Letras Públicas Número 3 - 2020

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Letras públicas MARZO 2020 — AÑO 3 — NÚMERO 1

Servando Clemens - Rigardo Márquez - Percy Taira María Robenolt - Yobani García - Andrés Armas Víctor Parra - Jota Jota Conus - Claudia Baralla Eva Ruiz - Octavi Franch - José Antonio Samamé 1 Manuel Serrano


EDITORIAL La palabra es la forma con

puede inquietar, emocionar y

que el ser humano expresa sus

hasta conmocionarnos. Esto

pensamientos y emociones.

se aprecia claramente en

Pero una palabra puede ser

esta antología, que cuenta

volátil y esquiva si no nos

con

conectamos

España, Uruguay, Perú, Chile y

con

ella.

Un

autores

de

México,

escritor esculpe con cuidado

Argentina,

las palabras, dándoles forma,

aportando

impresiones

armándolas y desarmándolas

sentimientos

de

hasta

cultura.

conseguir

que

se

cada su

uno valiosa

Contamos

escritores

que

e

edades, algunos aún niños,

cuando

por lo que cada cuento tiene

importancia. esta

significado Solo

conexión

emocional

es

cuando

las

un encanto especial.

entre la palabra y el escritor se produce,

todas

con

transformen en una expresión tenga

de

y

Todas

las

historias

los

nos

conmoverán, cada una a su

encontramos frente a una

modo, pero tengan la certeza

auténtica

de

que cada escritor los tomará

literatura. La palabra escrita

de la mano y los llevará a un

deja huella y produce un

mundo de fantasía y ensueño

intercambio entre el lector y el

donde todo podría suceder.

muestra

autor. Esta interacción nos

Silvia Fernandez, editora. 2


ÍNDICE

¿Dónde jugarán los niños? …………..………………5 Fufi la jirafa………………...….………...…………….12 Wampy, el murciélago miedoso….………...……16 El negro……………………………………………...…21 El lobito protector…………………………………….25 Della y el campesino……………………………..…27 Mariposa……………………………………………….32 Que en paz descansen……………………………..37 El duende y el sombrero de oro…………………..40 La rana de oro………………………………………..44 Las mantis versus el tubo……………………………47 Los astronautas……………………………………….49 Merlina………………………………………………….51 Adjetivos que duelen………………………………..55

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EQUIPO LETRAS PÚBLICAS

COORDINACIÓN GENERAL DISEÑO Y MAQUETACIÓN

COMITÉ EDITORIAL

Zacarías Zurita Sepúlveda

Zacarías Zurita Sepúlveda

@zzurita

Silvia Alejandra Fernandez Jorge Jeria Conus

EDICIÓN

Silvia Alejandra Fernandez

Fanzine literario Letras Públicas es un proyecto sin fines de lucro, por lo que no tiene ingresos monetarios. Todos los cuentos son propiedad de sus autores.

En esta edición, ilustraciones por Claudio Rocco Placencia Instragram: el_rocco, excepto en las que se indicadas al pie de ellas.

fanzineletraspublicas@gmail.com

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¿DÓNDE JUGARÁN LOS NIÑOS? Rigardo Márquez

La nocturnidad es un reino utópico para el miedo; es algo instintivo en nuestra especie temer a la oscuridad. Sin embargo, quizás en la infancia, este sexto sentido aún está en desarrollo, o al menos, así es en algunos casos. Los tres amigos se habían encontrado frente al parque abandonado pasada la medianoche. A pesar de no tener más de doce años, su curiosidad era abismal. Los niños dejaron sus bicicletas escondidas y se acercaron a la entrada para inspeccionar que no hubiese señales de vida. Luego tomaron el camino secreto, ese del cual 5


todos hablaban en la escuela. Una vez dentro Josef, Alicia y Santiago observaron con detenimiento el lugar. Una lúgubre neblina cubría la mayoría del sitio y los sonidos eran íntimamente nítidos ante la ausencia de personas. El grillar de los insectos podía escucharse tan fuerte que taladraba los oídos; la maleza reinaba por doquier. Nada quedaba de los años de gloria del parque; los columpios estaban llenos de enredaderas y la base estaba oculta entre matorrales que habían devorado los asientos. La diminuta luz de la linterna de Santiago lloró a través de aquella negrura pues las tinieblas revoloteaban por dondequiera; los juegos con forma de animales se habían deformado por la basura y la suciedad. —La expedición ha sido un éxito—vitoreó Josef. —Lo hemos logrado. Ahora que tenemos el parque embrujado sólo para nosotros, podremos jugar toda la noche —anunció Alicia. —Sí, sólo debemos regresar antes del amanecer, para que nuestros padres no se enteren —agregó Santiago. Los amigos siguieron explorando y encontraron una resbaladilla. No obstante, el final de dicho aparato daba hacía un pequeño charco de agua pútrida. De súbito la luz de la luna acunó la exploración de los niños, que sin querer se adentraron demasiado en la zona más alejada. Allí los árboles eran tan altos que el viento producía en ellos un sonido espectral. Los pequeños creyeron distinguir sombras que danzaban en la parte superior de las ramas. Aunado a esto se oyó el ulular de los búhos que terminó por enchinarles la piel. Decidieron regresar. Unos pasos se hicieron presentes provenientes de entre unos arbustos y 6


los tres amigos intentaron ignorarlos, pero un horrísono aullido les hizo entrar en pánico. Pequeños bramidos les acompañaban allí por donde iban. —Escuchaste eso ¿verdad? Sabes lo que es ¿cierto? — musitó Santiago. —Claro, no estoy sordo, pero no puede ser —replicó Josef. —Quiero irme a casa —chilló Alicia. —Vamos a morir —dijo Santiago. —No, sólo debemos llegar hasta las bicicletas —indicó Josef. —¿Estás loco? Es un hombre lobo, nos hará pedazos antes de llegar —respondió Santiago. —¡Ya no puedo más, quiero a mis papás! —gritó Alicia. —Yo lo distraeré, ustedes vayan por ayuda —ordenó Josef, recogiendo varias piedras para usarlas contra aquella bestia. Los otros niños emprendieron la retirada de manera sigilosa. Por su parte Josef retó a la criatura: —¡Vamos, ven por mí! Entonces una sombra abisal se abrió paso por entre la hierba hacía Josef, quien lanzó contra su enemigo su arsenal pétreo. Únicamente se escuchó un chillido, pero aquella cosa siguió su andar, por lo que el niño corrió con todas sus fuerzas. Mientras huía le pareció oír voces guturales, gritos macabros y murmullos espectrales. La bestia le pisaba los talones y rogó a Dios para que le ayudase. Él se había arrepentido de corazón de no haber

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hecho caso a sus padres sobre no salir a escondidas por la noche. Juró para sus adentros que, si salía de esta, obedecería siempre a su familia. El pequeño rodó por una depresión en la tierra hasta dar con la reja que separaba al parque del exterior. Josef se dio cuenta de que no podría escalar y se resignó a morir. Allí frente a él pudo ver un par de ojos escarlata que ardían como el infierno mismo. Un rugido emanó del hombre lobo y sus fauces se hundieron en el brazo del pobre niño. Josef sintió un ardor insoportable, pero aun así vendería cara su vida. Tomando una botella rota se la clavó en el rostro a la bestia, que emitió un alarido. El niño halló un agujero en la parte inferior de la reja por donde logró salir. Así reemprendió su huida abandonando el parque. Una vez en la avenida principal se detuvo en varias casas pidiendo ayuda, pero nadie le respondió. Fue casa por casa, golpeó las cortinas metálicas de las tiendas, pero ni un alma acudió en su ayuda. Pronto sintió un cansancio terrible y tomó un respiro tratando de descansar. Pero un depredador nunca abandona la cacería de su presa. Un aullido estremeció el corazón del niño que, al voltear, se percató de que la bestia se encontraba detrás de él. Retrocedió lentamente, pero el hombre lobo se irguió en toda su extensión para lanzarse contra el pequeño. Josef cerró sus ojos, pensando en su amada madre, cuando un golpe abrupto resonó con violencia haciendo que este se desmayase. 8


Cuando Josef recobró el sentido se hallaba en la parte trasera de una ambulancia, estaba siendo atendido por los paramédicos. Sus amigos estaban a su lado llorando de alegría al verle despertar. —No, no pueden llevarme a casa, aléjense de mí, el hombre lobo me mordió, ahora estoy maldito, no quiero lastimar a mis padres —gritó el niño. —¿De qué hablas? Los hombres lobo no existen. Ya estás a salvo —indicó el hombre que le tomaba la presión. —Yo lo vi. Tenía los ojos rojos, enormes mandíbulas y aullaba a la luna. Yo me volveré un monstruo —aseveró Josef. —No era un hombre lobo y te lo demostraré. Oficial, disculpe, ¿podría decirle a este pequeño quién fue el que lo atacó? —solicitó el paramédico. —Tuviste suerte niño, no debiste andar por allí a esas horas. Mira, ven. Lo que te atacó fue un perro con rabia —indicó el policía. mostrándole al enorme canino que había sido atropellado por un conductor, salvando así a Josef. —¿Entonces estaré bien? —preguntó el niño. —Sí; ya recibiste la inyección contra la rabia y tus padres pronto llegarán —respondió el oficial. El policía se dirigió a la patrulla para decirle a su compañero. —¡Hombres lobo! Estos niños y sus fantasías, espero que con esto aprendan a obedecer a sus padres y no salir solos de noche. ¿Pequeños jugando a medianoche en un parque desolado? ¡Por Dios! Cada vez están más

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locos. Yo me pregunto… y mañana ¿dónde jugarán los niños? Rigardo Márquez Luis (México, 1985). Estudió Criminología y Criminalística en la «Necroboros» (2017). Antología “No tan muertos” en honor a George Romero. Revista The Wax «Ordo Satanachia» (2017). Antología “Horror Queer” Editorial Cthulhu. «El monstruo era el humano» (2018) Antología, Editorial Cthulhu. «Entre las milpas» (2018) Revista digital Penumbria. «La granja de la familia Porcel» (2019) Antología Cerdofilia, Editorial Cthulhu. «Juegos Macabros» (2019) Antología digital, Revista Revista Aeternum. Correo: criminologo_marquez@hotmail.com Página: https://www.facebook.com/Rigardo-M%C3%A1rquez1984320828446884/

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FUFI LA JIRAFA Servando Clemens

Mary se levantó a una de la mañana con el pijama sudado. Creyó haber escuchado ruidos. Quiso gritarle a su mamá, pero la señora trabajaba de noche en una empresa extranjera. De modo que Mary tenía que arreglárselas ella sola. —¿Hay alguien en mi habitación? —preguntó la niña, mientras bajaba de su cama. La pequeña revisó el armario, los cajones y debajo de la cama. No había nada. Sólo el canto de los grillos rompía el silencio. —Fue mi imaginación —dijo Mary—. Debo regresar a la cama y dormir. Mamá ordenó que no me levantara y que por nada del mundo abriera la puerta de la calle. Ya soy una niña grande. De pronto, oyó un sonido en la caja de los juguetes. —No puede ser —dijo la niña—. Mamá aseguró que los fantasmas eran producto de mi imaginación. ¿Qué hago? —Hola —saludó alguien— ¿Por qué estás despierta? Mary giró la cabeza hacia la esquina de la habitación y miró a una jirafa de peluche salir de la caja. —¿Quién eres? —preguntó Mary. —Soy Fufi. —¿Qué haces aquí? —Aquí vivo —dijo Fufi, una jirafa. —Nunca te había visto por aquí. ¿Usas baterías? 11


La jirafa subió a las piernas de Mary. Muchas veces he venido a visitarte, pero tú me confundes con fantasmas. Y no, no uso pilas. —¿Vienes a jugar conmigo? —No, yo vengo a cuidarte. A velar tus sueños. Digamos que soy tu guardián. Debes dormir para ir a la escuela. —¿Quién te dijo que me cuidaras? —Tu abuela me lo pidió. Tu mamá tiene que trabajar porque ustedes dos viven solas. —Pero no tengo sueño. —Recuéstate, respira hondo y cuenta jirafas saltando nubes. —¿No eran borregos saltando un cerco? —Hazme caso, Mary. Yo tengo experiencia en dormir como los ángeles. —Pero tengo miedo. —Yo te cuidaré mientras duermes. Los demás juguetes también lo hacen, pero esta noche, a mí me tocó montar guardia. 12


La niña se acostó, cerró los ojos. Respiró y contó jirafas saltando nubes rosas de algodón. —Descansa —dijo Fufi—. Yo estaré a tu lado para protegerte. La jirafa empezó a cantar una canción de cuna. Al poco tiempo Mary se quedó dormida. La madre de Mary llegó a las cinco de la mañana. La señora encontró a su hija abrazando a una jirafa que no recordaba haberle comprado a su niña. —¡Qué extraño! —Dijo la señora—. Se parece a la jirafa que yo tenía cuando era niña. ¿Cómo se llamaba? La mamá de Mary observó de cerca al peluche. —Recuerdo que una noche en la que tenía pesadillas se me apareció y me reconfortó. Es muy extraño. La señora volvió a colocar a la jirafa entre los brazos de su hija y reflexionó. —Ya no volveré a dejarte sola por las noches —dijo, besando la frente de Mary—. Buscaré otro empleo aunque gane menos dinero. La jirafa Fufi sonrió. Servando Clemens (México-1981) Estudió administración de empresas y es propietario un gimnasio. Interactúa activamente en diversos grupos, blogs y páginas de escritura. Ha participado en varias revistas digitales e impresas a nivel nacional e internacional. Puedes leer más de sus relatos en la página de Facebook llamada "Ficcbook". Sus temas favoritos son los referentes a la ciencia ficción, misterio, realismo no tan mágico y el terror. Actualmente promociona su libro en Amazon denominado "Ficcbook, colección de cuentos" donde mezcla varios géneros literarios.

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WAMPY, EL MURCIÉLAGO MIEDOSO Octavi Franch

El

padre de Héctor era psicólogo, logopeda y

veterinario. Por todo ello, en casa de Héctor siempre había un montón de animales de todo tipo, desde los domésticos de toda la vida como perros, gatos o tortugas, hasta los salvajes del bosque o de la selva: lobos, papagayos o, incluso, delfines en la bañera. Pero no fue ni un tiburón —no son tan malos como los pintan— ni un tigre de Bengala ni un elefante de África, el animal que llamó la atención del niño; no, más bien no; fue un murciélago llamado Wampy. Wampy tenía hora en la consulta del doctor Massip — el padre de Héctor— a última hora: ocho y media de la tarde. Como la madre de Héctor trabajaba hasta casi la noche en una tienda de ropa del centro de la ciudad, el niño ayudaba a su padre hasta que ella llegara a casa. Su tarea consistía en abrir la puerta de la calle cuando llegaban las visitas y acompañarlas hasta la salita, a la espera de que su padre terminara con el paciente que estaba atendiendo e intentado curar. A las ocho y cuarto, sonó el timbre.

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Héctor, que estaba leyendo el último cómic de Star Wars en el sillón del comedor, a la vez que cenaba una hamburguesa con mucho tomate, dio un salto y fue a abrir la puerta. Se quedó boquiabierto contemplando al animal que había llamado al timbre: ¡Era un murciélago! Nunca había visto ninguno de tan cerca ¡ni en la consulta de su padre ni en ninguna parte! ¡Cómo fliparían sus amigos y compañeros de clase cuando se lo contara! — Buenas tardes —dijo el murciélago, con la mirada triste—, soy Wampy y tengo hora con el doctor Massip... —Buenas tardes, señor Wampy. Pase, pase, por favor, que mi padre enseguida le atenderá... Ambos, el niño y el animal, caminaron hasta la salita donde esperaban los enfermos que era necesario que sanara el doctor Massip. Ninguno de los dos, sin embargo, dijo nada. El niño por prudencia y el murciélago por vergüenza. —Espere aquí, por favor. Mi padre le visitará en un momento... —Gracias... —dijo agradecido el murciélago, mientras se secaba las lágrimas con un ala. Héctor, como no quería molestarle, volvió a la lectura de su tebeo de La guerra de las galaxias, con su héroe favorito: Han Solo. Justo antes de girar página, no pudo seguir leyendo: el llanto del murciélago le hacía tanta pena que no lo pudo resistir y fue hasta la salita para tratar de calmar al pobre señor Wampy. —Señor Wampy, ¿Qué, no se encuentra bien? ¿Qué puedo ayudarle en algo? —le preguntó, muy alarmado, Héctor.

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—Gracias, chico, pero mi enfermedad no tiene cura... Es de nacimiento, ¿sabes? —Ah... ¿Y qué le pasa, exactamente? —Tengo miedo... Mucho miedo... —¿De qué? Porque todos tenemos miedo a algo en esta vida... —Sí, pero yo tengo pánico a la sangre, tú dirás... ¿Verdad que es muy triste? Soy tan desgraciado, pobre de mí... Héctor no salía de su asombro. ¡Un murciélago que tenía miedo a la sangre! ¡Eso sí que era una pasada! ¡Debía de ser el único de todo el planeta! Le daba tanta lástima el señor Wampy... —Usted no se preocupe, mi padre lo curará en un santiamén. Ya lo verá, ¡confíe en mí! —No sé... Ya he ido a tantos médicos... Estoy a punto de perder la esperanza... — afirmó Wampy, cabizbajo. —Venga, hombre, no se ponga así... Dese otra oportunidad. ¿No cree que se la merezca? —Quizá sí... —Sabe, haremos una cosa, si me lo permite, claro: vamos a jugar a engañar al miedo. —¿Cómo?—preguntó el murciélago, intrigadísimo por la propuesta del niño. —Ahora vuelvo, no se mueva... Mientras Wampy se quedaba alucinado con la apuesta de Héctor, éste fue a la cocina, cogió el bote de kétchup y se lo tiró por encima, desde la cabeza hasta los pies, todo bien empapado de salsa de tomate. Cuando regresó, el murciélago, primero asustado de verdad, pero 17


después extrañado porque el miedo no era tan fuerte como de costumbre, se acercó a él como quien no quiere la cosa. De pronto, Wampy empezó a oler al niño. Héctor, por su parte, no se movía: solo cerró los ojos y esperó a que el animal actuara. Al cabo de tres segundos, Wampy lamió todo el cuerpo del niño, sin hacerle ningún daño, al contrario: lo llenó de cosquillas que Héctor no pudo aguantar y terminó sobre el parqué de la salita casi meándose de la risa. Mientras tanto, el murciélago también comenzó a reír con el morro todo rojo. —Gracias, no sé cómo lo has hecho, ¡pero me has curado! ¡Ya no tengo miedo de la sangre! ¡Por fin soy un murciélago de verdad! ¡Ya no se reirán de mí mis compañeros de cueva! Cinco minutos más tarde, un pingüino friolero salió del despacho del doctor Massip. A continuación, después de dar la mano uno y la aleta del otro, el padre de Héctor preguntó a su hijo: —¿Que no tenía otra visita? —Sí, pero se ha tenido que ir. Me parece que ya no está enfermo... —¿Y eso? —No era tan grave como él creía... Octavi Franch (Barcelona, 1970) Escritor de todos los géneros en todos los formatos. Ha publicado unos 75 libros y ganado más de 100 premios literarios. Retirado de las letras por motivos laborales durante 7 años, en 2015 resurgió de la penumbra. Actualmente está acabando de reeditar su obra en catalán, publicándola en castellano y empezando a editarla en inglés. Además es dramaturgo, guionista audiovisual y articulista. También lleva a cabo, por encargo, cualquier función dentro del sector editorial. 18


EL NEGRO Yobany García Medina

El Negro tenía el pelaje de su madre y los ojos de todo aquel que le diera un poco de comida. Su cuerpo flaco y su tamaño de bolsillo lo imposibilitaban para defenderse de otros perros. Por esta razón, la mayor parte del tiempo se la pasaba debajo de los coches o se metía al patio de doña Esperanza: una viejita a la que le encantaba cuidarlo. Bueno, ahora, porque antes cuidaba de sus hijos, hasta que cada uno formó una familia y se fueron lejos de ahí. Pese a ello, el Negro no era perro de nadie, sino de todos. Aunque el cachorro había adoptado a doña Esperanza como su legítima dueña, todos en la colonia sabían que tanto don Pablo, el dueño de la ferretería, como Agustín, el muchacho de cabello largo que escuchaba música rara, tenían algo de familiaridad con él. En la colonia vivía un joven que tenía poco tiempo de haberse mudado y, sin duda, se negaba a adaptarse a las costumbres de los vecinos; la principal: cuidar al Negro. Cada mañana, muy tempranito, el Negro salía a inspeccionar el lugar, andaba por aquí y por allá con la nariz pegada al suelo: olía la basura, los árboles, los postes y algún que otro teléfono público evitando, con astucia, la vista de otros perros. 19


El problema era que a la misma hora el joven salía a correr. Daba dos o tres vuelta en el parque de la colonia y, obligadamente, se encontraba con el perro. Esta era una situación que le resultaba molesta pues, como es costumbre de los perros bien educados, siempre se acercaba a saludarlo con la cola como abanico y con la lengua de fuera. Quizás era el aspecto del perrito, como de sombra con pelos, lo que le incomodaba al muchacho o, simplemente, no le agradaba; la cuestión es que cuando el Negro intentaba saludarlo le contestaba, como es costumbre de las personas cultas y políglotas, con un ¡Fuchi!, ¡Fuchi! El Negro, aunque era muy listo, no entendía otros idiomas, así que le colocaba las patas delanteras en sus piernas y comenzaba a lamerlo hasta que el joven lo alejaba con una patada. Así pasaron semanas y meses, pero cierto día el joven no salió a correr; en su lugar una camioneta blanca y vieja daba rondines por el parque. Los hombres que se encontraban dentro de la camioneta vieron de lejos acercarse a un perro flaco, feo, negro y, lo más importante, sin placa. Como tenía como legítimo dueño a la colonia entera, nunca tuvo la necesidad de una placa que lo identificara. Así que los sujetos bajaron del vehículo con un palo que en la punta tenía una cuerda en forma de O y emboscaron al pobre perro. Aunque esto no fue necesario. El Negro, con toda ingenuidad, no pudo olfatear el peligro y como su educación no tenía límites, se acercó a saludarlos. Sin 20


previo aviso lo tomaron por el cuello y lo aventaron en la parte trasera de la camioneta, donde había otros tantos perros flacos y feos. Rápidamente guardaron su equipo, abordaron la camioneta y se fueron sin alboroto. A las ocho en punto, doña Esperanza se convertía en el despertador de la colonia, comenzaba a barrer el pequeño pedazo de banqueta que le correspondía, mientras le gritaba al Negro a todo pulmón para que viniera desayunar. Esa mañana no llegó, ni la siguiente, ni la siguiente. Doña Esperanza moría de tristeza y nadie sabía en dónde andaba el perro. Cierto día, doña Esperanza salió a ver si de pura casualidad el Negro regresaba, pero no ocurrió. Se encontró al joven, que pasaba cerca de su casa. La señora con la ilusión de que él lo hubiera visto, le preguntó: ―Joven, joven, ¿no ha visto al Negro? El muchacho frunció el ceño y le contestó con una pregunta: ― ¿El negro? ―Sí, un perrito que todas las mañanas venía a desayunar a mi casa, casi, casi yo era su dueña, aunque toda la colonia lo conocía. ―¡Ah! No, no… señora, no lo he visto. El joven notó que a doña Esperanza se le inundaban los ojos de lágrimas cuando hablaba del Negro. Se sintió mal y su corazón se llenó de remordimiento. Se despidió apresurado y fue a buscarlo al lugar donde se lo habían llevado. Él había llamado a la perrera y por su culpa doña Esperanza se veía muy enferma. Sin embargo, al llegar al lugar, ya era

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demasiado tarde. Algo le había pasado al Negro. Ya no estaba y no supo qué hacer. A la mañana siguiente, salió a correr como de costumbre y, como nunca, al volver pasó a saludar a doña Esperanza e incluso aceptó desayunar con ella, ésa y otras tantas mañanas. Asimismo saludaba a don Pablo, al chico de cabello largo que escuchaba música rara y a todo vecino que se le cruzara en el camino. Inevitablemente el Negro le había enseñado algo de buenos modales. Yobany García Medina (Estado de México). Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas, FES-Acatlán (UNAM). Es miembro fundador del Seminario Permanente de Metaficción e Intertextualidad (FES-Acatlán) y ganador del 1er. certamen de minificción “Fantástica Lascivia”, UNAM, 2013. Además de ser galardonado con el Premio Nacional de Poesía “Rogelio Treviño” en 2017, con el poemario Sótanos del insomnio. E-mail yobany.jmg@gmail.com Facebook https://www.facebook.com/yobany.aicrag Blog https://liberoamerica.com/author/yobanygarmed/?fbclid=IwAR2 df8CtnlApwcvu-i5hj-bp9t4GJzZnb9dQCZ_xppbgfBTUhA71-vYnJic

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EL LOBITO PROTECTOR María Elisa Robenolt Lenke

Bandit era un perrito Husky, de esos que viven en Siberia, pero él vivía en la ciudad. Disfrutaba cada mañana sus caminatas; su lugar favorito era el parque. Oler las flores, mirar aves, correr tras ellas, especialmente cuando su ama le sacaba la correa y lo dejaba correr suelto en el parque. Todo era diversión para Bandit, oler flores, explorar y morder ramitas caídas. Pero a veces esa diversión se terminaba cuando llegaban los otros perritos a molestarlo y burlarse de él. La realidad era que le tenían miedo, porque Bandit se veía como un lobito y preferían alejarse de él a que Bandit se enojase y los mordiera. Creían que riéndose de él, Bandit iba a asustarse. Pero Bandit era demasiado inteligente para dejarse intimidar por ellos. Y aunque, a veces, se ponía triste y le costaba entender porqué no lo dejaban jugar con ellos, él prefería la inocencia de las flores y mariposas. Pero un día llegó Bandit al parque y encontró a todos los perritos asustados en una esquina. Al acercarse, descubrió que un coyote malo se había metido al parque a asustar a los perritos. Decidió entonces aullar como lobo y asustar al coyote malo. Enojado, el coyote lo miró a los ojos y se fue temblando. 23


Desde ese día, Bandit fue aceptado y respetado en su manada. Desde entonces todos lo llaman cariñosamente el Lobito Protector. María Elisa Robenolt Lenke nacida en Montevideo Uruguay. Sus más recientes publicaciones incluyen, “Cuentos de Misterio, Suspenso y Horror” México. “Voces Selectas “Argentina. “Ensamblando Palabras 2018” Argentina. “Todos Somos Inmigrantes”, México.” Palabras, Sueños e Historias” Estados Unidos. “Agua Fuerza de Vida” Uruguay. Pikkara magazine, España. Ganadora del Concurso Internacional Caños Dorados de Fernan Núñez, Córdoba España 2019. Correo Electrónico: Marialrobenolt@gmail.com Redes sociales: https://www.facebook.com/maria.lenke

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DELLA Y EL CAMPESINO José Antonio Samamé Saavedra

Un

día,

como

de

costumbre, Della —la reina de la colmena de un lejano lugar llamado Reque— salió muy temprano a trabajar a los campos del florido y caluroso norte, junto con sus amigas, mientras entonaban una hermosa canción; después de laborar con mucho júbilo, se retiraron a la colmena, para continuar la ardua labor de alimentar a los pequeños potenciales y futuros polinizadores de Ilustración: Jhomar Carrasco Mori aquel enjambre. Al día siguiente, desde muy temprano, Della y los miembros de la colmena continuaron muy alegres, cantando y polinizando el hermoso jardín. Sin embargo, aquel trabajo se vio obstaculizado por la acción de un campesino, quien poseía un artefacto con una manguera para rociar a los árboles y flores; pero la reina 25


Della, restó importancia y decidió continuar con su encomiable labor. No obstante, la reina se sorprendió al notar el desgano y malestar de sus amigas, cuando cantaban y trabajaban en el jardín; ya no transmitían la armonía a la naturaleza, como solían hacer. Sin embargo, la abeja reina se dio cuenta que sus súbditos estaban perdiendo el control de sí mismos. —¡Cuidado, amiga Pía, cuidado! ¡Cuidado que se estrelle contra las ramas del viejo árbol! —gritaba muy preocupada Della. —¡Auxilio! ¡Me duele la cabeza! —decía la perturbada abeja, quien yacía tendida sobre la tierra. —¡Cuidado, Tino, que te estrellas contra el tallo del girasol! —decía aterrorizada la reina Della. —¡Me duele el abdomen, reina mía! ¡Mis antenas han perdido la sensibilidad! —decía la desorientada abeja, quien yacía estrellada sobre las enormes ramas del árbol. —¡Cuidado! Algo está pasando en este lugar y debo averiguarlo. ¡Xía, Matilda, Lino y Betina, ayuden a sus amigas y amigos heridos, llévenlos de inmediato a la colmena para atenderlos! —ordenó, de forma efusiva, la abeja reina. A la mañana siguiente, la abeja reina llegó al lugar muy preocupada y acompañada con Xía y Lino, quienes la escoltaban de los peligros existentes en el campo. Los visitantes se quedaron observando lo que pasaba en el lugar y detectaron que, tanto las hermosas mariposas, orugas y demás insectos rastreros, así como los

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espectaculares colibríes, habían sido exterminados; otros caían atontados contra el suelo. La reina Della se dio cuenta que el hermoso y tentador jardín se había convertido en una gran trampa mortal. La abeja decidió aguardar pacientemente al culpable de tal acto atroz, para hacerlo responsable de la contaminación de los campos. —Oye, tú, cruel humano, ¿qué haces? Te has propuesto acabar con todo lo que te rodea —le decía muy enojada Della, la abeja reina. —¿Por qué me dices eso? abeja ¿De qué me acusas? —le respondió sorprendido el campesino. —Has envenenado y enfermado a la colmena, las mariposas, los colibríes y demás insectos —le replicó mortificada Della, la abeja reina. —Sólo lo protegía de la plaga —le respondió el campesino. —Aquella no es la forma de proteger el campo, arrasarás con todo y envenenarás a los tuyos también — le explicó aún molesta la abeja reina. El campesino se quedó mudo y preocupado al escuchar a nuestra valiente amiga Della, sobre los problemas que estaba ocasionando en la naturaleza. A partir del mencionado suceso, Franco —el campesino— cambió los métodos clásicos de la agricultura, apoyándose en cuidados modernos, naturales y ecológicos del campo, para no acabar con las abejas, las mariposas, ni otros seres vivos que dependan de ella, a fin de proteger el ecosistema.

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Ahora Della sale muy temprano a trabajar por los campos del florido norte, acompañada con sus entrañables amigas; mientras entonan una hermosa canción: La la la la la nuestra colmena está polinizando ya, las hermosas flores con amor y pasión. La la la la la una mariposa mil colores, nos acompaña para dar a la mañana, color e iniciar un festival. La la la la la un colibrí, se acerca al geranio y se suma ya, a polinizar las plantas de la vida, con amor. José Antonio Samamé Saavedra (Lambayeque, Perú 1983) Publicó la revista Magazine Económico. Publicó el libro Sobrenatural; participó en antologías: “Para no leer de noche ni en este mundo”, Primera antología de cuentos; “El Peruano Invisible”, Revista Fantastique; Fanzine de la revista Espejo Humeante; Revista Ultra; Revista Teoría Ómicron y Revista Caltiki Magazine. LINKS: https://www.facebook.com/xavierjackboggio https://www.facebook.com/joseantonio.samamesaavedra.54 https://www.facebook.com/profile.php?id=100016854878512

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MARIPOSA Manuel Serrano Valencia

Hace muchos años vivían unos seres alados muy bonitos. Eran, lo sé porque lo he visto en los libros, preciosos. Tenían dos alas, dos antenas, un cuerpo delgadito y patas finas para agarrarse a las cosas. Y una trompa que les servía para comer (se dice libar) el néctar de las flores. Pero esos animalitos, que se llamaban mariposas, desaparecieron. La gente dice que, por culpa de los insecticidas, otros que por la radiación del sol incluso hay quien dice que fue por culpa de la última explosión nuclear. Pero qué le vas a hacer. Nuestra sociedad es triste, sin colores. Ya no tenemos mariposas. O no teníamos. Hace unos días vimos en casa un extraño ser. Era como un pegote de tierra húmeda que se arrastraba por el suelo. A mamá le daba asco “aquello” y quería que se lo quitara de en medio. Lo recogí, lo puse en una caja y salí a buscarle algo para que pudiera comer. De casualidad encontré unas hierbas que se llaman lechugas. Cogí cuatro hojas y se las llevé. Diez días después, aquel bicho había desaparecido. El muy desagradecido se había ido. No lo podía creer. Yo lo había cuidado y él se había marchado sin decir nada. Qué ingrato. Ya iba a tirar la caja cuando vi que en una esquina había una especie de bola hecha de algo como pelos. Me dio asco, pero no lo toqué. Tampoco lo miré más. 30


Ayer vi salir uno de esos seres con alas, delicados y diminutos que decía mi libro: una mariposa de bellos colores. Volaba llevada por el viento. Hacía picados, tirabuzones, planeaba y vino a posarse sobre mi nariz. Las patitas me hacían cosquillas. —Necesito una flor —me dijo— tengo hambre. Miré por todos los lados y no vi flores. Las únicas que conocía estaban pintadas en los carteles de las calles. —No hay flores —le dije—. Nunca ha habido flores. —No puede ser. Tiene que haber o si no yo no estaría aquí. Vamos a investigar. La mariposa se puso en mi hombro y salimos a buscar una flor. Caminé casi toda la mañana sin encontrar ninguna. La mariposita estaba cada vez más débil y le costaba mantener las alas levantadas. —No te preocupes, mariposita, te conseguiré una flor. Al llegar a casa, la mariposa se había dormido de puro hambre. —¿Eso que llevas ahí —dijo mamá señalando mi hombro— es una mariposa? —Sí, mamá, pero se muere de hambre. No hemos encontrado flores para que pueda comer. —Hace muchísimo tiempo que no veía una. Es preciosa. No te preocupes, conozco a alguien que tiene flores. —¿Flores de verdad? —Sí. Es un señor muy mayor que las conserva de cuando era joven. Vamos corriendo a decírselo. Salimos de casa, atravesamos la calle y llamamos a la puerta del anciano. Con paso muy lento se fue acercando a la puerta. 31


—¿Quién va? —Señor Tanaka, le traemos algo que le puede interesar —dijo mamá. El anciano abrió la puerta y se encontró con nosotros y la mariposa. —¡Oh, Dios mío! —exclamó—. Hace cuarenta años que no veía una. ¿De dónde la han sacado? —Me encontré una cosa extraña y salió de allí, está muy débil. No ha comido en todo el día. —No te preocupes. Tengo la solución. —Mamá dice que tiene flores. —Sí, tengo cuatro y como casi no veo, no puedo polinizadas bien. Creo que, si no me ayuda alguien, pronto morirán. —¿Y eso lo puede hacer la mariposa? —Pues claro. Mira, con las alas entran en las flores a libar el néctar y a la vez se llevan el polen. Cuando van a otra flor, rozan las alas con los estambres de las plantas y así van repartiendo el polen. Después nacen plantas que darán flores. —¿Usted cree que nuestra amiga le ayudará a hacer eso? —Si conseguimos que se anime y coma, sí. El señor Tanaka la dejó con cuidado encima de una flor. Al momento pareció que olía su fragancia. Levantó las alas con mucho trabajo, se incorporó y metió la cabeza en el cáliz de la planta. Al cabo de un rato, la sacó y se limpió la cara con las patas. Al salir estaba resplandeciente de bolitas pequeñas que brillaban al sol.

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Batió las alas con fuerza y se marchó a otra flor a seguir comiendo. —Si todo va bien, dentro de nada tendremos más flores. Ella solita lo ha hecho—dijo el anciano. Le dejamos la mariposa al señor Tanaka y nos marchamos muy contentos. Yo había visto una mariposa y flores. Nunca pensé que las pudiera ver. Dos días después volví a verla. —Tu mariposa murió ayer —dijo el anciano. —¿Por qué? —dije mientras lloraba. —Mira, las mariposas viven muy poco tiempo. El justo para comer y poner unos huevos pequeñitos de los que saldrán las larvas que después serán gusanos y más tarde se convertirán en mariposas. —¿Sí? —Sí. Es un proceso muy bonito. Si quieres lo puedes ir viendo cada día a la salida del colegio, después de hacer los deberes. Cuando me dieron las vacaciones de verano, la casa del señor Tanaka era un sitio precioso donde decenas de flores y centenares de mariposas vivían felices. Las mariposas volaban alegres y pequeñas orugas iban creciendo sobre lechuga fresca. Un día una de esas hermosas criaturas se escapó y después otra, más tarde otra y comenzaron a volar entre las casas y la gente que se quedaba maravillada. Por algo que casi nadie comprende, al cabo de algún tiempo comenzaron a aparecer flores y cuantas más flores había, más mariposas alegraban la vida de las oscuras personas que allí vivíamos. 33


Manuel Serrano Funes. Soy maestro retirado. Participo en varios colectivos de escritores y poetas. Publico en Internet y tengo publicados dos libros para niĂąos en WebbleBooks. Mi mail es msfvlc@gmail.com.

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QUE EN PAZ DESCANSEN Jota Jota Conus

Hace mucho tiempo, había un zorzal al que le gustaba cantar todos los días sobre una verde ligustrina para despertar muy temprano a su Aurora Alba, de quien se sentía profundamente enamorado. Ella le correspondía, pues se juntaban a las cuatro en punto de la madrugada. Sin embargo, la rutinaria melodía Ilustración Brandon Varas Dupre de sus rítmicos trinos terminó por desesperar a los vecinos, quienes probaron los más diversos remedios para combatir lo que consideraban un maleficio. Desde tapones para los oídos 35


hasta balazos dirigidos al pecho del ave, pasando por pastillas para conciliar el sueño. Pero no había solución alguna. Desesperados, entonces, decidieron crear una junta de vecinos con el único fin de acabar con el problema. —¡No soporto a ese pájaro! —¡Yo he gastado ya todos mis cartuchos, tratando de matar a esa ave! —¡Ese animal me tiene aburrido! ¡Nosotros llegamos agotados de nuestros trabajos y solo queremos descansar! «Pájaro», «ave» y «animal» lo llamaban, ya que desconocían que su nombre era zorzal. A tal grado llegaba su desconocimiento de la fauna. —¡No se preocupen! ¡Yo tengo la solución! —Dijo el presidente—. Noten ustedes que ese pájaro siempre se posa en el mismo arbusto. —¡Tiene razón! ¡Siempre se coloca en la misma planta! —exclamaron, al unísono, el secretario y el tesorero. —¡Es cierto, es cierto! ¡Siempre se para en el mismo vegetal! —afirmó en un tono seco el resto de la comunidad. «Arbusto», «planta» y «vegetal» la llamaban, ya que desconocían que su nombre era ligustrina. A tal grado llegaba su desconocimiento de la flora. —¡¿Qué les parece si juntamos dinero y compramos una pala y una picota para sacar ese arbusto?! —les preguntó el presidente.

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—¡Qué brillante idea! ¡Con razón lo elegimos! ¡Viva! — fueron las palabras con las cuales todos los vecinos manifestaron su alegría. Ese mismo día no se esperó más y, después de comprar las herramientas, arrancaron de raíz la verde ligustrina. Con esto, al fin pudieron descansar en paz, pues el zorzal nunca más cantó, lo que trajo consigo que su amada Aurora Alba nunca más despertara y de esta forma sumergiera al pueblo en una oscura noche negra que hasta hoy mantiene a los vecinos durmiendo bajo un manto de tinieblas. Jota Jota Conus, Jorge Jeria Conus (Puente Alto, Chile). Bachiller en Humanidades y Ciencias Sociales, Licenciado en Literatura y Profesor de Lenguaje y Comunicación. En el año 2008 decide recopilar, analizar e interpretar cuentos, poemas, crónicas, ensayos, leyendas, etc. sobre la Provincia Cordillera y a partir de estos, crear textos literarios que se desarrollan en Pirque, Puente Alto y Cajón del Maipo. Estas labores lo han llevado a dirigir en la actualidad un taller en la primera de las comunas mencionadas y a publicar sus trabajos en diversas redes sociales. Correo electrónico: jeriajorge@yahoo.es

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EL DUENDE Y EL SOMBRERO DE ORO Percy Taira Matayoshi

Hace muchos años, un ave traviesa le robó a un duende su sombrero de oro y lo colocó en lo alto de un enorme palo. Al ver el duende que no podía llegar a rescatar su preciada prenda, lloró desconsoladamente. En ese momento, apareció por allí un asno, que al ver al duende llorar le preguntó qué le pasaba. El duende le contó su problema y el asno decidió ayudarlo. Pero el asno no podía subir hasta la cima del palo para recuperar el sombrero. Luego de pensar por algunos minutos, tuvo una idea. Si bien no podía subir por ese palo, podía derribarlo golpeándolo con sus pezuñas. El asno se colocó a un lado del palo y comenzó a darle fuertes golpes, pero este no se movió. Golpeó una y otra vez pero el palo no caía. Al final, luego de varios intentos, el asno se cansó y se sentó al lado del duende lamentándose por su falta de fuerza. Luego, apareció un elefante. Este, al ver tristes al duende y al asno, les preguntó qué les pasaba. Los dos amigos le contaron lo que había pasado y entonces el elefante se apiadó de ellos y decidió ayudarlos. —Yo derribaré este palo pues no sólo soy más grande y fuerte que el asno, sino que tengo estos grandes colmillos que pueden derribar cualquier cosa —dijo con orgullo el elefante. 39


Luego, retrocedió unos pasos y embistió el palo con gran fuerza, pero este, tampoco se movió. Sorprendido, el elefante retrocedió más pasos, tomó carrera, y golpeó con violencia el palo, pero este se mantuvo firme y ni siquiera tembló. Molesto, el elefante golpeó el palo con sus colmillos una y otra vez, pero el palo tampoco se movió. Avergonzado por no poder derribarlo, el elefante se sentó al lado del duende y del asno y se lamentó junto con ellos. En ese momento, los tres amigos escucharon una risa. Voltearon para ver de dónde provenía y vieron a una bella orquídea blanca muy cerca de donde se encontraba el palo. — ¿De qué te ríes? —Preguntó el duende— ¿Acaso no sabes por qué sufro? —Sí, sé por qué sufres, pero no te preocupes, yo puedo ayudarte —le respondió la flor. —¿Tú? ¿Una simple orquídea? —preguntó el asno incrédulo. —Pero si ni siquiera puedes moverte de la tierra — agregó, burlonamente, el elefante. —Confíen en mí —dijo la orquídea sin dejar de reír. —Muy bien, confío en ti mas dime ¿cómo me vas a ayudar? —preguntó el duende. —Antes de ayudarte, debes hacerme un favor ¿aceptas? —le contestó la flor. El duende aceptó. —Haré lo que desees —le dijo.

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—Muy bien —se alegró la orquídea— Hace muchos años que no llueve en este lugar y no he podido beber agua. Tengo mucha sed y, como saben, no puedo caminar e ir al río más cercano. Si tus amigos y tú me traen toda el agua que puedan y riegan con ella toda la tierra que me rodea y me dan de beber, te ayudaré a recuperar tu sombrero de oro. El duende y sus dos amigos aceptaron el trato y fueron juntos al río que quedaba muy cerca de allí. El duende cargó dos baldes con agua, el asno cargó en su lomo cuatro baldes y el elefante llenó su trompa con todo el agua que cabía en ella. Los tres llegaron hasta donde estaba la orquídea y ésta al verles, rió de felicidad. Luego, alzó sus hojas, extendió sus pétalos y los tres compañeros echaron suavemente el agua que habían traído sobre ella y sobre toda la tierra que había a su alrededor. Luego de refrescarse y de beber toda el agua que quería, la flor les agradeció a sus amigos el favor que le hicieron. —Ahora te toca a ti ¿cómo vas a ayudarme? —le preguntó el duende. La orquídea, lo miró con una gran sonrisa y luego le respondió: —Ya lo hice. Sólo tienes que empujar el palo. Los tres amigos se miraron extrañados pero el duende no quiso perder más tiempo y obedeció. Se acercó al palo y lo empujó levemente y entonces el palo se remeció, comenzó a temblar y cayó pesadamente sobre la tierra junto con su sombrero de oro.

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Al ver esto, el duende le agradeció a la bella orquídea por haberle ayudado a recuperar su preciado objeto. El agua que había servido para refrescar y saciar la sed de la flor, también sirvió para humedecer y debilitar la dura tierra que rodeaba la base del palo; por ello bastó un solo empujón del duende para que éste cayera. El favor que el duende le hizo a la flor, a su vez, le ayudó a recuperar su valorado sombrero. Percy Taira Matayoshi (Lima, Perú - 1982). Es escritor, poeta y periodista. En poesía, ha publicado los poemarios Bitácora (2002); Puerta Azul (2008) y, de manera virtual, La piedra y el ornitorrinco (2014) y Ventanas negras (2018). En narrativa, ha publicado la novela de fantasía Relatos del Imperio de Qudor: La dama roja (2019). Ha colaborado en revistas literarias virtuales e impresas de Perú y México. E-mail: percytaira@gmail.com / Twitter: @PercyTaira / YouTube: youtube.com/PercyTaira.

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LA RANA DE ORO Andrés Armas Roldán

En los Andes, en un camino embustero y pedregoso, caminaba un viajero hacia el pueblo donde, muchos años atrás, se había enamorado de una joven campesina que esperaba con ansias su regreso. Se habían enamorado en plena primavera, que es la estación donde las azucenas y las orquídeas florecen, y que es la estación donde los mirlos y los colibríes alegres le cantan al sol, y que también es la estación donde las personas se enamoran perdidamente. Y por casualidades del destino, era primavera cuando regresaba por ella. A poco de llegar al pueblo de su amada, el viajero notó a lo lejos un resplandor que le cegó los ojos. Junto al ichu, justo en medio del camino, se hallaba una rana de oro que al ver al hombre acercarse a paso firme para observarla de cerca, le dijo: —¿Qué haces en estas tierras por donde ya nadie pasa? —Voy en busca de mi amada — le respondió el viajero—. Hace tanto desde la última vez que la vi, que ya hasta olvidé su rostro. —Llévame hasta el pueblo y yo te llevaré con ella. Conozco a cada una de las personas que vive allí. Y así lo hizo. Decidido a llevar a la ranita hasta el pueblo, la levantó con ambas manos, pero no pudo cargarla más de unos metros, pues la rana era de oro sólido y pesaba mucho. El 43


viajero pensó y pensó cómo llevar a la rana hasta el pueblo ya que eran muchos sus deseos de ver nuevamente a su amada. Después de un rato, por fin dijo: —Iré hasta el pueblo y traeré conmigo una carreta para poder llevarte, no tardaré. El viajero se apresuró hasta el pueblo y pudo llegar al mediodía. Allí compró una carreta vieja a uno de los campesinos y volvió rápidamente hasta el lugar donde había dejado a la ranita de oro. Cargándola con ambas manos y con todo su esfuerzo, la colocó en la carreta y ambos siguieron por el camino de tierra hasta el pueblo. Pero a poco de llegar, la carreta se deshizo por el peso de la rana y esta cayó al suelo. —No te preocupes, ranita — se apresuró en decir el viajero—. Iré nuevamente al pueblo y traeré esta vez una carreta que pueda resistir tu peso. Corrió con todas sus fuerzas hacia el pueblo, y llegó cuando el cielo empezaba a ennegrecer. Compró esta vez una carreta de acero con todo el dinero que le quedaba, pues muchos eran sus deseos de ver a su amada. Ya había anochecido, pero la ranita aún lo esperaba en el camino. Juntó toda la fuerza que le quedaba y levantó nuevamente a la rana del suelo para ponerla sobre la carreta. Esta vez no se rompió y pudieron llegar juntos al pueblo. Al llegar, la ranita se transformó en una hermosa mujer de largos y negros cabellos que le llegaban a la cintura y de su piel brotaba un dulce aroma. El viajero pudo reconocer a la mujer de quien muchas primaveras atrás se había enamorado. Se miraron en 44


silencio por largo rato y sus manos empezaron a reconocerse. — Esta vez he venido a quedarme — dijo por fin el viajero. El nombre que me dieron mis padres al nacer es el de Andrés Armas Roldán. Nací a finales del siglo XX, cosa que me agrada mucho. Por el momento estudio Literatura en una universidad de Lima, Perú. Lecturas actuales: Tolstoi, Orwell, Kipling y Cortázar. Correo: andresarmas100@hotmail.com

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LAS MANTIS VERSUS EL TUBO Sebastián Von Drateln Jiménez

Había una vez, unas mantis que peleaban con su peor enemigo, que se llamaba el tubo rojo. Las mantis vivían en el mundo R-Ray y el tubo vivía en la calle Pío. Las Ilustración Sebastián Von Drateln Jiménez mantis le mandaron un mensaje por Facebook para encontrarse en el planeta Tierra y tener una batalla épica. Las mantis, en su nave, viajaron a la Tierra. Llegaron a las 12 a.m. y fueron a pelear. Estuvieron tratando de derribar al oponente. Pasaron horas y horas peleando. Las mantis estaban torcidas de tanto pegar y el tubo se oxidó del sudor que le caía, por lo que decidieron ser amigos y se fueron a su planeta, donde vivieron felices.

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Sebastián Von Drateln Jiménez nació en la Ciudad de México. Actualmente tiene nueve años. Escribió este cuento en diciembre del 2017, cuando tenía siete años. Le gusta mucho escribir. También le gustan los videojuegos, la música, el fútbol, el béisbol y el ajedrez. Ya jugó su primer torneo relámpago de ajedrez en la Casa del Lago de la Ciudad de México y obtuvo muy buenos resultados.

Ilustración Sebastián Von Drateln Jiménez

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LOS ASTRONAUTAS Víctor Parra Avellaneda

Carolina se desplaza dando unos cuantos saltos a través de la habitación. Prácticamente vuela con cualquier ligero mover de su cuerpo. Es como si la gravedad fuera menos implacable con los cuerpos que atrae hacia el centro de la Tierra. Carolina ve a través de la ventana y puede contemplar a todos sus amigos flotando por todo lo largo, ancho y alto de la ciudad. —¿Vienes a jugar, Carolina? —le pregunta Roberto, su mejor amigo. —¡Sí! Ya voy, deja le pido permiso a mis papás. En eso Carolina se voltea y da otro salto que la desplaza con ingrávida soltura a través de toda su casa hasta dónde están sus padres, que duermen mientras flotan. Los despierta y pide la permisión para ir a jugar con sus amigos. —Anda, ve a jugar. No llegues tarde. En eso Carolina, muy contenta, sale por la ventana. Se encuentra con sus amigos y van a divertirse a dar enormes saltos por todas las calles. Su juego favorito se llama “El astronauta” porque, haciendo esta serie de saltitos que terminan en distancias de decenas de metros, los pequeños se sienten cosmonautas explorando algún astro desconocido.

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—Roberto—le dice Carolina a su amigo—Ayer oí a mis padres decir que antes no se podía jugar como lo estamos haciendo ahora. La gente antes no volaba. —¿Cómo qué no? ¿Y cómo jugaban antes? —Ni idea. Lo que sé es que hace mucho tiempo el aire no era tan denso como lo es hoy. Mi padre me dijo que sus abuelos fueron de la última generación de los niños que respiró lo que llamaban aire puro. —¡Bah! ¡Qué aburrido debió ser vivir en esa época! Sin el aire denso supongo que caminaban y pesaban más. —Lo que hace el milagro de la ingeniería genética. Humanos que respiran del aire más contaminado sin morir. ¿Es que nadie había pensado en la diversión que esto implicaba? —Yo creo que no. Todos los ancianos que extrañan esa época son unos amargados. —¡Si! ¡Pero bueno, no hay que perder el tiempo hablando, hay que jugar! Y en breve, los niños comenzaron a dar numerosos saltos a lo largo, ancho y alto de la calle, pareciendo que en verdad se trataba de astronautas. Víctor Andrés Parra Avellaneda. Nació en Tepic, Nayarit, México en 1998. Es estudiante de biología en el CUCBA de la Universidad de Guadalajara (U de G). Siempre ha mantenido un interés por la ciencia y la escritura. Recurre a la sátira y a la crítica social, aunque también escribe historias de ciencia ficción con claras referencias a la biología. Es autor de la novela satírica El intrigante caso de Locostein. Actualmente es becario de PECDA del estado de Nayarit en la categoría Jóvenes Creadores.

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MERLINA Claudia Baralla

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Merlina le gustaba mucho, muchísimo dibujar y

pintar. Pintaba con pinceles y pintaba con los dedos, pintaba nenas y hadas, princesas y castillos, bichos y flores. Le gustaba pintar con todos los colores, pero el violeta y el rosa eran sus preferidos. Dibujaba casitas y montañas, cielos con sol y pájaros, con luna y estrellas y a todo le pegaba papelitos de colores que ella misma cortaba con su tijera. Pero lo que más le gustaba a Merlina era bailar, siempre le pedía al papá que le pusiera música. —Dale papá por favor, bien fuerte. Y así empezaba a moverse de un lado para otro girando y girando al ritmo de los sonidos, movía los brazos para arriba y para abajo, sus piecitos no paraban y la llevaban alrededor de toda su casa. Isí, su gatita, y Gali, su perrita, la miraban y la miraban sin poder imaginar cual sería su próximo movimiento. Cuando la música paraba, respiraba un poco se pasaba la mano por la frente y esperaba a que empezara la próxima canción. Una tarde de invierno en la que hacía mucho frío, Merlina le pidió al papá que le pusiera música para bailar. La pequeña vivía en Ushuaia. Allí en invierno hace mucho frío y nieva mucho. 51


El día anterior la gran nevada había cortado unos cables y muchas casas habían quedado sin luz —¿Qué te parece si hoy en vez de bailar vamos a pasear al bosque?— dijo su papá. —¿Y podemos bailar en el bosque, papi? —Sí, por supuesto —¿Hay música en el bosque? —Sí, mi amor; el canto de los pájaros, el sonido que hace el viento cuando pasa entre las ramas de los árboles, nuestros pies pisando la nieve. —¿Eso es música, papá? —Ponete la campera y las botas, vayamos al bosque y escuchemos. Se abrigaron bien; se pusieron los guantes, un gorro y salieron a disfrutar del hermoso día. Todo estaba nevado, las montañas, los árboles, todo era muy hermoso. Mientras iban caminando por el sendero la pequeña escuchaba como sus botitas hacían un extraño sonido al pisar la nieve. —¿Esa es la música de la nieve papá? —Sí, mi amor. —Vos también haces música papá, pero más fuerte. —Ahora saltemos Merli— Saltaron los dos juntos y se tiraron en la nieve. —Hagamos angelitos papá— y acostados boca arriba empezaron a agitar sus brazos y sus piernas arriba y abajo, abajo y arriba hasta formar dos hermosos angelitos. Se quedaron acostados mirando el cielo. —Escuchá papá. —¿Te gustá Mer? Son zorzales. 52


—¿Qué son zor…zor? —Zorzales, son pájaros Mer. —¡Estamos escuchando la música de los pájaros papá! —Sí, mi amor. De pronto el cielo empezó a ponerse gris y a soplar un viento muy fuerte. —Tenemos que volver Merli, me parece que va a nevar. —¿Y qué es ese ruido tan fuerte papi? —El viento soplando entre los árboles, mi amor. —¡La música del viento papá! Y si canta el pajarito y caminamos y saltamos nosotros vamos a hacer mucha música y puedo bailar acá, aunque no haya luz en casa. ¿Papá si mañana hay luz, igual podemos venir a bailar acá? —SÍ Merli; podemos venir todas las veces que quieras. —Entonces mañana después de la escuela venimos y bailamos y traigo las pinturitas y pintamos. —Bueno, mi amor, ahora vamos a casa que está nevando mucho. Merlina y su papá se fueron cantando, riendo y haciendo música con sus pies en la nieve.

Claudia Baralla, argentina. Escribo hace muchos años, abarcando diferentes estilos, realizando generalmente cuentos cortos. Algunos de mis textos han sido publicados por diferentes editoriales y revistas online. Correo de contacto: cbaralla@yahoo.com.ar

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ADJETIVOS QUE DUELEN Eva Ruiz

Dicen que mi amigo Emilio no es "normal". Y yo busco en el diccionario el significado de esta palabra. Normal: Adj. Que se halla en su estado natural. Pero entonces... ¡qué equivocados están! ¿Cómo pueden pensar que no es natural? Nadie es más fresco y espontáneo. Libre de convenciones y reglas. Dicen que tiene la mirada perdida, la boca siempre entreabierta, la cabeza torcida y camina muy mal. Pero te mira con pupilas sinceras. Sus labios sólo dibujan emociones y va de frente, aunque su cuerpo se arquee al andar. Dicen que no es como los de su edad. Que hace extrañas muecas, tarda mucho en contestar y no sabe cómo comunicarse y, cuando lo consigue, es a base de esfuerzos, balbuceos que a veces los demás no logran descifrar. Suerte de tener un corazón por siempre joven y la capacidad de expresar su mundo con silencios y sonidos inventados, más allá de las palabras que a veces ocultan la verdad. Dicen tantas cosas de Emilio, pero ninguna desde la complicidad... sino desde la pena, la compasión, desde el rechazo, el asco... Y muchas envueltas en un halo de superioridad. ¿Superiores en qué? No será en humanidad. 54


Porque cuando me lo encuentro en el parque es el primero que me viene a abrazar. Me enseña todos sus juguetes y me besa una vez y otra vez más. Me agarra de la mano para bajarnos juntos por el tobogán. En los balancines grita de alegría cuando se eleva y nunca se baja de golpe para que yo no me haga daño. En el arenero no se cansa de construir sueños con su paleta y jamás pisa mis castillos, como hacen otros, sino que los protege con fosos profundos, a base de escarbar y escarbar. Y como sabe que a mí me gusta lanzar penaltis, nunca se cansa de hacer de portero, tirándose a pararlos sin cesar. Si lo consigue lo celebra con entusiasmo. Y si los meto yo, me felicita dando grandes saltos. No le importa mancharse de tierra. Ni amoratarse las rodillas. No tiene miedo a los golpes, ni a los charcos... Su deportividad no conoce de obstáculos. Ni límites. Por mucho que, contrariamente, se empeñen en definirlo así: limitado. Y si se te olvida el sandwich, él parte el suyo por la mitad y te lo introduce en la boca para que no te de tiempo ni a rechistar. Y qué más da que se le llenen las comisuras de migas o que se eche el zumo encima, ante tal derroche de generosidad. Pensándolo bien quizá mi amigo Emilio no es corriente. Tal vez sea diferente a lo que ellos juzgan como "normal". Sí, lo de Emilio no es común. Qué pena, querido amigo, que los demás no sean como tú.

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Eva Ruiz es licenciada en periodismo, redactora de publicidad y escritora. Ha ganado múltiples premios literarios y publicado varias obras como: "El Manual de las Almas Errantes" y "Libertad y la teoría de los Colores" ambas en Edelvives. "Desmemorias de una Abuela Olvidadiza", " Un hada en el Armario", "Bolarina", "Cuentacuentos Afónico busca lector", " En busca de la imaginación perdida", "Soñando Kobenvine". Y además, más de 100 poemas y microrrelatos en diferentes antologías. Correo electrónico: evaruiz7@gmail.com

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CONVOCATORIA El Fanzine Literario Letras Públicas invita a escritores, sin importar su nacionalidad, a participar en su 4° edición, dedicada a la ciencia ficción en todas sus variantes. Los textos deben estar escritos en español, tamaño carta, TIMES NEW ROMAN 12, interlineado 1.5, márgenes superior e inferior 2,5 y costados 3.0. En este número existirá la categoría cuento, los que no deben superar las 3 páginas, y microrrelato, con un máximo de 100 palabras. Los autores pueden firmar con seudónimo si lo desean, incluyendo una biografía de hasta 6 líneas, con nacionalidad y RRSS donde leer sus obras. Los

cuentos

deben

ser

enviados al correo: FANZINELETRASPUBLICAS@GMAIL.COM Plazo de recepción entre el

23 de marzo y el 23 de abril de 2020. 57


“para viajar lejos no hay mejor nave que un libro” EMILY DICKINSON

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