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Della y el campesino

Della, restó importancia y decidió continuar con su encomiable labor.

No obstante, la reina se sorprendió al notar el desgano y malestar de sus amigas, cuando cantaban y trabajaban en el jardín; ya no transmitían la armonía a la naturaleza, como solían hacer. Sin embargo, la abeja reina se dio cuenta que sus súbditos estaban perdiendo el control de sí mismos. —¡Cuidado, amiga Pía, cuidado! ¡Cuidado que se estrelle contra las ramas del viejo árbol! —gritaba muy preocupada Della. —¡Auxilio! ¡Me duele la cabeza! —decía la perturbada abeja, quien yacía tendida sobre la tierra. —¡Cuidado, Tino, que te estrellas contra el tallo del girasol! —decía aterrorizada la reina Della. —¡Me duele el abdomen, reina mía! ¡Mis antenas han perdido la sensibilidad! —decía la desorientada abeja, quien yacía estrellada sobre las enormes ramas del árbol. —¡Cuidado! Algo está pasando en este lugar y debo averiguarlo. ¡Xía, Matilda, Lino y Betina, ayuden a sus amigas y amigos heridos, llévenlos de inmediato a la colmena para atenderlos! —ordenó, de forma efusiva, la abeja reina.

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A la mañana siguiente, la abeja reina llegó al lugar muy preocupada y acompañada con Xía y Lino, quienes la escoltaban de los peligros existentes en el campo. Los visitantes se quedaron observando lo que pasaba en el lugar y detectaron que, tanto las hermosas mariposas, orugas y demás insectos rastreros, así como los

espectaculares colibríes, habían sido exterminados; otros caían atontados contra el suelo.

La reina Della se dio cuenta que el hermoso y tentador jardín se había convertido en una gran trampa mortal. La abeja decidió aguardar pacientemente al culpable de tal acto atroz, para hacerlo responsable de la contaminación de los campos. —Oye, tú, cruel humano, ¿qué haces? Te has propuesto acabar con todo lo que te rodea —le decía muy enojada Della, la abeja reina. —¿Por qué me dices eso? abeja ¿De qué me acusas? —le respondió sorprendido el campesino. —Has envenenado y enfermado a la colmena, las mariposas, los colibríes y demás insectos —le replicó mortificada Della, la abeja reina. —Sólo lo protegía de la plaga —le respondió el campesino. —Aquella no es la forma de proteger el campo, arrasarás con todo y envenenarás a los tuyos también — le explicó aún molesta la abeja reina.

El campesino se quedó mudo y preocupado al escuchar a nuestra valiente amiga Della, sobre los problemas que estaba ocasionando en la naturaleza. A partir del mencionado suceso, Franco —el campesino— cambió los métodos clásicos de la agricultura, apoyándose en cuidados modernos, naturales y ecológicos del campo, para no acabar con las abejas, las mariposas, ni otros seres vivos que dependan de ella, a fin de proteger el ecosistema.

Ahora Della sale muy temprano a trabajar por los campos del florido norte, acompañada con sus entrañables amigas; mientras entonan una hermosa canción:

La la la la la nuestra colmena está polinizando ya, las hermosas flores con amor y pasión. La la la la la una mariposa mil colores, nos acompaña para dar a la mañana, color e iniciar un festival. La la la la la un colibrí, se acerca al geranio y se suma ya, a polinizar las plantas de la vida, con amor.

José Antonio Samamé Saavedra (Lambayeque, Perú 1983) Publicó la revista Magazine Económico. Publicó el libro Sobrenatural; participó en antologías: “Para no leer de noche ni en este mundo”, Primera antología de cuentos; “El Peruano Invisible”, Revista Fantastique; Fanzine de la revista Espejo Humeante; Revista Ultra; Revista Teoría Ómicron y Revista Caltiki Magazine. LINKS: https://www.facebook.com/xavierjackboggio https://www.facebook.com/joseantonio.samamesaavedra.54 https://www.facebook.com/profile.php?id=100016854878512

MARIPOSA

Manuel Serrano Valencia

Hace muchos años vivían unos seres alados muy bonitos. Eran, lo sé porque lo he visto en los libros, preciosos. Tenían dos alas, dos antenas, un cuerpo delgadito y patas finas para agarrarse a las cosas. Y una trompa que les servía para comer (se dice libar) el néctar de las flores. Pero esos animalitos, que se llamaban mariposas, desaparecieron. La gente dice que, por culpa de los insecticidas, otros que por la radiación del sol incluso hay quien dice que fue por culpa de la última explosión nuclear. Pero qué le vas a hacer. Nuestra sociedad es triste, sin colores. Ya no tenemos mariposas. O no teníamos.

Hace unos días vimos en casa un extraño ser. Era como un pegote de tierra húmeda que se arrastraba por el suelo. A mamá le daba asco “aquello” y quería que se lo quitara de en medio. Lo recogí, lo puse en una caja y salí a buscarle algo para que pudiera comer. De casualidad encontré unas hierbas que se llaman lechugas. Cogí cuatro hojas y se las llevé. Diez días después, aquel bicho había desaparecido. El muy desagradecido se había ido. No lo podía creer. Yo lo había cuidado y él se había marchado sin decir nada. Qué ingrato. Ya iba a tirar la caja cuando vi que en una esquina había una especie de bola hecha de algo como pelos. Me dio asco, pero no lo toqué. Tampoco lo miré más.