiento de la total esquizofrenia. Por eso, muchas gracias por sus pa‐ labras, por sus zayales, los surcimos, mis patitas y yo, con todo el amor que pueda tener un gato mimado. Me ayudan a echar a los tramoyistas en cos‐ tales como si fueran papas.


ÍNDICE Ángelo Pérez Bertoldi GONZÁLEZ/ 4 Judith Natalia Orozco Ortiz Andres Jose Rodríguez Arevalo ARTE Y PANDEMIA/ 7 C.G DOS POEMAS / 10 Juan Rogelio DE LOS DEMONIOS / 12 Fabiola Flores CONJUGACIÓN e IK1/ 13 Fran Nore CRÓNICA POÉTICA/ 16 Gioconda Portales Esquivel BUSCO COMPAÑÍA PARA LLORAR EN EL INFIERNO / 18 Marlene Pasini DANZA CÓSMICA/ 21 David Giracca TAN FATÍDICAMENTE HUMANO/ 23 Lino Armando Lopez Torres EL AMATEUR/ 25


Ángelo Pérez Bertoldi

GONZÁLEZ Hay días en que González se prepara el desayuno y mientras revuelve el café en la taza piensa inocentemente en su suicidio. No tarda en sentirse agobiado por la falta de fines prácticos que tiene esa idea, pues se conoce incapaz, y entonces empieza a pensar en el acto de suicidarse un cuerpo, cualquier cuerpo, no precisamente el suyo propio. Suele preguntarse qué tanto es posible suicidarse. Haciendo cálculos, llega a la conclusión temporal de que las personas morimos muy poco, y se cuestiona por qué se le da tanta importancia a un asunto si apenas hay algo que muera. La matemática es sencilla: de 100 partes del cuerpo, 70 son agua; de las 30 partes que quedan, 15 o 10 son en realidad microorganismos ajenos a nuestras células que conviven en una simbiosis extremadamente compleja y funcional con las mismas; de las 15 partes restantes, 12 son vacío, distancia minúscula pero abundante entre el núcleo y los electro‐ nes de cada átomo que conforman las células. Entonces, somos sólo el tres por ciento de lo creemos que somos. Ese poquito es lo único que po‐ demos matar. Casi que no vale la pena ocuparse de eso. Después mira un rato el techo o el cielo o el espacio vacío frente a él y se percata de que su suicidio ya ha sucedido. Sin darse cuenta y sin necesi‐ dad de disparos o saltos o cuerdas o cadáveres (aunque sea sólo al 3%), González piensa que ya se ha suicidado. Haberse mudado allí, lejos de to‐ das las personas que lo conocían, lejos de todas las actividades anteriores de su vida, en medio de las coníferas y de los días nublados y de las cose‐ chas de frutillas, cayotes y plomos, fue desaparecer del mundo. De un mundo, al menos. O de varios. Aunque de vez en cuando pudiera visitarlo su hermano y aunque hablara con alguna vecina cuando sale a comprar el pan, no había proyectos ni nostalgia en su rutina, no había ningún lazo real entre González y el ambiente. Lo que le provocaba una ligera sa‐ 4


tisfacción en el hecho de alimentarse de su propio jardín no era el orgu‐ llo de la autosuficiencia ni un sentimiento de conexión con la naturale‐ za, sino que le producía asco casi todo lo que venía de las demás perso‐ nas, y cultivando y recolectando frutos y plantas de su propio patio y alrededores se salvaba de tener que comerciar con manos ajenas. Bá‐ sicamente, no estaba allí por gusto, sino por disgusto, por un desacuer‐ do agudo y casi patológico con las actividades y las maneras de llevarlas a cabo que había en el entorno social en que nació y creció y vivió durante muchos años. Estar ahí, entre los árboles, era una cuestión de higiene. En eso pensaba algunas tardes, y algunas mañanas abría la ventana y veía una liebre mordisquear los trigos o las frutillas, y no pensaba, sólo miraba la liebre. Liebre gris y marrón, o alguna mezcla de ambos colo‐ res, ojos saltones y un cuerpo que crecía y se abultaba hacia la parte inferior, hacia las patas traseras y saltantes. Aquella morfología llevaba a González a imaginársela como a un pequeño canguro. Pero el animal podía discernir que estaba siendo vigilado, y sólo daba uno o dos mordiscos más antes de huir hacia el jardín lindante y de allí hacia los bosques silvestres ladera arriba. Entonces González se quedaba solo y regresaba a los pensamientos. Pensaba en si habría sido feliz ignoran‐ do su impulso de morir, o de matar sus relaciones, siguiendo a su impulso contrario, el de participar de las actividades humanas, el de asistir a reuniones con asado y baile, el de ir al cine para atestiguar vi‐ das más miserables o más entusiastas, quizá anotarse en algún grupo de teatro o aprender a tocar el piano o la guitarra. Después llegaba a la frívola y analgésica conclusión de que preocuparse por la felicidad era preocuparse meramente por una palabra que alguien había inventado y que las generaciones fueron cargando arbitrariamente de alguna importancia que él no podía encontrarle por ningún lado. A González no le importaba ser feliz y, de hecho, quizá ser feliz era una de aquellas cosas que le provocaban asco, y para no ser feliz justamente se encontraba ahí, entre los árboles, saludable y decepcionado. 5


De pronto recordó a otra de aquellas amistades que se encontró dando rápidas vueltas por el extranjero, y para no encender la radio ni la televi‐ sión tomó un papel y escribió su apellido: Martínez. Después le aclaró que no tenía nada importante y tampoco nada intrascendente que contarle, así que sólo le enviaba algunos recortes muy apreciados por él. Fue a por tijeras y por algunos libros; recortó algo de la página 41 de su ejemplar de poesía completa de Pizarnik; algo de la página 16 de un libro de Michel Lafon; por simpatía recortó también algo que hablaba de la melancolía, la delgadez y las cejas pobladas en una obra de medicina de siglos anterio‐ res; la página 84 de un libro de María Martoccia; media página de Hesse, aunque la tachó antes de agregarla al sobre; (mientras buscaba más para cortar, se preguntaba: si yo fuera famoso, ¿cuáles de los libros de mi bi‐ blioteca valdrían más: los enteros o los que recorté? Los fetiches de los consumidores a veces dan llamativas sorpresas); cortó algo de una página numerada con el 115, y aunque el libro es de Ivonne Bordelois, el pedacito es una cita de Pessoa; incluyó la hoja de respeto inicial de un libro de Macedonio Fernández; recortó una tabla de hierbas y sus usos de un libro de Paungger y Poppe; agregó también el margen de una página de Violeta Vázquez, pero con una anotación que había hecho él mismo hacía años; la página 23 de una antología de Roland Barthes; dos tiritas de las páginas 121 y 123 de Cada Despedida de Mariana Dimópulos. Cerró el sobre y lo apoyó cuidadosamente en la mesa. Dejó caer el peso de su cuerpo sobre el respaldar de la silla. Suspiró con satisfacción, como recién terminada una gran tarea. Miró el papel y miró los libros amonto‐ nados y parcialmente, imperceptiblemente cercenados. En unos minutos iba a levantarse y meter en algún lado el sobre; por supuesto, recién en un par de meses decidiría si enviárselo a Martínez o no, o si enviárselo a otra persona, aunque dentro ya estuviese escrito el nombre de Martínez. Pero estadísticamente lo más probable era que pronto se olvidara de que lo ha‐ bía preparado. Fue una cosa de esa tarde nada más.

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Judith Natalia Orozco Ortiz Andres Jose Rodríguez Arevalo

ARTE Y PANDEMIA En tiempos de cuarentena, encerrados todos en cajas de ladrillo y cemento, el covid 19 se nos apareció ante nuestros televisores haciéndonos intermitencia bajo el frío del metal de los aparatos electrónicos. Un nuevo colapso había llegado, pronto los seres hu‐ manos tuvimos que estar en multitud, pero haciendo largas filas para vacunarnos entre agujas y medicamentos. Cansados y agobiados, con sudor en nuestra frente en el hastío de los noticieros en trasmisiones constantes de cifras y conceptos biológicos nunca expuestos en la vida cotidiana, empezamos a vivir una existencia literaria, un vivir de dramaturgia, un guion perpetuo que nos decantaba a una muerte precipitada, igual a la de los habi‐ tantes de la ciudad de Oran en la novela de La Peste de Albert Camus. El único alivio era la esperanza de que las horas de mayor encerra‐ miento social pudieran desaparecer lo más pronto posible, de que el contacto con nuestros seres queridos pudiera ser nuevamente reconstruido antes de desaparecer de la memoria sensitiva de los demás. Museos y galerías cerraron sus puertas, casas de teatro, salas de concierto clausuradas, centros culturales desahuciados. Sin embargo, en medio de la desesperanza, una nueva ola de internet, que a pesar de estar ahí permeada por el hielo de los monitores nos calmó y alivió. Todas las exposiciones se empezaron a trasladar a la web, recorridos virtuales. Increíble lo sorprendente de una pintura en perspectiva del renacimiento, sorprendieron proyectos de dibujo en proyección en 3D, los cuadros se nos aparecieron en los billetes de $5000 pesos, las esculturas las vimos de otras maneras, y las obras 7


de teatro, danzas y conciertos las vimos en nuestros canales de You‐ Tube. Museos como el Prado, Thyssen Bornemisza, y Mambo realizaron exposiciones completamente virtuales, reconocidos teatro de óperas y las salas de conciertos más notables en el mundo ofrecieron conciertos gratuitos espectaculares. Va a estar lejos de reemplazar esa experiencia sensorial (y sensual) de la presencialidad del arte, pero como método de aproximación en emergencias, de apoyo formativo y pedagógico, las redes fueron un camino de alivio para evitar que la clausura del arte significara la clausura de lo humano. Así que el museo pasó, en nuestra experiencia, a una nueva mirada (la virtual), las casas de teatro, con dobles presentaciones, para volver a ver las funciones una y otra vez, los conciertos abiertos a miles de pantallas del mundo, dejándonos también algo de la melancolía de po‐ der presenciar la fuerza de lo musical, más allá del recuerdo del CD de opera para los más nostálgicos. Todos estos cambios nos hacen crecer en una era en donde las cri‐ sis deben ser tomadas como nuevas oportunidades para mejorar y re‐ valuar en que íbamos mal y dar más acceso a la población con nuevos recursos a la tecnología, dándole larga vida a los celulares o haciendo computadores más accesibles para todos. En esta sociedad donde el encerramiento fue el sinónimo de una lluvia permanente que acentuó la desolación contemporánea, se dibujó una esperanza con la virtuali‐ dad, mientras nos esperaba un libro de nuestra biblioteca, un cuadro para la contemplación, o una función para la reflexión. Un link o un pdf funcionaron como un paraguas del aguacero global que significó la pandemia. La apertura de diversas actividades del ámbito artístico, tanto las exposiciones como foros, conferencias u diversos actos pedagógicos, protestas artísticas, performance, y movimiento del mercado global del arte a través de las redes sociales, ha abierto un camino de diversi‐ ficación y de amplitud de las ideas del arte, convirtiéndose en un foco en la sociedad postindustrial, que cada vez más avanza a la desmaterialización de las relaciones humanas.

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Obviamente se puede ver como una forma positiva de mantener la interactividad humana a través de lo virtual, creando una consciencia ética para sabernos comunicar dentro de este universo etéreo para evitar el matoneo que, en muchas ocasiones, las redes fomentan por esa facili‐ dad de crear caretas que esconden las intenciones del interlocutor. También es cierto que las redes nos van colocando en un escenario de hi‐ bridación, de creación de identidades informáticas, que incluyen hasta la materialidad del arte, con plataformas especiales de compra de objetos artísticos eminentemente virtuales, gráficas, cuadros y fotografías digi‐ tales, o experiencias 3D para visitar diversos espacios culturales. Una so‐ ciedad muy similar a la de la ficción más futurista, pero cibernéticamente fría, inhumana, y posiblemente brutal contra aquellas expresiones que no tienen la capacidad de integrarse adecuadamente, ya sea por exclusio‐ nes económicas, raciales o políticas. La virtualidad no significa nuevas actitudes, pues se pueden manifestar de la forma más tradicional y reg‐ resiva. La postmodernidad cultural y artística nos ha llevado, o profundizado con la pandemia, a una globalización no material, a una producción cultural en exclusiva por redes, a la integración de las obras artísticas en un sistema que aumenta la expansión de las obras con otras culturas, aunque sin la necesaria comunicabilidad de la presencialidad que genera esa apertura espiritual del arte con el espectador. Así que el viaje, al que ha llegado la experiencia del arte con la pandemia, es una revaluación de la visión tradicional de entenderlo, de apreciarlo y de enseñarlo, con una revisión en los contenidos y las formas de entender el concepto de arte, expandiéndose aún más, mucho más allá que la figuración aburguesada o que la experimentación de círculos de conocimientos cerrados, a un axioma de participación social, educacio‐ nal y hasta política, con activismo artísticos potenciados, y una amplitud de los nichos culturales de grupos que buscan experiencias en común.

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C.G.

EN UN LIBRO DE TEXTO… En un libro de texto escribí mis sentimientos. En un libro de texto planifiqué mi sufrimiento. En un libro de texto dejé todo lo que siento. En un libro de texto me suicidé sin remordimiento. En un libro de texto vi a mi madre llorar sin consolamiento. En un libro de texto vi a muchos felicitarme por lo que había hecho. En un libro de texto dije que “lo siento”. En un libro de texto me quedé atrapada y ahora deambulo por las calles de mi casa, en busca de que alguien escuche mis palabras. En un libro de texto comenté lo que siento. En este libro de texto les cuento cómo estoy viviendo.

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DESVANECIENDO Las flores, los pétalos y los tallos desaparecen con el tiempo Así como las amistades, la unión familiar y los pasatiempos. Los juegos son una porquería al igual que esta vida, El romance te destroza por dentro y te termina consumiendo, La estabilidad emocional en la adolescencia se va cayendo y la de‐ presión va viniendo. La canción más triste del mundo con el tiempo se va desvaneciendo y llega otra a reemplazarla de nuevo.

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Juan Rogelio

DE LOS DEMONIOS Me incorporé. Estaba sudorosa y muy espantada. Tenía la respiración agitada y creí que se me iba a salir el corazón, debido a lo fuerte que sentía que golpeaba contra mi pecho. Nunca antes, como esa noche, había podido abrir los ojos tanto como lo hice esa vez, después de haber dormido. Tampoco, hasta antes de esa noche, me había asustado tanto. Y menos aún me había ganado el sentimiento como esa vez. Fue por eso que, en cuanto vi a mi mamá, igual que si tuviera yo cinco años, me abracé a ella. No dije nada, y me puse a llorar contra su pecho. Sentí cómo ella me daba en la espalda unas palmaditas, que me devolvía el abrazo y que me apretaba contra su pecho. Igual sentí que sus manos me acariciaron el cabello, como para que me calmara. —No pasa nada, hijita — oí que me dijo. Ya. Ya. Ya pasó. Fue nada más una pesadilla, mi niña.

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Fabiola Flores

CONJUGACIÓN A Bruno

A mi hijo le encanta la palabra mañ ana le emociona la idea de que las palabras puedan desplazarnos por el tiempo Sueñ a con ellas en formas imposibles en una lengua distinta a la de su madre Descubre sonidos nuevos escondidos en su garganta Crece a prisa no mira atrás llora juega pregunta enuncia

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como un pequeñ o dios que necesita nombrar las cosas para que existan clasificarlas acomodarlas por el mundo. De unos meses a la fecha mi hijo solo quiere hablar del tiempo Es una pequeñ a cronologı́a de dudas: antes después todavı́a tarde jamás s

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m

p.

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Duda de las vigencias pregunta dónde está el mañ ana. Quiero decirle que el futuro no es más que una promesa que no hay prisa en traspasar el umbral que el ú nico momento verdadero es este: la patria eterna de su infancia.


IK1 (PRIMER ACERCAMIENTO AL MAR CARIBE) Se queda oyendo como un ciego frente al mar. —Luis Alberto Spinetta

Sigo con el oı́do la comparsa de las olas aladas que toman vuelo a media altura. Aquel viento tibio acaricia el paisaje menea en un cálido vaivén las copas de los árboles. Cerrás los ojos y sentı́s el mar con su canto de marea creciente haciendo eco en el caracol del pecho. Vibra el manglar en el aleteo marı́timo, puebla el silencio el pájaro y su canto esdrú julo. Otra ola tropieza con la roca La espuma: ese lenguaje entre el mar y su orilla.


Fran Nore

CRÓNICA POÉTICA Camino al son del viento emancipador Las calles son más largas cuando no sonrío y extrañas bocas pronuncian mi nombre ¿Seré el hombre que llaman entre las verjas? No sé si merezco que una sombra me llame por mi nombre igual no me importa demasiado Y camino sin sonreír con mis labios de tierra con mis ojos llameantes de fuego apasionado con mi cara de hueso salpicado de brisa Hace una pequeña luna verde y cae la suave escarcha sobre los guayacanes nocturnos deshojados Se sacuden las hojas de los árboles en el frío de la ausencia insaciable sed 16


La noche es cómplice de mis manos deshojadas mis pies transitan levemente un camino imaginario de patria recién nacida Antiguos íconos de mi vida descubierta relucen juveniles en un campanario perpetuo exhalo subterfugios El horizonte funda en mis ojos parajes lejanos Quiero renacer allí

como una llamarada No busco nada Tengo en mí todo lo que

soy

Tengo en mí todo lo que

quiero

Ya me equivoqué las veces que quise aceptando aprender a verme al punto de borrar los dolorosos recuerdos de mi mente

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Gioconda Portales Esquivel

BUSCO COMPAÑÍA PARA LLORAR EN EL INFIERNO Aún la luz no ilumina mi ventana y me despabilo en mi cama únicamente para recordar que los viernes a las 6, no lo debo olvidar. Ese día me desperté y no puedo dejar de recordar que mi vida había cambiado, es que quiero vomitar de la tensión -me dije- es que no puedo más. No me levanté temprano y sentí que fallé, pues ese día el nervio me noqueó y la tensión me hacía temblar. Pues esa mañana me sentía muy diferente, pero sobre todo nerviosa, dentro de los mil pendientes de mi agenda, y un sinnú‐ mero de post-it pegadas en el tablero, en la pared y hasta en el refri‐ gerador. Pues ¿olvidar algo? Yo jamás, primero muerta. Aunque pensándolo bien, ese día no habría sido mala opción, en un breve momento me imaginé sepultada en una montaña de hojas y recibos por pagar. Mientras el agua de la olla hervía, pues el café así lo debo beber, me dispuse a tomar un momento para recordar aquella cosa 18


importante que no podía dejar pasar, aquella cosa que me había mantenido despierta la noche anterior, pero ¿que era? Dispuesta a trabajar en mi ordenador mientras cuidaba de mis seres queridos con mis ocho manos, de alguna forma logré que todo funcionara. Y así por varias horas y después de miles de idas al baño llegó la hora de la comida. Llegó sólo para recordar que había olvi‐ dado ordenar los víveres. Ahí va otro post it, me dije a mi misma. Entrada la tarde aún no lograba recordar aquello tan necesario, en‐ tonces me embarqué en otras tareas, en la búsqueda de tesoros perdidos, guardados en algún lugar misterioso de la casa de mi abuelo. Dentro del polvo y telarañas descubrí un sinfín de monerías de nula utilidad, -todo a la basura- me dije. Cuando de repente lo recordé, Me acordé que el viernes pasaba la basura, y había olvidado colocarla fuera. -que tonta- me dije mientras procedía a anotarlo en mi calendario. Cayó la noche y procedí a lavarme la cara y entregarme al dios del sueño, el tal Morfeo. Pero mientras la brisa fresca entraba por la ven‐ ta yo me debatía entre sombras y tensión, un manto obscuro rodeaba mi cuarto y un chillido agudo se alcanzaba a oír al fondo, gritos desgarradores que llegaban con el viento. La tensión me congeló cada hueso, y mientras trataba de comp‐ render lo que pasaba alcancé a tomar aire y parpadear. -esto es realme dije a mi misma. Y de repente lo escuché. - ¿Acaso no me oyes? - decía la voz. -Ya no quiero resistir, deseo ser vulnerable- respondí. Busco compañía para llorar, ¿Vienes? -le preguntéPero no me respondió, pues no era real. Me petrifiqué. Y comencé a sentir una fuerza extrema que trataba de jalarme junto con mi cama hacia el inframundo, un hoyo negro que absorbía cada parte de mi alma. 19


Entonces, repentinamente y en un segundo caí en cuenta y desperté en mi cama, miré el reloj y eran las 5 de la mañana, me aso‐ mé a la ventana y el sol aún no se disponía a salir. Respiré, me tranquilicé y me dispuse a volver a conciliar el sueño. -Bienvenida- me dijo la voz, con un tono grave y gutural el cual no puedo olvidar. -Pero yo ya había estado aquí antes- le respondí mien‐ tras sentía que mi cuerpo no pesaba y un sinfín de colibríes posaban a mi alrededor. -De modo que hay pájaros aquí- me dije a mi misma en voz alta, mientras las aves volaban por entre las sombras y el fuego eterno. Y del fondo de las cenizas emergió el ser supremo. Y no me asusté porque lo peor ya lo había vivido, sin embargo, temblaba de la cabeza a los pies en un mar de mareo, sentía cómo cada célula de mi cuerpo se desintegraba, la vida se me iba de las manos con cada respiro, pero en ese momento, lo único que quería era morir. Entonces volteé y lo vi, la bestia me miraba y yo la vi directo. En ese momento sólo corrí, por mi vida y nada más, hacia un lado y hacia otro, mientras el sudor inundaba mis mejillas, y el llanto me desgarraba por dentro como cuchillas que cortaban mi ser. A mi al‐ rededor todo era obscuro y de la penumbra emergían las siluetas gri‐ ses de las ánimas, y mientras corría podía sentir su mirada posada en mi dolor. Al despertar me di cuenta que no ocurría en esta realidad, porque todo había sido un mal sueño. Procedí a pararme de la cama para buscar un poco de comida, algo que me satisficiera y un poco de azú‐ car. Aún temblaba, aún podía sentir la emoción, pero poco a poco fue disminuyendo, y fui recobrando el sentido y el control.

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danza cósmica Marlene Pasini

En la rueda de la vida vamos círculos concéntricos de la polaridad a la que fuimos destinados Tú en mí Yo en ti manifestaciones de nuestro verdadero origen en el aquí y ahora Vamos juntos girando sin cesar en la danza cósmica del tiempo vamos proyectados en la materia y en la forma aunque en realidad sustancias inasibles de la fuente sagrada somos El Cosmos infinito fue es y será y una parte de su eternidad se refleja en los mundos del abajo para danzar por sus diferentes dimensiones y sus planos verdad manifestada sobre toda vida que ha sido creada

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Sostenidos por el poder invisible del Todo giramos en una danza eterna fraguando en las vibraciones del origen como los anillos de Saturno que en su ley de gravedad giran y giran en una danza mística y perfecta En éxtasis Divino podemos sumergirnos y fluir en el vaivén del círculo que aunque es polaridad es también sagrado pero olvidamos nuestra pureza eterna y la luz del Amor que late y pulsa en nuestro interior tú en mí y yo en ti somos la unidad que gira y gira en una danza que es eterna y es comunión para crear una realidad sagrada.

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TAN FATÍDICAMENTE HUMANO David Giracca

Tan fatídicamente humano, con el corazón en retirada, me alejo del ruedo, harto del sufrimiento de descender a los infiernos. No pretendo siquiera avizorar el paraíso, ese privilegio me fue vedado. Pero estoy cansado de la rutina de días insípidos, de cielo nublado. No vendría mal, un poco de ese sol que quema, aunque sea por un rato. Revivir lo bello que es amar y ser amado.

QUIERO Quiero inundar tu jardín con melodías, de amares y sentires, e iluminar tu vida. 23


Trepar a tu balcón como la hiedra, coronarte con flores y diadema. Cardúmenes de amor para tu bahía. Quiero poblar tu cielo interno con poesía.

DISFRUTA Disfruta la complicidad de la noche, aunque no tenga el brillo y la vida que trae la mañana. Disfruta tus días, aunque ellos no tengan la calma que brinda la luna. Disfruta en tu vida, a cada momento, en su tiempo y forma. Porque le fue dada razón y sentido, a cada creación de esta hermosa obra.

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RESEÑA

EL AMATEUR Lino Armando Lopez Torres

La obra de teatro EL AMATEUR, escrita por el dramaturgo Argen‐ tino Mauricio Dayub, dirigida por Jorge Vega y personificada por los actores Bruno Curti y Sebastián Giuliani, presentada en el galpón de la murga de la estación de la ciudad de Posadas; inicia sin telón, pero a oscuras, en donde una linterna va abriendo paso al escenario. La obra está compuesta por dos personajes; “pájaro”: un pibe de aproximadamente 25 años de edad que tiene el deseo de cumplir el record de estar 134 horas arriba de una bicicleta, y “lopecito”: un hombre de aproximadamente 45 años que ya ha de‐ jado sus deseos bien (¿pero bien?) atrás. La edad es un factor de‐ terminante para entender los puntos de vista de cada uno de estos personajes (Syd Field decía que todo buen personaje tiene que te‐ ner un punto de vista sólido y bien definido). Ambos, en un tiempo que no es ni escaso ni abundante, no se salen nunca de escena (lo espacial y temporal es para ahondar en el análisis) habiendo un pequeño amague de llevarlo en el segmento inicial en donde pája‐ ro le insiste a lopecito en que lo acompañe al cementerio a visitar a su padre muerto hace 2 años y 2 horas. La muerte del padre de pájaro es un primer dato a tener en cuenta porque al parecer éste (el padre) fue un competidor que logró transmitir ciertos valores a su hijo quien fuese su admirador. Si bien, la relación entre pájaro y lopecito puede parecer contradictoria a simple vista (a modo de 25


peso y contrapeso lo cual es lógico en un drama), no mejor reflejada en la escena donde lopecito duerme y pájaro manifiesta a vivo voz que al no dormir se actúa de corazón ya que para engañar hay que dormir y estar descansado, o cuando lopecito le afirma que no espere nada porque la espera es el modo más común de morir; sus comportamientos en su mayoría son colaborativos y armónicos (mayor análisis llevaría relacionar la idea de contradicción y compatibilidad). Basta apreciar las muchas “unidades dramáticas” de la obra donde ambos se alimentan mutuamente; ¿quién le da la bicicleta a pájaro? (allí también hubo oscuridad y la sola luz de una linterna) El mismo lopecito grita: nosotros dos somos iguales; creo que sentía la necesidad de representarse en los deseos de pá‐ jaro por haber perdido los suyos- . Busca adentro tuyo le exigía… la idea del héroe y el anti héroe se construye (sus alter egos), y de he‐ cho hasta se puede interpretar que los dos personajes son uno solo (no creo poder imaginarlos por separado). Cuando pájaro se sentía mal le expresaba “déjame solo, déjame solo”. Son estos los momen‐ tos más fuertes de la obra ya que reflejaban su frustración. En una oportunidad, después de ello, pájaro aparece vestido de ciclista (aquí también la oscuridad y la sola luz de la linterna) representan‐ do así su glamour, y la contradicción constante y permanente en que se hace eco la obra. El conflicto es claro; el deseo de cumplir un sueño cuasi imposible (estar 134 horas arriba de una bicicleta), y alentarse a ello (la acción rectora). Decía pájaro: “antes no podía dormir porque no tenía sueño, y ahora no puede dormir porque tengo un sueño”. El dilema ético es encontrar la opción que te lleve siempre hacia adelante, “para atrás ni para tomar impulso”; apa‐ recen imágenes como el boxeador que se levanta a punto de ser echado a la lona; la del músico que triunfa en su canción numero 16 (la ballena) y se pregunta qué hubiera pasado si se “rendía” en la

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canción numero 15; la imagen de la madre de pájaro coronándolo, ya no para verlo nacer si no para verlo renacer y esta vez para siempre. Esta última frase (para siempre) es una de las premisas de la obra declarada en, lo que yo diría es, un grito laico. Cuenta pájaro que en uno de sus viajes nocturnos de entrenamiento, observa a lo lejos una luz que no era ni un farol y ni el sol (por el horario algo así como las 3 de la mañana), y en el que pudo apreciar un sujeto en llamas que gri‐ taba lo que el escucho como: ACERCATE FLACO, NO QUEMA. ACERCATE FLACO, NO QUEMA. Pájaro sigue diciendo que luego de unos kilómetros más lo encuentra. El final de la obra es la resolución del conflicto en el cumplimiento del sueño. Pájaro logra, sin mucho bombo y platillo, lograr estar (134) horas arriba de su bicicleta. Pero la cosa no termina ahí. Al llegar a la meta, pájaro agoniza, por el esfuerzo llevado a cabo. -Se acaba el sueño y en paralelo se acaba su vida-. Aquí aparece el detonante de la obra; el verdadero conflicto. Lopecito le pregunta a pájaro, que ya no responde y yace acostado, en tono desesperado, golpeándole el pecho lo siguiente: ¿Qué querías vos? ¿Que querías vos? ¿Que querías vos? La respuesta a esta pregunta es la verdadera resolución de la obra. (De nuevo la oscuri‐ dad y la sola luz de una linterna). Pájaro renace, se levanta, y grita mirando al cielo: ACERCATE FLACO, NO QUEMA. ACERCATE FLA‐ CO, NO QUEMA. Fin. Renació y esta vez sí fue para siempre. Es la inmortalidad de un sueño. La obra trabaja baja escalas románticas donde el espíritu y el soplo de vida afloran en el plano real. Ya lo dice lopecito al elegir las bandas musicales para el festejo: “el campeón es un romántico”. El arte, entre muchas otras, sirve para afirmar postu‐ ras o ponerlas en debate a causa de un golpe en la cara. Esta obra de teatro cumple con ello. Por suerte tuve la suerte de verla.

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Mèxico 2022 Ediciones | El gatito espejo


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