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Judith Natalia Orozco Ortiz Andres Jose Rodríguez Arevalo ARTE Y PANDEMIA
Judith Natalia Orozco Ortiz Andres Jose Rodríguez Arevalo
ARTE Y PANDEMIA
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En tiempos de cuarentena, encerrados todos en cajas de ladrillo y cemento, el covid 19 se nos apareció ante nuestros televisores haciéndonos intermitencia bajo el frío del metal de los aparatos electrónicos. Un nuevo colapso había llegado, pronto los seres hu‐manos tuvimos que estar en multitud, pero haciendo largas filas para vacunarnos entre agujas y medicamentos.
Cansados y agobiados, con sudor en nuestra frente en el hastío de los noticieros en trasmisiones constantes de cifras y conceptos biológicos nunca expuestos en la vida cotidiana, empezamos a vivir una existencia literaria, un vivir de dramaturgia, un guion perpetuo que nos decantaba a una muerte precipitada, igual a la de los habi‐tantes de la ciudad de Oran en la novela de La Peste de Albert Camus. El único alivio era la esperanza de que las horas de mayor encerra‐miento social pudieran desaparecer lo más pronto posible, de que el contacto con nuestros seres queridos pudiera ser nuevamente reconstruido antes de desaparecer de la memoria sensitiva de los demás.
Museos y galerías cerraron sus puertas, casas de teatro, salas de concierto clausuradas, centros culturales desahuciados. Sin embargo, en medio de la desesperanza, una nueva ola de internet, que a pesar de estar ahí permeada por el hielo de los monitores nos calmó y alivió. Todas las exposiciones se empezaron a trasladar a la web, recorridos virtuales. Increíble lo sorprendente de una pintura en perspectiva del renacimiento, sorprendieron proyectos de dibujo en proyección en 3D, los cuadros se nos aparecieron en los billetes de $5000 pesos, las esculturas las vimos de otras maneras, y las obras
de teatro, danzas y conciertos las vimos en nuestros canales de You‐Tube.
Museos como el Prado, Thyssen Bornemisza, y Mambo realizaron exposiciones completamente virtuales, reconocidos teatro de óperas y las salas de conciertos más notables en el mundo ofrecieron conciertos gratuitos espectaculares. Va a estar lejos de reemplazar esa experiencia sensorial (y sensual) de la presencialidad del arte, pero como método de aproximación en emergencias, de apoyo formativo y pedagógico, las redes fueron un camino de alivio para evitar que la clausura del arte significara la clausura de lo humano.
Así que el museo pasó, en nuestra experiencia, a una nueva mirada (la virtual), las casas de teatro, con dobles presentaciones, para volver a ver las funciones una y otra vez, los conciertos abiertos a miles de pantallas del mundo, dejándonos también algo de la melancolía de po‐der presenciar la fuerza de lo musical, más allá del recuerdo del CD de opera para los más nostálgicos.
Todos estos cambios nos hacen crecer en una era en donde las cri‐sis deben ser tomadas como nuevas oportunidades para mejorar y re‐valuar en que íbamos mal y dar más acceso a la población con nuevos recursos a la tecnología, dándole larga vida a los celulares o haciendo computadores más accesibles para todos. En esta sociedad donde el encerramiento fue el sinónimo de una lluvia permanente que acentuó la desolación contemporánea, se dibujó una esperanza con la virtuali‐dad, mientras nos esperaba un libro de nuestra biblioteca, un cuadro para la contemplación, o una función para la reflexión. Un link o un pdf funcionaron como un paraguas del aguacero global que significó la pandemia.
La apertura de diversas actividades del ámbito artístico, tanto las exposiciones como foros, conferencias u diversos actos pedagógicos, protestas artísticas, performance, y movimiento del mercado global del arte a través de las redes sociales, ha abierto un camino de diversi‐ficación y de amplitud de las ideas del arte, convirtiéndose en un foco en la sociedad postindustrial, que cada vez más avanza a la desmaterialización de las relaciones humanas.
Obviamente se puede ver como una forma positiva de mantener la interactividad humana a través de lo virtual, creando una consciencia ética para sabernos comunicar dentro de este universo etéreo para evitar el matoneo que, en muchas ocasiones, las redes fomentan por esa facili‐dad de crear caretas que esconden las intenciones del interlocutor. También es cierto que las redes nos van colocando en un escenario de hi‐bridación, de creación de identidades informáticas, que incluyen hasta la materialidad del arte, con plataformas especiales de compra de objetos artísticos eminentemente virtuales, gráficas, cuadros y fotografías digi‐tales, o experiencias 3D para visitar diversos espacios culturales. Una so‐ciedad muy similar a la de la ficción más futurista, pero cibernéticamente fría, inhumana, y posiblemente brutal contra aquellas expresiones que no tienen la capacidad de integrarse adecuadamente, ya sea por exclusio‐nes económicas, raciales o políticas. La virtualidad no significa nuevas actitudes, pues se pueden manifestar de la forma más tradicional y reg‐resiva.
La postmodernidad cultural y artística nos ha llevado, o profundizado con la pandemia, a una globalización no material, a una producción cultural en exclusiva por redes, a la integración de las obras artísticas en un sistema que aumenta la expansión de las obras con otras culturas, aunque sin la necesaria comunicabilidad de la presencialidad que genera esa apertura espiritual del arte con el espectador.
Así que el viaje, al que ha llegado la experiencia del arte con la pandemia, es una revaluación de la visión tradicional de entenderlo, de apreciarlo y de enseñarlo, con una revisión en los contenidos y las formas de entender el concepto de arte, expandiéndose aún más, mucho más allá que la figuración aburguesada o que la experimentación de círculos de conocimientos cerrados, a un axioma de participación social, educacio‐nal y hasta política, con activismo artísticos potenciados, y una amplitud de los nichos culturales de grupos que buscan experiencias en común.