1 minute read

Juan Rogelio DE LOS DEMONIOS

Me incorporé. Estaba sudorosa y muy espantada. Tenía la respiración agitada y creí que se me iba a salir el corazón, debido a lo fuerte que sentía que golpeaba contra mi pecho. Nunca antes, como esa noche, había podido abrir los ojos tanto como lo hice esa vez, después de haber dormido. Tampoco, hasta antes de esa noche, me había asustado tanto. Y menos aún me había ganado el sentimiento como esa vez. Fue por eso que, en cuanto vi a mi mamá, igual que si tuviera yo cinco años, me abracé a ella.

No dije nada, y me puse a llorar contra su pecho. Sentí cómo ella me daba en la espalda unas palmaditas, que me devolvía el abrazo y que me apretaba contra su pecho. Igual sentí que sus manos me acariciaron el cabello, como para que me calmara.

Advertisement

—No pasa nada, hijita — oí que me dijo. Ya. Ya. Ya pasó. Fue nada más una pesadilla, mi niña.