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Dónde jugarán los niños?

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Zacarías Zurita Sepúlveda

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Zacarías Zurita Sepúlveda

Silvia Alejandra Fernandez Jorge Jeria Conus

Fanzine literario Letras Públicas es un proyecto sin fines de lucro, por lo que no tiene ingresos monetarios. Todos los cuentos son propiedad de sus autores.

En esta edición, ilustraciones por Claudio Rocco Placencia Instragram: el_rocco, excepto en las que se indicadas al pie de ellas.

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¿DÓNDE JUGARÁN LOS

NIÑOS?

Rigardo Márquez

La nocturnidad es un reino utópico para el miedo; es algo instintivo en nuestra especie temer a la oscuridad. Sin embargo, quizás en la infancia, este sexto sentido aún está en desarrollo, o al menos, así es en algunos casos.

Los tres amigos se habían encontrado frente al parque abandonado pasada la medianoche. A pesar de no tener más de doce años, su curiosidad era abismal. Los niños dejaron sus bicicletas escondidas y se acercaron a la entrada para inspeccionar que no hubiese señales de vida. Luego tomaron el camino secreto, ese del cual

todos hablaban en la escuela. Una vez dentro Josef, Alicia y Santiago observaron con detenimiento el lugar. Una lúgubre neblina cubría la mayoría del sitio y los sonidos eran íntimamente nítidos ante la ausencia de personas. El grillar de los insectos podía escucharse tan fuerte que taladraba los oídos; la maleza reinaba por doquier. Nada quedaba de los años de gloria del parque; los columpios estaban llenos de enredaderas y la base estaba oculta entre matorrales que habían devorado los asientos. La diminuta luz de la linterna de Santiago lloró a través de aquella negrura pues las tinieblas revoloteaban por dondequiera; los juegos con forma de animales se habían deformado por la basura y la suciedad. —La expedición ha sido un éxito—vitoreó Josef. —Lo hemos logrado. Ahora que tenemos el parque embrujado sólo para nosotros, podremos jugar toda la noche —anunció Alicia. —Sí, sólo debemos regresar antes del amanecer, para que nuestros padres no se enteren —agregó Santiago. Los amigos siguieron explorando y encontraron una resbaladilla. No obstante, el final de dicho aparato daba hacía un pequeño charco de agua pútrida. De súbito la luz de la luna acunó la exploración de los niños, que sin querer se adentraron demasiado en la zona más alejada. Allí los árboles eran tan altos que el viento producía en ellos un sonido espectral. Los pequeños creyeron distinguir sombras que danzaban en la parte superior de las ramas. Aunado a esto se oyó el ulular de los búhos que terminó por enchinarles la piel. Decidieron regresar. Unos pasos se hicieron presentes provenientes de entre unos arbustos y

los tres amigos intentaron ignorarlos, pero un horrísono aullido les hizo entrar en pánico. Pequeños bramidos les acompañaban allí por donde iban. —Escuchaste eso ¿verdad? Sabes lo que es ¿cierto? — musitó Santiago. —Claro, no estoy sordo, pero no puede ser —replicó Josef. —Quiero irme a casa —chilló Alicia. —Vamos a morir —dijo Santiago. —No, sólo debemos llegar hasta las bicicletas —indicó Josef. —¿Estás loco? Es un hombre lobo, nos hará pedazos antes de llegar —respondió Santiago. —¡Ya no puedo más, quiero a mis papás! —gritó Alicia. —Yo lo distraeré, ustedes vayan por ayuda —ordenó Josef, recogiendo varias piedras para usarlas contra aquella bestia.

Los otros niños emprendieron la retirada de manera sigilosa. Por su parte Josef retó a la criatura: —¡Vamos, ven por mí!

Entonces una sombra abisal se abrió paso por entre la hierba hacía Josef, quien lanzó contra su enemigo su arsenal pétreo. Únicamente se escuchó un chillido, pero aquella cosa siguió su andar, por lo que el niño corrió con todas sus fuerzas. Mientras huía le pareció oír voces guturales, gritos macabros y murmullos espectrales.

La bestia le pisaba los talones y rogó a Dios para que le ayudase. Él se había arrepentido de corazón de no haber

hecho caso a sus padres sobre no salir a escondidas por la noche.

Juró para sus adentros que, si salía de esta, obedecería siempre a su familia.

El pequeño rodó por una depresión en la tierra hasta dar con la reja que separaba al parque del exterior. Josef se dio cuenta de que no podría escalar y se resignó a morir. Allí frente a él pudo ver un par de ojos escarlata que ardían como el infierno mismo. Un rugido emanó del hombre lobo y sus fauces se hundieron en el brazo del pobre niño. Josef sintió un ardor insoportable, pero aun así vendería cara su vida. Tomando una botella rota se la clavó en el rostro a la bestia, que emitió un alarido.

El niño halló un agujero en la parte inferior de la reja por donde logró salir. Así reemprendió su huida abandonando el parque.

Una vez en la avenida principal se detuvo en varias casas pidiendo ayuda, pero nadie le respondió. Fue casa por casa, golpeó las cortinas metálicas de las tiendas, pero ni un alma acudió en su ayuda. Pronto sintió un cansancio terrible y tomó un respiro tratando de descansar. Pero un depredador nunca abandona la cacería de su presa. Un aullido estremeció el corazón del niño que, al voltear, se percató de que la bestia se encontraba detrás de él. Retrocedió lentamente, pero el hombre lobo se irguió en toda su extensión para lanzarse contra el pequeño. Josef cerró sus ojos, pensando en su amada madre, cuando un golpe abrupto resonó con violencia haciendo que este se desmayase.

Cuando Josef recobró el sentido se hallaba en la parte trasera de una ambulancia, estaba siendo atendido por los paramédicos. Sus amigos estaban a su lado llorando de alegría al verle despertar. —No, no pueden llevarme a casa, aléjense de mí, el hombre lobo me mordió, ahora estoy maldito, no quiero lastimar a mis padres —gritó el niño. —¿De qué hablas? Los hombres lobo no existen. Ya estás a salvo —indicó el hombre que le tomaba la presión. —Yo lo vi. Tenía los ojos rojos, enormes mandíbulas y aullaba a la luna. Yo me volveré un monstruo —aseveró Josef. —No era un hombre lobo y te lo demostraré. Oficial, disculpe, ¿podría decirle a este pequeño quién fue el que lo atacó? —solicitó el paramédico. —Tuviste suerte niño, no debiste andar por allí a esas horas. Mira, ven. Lo que te atacó fue un perro con rabia —indicó el policía. mostrándole al enorme canino que había sido atropellado por un conductor, salvando así a Josef. —¿Entonces estaré bien? —preguntó el niño. —Sí; ya recibiste la inyección contra la rabia y tus padres pronto llegarán —respondió el oficial. El policía se dirigió a la patrulla para decirle a su compañero. —¡Hombres lobo! Estos niños y sus fantasías, espero que con esto aprendan a obedecer a sus padres y no salir solos de noche. ¿Pequeños jugando a medianoche en un parque desolado? ¡Por Dios! Cada vez están más

locos. Yo me pregunto… y mañana ¿dónde jugarán los niños?

Rigardo Márquez Luis (México, 1985). Estudió Criminología y Criminalística en la «Necroboros» (2017). Antología “No tan muertos” en honor a George Romero. Revista The Wax «Ordo Satanachia» (2017). Antología “Horror Queer” Editorial Cthulhu. «El monstruo era el humano» (2018) Antología, Editorial Cthulhu. «Entre las milpas» (2018) Revista digital Penumbria. «La granja de la familia Porcel» (2019) Antología Cerdofilia, Editorial Cthulhu. «Juegos Macabros» (2019) Antología digital, Revista Revista Aeternum. Correo: criminologo_marquez@hotmail.com Página: https://www.facebook.com/Rigardo-M%C3%A1rquez1984320828446884/