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Gioconda Portales Esquivel BUSCO COMPAÑÍA PARA LLORAR EN EL INFIERNO

Aún la luz no ilumina mi ventana y me despabilo en mi cama únicamente para recordar que los viernes a las 6, no lo debo olvidar. Ese día me desperté y no puedo dejar de recordar que mi vida había cambiado, es que quiero vomitar de la tensión -me dije- es que no puedo más.

No me levanté temprano y sentí que fallé, pues ese día el nervio me noqueó y la tensión me hacía temblar.

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Pues esa mañana me sentía muy diferente, pero sobre todo nerviosa, dentro de los mil pendientes de mi agenda, y un sinnú‐mero de post-it pegadas en el tablero, en la pared y hasta en el refri‐gerador. Pues ¿olvidar algo? Yo jamás, primero muerta. Aunque pensándolo bien, ese día no habría sido mala opción, en un breve momento me imaginé sepultada en una montaña de hojas y recibos por pagar.

Mientras el agua de la olla hervía, pues el café así lo debo beber, me dispuse a tomar un momento para recordar aquella cosa

importante que no podía dejar pasar, aquella cosa que me había mantenido despierta la noche anterior, pero ¿que era? Dispuesta a trabajar en mi ordenador mientras cuidaba de mis seres queridos con mis ocho manos, de alguna forma logré que todo funcionara. Y así por varias horas y después de miles de idas al baño llegó la hora de la comida. Llegó sólo para recordar que había olvi‐dado ordenar los víveres. Ahí va otro post it, me dije a mi misma. Entrada la tarde aún no lograba recordar aquello tan necesario, en‐tonces me embarqué en otras tareas, en la búsqueda de tesoros perdidos, guardados en algún lugar misterioso de la casa de mi abuelo. Dentro del polvo y telarañas descubrí un sinfín de monerías de nula utilidad, -todo a la basura- me dije. Cuando de repente lo recordé, Me acordé que el viernes pasaba la basura, y había olvidado colocarla fuera. -que tonta- me dije mientras procedía a anotarlo en mi calendario.

Cayó la noche y procedí a lavarme la cara y entregarme al dios del sueño, el tal Morfeo. Pero mientras la brisa fresca entraba por la ven‐ta yo me debatía entre sombras y tensión, un manto obscuro rodeaba mi cuarto y un chillido agudo se alcanzaba a oír al fondo, gritos desgarradores que llegaban con el viento.

La tensión me congeló cada hueso, y mientras trataba de comp‐render lo que pasaba alcancé a tomar aire y parpadear. -esto es realme dije a mi misma.

Y de repente lo escuché. - ¿Acaso no me oyes? - decía la voz. -Ya no quiero resistir, deseo ser vulnerable- respondí.

Busco compañía para llorar, ¿Vienes? -le pregunté-

Pero no me respondió, pues no era real. Me petrifiqué. Y comencé a sentir una fuerza extrema que trataba de jalarme junto con mi cama hacia el inframundo, un hoyo negro que absorbía cada parte de mi alma.

Entonces, repentinamente y en un segundo caí en cuenta y desperté en mi cama, miré el reloj y eran las 5 de la mañana, me aso‐mé a la ventana y el sol aún no se disponía a salir. Respiré, me tranquilicé y me dispuse a volver a conciliar el sueño. -Bienvenida- me dijo la voz, con un tono grave y gutural el cual no puedo olvidar. -Pero yo ya había estado aquí antes- le respondí mien‐tras sentía que mi cuerpo no pesaba y un sinfín de colibríes posaban a mi alrededor. -De modo que hay pájaros aquí- me dije a mi misma en voz alta, mientras las aves volaban por entre las sombras y el fuego eterno.

Y del fondo de las cenizas emergió el ser supremo. Y no me asusté porque lo peor ya lo había vivido, sin embargo, temblaba de la cabeza a los pies en un mar de mareo, sentía cómo cada célula de mi cuerpo se desintegraba, la vida se me iba de las manos con cada respiro, pero en ese momento, lo único que quería era morir.

Entonces volteé y lo vi, la bestia me miraba y yo la vi directo. En ese momento sólo corrí, por mi vida y nada más, hacia un lado y hacia otro, mientras el sudor inundaba mis mejillas, y el llanto me desgarraba por dentro como cuchillas que cortaban mi ser. A mi al‐rededor todo era obscuro y de la penumbra emergían las siluetas gri‐ses de las ánimas, y mientras corría podía sentir su mirada posada en mi dolor.

Al despertar me di cuenta que no ocurría en esta realidad, porque todo había sido un mal sueño. Procedí a pararme de la cama para buscar un poco de comida, algo que me satisficiera y un poco de azú‐car. Aún temblaba, aún podía sentir la emoción, pero poco a poco fue disminuyendo, y fui recobrando el sentido y el control.