Letras públicas Número 1 - 2018

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LETRAS PÚBLICAS MARZO 2018 – AÑO 1 – NÚMERO 1

En esta edición Rodrigo Valenzuela Z - Zacarías Zurita S - Yolanda Sa Patricia J. Dorantes - Kehila Rubio C - Daniel Lobos J Isabel Suárez - Daniela Pinto M - M. Floser - Sergio Barros Ch. [1]


Editorial Para los amantes de la lectura, el papel es un soporte que nunca pasará de moda. Lleva impregnado una tradición literaria de siglos, algo que probablemente Gutemberg jamás imaginó que sucedería con su invento, el cual revolucionó el mundo a mediados del siglo XV. ¿Cuándo nos surgió la idea de la publicación de un fanzine literario? hace ya más de un año. El deseo de ver en papel nuestro trabajo llevó a que buscáramos formas de financiamiento que resultaron ser complejas y que requerían de un esfuerzo que podría llevar, quizá, al fracaso nuestro proyecto. Esta falta de oportunidades para el fomento de la escritura a la que nos enfrentamos como equipo, guarda características similares con quienes se encuentran en una vereda muy próxima a la de nosotros, la búsqueda de espacios para publicar sus trabajos. Es en este cruce de caminos donde surge Letras Públicas con las ansias de ser una ventana para fomentar nuevas plumas deseosas de mostrarse y que, en su mayoría, no encuentran lugar en las casas editoriales tradicionales por el diseño y estructura que estas tienen. Nuestro foco se ha posicionado en abrir espacios para la publicación literaria, dando cabida no sólo a quienes tienen el conocimiento académico, sino también a los que buscan contarnos algo sin importar el espacio geográfico que habitan, su grado académico o estrato social. Es esto, también, lo que da nombre a nuestro fanzine, un lugar donde las letras importen, donde el cuento de un escritor novel se codee con el de uno experto y ambos lleguen a las manos del lector para que viva nuevos mundos. Nuestro tiempo es muy distinto al de Gutemberg. Existen soportes alternativos al papel como son las publicaciones en línea, las cuales brindan un mayor alcance potencial de lectores ya que el acceso a este no se ve limitado por un horario de cierre, el stock o el lugar donde se encuentre, más bien está, literalmente, al alcance de nuestra mano, permitiendo así que podamos leer un periódico de cualquier lugar del mundo a la hora que escojamos, o incluso atemorizarnos con los cuentos de Poe o de Lovecraft mientras nos dirigimos al trabajo. [2]


Finalmente, aquello que comenzó como un problema, terminó dándonos una gran ventaja cuando decidimos que el soporte de nuestro trabajo sería online. Esto no solo permite el acceso al fanzine a un grupo específico de lectores y potenciales lectores, sino que abre las puertas para que aquellos que están en diferentes partes del planeta puedan disponer de él en el momento que consideren necesario, dando así también cabida a escritores de diferentes nacionalidades de habla hispana que deseen divulgar su trabajo. Los cuentos incluidos en este número pertenecen a creadores de Chile, Bolivia, Argentina, México y España. Encontraremos en ellos realidades duras como el maltrato, la vida compleja de un profesor e incluso humanos que deben enfrentarse a criaturas desconocidas, siguiendo la línea de la ciencia ficción. Solo queda esperar, como equipo Letras Públicas, que este primer número de nuestro Fanzine Literario, pueda servir de vaso comunicante entre ustedes y nosotros, posibilitando espacios alternativos y autogestionados de aprendizaje, escritura y, por supuesto, lecturas. Equipo Letras Públicas

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Índice La cueca sola. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 Metal tip. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 Asuntos pendientes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .10 Escape. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .16 Viñedos mendocinos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22 Anécdotas de un nudista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .28 La familia que susurraba. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31 La vaca enferma. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35 Dos historias de tu campo Lucas Espinoza. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38 Un corto viaje a 3 grados Kelvin. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42 Abastecimiento. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46

Equipo Letras Públicas Coordinación General Diseño y Diagramación Zacarías Zurita S. zzuritasepulveda@gmail.com

Comité editorial Sergio Barrios Ch. serbachi@hotmail.com Zacarías Zurita S. Daniela Pinto M.

Edición Daniela Pinto M. pintomezadaniela@gmail.com

Imágenes utilizadas: Pixabay.com Agradecemos el apoyo y colaboración brindada en esta edición de Oriana Muñoz y Paula Espina. Fanzine literario Letras Públicas es un proyecto autogestionado. Todos los cuentos son propiedad de sus respectivos autores. fanzineletraspublicas@gmail.com

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LA CUECA SOLA Rodrigo Valenzuela (Chile)

Dicen que me hicieron con el hilo plateado que escurría por los ladrillos y las piernas de mi madre en la escalera Lord Cochrane la noche en que los tambores y los lienzos adornaron las plazas de Chile del para-que-nunca-más, del adiós-carnaval. Dicen que mi padre bailó toda la noche con una bandera del NO y que mi madre besó en los labios a un carabinero mientras apoyaba su pierna izquierda en la rueda de un guanaco mitad negro y mitad blanco. Dicen que fue la noche en que ese carro no campaneó y los colores volvieron a la pantalla. Dicen que mi madre llevaba una minifalda y mi padre unos jeans apitillados. Dicen que él usaba patillas. Dicen que ella un beatle rojo y una chasquilla como las gringas. Dicen que se encontraron en el [5]


Parque Italia y marcharon bailando hasta la escalera, cuando a esa altura de la noche y del puerto nadie bailaba ni marchaba. Dicen que mi padre le dio un beso, dicen que ella beso a mi padre. Dicen que esa noche estaba clara gracias a la luna que parecía festejar también la caída. Dicen que mi padre era comunista, dicen también que estaba ebrio y que comenzó a cantar una cueca mientras ella se sacaba un calzoncito blanco con encajes por debajo de la faldilla, dicen que lo agitaba como pañuelo. Dicen que mi padre cantaba fuerte y se movía en medialuna oscilante y geométricamente aprendida en la clase de educación física. Dicen que mi madre le mostró una tetita y que mi padre se apoderó del papel de huaso, dicen que la montó a lo perrito sobre la escala y que un hilo de plata serpenteaba los peldaños con una mezcla de orina y semen. Dicen que mi madre gritaba ¡Viva Chile! y que mi padre jugaba a ser el gallito sobre la gallina. Dicen que por el lomo de la serpiente se asomó de pronto una línea roja. Dicen que mi madre lo notó al rato y que pensó volver a ser la monarca del Cerro Cordillera como le pusieron un día en el colegio. Dicen que nadie vio el revólver. Dicen que nadie vio la mano. Dicen que mi padre llegó a Serrano saltando inerte… peldaño por peldaño. Eso es lo que dicen.

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METAL TIP Rodrigo Valenzuela (Chile)

El profesor miraba su lápiz corrector e intentaba leer las letras pequeñas inscritas en el cuerpo del objeto. Sus manos estaban apoyadas en su pupitre y sobre el libro de clases abierto leía la pequeña inscripción –Agitar bien antes de usar–. Las páginas del libro de clases muestran una gran cantidad de calificaciones insuficientes, manchones rojos en el mar de azules muestran una imagen clara del desastre que se aproxima a final del año. De reojos mira hacia el costado derecho de la sala y escucha claramente la voz aguda de uno de sus alumnos que como cualquier adolescente, posee el timbre afeminado de la voz masculina en maduración – Viejo culia’o…, se nota que no le tocó anoche–. El profesor, siente la presencia del estudiante como una sombra sin rostro. Siente un [7]


profundo dolor en su abdomen, las palabras sin respeto del joven le duelen y le clavan como una apendicitis avanzada. El hombre alza brevemente la mirada de una forma temerosa para intentar identificar al que esgrimió los insultos como espada. No lo logra. Baja la mirada. Angustiado. Le duele la precoz joroba que le produce el encorvar la espalda al mirar las notas en el libro. Sabe que las malas calificaciones que han obtenido sus estudiantes, significarán grandes peleas con apoderados que le enrostrarán que su sueldo lo pagan ellos y que sus jefes, y no me refiero sólo al rector, sino también al sostenedor, no tendrán reparo en ordenarle arreglar las notas, quitándole toda autoridad frente a sus estudiantes. –Benjamín Cáceres–. Dice con una voz que bordea el temblor. El joven se para y recibe su nota, un 3,3. Recibe la prueba. Alguien tose. Piensa. Lee nuevamente el lápiz corrector –Tapar lápiz corrector después de usar– Baja levente la mirada y vuelve a ver los manchones rojos sobre el papel. Mira su reloj Casio de plástico. Son las 13:45, sólo faltan 15 minutos para almorzar, y deben transcurrir varias horas antes de poder salir de clases. Nota que no se ha cortado las uñas. Sabe que el cortaúñas está en el mueble del espejo del baño, pero anoche no pudo hacerlo, llegó tarde y debía imprimir unas pruebas para la clase siguiente. Se prometió hacerlo en la mañana siguiente antes de viajar al colegio, pero despertó muy tarde, le falta sueño, tomó la misma ropa arrugada de ayer y corrió al tren olvidando por completo su auto-promesa de cortar sus uñas. Las mira, las ve sucias y se siente de mal aspecto. -Anaís Vielma-. Dice ahora sin evitar el temblor de su voz y con una pequeña carraspera. Le entrega su prueba, un 2,9. La alumna toma la prueba y lo mira despectivamente. La arruga. La lanza al basurero. Los demás ríen como hienas. La última vez que anotó a esa estudiante fue sometido a un sumario, lo acusaron de acoso – [8]


Me tiene mala– Le dijo al apoderado. Hubo padres pidiendo su renuncia. Duda y finalmente decide no llamarle la atención. Sus compañeros se ríen y vitorean la acción de ella. El profesor siente pena. Nota una clavada en los costados externos de los ojos y levemente se humedecen. Limpia rápidamente una lágrima y traga saliva. Respira una bocanada de aire muy larga, casi como un bostezo, pero no es ni un bostezo ni un suspiro. Gira el corrector entre sus manos y lee –no beber ni inhalar–. Manipula la punta del lápiz corrector y ésta se rompe dejando caer el líquido blanco en sus pantalones y el libro de clases. Risas. Más risas. Carcajadas. Interjecciones y sonidos de burlas. Una lágrima cae en medio del libro y sobre el líquido corrector derramado. Suena el timbre. Los estudiantes salen de la sala corriendo y gritando insultos al docente quien siente una profunda pena y recuerda que no tuvo tiempo de cocinar nada para almorzar. Rodrigo Valenzuela Zura (San Bernardo, Chile). Profesor de Lenguaje y Comunicación. En el año 2006 viaja a la ciudad de Valparaíso para cursar su carrera de Pedagogía en Castellano en la Universidad de Playa Ancha. Cursa estudios de Magister en Literatura Chilena e Hispanoamericana en la misma casa de estudios, desempeñándose como docente en diferentes áreas relacionadas a las letras. En el año 2013 publica su primera novela Patitas con Barro (Editorial Caronte, Valparaíso). Ha colaborado con diversas plataformas digitales como El Mostrador, El Mercurio, El Gran Valparaíso, El Desconcierto, entre otros, además de presentar y reseñar a diversos autores porteños en la plataforma Letras.s5. Actualmente realiza actividades como docente en el área de Lenguaje y Comunicación, y cursa su segundo Magister en Educación en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. [9]


ASUNTOS PENDIENTES Zacarías Zurita (Chile)

Tocó su bolsillo para corroborar que la nota estaba allí, exhaló con los ojos cerrados y cruzó la calle hacia el despacho como cada miércoles. Al ingresar al edificio todo era normal; algunos le saludaban quitándose la gorra mientras otros simplemente hacían un ademán. Cuando estuvo frente a la puerta, algo nervioso pero sin titubear, golpeó 3 veces y entró. – Doctor Kersten. Qué alegría verle hoy. – Buenos días Sr. Comandante. ¿Cómo se ha sentido? – Mejor que nunca. Lo estaba esperando. ¿Desea un café antes de la sesión de hoy? – Me han traído una máquina nueva desde Italia. – Solo agua por favor. Un café podría ser al finalizar la sesión de hoy. – Pero con mucho gusto.

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Mientras el comandante se levantaba para servirle un vaso de agua, el Doctor secó su húmeda frente con un pañuelo y corroboró nerviosamente si aún tenía la carta en el bolsillo. – Aquí tiene Doctor. – Gracias Sr. Puede acomodarse en la camilla si lo desea. Kersten bebía su agua intentando tranquilizarse un minuto. De forma paralela a esto el Comandante se preparaba tras un biombo para su sesión semanal. Nuevamente corroboró el papel en el bolsillo del pantalón, secó su frente y se colocó su blanco delantal. Cuando aplicaba los masajes no dejaba de dar vueltas en la cabeza del doctor como sería el momento en que sacara aquel papel. El uniformado, por su parte, se notaba a gusto y tranquilo, pero no paraba de hablarle. – ¿Recuerda que le mencioné que quizá deba hacer viajes más largos? – Por supuesto. – Bueno, creo que debe comenzar a pensar la posibilidad de acompañarme a ellos. El Canciller me ha encomendado personalmente establecer vínculos con los países vecinos. Es un trabajo que solo puede hacer alguien de confianza. – Antes que todo lo felicito, pero usted sabe, Comandante, que tengo familia y no me siento muy tranquilo saliendo del país. Sobre todo ahora que las cosas están algo revueltas. – Si necesita que alguien cuide de ella pierda cuidado. ¿Cuántos policías necesita? ¿Dos, tres? ¿Las veinticuatro horas del día? ¿Desea escolta? Puedo dar la orden ahora mismo si lo desea. – Agradezco su disposición. Pero estas cosas me gusta hablarlas con mi mujer. – Lo entiendo. Las mujeres son el complemento perfecto para el hombre. La vocecita que nos puede ayudar a saber si vamos por el camino correcto. [11]


– Hemos terminado. Puede ponerse la camisa–.Secó su frente con la manga del delantal. – Me siento como nuevo otra vez. Sus manos son mágicas. Ya lo recomendé con otros Comandantes y hay varios interesados en sus servicios. – Estoy a vuestra disposición. El Doctor se dirigió al baño del despacho para lavarse las manos. Al retornar el militar ya estaba sentado frente al escritorio y le invitó a que se sentara frente a él. – Pues bien. Me ha quedado dando vuelta lo que me ha dicho del cuidado de su familia. Solo pídame lo que necesita y lo tendrá. Dígame también el valor por cada sesión desde ahora en adelante. Quizá sea un buen paso para convencer a su mujer y así usted pueda viajar con mayor tranquilidad Doctor. – Comandante, lo pensaré y hablaré con ella. – Me alegra que lo piense. Tendrá todo lo que desee y necesite. La sesión de hoy fue realmente reconfortante. En las últimas semanas el trabajo ha sido muy duro. El comandante hurgueteó en el bolsillo interior de la chaqueta del uniforme que tenía colgada en un perchero a su costado. El doctor tocó nuevamente su bolsillo y pensó que era el momento. – Comandante, no se moleste. El trabajo de hoy tiene un valor diferente. – ¿Elevará la tarifa?– Dijo mirándolo por sobre los lentes – No. Espero que no considere esto una osadía, pero el valor de hoy no será monetario. – ¿Cómo será entonces?–Dijo el Comandante acomodándose en su silla y cruzando los brazos. – Necesito la libertad de este hombre. El doctor metió su mano al bolsillo, sacó el papel y se lo entregó al comandante, quien lo miraba a la cara sin comprender lo que sucedía. Nadie se atrevía siquiera a contradecir al militar ya que era [12]


implacable e inamovible en sus decisiones, más ahora escuchaba una solicitud imperativa de parte de su doctor. El hombre tomó el papel, lo desenvolvió y leyó sin mover ni un ápice sus músculos faciales. Guardó silencio unos segundos sin quitar sus ojos de aquellas letras. Se puso de pie y con el papel en una mano se arrimó a la ventana, corrió el visillo y comenzó a mirar hacia la calle con las manos atrás sin pronunciar palabra alguna. El doctor, nervioso, volvió a secar su frente y levantó la mirada buscando al Comandante. – ¿Esto es lo que desea realmente? – Así es. Cada una de mis siguientes atenciones costará la libertad de una persona. – Imagino que usted sabe por qué han sido apresadas. – Lo sé, y considero injusto lo que se hace. – ¿Cada sesión del mejor masajista del continente cuesta la vida de un judío? – dijo mientras seguía observando el tráfico en la gris avenida de afuera. – Una persona al fin y al cabo. Y cuando lo entienda, probablemente nuestras sesiones sean más cortas ya que no solo aliviará su cuerpo, sino también su alma. El militar volvió a su escritorio y levantó el teléfono. – Señorita, dígale al Teniente Schneider que venga a mi despacho ahora. El doctor, ante lo que escuchó, pensó que era su fin. – Consideraré lo que me pide. Nada pierdo con intentarlo, aun cuando no creo que la liberación de un judío alivie lo que usted considera como alma. – Gracias Comandante. Golpean la puerta. – Adelante. – Buenos días Comandante. [13]


– Buenos días Teniente Schneider. El Doctor Kersten le dará el nombre de una persona que debe liberar. Encárguese de ello personalmente. – A su orden Comandante. – Doctor, no olvide que aún tenemos tres asuntos pendientes. – ¿Cuáles? – Ratificar su presencia en mis viajes al extranjero, cuántos policías necesita para el cuidado de su familia y probar el café de mi nueva máquina. – Con gusto. Todo estará resuelto para la semana siguiente. – Hasta pronto – Hasta pronto Sr. Comandante. Ambos hombres se dieron la mano y se miraron a la cara, intentando ratificar en ella algún gesto que les convenciera que hacían lo correcto. Tras retirarse el Doctor, el militar se preparó un café. – Creo que este hombre no sabe el valor de su trabajo. Dijo en voz alta mientras revolvía el café sentado en su escritorio. _______________________________________________________________________________ Cuento basado en la vida de Felix Kersten, masajista de cabecera de Heinrich Himmler, quien era jefe de las SS nazis y responsable del Holocausto como supervisor de los campos de concentración. Entre ambos se creó una estrecha relación donde Kersten, aprovechándose de la confianza que existía, solicitó la libertad de cientos de judíos evitando que estos fueran asesinados.

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Zacarías Zurita Sepúlveda (Chile, 1980). Profesor de Historia y Geografía. En el año 2017 su cuento “Paranoia” fue antalogado en el libro La comunidad de

la Letra: Antología de narradores porteños (FICVAL, Valparaíso). Ha publicado en El Narratorio, Antología literaria digital y Revista Literaria la Sirena Varada. Es colaborador permanente del Twitter @cifi140chile. Actualmente es coordinador académico en el Instituto Profesional Arcos (Viña del Mar), integrante de la directiva de la Fundación Libera Letras, y coordinador del Fanzine Literario Letras Públicas.

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ESCAPE Patricia Dorante (México)

Podía sentir los murmullos a sus espaldas al caminar por el parque del pueblo. No le sorprendió. Desde su más tierna infancia, siempre había sido lo mismo. No tenía caso sonreír o tratar de ser amable con los demás habitantes del pueblo; al final, siempre la terminaban tratando como al peor de los monstruos. Esa Clara García está maldita, dicen que ni sus propios padres la quisieron por eso”, eran algunas de las cosas hirientes que siempre murmuraban a su paso. Pero lo que nadie sabía, es que ella escondía un secreto casi tan grande como el océano. Por infortunios del destino, ella había pasado la mayor parte de su vida atada, no sólo a ese pueblito olvidado de Dios, también a esa criatura que le robaba el aire a cada instante. Casi se había resignado por completo a aceptar que su destino sería cuidar de ese ser hasta el fin de su vida, cuando el destino la hizo conocer a una persona que le recordó la importancia de luchar con toda su fuerza por su sueño de ser libre. Y aunque al [16]


principio la sola idea de romper con su esquema de vida la había aterrorizado, había entendido que era su única opción era arriesgarlo todo. Junto a ella, sus vecinas seguían con sus risitas burlonas y miradas despectivas. Pero ya no importaba. Hoy era el día en que todo iba a cambiar para siempre. Antes de regresar a casa, hizo una pequeña escala en la única farmacia del pueblo. – ¡Hola, Clarita!– La saludó el encargado, fingiendo una amable sonrisa– ¿Qué crees? Ya tengo lo que me encargaste. Pero antes de entregártelo, me gustaría hacerte una pregunta… – Sí, pregúnteme lo que sea– replicó ella, haciendo un gran esfuerzo por no sonar nerviosa. – ¿No te gustaría una medicina menos fuerte? Lo que me pediste es muy potente – N-No, don José titubeó la castaña joven–. Así está bien para mí. – ¿Segura? Mira que esas cantidades son suficientes para un caballo… – Lo sé, p-pero como le dije, la medicina es para un amigo que está en la universidad y la necesita para un trabajo. – Si tú insistes, te tendré que creer… – Aquí está el dinero... y, ¡muchas gracias por todo! Como rayo, Clara salió de la farmacia y enfiló rumbo a la vieja casona. El resto de la mañana y las primeras horas de la tarde transcurrieron como de costumbre para ella; cocinando, lavando ropa y barriendo con gran esmero cada rincón de su lujosa prisión. Pero a diferencia de otras veces, ella se sentía extrañamente calmada, como un preso que se sabe a punto de ser liberado de prisión. Sin embargo, un súbito ataque de melancolía la invadió al toparse con una fotografía en la que aparecía una joven pareja junto a una pequeña niña que sonreía con infinita dulzura.

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– ¿Por qué tenían que irse tan pronto?– sollozó la chica de cabellos castaños, tomando la imagen entre sus manos–.Les prometo que, apenas salga de aquí, les voy a llevar flores. Ella sabía que sus padres jamás habrían permitido que ella sufriera tantos malos tratos, y mucho menos, que creciera siendo tratada en calidad de esclava por un ser tan ruin. Las seis de la tarde finalmente llegaron. La hora del té. Con la habilidad propia de quien ha realizado una actividad miles de veces, vació el caliente líquido en una tacita de porcelana. Pero esta vez, ella le agregó un ingrediente especial, proveniente del pequeño frasco de color oscuro que había recogido en la farmacia del pueblo horas antes. Se aseguró de agitar enérgicamente la bebida, para que no hubiera sospecha alguna del contenido alterado de la misma. Con una falsa sonrisa en el rostro, se dirigió a la habitación de la bestia, y con toda la calma del mundo, dejó la taza en la mesita de noche sin musitar palabra laguna. La criatura se limitó a gruñir al sentir la presencia de la joven en la habitación, para después ingerir la mayor parte de la bebida de un solo sorbo. El ingrediente especial no tardó en hacer efecto, y en menos de cinco minutos, la criatura se encontraba profundamente dormida. Clara sonrió como una niña pequeña. No podía creer que, por primera vez en su vida, todo le había salido bien. La joven corrió al teléfono, y marcó un número cuya sola vista le resultaba tranquilizadora. – Ya se durmió– murmuró ella al auricular, volteando a todos lados para asegurarse de no ser observada–.Ven pronto, por favor. Por unos minutos, que se le hicieron eternos, ella sintió que todo estaba perdido. Su mente se nubló al pensar por un instante que seguramente el monstruo encontraría una manera de ir tras ella… ¿Cuántas veces había intentado ella escapar, únicamente para terminar regresando a la cueva del lobo? No importaba si por culpa de su sobre peso el monstruo no podía ir físicamente tras ella, ya [18]


que él tenía múltiples aliados en todas partes, mismos que, temerosos de sentir la furia de tal abominación de la naturaleza, se habían encargado de frustrar cada uno de sus intentos previos por escapar. Al final, todas las personas que intentaban ayudarla terminaban sucumbiendo ante la influencia de los amigos de ese infernal ser. Por mucho que ella intentara convencerlos de lo mucho que necesitaba su ayuda, siempre la dejaban morir sola, pensando que ella no era más que una chiquilla malcriada que se rehusaba a asumir sus responsabilidades. Pero cualquier duda se disipó de golpe al ver que por la colina ubicada frente a la casa se acercaba un joven rubio, Darío. El que platicaba con ella por medio del internet desde hacía ya casi un año y había sabido ganarse por ese medio su corazón. El que la había ayudado a conseguir la receta médica para un somnífero tan fuerte. – ¡Hola, cariño!– Lo saludó ella, al tiempo que le señalaba una pequeña maleta oculta detrás de uno de los sillones– Ya tengo listas mis cosas para irme de aquí. – ¡Qué bueno!– replicó Darío, dándole a ella un beso en la mejilla– ¿Pero qué pasó con la cosa esa? ¿Dónde está? – Está en su habitación, roncando… Ya sé que te había dicho que ya me había decidido a actuar, pero ¿y si algo sale mal? – ¡Vamos! No lo dudes. Es ahora o nunca—murmuró Darío al oído de la atribulada muchacha La joven de castaños rizos sintió que se le acababa el aire al escuchar esas palabras, pero sabía que tenía que hacerlo. Era su oportunidad de ser libre. Con pasos firmes, se dirigió hacia la puerta de la habitación donde descansaba la bestia, roncando como lirón. Sin dudarlo, cerró la puerta con llave, y después, se apresuró a colocar un par de pesadas sillas de metal para asegurarse que la criatura no pudiera escapar. [19]


– Te felicito por tu valentía, amor– sonrió débilmente el novio de la chica– Ahora, vamos a apurarnos que nos queda poco tiempo. Los dos corrieron hacia el cobertizo de la casa, donde se encontraban un par de recipientes repletos de gasolina, y procedieron a vaciarlos sobre los muebles de la casa, asegurándose de no dejar espacio alguno sin rociar. Todo sucedió en cuestión de minutos. Clara no pudo evitar suspirar al momento en que arrojó por la ventana el cerillo que se encargaría de ponerle fin a todo. – Se terminó… ¡Finalmente!– dijo la joven en voz baja, no pudiendo evitar que su voz se quebrara un poco Darío, simplemente se limitó a asentir con un movimiento seco, al tiempo que tomaba a su novia de la mano, para alejarla de ese sitio. A sus espaldas, la madera de las paredes de la vieja mansión, comenzaba a ser devorada con avidez por el más feroz fuego. Largos años de humillaciones y maltratos sufridos en absoluto silencio, estaban quedando reducidos a simples trozos de carbón. La luna pareció estremecerse un poco al ser mudo testigo de tal espectáculo. Ya no había marcha atrás. Mientras tanto, Clara sonrió débilmente, a la vez que arrastraba su maleta en rumbo al auto de Darío, que los esperaba un poco más adelante. Esa pesadilla que parecía haber brotado del más oscuro rincón del infierno, finalmente parecía estar llegando a su fin. La pareja se alejó a paso veloz del sitio, jurando no volver a pasar por allí jamás en sus vidas. Sin embargo, entre los trozos de madera chamuscada, se escuchó una pálida risa que pronto se ahogó entre el feroz viento nocturno. Esto apenas estaba comenzando.

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Patricia J. Dorantes (Ciudad de México, 1989). Sus relatos breves y poemas han sido publicados en más de treinta antologías literarias de países de América Latina y España. Actualmente se desempeña como redactora freelance en diversos medios digitales.

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VIÑEDOS MENDOCINOS Yolanda Sa (Argentina)

Una mesa de madera, cubierta con un mantel de hule y un poco de harina, es mi lugar de trabajo. Todas las tardes preparo el bollo de masa, con sus idas y venidas al freezer, sin olvidarme de la miel, la esencia de vainilla y la ralladura de limón. Lo dejo enfriar hasta la mañana siguiente. Temprano, estiro la masa, corto triángulos de 10 cm de lado, los enrollo y les doy forma de medialuna. A veces agregó dulce de leche o crema pastelera y después al horno de mi vieja cocina a gas. Finalmente, a todas las pinto con almíbar: docenas de obras de arte que me sacan de las manos en el puesto de la feria de Morón. Hoy, martes, mientras mis manos trabajan, volví con mis recuerdos. Hice un inventario y no me gustó, fantaseaba con un cambio, presintiendo que el rumbo se había torcido, sin retorno. [22]


– Anda a vivir con Fernando, había dicho mi madre, tres años atrás. Tiene casa y es de material. Te mira igual que tu padre. Hazme caso, no dejes que suceda una desgracia. Fue en un baile de carnaval, cuando me lo propuso. Yo tenía 16 y él 28, pero era tan apuesto y tan galante que lo acepté. El primer año me trató como una reina, sólo me pidió que me cuidara, no quería hijos por el momento. Por su trabajo como chofer de la Municipalidad usaba un uniforme azul que lo hacía parecer un actor de película. Al segundo año, comenzó a llegar tarde. Trabajo extra, comentaba. Criticaba mi ropa, mi cabello, ¿por qué no usaba perfume? Una noche llegó borracho y me confesó que se acostaba con la abogada Saldívar. Con una sonrisa lasciva me dijo que lo excitaba quitarle las prendas de encaje. – Cómprate un conjunto, de esos que le dicen hilo dental. Aunque la rubia te lleva kilómetros de experiencia– dijo. Lo de la abogada había terminado, pero aparecieron otras. Ya no ocultaba sus infidelidades y denigraba mi deseo cuando me desnudaba para él. Gritaba sus nombres cuando me penetraba y llegó a abofetearme para conseguir más excitación. Le pedí que fuéramos a la salita del barrio para pedir ayuda. Se burló de mí. Él no estaba enfermo, dijo. Lo amenacé con dejarlo, volvió a reírse, ¿dónde iría? ¿Debajo de la autopista? Si lo hacía, me buscaría y cuando me encontrara. Ja. No volvería a intentarlo. Me estremecí mientras terminaba con la pastelería. ¡Qué tonta! ¿Y si me encontraba y me llenaba de besos? Preparé la cena y fui a ducharme. Me perfumé con una colonia de jazmín y me cubrí sólo con una camisola larga. Hacía calor y me invadió el deseo por él. Me excitó mi desnudez, me lo imaginé mirándome como en los primeros tiempos .¿Podría reconquistarlo? Me dormí, esperándolo. Llegó a la medianoche, golpeando puertas, con los ojos rojos, [23]


visiblemente alterado. Calenté la cena y me senté con él. Comimos sin hablar. Sentí miedo. – Vení, acercate, me gritó sentándome de un tirón sobre sus piernas. Contame con quién te encamas cuando yo no estoy, ¿para quién es el perfume que te pusiste?, hija de puta, todas son iguales. Carlos encontró a Marcela con otro y la echó de la casa. Pero yo te mato, a mí me engañas una sola vez. Llovieron golpes por mi cara y el resto del cuerpo. Me tiró al piso y comenzó a patearme hasta que dejé de gritar, sumida en la inconsciencia. Esto me salvó. Fernando se levantó y caminó hasta la cama dónde se durmió, gracias al sopor que siempre se libera con el alcohol. Cuando abrí los ojos, no quería moverme, no quería recordar. Me incorporé con dificultad y fui al baño. Tenía cardenales por todos lados y un ojo muy hinchado. Me dolía el costado derecho al respirar, quizás una costilla rota ¿Con quién estaba viviendo? Así no podía seguir, no quería verlo más, le tenía miedo. Mi deseo se había transformado en desesperación. Cuando él se levantó, me amenazó: Hoy no salgas para nada, asustas con ese ojo. ¿Te caíste? No me acuerdo qué pasó, a la noche hablamos. Preparé dos bolsos con lo mejor que tenía y mis efectos personales. Llamé a la Defensoría de la Mujer y anoté la dirección de la delegación más cercana. –No puedo volver a casa– les dije. La próxima me mata. Leyeron el miedo en mis ojos y mi resolución de [24]


no volver. Mientras la médica de turno me revisaba, una de las mujeres buscó en su computadora y me dijo que no tenían vacantes laborales. Me cambiarían la identidad pero tendría que esperar. Podría dormir esa noche en la Institución. Hasta entonces tenía tiempo de pensar qué hacer cuando amaneciera. Al día siguiente viajé a San Justo, recorrí la Plaza y entré en la Parroquia de San Justo y Pastor. Había comenzado la misa de las nueve y por una hora, a lo largo de los de rodillas o de pie reforcé mi decisión de viajar lejos, hasta que el tiempo curara mis heridas. Cuando terminó el Oficio, me acerqué a las oficinas de Cáritas y ocupé mi tiempo seleccionando ropa de grandes bolsones que activistas motorizados, retiraban de algunas casas. Compré un sándwich de salame y queso y pedí un vaso de agua para completar mi almuerzo. Volví a la misa vespertina, para estar a cubierto una hora más. Después tomé el autobús para regresar a Morón. Me entretuve frente al puesto de diarios. En ese momento distinguí un automóvil de la Municipalidad estacionado frente al edificio de la Defensoría. Retrocedí unos pasos y esperé. Mi corazón latía acelerado. Por el lugar circulaba mucha gente. Algunos transeúntes camino a la estación de tren, otros hacia las paradas de buses. El tiempo se volvió interminable hasta que lo vi salir. Llevaba el traje azul, la postura erguida de un ganador, sin embargo el verlo acentuó mi desazón. El miedo de cruzar mis ojos con los suyos. Rosario, la empleada me confirmó que había realizado muchas preguntas, pero ella se mantuvo firme en su secreto profesional. Me entregó el nuevo documento. Ahora me llamaba Martina Díaz y tenía un domicilio en Capital Federal. A la hora de permanecer recostada sobre la cama, mirando sin ver el noticiero de la TV, entró Rosario, se acercó y me dijo que tenía una visita. – Dice que es tu madre– agregó rápidamente. [25]


Al ver mi expresión de angustia. La seguí hasta una de las salitas de visita. – ¿Elsa, qué estás haciendo acá? En tu casa te esperan con desesperación. – Mamá– le contesté y la abracé. No sabés nada de mi vida. No puedo más. No voy a volver. – Estás loca, Fernando me va a quitar el subsidio y todo por algún bife, quizás merecido, porque a vos hija, los humos se te subieron a la cabeza. Si te importo algo, mañana te quiero ver en tu casa. Fernando me prometió que se acabó, no más reproches, deja el alcohol y se van una semana a Mar del Plata. ¿Te das cuenta? Vas a conocer el mar. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Le di un beso, un abrazo y volví a la sala dormitorio. Media hora después me acerqué al mostrador de entrada y le dije a Rosario: – Mi marido ya sabe que estoy acá. Despertame a las cuatro y media. Mañana me voy. – ¿Vas a Mar del Tuyú, dónde tenemos una delegación? – Sí, va ser lo mejor, le contesté sin mirarla a los ojos. Tomé una revista, de la mesa ratona y volví al dormitorio. Con grandes caracteres leí Lugares y entre diferentes artículos sobre ciudades del mundo, completamente ajenas para mí, me sorprendió el comentario y las fotos de San Rafael en Mendoza. No dudé que era una premonición y lo hice mi próximo destino. Viajé en tren y subterráneo hasta Retiro. Compré el boleto en la estación de autobuses de larga distancia y cuando el vehículo arrancó, sentí que cortaba el cordón umbilical con el gran conurbano. Mis manos me ayudarían a sobrevivir. Dormí parte del día y la noche entera. Abrí los ojos y con la mano aclaré un espacio del vidrio empañado. Los viñedos se extendían a mi derecha hasta el horizonte, mientras el agua corría en canales de [26]


piedra, las acequias, hasta que llegara el horario de invadir las tierras que esperaban el riego. En la terminal, todos se apuraban para bajar. Un matrimonio mayor esperaba como yo. Me animé y pregunté: – ¿Conocen alguna panadería grande, por la zona? Soy buena pastelera. Me formé en Buenos Aires y estoy buscando trabajo. La pareja se miró y rieron. El hombre sacó una libreta, arrancó una hoja y anotó algo. – Esta es la dirección de nuestra panadería. Se llama La Catalana. Empezás el lunes, a prueba por una semana. El pasillo estaba vacío y uno de los choferes voceaba: San Rafael, San Rafael. Yolanda Skowronski (Alemania 1947). Desde sus dos años vive en Argentina. Cursó estudios universitarios en la rama de las Ciencias. Trabajó en este ámbito hasta 2002. A partir de ese momento se volcó hacia una actividad independiente, relacionada con el Turismo, que le permitió vislumbrar su asignatura pendiente: la escritura de ficción. Adoptó el nombre de Yolanda Sa. Desde el año 2014 sube relatos cortos en su blog: yolanda-sa.blogspot.com.ar

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ANÉCDOTAS DE UN NUDISTA Kehila Rubio (México)

A Rogelio le gustaba desnudarse. No solo para tomar un baño o para hacer el amor, su afición iba mucho más lejos. Aprovechaba cada ocasión para sacar los cueros al aire. Consideraba a la desnudez como el acto primitivo más delicioso de todos. Se había divorciado ya tres veces y no por los conflictos comunes que el tiempo y la cotidianidad causan, sino que esas relaciones estaban más ligadas al fracaso por ese “gustito” eterno que tenía. Fue en el verano de 1998, que finalmente cayó en cuenta de su verdadera vocación, cuando encontrándose en la bañera, se inició un fuerte temblor. Rogelio se levantó aún escurriendo agua y salió a la calle completamente desnudo. Un sentimiento de provocación,

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rebeldía y libertad le invadió. A su alrededor todos le observaban con cautela, con vergüenza, pero eso sólo aumento su interés. Pasados varios años le dio por la política. Se lanzó para gobernador de un pueblito llamado Pudor, y sin conocer aún su muy particular gusto por el desarropamiento, los habitantes le dieron el sí. Al segundo día de su gobierno, se paseó desnudo por las calles, anunciando que todos serían liberados de las ataduras que la ropa había ejecutado. Los habitantes del pueblo aceptaron poco a poco las excentricidades de su nuevo gobernador y por estas inauditas acciones, comenzó el pueblo a prosperar. Ya no se preocupaban por estar vestidos o ser los más peinados, tenían mucho tiempo para sus intereses. Los jóvenes comenzaron a explorar la cultura, los idiomas, las artes, la economía. El pueblito del Pudor llegó a ser reconocido nacionalmente como el más próspero país en áreas culturales y económicas. También comenzaron a ser felices, consiguiendo la libertad e conectarse con la naturaleza, el equilibrio emocional y su salud física. Después de terminado su gobierno, Rogelio abandonó el pueblito. Todos le organizaron una gran celebración donde tocó el mariachi Bichi. En este momento, decidió lanzarse para presidente y, habiéndose conocido sus logros en el país como gobernador de “Pudor”, se le dio el sí nuevamente. Consiguió que en todo el país la gente pudiera libremente andar desnuda. Incluso el Papa lo apoyó durante la campaña en bichaté, declarando que: existen circunstancias en las que la desnudez no es

impúdica. Si alguien toma ventaja de esta ocasión para tratar a la persona como un objeto de diversión este es el único culpable de falta de vergüenza … no el otro. En la campaña hablaba del derecho de todo ser humano a sentirse cómodo y seguro estando desnudo. Creó leyes y decreto dentro de la Constitución que protegían a los desarropados de ser acosados y [29]


difundió la ideología de la desnudez como un estado natural y no de morbo. Llegó a ser tan reconocido en todo el mundo, que en la ONU, se inició una campaña para liberar a todos los seres humanos de su ropa y de las tendencias que producían sólo la separación y segmentación mundial. Se empezaron a presentar por primera vez en las olimpiadas deportes con nada más que calzado. Y se creó la religión de Adán y Eva, donde las personas podían asistir como Dios los trajo al mundo, por lo que, incluso en las celebraciones de bodas o misas efectuadas bajo esa religión, el Padre podía andar desnudo.

La paz inicia con la desnudes, rompamos los paradigmas con los que la vestimenta nos ha oprimido. Kehila Neftalí Rubio Cisneros (Tijuana, Baja California, 1987). A los 8 años recibió su primer libro, el que despertaría su amor por la literatura. A la edad de 21 años egresó de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad UNIVER del Noroeste. Cumplidos los 23 años, se embarcó como colaboradora dentro de una revista local llamada TIJUANEO, con la que formó lazo por tres años, dentro de ese lapso de tiempo, publicó varias reseñas literarias de libros de talla internacional. También publicó un cuento corto titulado “El cielo sabe a lluvia”. Actualmente continúa desarrollando varios proyectos personales relacionados con las letras.

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LA FAMILIA QUE SUSURRABA Daniel Lobos (Chile) Llegó muy alterado, tan aterrado como sudoroso, tenía los glóbulos de los ojos desorbitados, alcanzó a agarrar las ropas de la asustada vieja jalándola hacia él, lanzó un sonido gutural indescriptible, el viejo en ese instante moría de terror, el corazón le había estallado. – Hay que preguntarle al Chemito, él le acompañaba y le ayudó a llegar– propuso un pariente. Antes que el Chemito diera sus primeras impresiones a la gente allí reunida, pasamos a revisar los antecedentes ligados al caso. … Le pasó primero a la tía Domitila que venía del pueblo junto a su pequeño hijo. Todos los lunes bajaba a comprar los elementos que en la parcela no se podían producir. El camino ya tenía fama del terror, pero todo se había complicado hace un mes atrás cuando un misterioso camión había atropellado a la hija menor de los Hernández. Los lugareños plantaron una crucecita en el lugar pero cuando las viejas de la iglesia llevaban unas velas a la semana del lamentable suceso la animita había desaparecido. [31]


Contaba la tía Domitila que cuando traía la carretilla llena de trastos mientras el pequeño Carlos caminaba detrás, el niño de improviso se puso a hablar y a detallar quien era y donde vivía. Domitila era una mujer fuerte, la vida le había enseñado a defenderse y aunque en aquel pueblo todos cultivaban la amabilidad, ella arremetería contra el primero que le hiciera daño a su hijo, pues era la única huella de una familia fallida. Domitila era viuda. Cuando la mujer volteó la cabeza para ver con quien platicaba su hijo ya no tenía motivos para estar alerta, pues al lado del pequeño Carlos caminaba un sacerdote. La madre pensó inmediatamente que era el nuevo cura, ya que en la localidad se le esperaba hace una semana. El camino era de arena y estaba plagado de incomodas piedras, era una ruta obligada para todos los lugareños, incluyendo a los creyentes que iban de visita a la antigua y única iglesia. Domitila cruzó unas palabras con el cura, pero cuando volteó para indicarle cuánto quedaba para arribar a la vieja casa de Dios, el sacerdote había desaparecido. De su presencia no había ningún rastro. La anécdota del cura fantasma se trasformó en todo un mito para los familiares de la viuda cuya historia no gustaban de compartir con otras personas por temor al descrédito o al ridículo. En el pueblo todos eran muy conservadores, por lo que estas cosas ligadas al Diablo se hablaban con temor y muy despacio, casi susurrando. La segunda anécdota de origen extraño le paso al tío Anibal que era el hermano mayor de Domitila. Bonachón aunque muy solitario, sus únicos amigos eran los perros de la parcela, él los cuidaba y los alimentaba. Anibal solía gastar sus pocos pesos ganados en sus faenas diarias en la cantina del pueblo. Todos los domingos bajaba a ponerse sus vasitos de aguardiente con limón. La chicha y el vino eran para mariconcitos como él siempre decía. [32]


Él siempre contaba que en mitad del camino salían duendes buenos que lo acompañaban cuando borracho se salía del camino. Estos duendes lo acompañaban hasta llegar a su cama. Anibal también hablaba de los duendes malos que le arrojaban piedras, incluso él les ponía color siendo los benevolentes los verdes y los malévolos los rojos. En la casa nunca nadie le creyó. Al tío Anibal le jugaba en contra el ser un hombre borracho y solo. Por esto, nadie le ayudaba a solventar sus historias. La vieja de la casa, madre de Anibal generalmente censuraba sus relatos. Le atemorizaba que llamaran fuerzas ocultas que después no sabrían como deshacerlas, además ella era muy devota de la virgen del Carmen, y no podía concebir en su mente un mundo ligado a sucesos extraños y malvados. Las historias de Anibal se contaban en voz baja en la bodega o en la caballeriza entre los peones de la parcela para no incomodar a la vieja. – Hay que preguntarle al Chemito, él le acompañaba y le ayudó a llegar– propuso un pariente. El Chemito algo perturbado por ver al patriarca de la casa, al hombre que por años fue el más fuerte de la familia yacer en la muerte producto de un incomprensible horror, señaló: – Con el patrón pasábamos por el lugar donde murió la niñita de los Hernández cuando entre las matas apareció un chancho gigante. Más grande que nuestros caballos. Echaba fuego por su mirada y aullaba como una fiera salvaje, de seguro era el mismo Diablo–. Al Chemito la voz se le había convertido en un hilo, le salía muy bajita, estaba aún muy nervioso. Luego Añadió: – El patrón sacó el cuchillo y se lo hundió en el costado al Chancho, no lo alcanzó a morder pues el animal volvió a las matas de donde había salido… [33]


– ¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh hhh!!! Ese era el grito de la vieja, el único que se había sentido en la casa… por años. Cuenta mi abuelo que en esa casa donde todos hablaban bajito nunca más se sintió un grito desde la muerte de mi tatarabuelo por ese enigmático ser. Cosas que pasan en el campo. Daniel Lobos Jeria (Chile, 1978) Profesor de Historia y Geografía. Residente en Valparaíso. Interesado por el folclor y la literatura de los pueblos latinoamericanos y también por temáticas de misterios y curiosidades, se ha visto motivado a fundar dos blog isisdetrasdelvelo.blogspot.cl y perdidosenlaselva.blogspot.cl. Es colaborador en el sitio web Cultura Colectiva de México https://culturacolectiva.com/author/daniellobos-jeria/

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LA VACA ENFERMA Isabel Suárez (Bolivia)

Estoy hundida en la aflicción, la vaca está en el hospital. La vaca ha sido mi amiga y compañera por años, aguantándome el peso de uno como de diez, perdiéndose conmigo por la ciudad de los peces monstruos, fatigándose con los ventarrones de arena ardiente de las aceras del 5to Anillo… Más de una vez sufrió algún percance y no es la primera vez que va al hospital. De hecho, a estas alturas, ya debería tener una membrecía. Desde hace unos días que la notaba decaída, débil, terca para andar. Las temperaturas aumentaron y la vaca empezó a dar señales de sufrimiento. A veces mugía con dolor, a veces se le paralizaban los músculos y se ponía lenta como tortuga, moviendo sus patas con una parsimonia cósmica.

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Ayer le subió la fiebre. Tuvo que andar todo el día, la pobre, y por mi culpa, pues le hice dar más vueltas de las necesarias por haber olvidado mi cabeza en casa ajena y tener que ir a buscarla. Al medio día, con el grandioso sol sobre nuestras cabezas, galopamos hacia la misión urgente. La vaca tuvo que esperar afuera, achicharrándose como churrasco, sus carnes duras deshidratándose, exhalando vapor. Llegando de vuelta a casa le toqué la nuca y la sentí caliente. Al mirarla, sus ojos me devolvieron una súplica, por favor, necesitaba agua. Pobre vaca, ardiendo en fiebre. Le serví dos litros de agua que se tomó como si fueran los últimos del mundo, y refresqué su frente con compresas frías. Se acostó en la sombra y durmió por horas, sudando frío y temblando. Cuando tocó salir de nuevo, le di más agua y volví a aplicarle compresas. Sentí sus mejillas frescas y sus ojos aliviados, hasta tenía ánimo, hasta me decía que salgamos. Entonces salimos. Muy entrada la noche y después de andar por horas, la fiebre volvió a subir, arrasadora, golpeando las rodillas de la vaca que no podía más que andar despacio, la pobre vaca. Al llegar donde Marce, le volvimos a dar agua y la refrescamos. Tomó muchísimo y seguía con sed, entonces le dimos más. Y más y más, y no paraba de tener sed. Mejor vas a tu casa a que descanse, dijo Marce, así que me monté en la vaca y la llevé lo más despacio que la seguridad vial permite. Llegamos a la casa, abrí la tranquera y al subir la barranca, la vaca se desvaneció. La zamarroneé para que reaccione y termine de subir, pobre vaca, que empleó todas las fuerzas que le quedaban para llegar a su corral. Ahí se tiró y quedó como muerta. Me contuve de llorar para no perder la calma, salí a buscar ayuda y tuve la providencia de encontrar a mi padre llegando. La vaca se está muriendo, gemí [36]


desesperada, qué vamos a hacer. Lo lógico, me contestó tranquilo, llamar a una ambulancia para que la lleve al hospital. Entonces proseguí, llamé al número de la emergencia 800… y pedí una ambulancia, urgente, para mi pobre vaca. Llegaron antes de que colgara el teléfono, gracias a dios. La subieron entre 6 a una camilla enorme, luego a la ambulancia, cerraron las puertas traseras y se fueron, dejándome con el corazón en la mano y las lágrimas en las pestañas. Hace poco llamé al hospital para saber cómo estaba y me dijeron que todavía no había ingresado a pieza por falta de espacio para una vaca, que la tenían en su camilla enorme en los pasillos, pero que supiera que la cuenta no me saldría barata, pues necesitaba con urgencia un trasplante de radiador, cambio de correas, chapeado, pintura y otros arreglos más. Isabel Suárez (Bolivia, 1994). Cursó la escolaridad en el Colegio Espíritu Santo. Actualmente

estudia

Audiovisual

en

Comunicación

Diakonía,

de

la

Universidad Católica Boliviana. Trabaja como fotógrafa independiente. En el año 2012 fundó el blog Caja de Zapatos, destinado a contener todos sus escritos, los que merecen ver la luz y los que no tanto.

Su

antalogado

cuento

“Ruthina”

en

libro

el

fue

Tríplice.

Narrativas de Chile, Perú, Bolivia y México (Cinosargo, 2017). En el 2016 ganó el concurso No Municipal de Literatura, organizado por Alexis Argüello, quien fundó su editorial Sobras Selectas con la primera obra de esta autora. Caja de zapatos es su primer libro de cuentos.

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DOS HISTORIAS DE TU CAMPO LUCAS ESPINOZA Daniela Pinto (Chile) Arte Culinario Una cucharada de azúcar... Una taza de leche... ¿Cuántos huevos? ¿Cuántos crees tú, niña? No entendía muy bien las instrucciones cuando me gritaba. Siempre gritándome. Es una mujer vieja y buena. Cómo muchas en este sector perdido al interior de la Sexta Región. Pero eso sí, gritona. Muy gritona. Sabía que el biscocho iba a estar listo en algún momento. Delicioso o no, la tarea de amasar y esperar (acciones idénticas muchas veces) terminaría pronto. ¿Cuántas veces había intentado cocinar algo dulce? ¿Durante cuántos años he querido preparar la receta de la abuela (o de las abuelas, porque en medio de Marchant todas las mujeronas cocinan…y bien, que es peor) y jamás pude hacerlo? Esa mujer era una bruja. Una bruja cocinera que en lugar de escoba tenía un cucharón. Siempre lo supe. No volaba, pero revolvía la sopa [38]


perfectamente. Dos tazas de harina... No batas tan fuerte niña, no ves que te va a quedar amarillo el biscocho. No tan rápido, mija, que el merengue no te sube, que se baja, que se te corta. ¡Maldición! Siempre gritándome. Cuando terminé de batir me di cuenta que la cocina nunca sería el arte que dominaría. Así que esperé dos años. Esperé que no lloviera. Esperé que el Castaño no me siguiera obsequiándome esa asquerosa estela de bostas monumentales. Amase el tiempo de mis días para que no me doliera el recuerdo. Y, a pesar de que el Castaño seguía intentando quitarme la chupaya con su hocico alargado, con sus pelos-bigotes tocando mi piel de gallina y mirándome con esos ojos de animal guerrero, lo decidí. Finalmente, dejé cientos de biscochos armados en mi mente. Esperé y amasé. Tomé mi mochila. Luego un bus y eso es todo. Ahora vivo en Santiago, como comida preparada, tengo microondas, caliento las cosas en diez minutos mientras sigo recordando que pude haber sido una gran cocinera si es que no me hubiese costado tanto batir el biscocho y dominar el arte culinario.

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El elegido Nació atrofiado. Todos decían que moriría en unos pocos días porque no mamaba. Su madre era primeriza y lo dejó a la intemperie sin una tetilla que chupar. Cuando estábamos en el patio lo sentíamos chillar como un cerdo. Aunque todos los de la casa sabíamos que pronto llegaría a su fin, me esforzaba por hacer que chupara. Deseaba realmente que caminara. Que se apoyara en la cerca o que por lo menos se moviera un poco. Me daba pena. Quería lograr que dejara de llorar y que comiera algo. Le dimos un lugar en la casa. No sé si le gustó alguna vez o no. Pero, se lo dimos. Todo era extraño. En la casa se respiraba un aire fúnebre, algo parecido a una tumba prefabricada. Su hogar era un sitio tibio, aunque reconozco que las paredes se humedecían con la lluvia. Aquí podría recuperarse. Con lástima, imaginábamos su vida de adulto: monstruoso, con los miembros torcidos por el efecto de ese esfuerzo sobreanimal de su madre al parirlo. Lo mejor es que muera rápido y sin dolor, decían los adultos. No, por favor, cuídenlo. Cuídenlo hasta que sea más grande. Por favor, es muy chiquitito para que muera. Mamá, papá, tata, lela, gritábamos nosotros. Estábamos consumidos en el dolor. Con esa voz entrecortada por el espectáculo que daba ese ser albergado (allegado) en la casa, era imposible no pedir por él. [40]


Pero… sucedió que un día, ante la sorpresa de todos, el moribundo atrofiado comenzó a caminar. Lentamente movía sus laxas extremidades y volvimos a creer. Creíamos en los Milagros. También en su recuperación, en la extraña manera de comunicarnos que estaba sanando. Luego, nuestra situación mejoró. Después de muchos días y noches, en su cuarto cumple mes todo estaba listo: el lazo, el cuchillo y también las papas, las ensaladas, el vino y el palo. Todo un festín dispuesto para preparar a ese delicioso cordero que tanta preocupación había dado a la familia. Daniela Pinto Meza (Chile) es Profesora de Estado en Filosofía, Magíster en Filosofía Política por la Universidad de Santiago de Chile

y

Doctora

©

en

Literatura

Hispanoamericana en la Universidad de Playa Ancha. Participó en los talleres literarios “La Pluma Desatada” (Balmaceda Arte Joven) y “Taller Estudio 112” (Centro Cultural Bellavista). Entre sus publicaciones destacan Palabra y Pensamiento: Ensayos de Literatura y Filosofía (Cinosargo, 2014), y Amor y Política en Agustín de Hipona (RiL editores, 2018). Ha sido editora de las obras Entrelíneas (2015), Escritura pingüina (2016), La comunidad de la Letra (FICVAL, 2017) y antalogada en la obra Tríplice. Narrativas de Chile, Perú, Bolivia y México (Cinosargo, 2017). Se ha desempeñado como gestora cultural en diversos espacios sociales. Actualmente, es docente en Valparaíso, colaboradora del portal de literatura chilena Estación de la Palabra (www.estaciondelapalabra.cl), directora de la Fundación Libera Letras, además de integrante del equipo editorial del Fanzine Letras Públicas.

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UN CORTO VIAJE A 3 GRADOS KELVIN Sergio Barrios (Chile)

La pérdida de energía empezó a darse antes de lo esperado. La idea de economizar no había sido tan buena después de todo. Su espalda sentía como el calor fluía desde su cuerpo al medio. Pero debía seguir trabajando. – ¡Lo malo es que un trabajo intelectual de cálculos de trayectoria, velocidades, tiempos, no calienta el cuerpo!– se dijo a sí mismo. Estaba en un ambiente cerrado, su puesto sin embargo no era el habitual, ya que acostumbraba trabajar cerca de la cabina de navegación desde donde podía pasar del amanecer al anochecer cada 90 minutos. La mayoría de los satélites están puestos en órbita terrestre baja y viajan a una velocidad aproximada de 27400 km/h (equivalen a 8 km/s). Desde el lugar en que se encontraba no se [42]


podían ver las estrellas ni la Luna lo que era una de sus distracciones. Si eso fuera poco, el frío que sentía, lo hostigaba reduciendo su capacidad de concentración. Se movió inquieto en su puesto provisorio de trabajo. Tenía que descubrir por donde se estaba fugando el calor, y rápido. La energía en el transbordador era una limitante y por mucha que fuese, no era interminable. Buscó su traje térmico, ansioso. A pesar de que no era de su agrado usarlo, ya la disminución de la gravedad hacía que sus movimientos fuesen torpes y si a eso se agrega un molesto traje, solo aumentaba la incomodidad. Si a todo esto sumamos la constante y desagradable sensación de estar cayendo permanentemente…todo ello reunía el sinnúmero de molestias de viajar con gravedad inferior a la terrestre. El viaje era solamente a 400 kilómetros de altura, una órbita terrestre baja (LEO, por Low Earth Orbit, en inglés) es decir una órbita alrededor de la tierra entre la atmósfera y el cinturón de radiación de Van Allen, con un bajo ángulo de inclinación. Órbitas más bajas que esta no son estables y decaen rápidamente debido al rozamiento con la atmósfera. Las órbitas más altas están sujetas a averías electrónicas, debido a la intensa radiación y a la acumulación de carga eléctrica. Las órbitas de ángulo de inclinación más alto se llaman órbitas polares. Nuevamente volvió la sensación de intenso frío…tres grados Kelvin es la temperatura media en el espacio vacío. ¡Qué terrible! Sin embargo, pareciera ser extraño pero no se moriría de frío ya que los cuerpos pierden calor solamente a través del contacto con otro cuerpo a una temperatura inferior y en el espacio vacío no hay aire para perder calor por transmisión, sólo por radiación, es decir, como los cuerpos calientes emiten luz infrarroja, ésta sería la forma de perder calor, sin embargo la muerte habría llegado mucho antes y sería por un infarto. [43]


– ¡Mejor me concentro en los cálculos!– pensó. Y continuó resolviendo las ecuaciones que tenía frente a él, en ese enredo de papeles sobre la improvisada mesa de cálculo. Dándose una pausa, tomó el traje térmico y se metió dentro de él. Un buzo era un buzo y el frío era frío. – ¡Listo! Ya estoy abrigado. Tomó enseguida la decisión de ir a inspeccionar el lugar por el que supuestamente estaba fluyendo aire hacia fuera y consigo el calor, hacia el helado vacío y que además disminuía la presión dentro de la nave. Un escalofrío recorrió su cuerpo. A pesar del traje puesto, la situación en el siguiente compartimento le produjo una sensación aún más terrible de soledad y ausencia de calor: la negrura extrema del espacio vacío. … – ¡Pedro! ¿Por qué no cierras las ventanas de la terraza? Ya es tarde y es invierno. ¡No puedes tener todas las ventanas abiertas! – Ya mamá, lo siento, es que me olvidé. Dejó Pedro sus anotaciones y cálculos, cuadernos y lápices sobre el escritorio y caminó cansinamente a la ventana más cercana. _______________________________________________________________________________ Nota: Alejados de un cuerpo masivo como la Tierra sentiríamos estar cayendo permanentemente. El movimiento en el espacio sería como volar en un avión y, un poco más complicado al no haber aire, ya que no se puede direccionar la nave con las alas si es que las tuviera. Tendría que utilizar propulsores laterales. La maniobrabilidad sería bastante complicada.

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Es de profesión Profesor de Estado en Matemáticas y Física por la Universidad de Chile, Magister en Enseñanza de las Ciencias, mención Didáctica de las Matemáticas por la Universidad Católica de Valparaíso, Magister © en Comunicación Educativa y Diplomado especialista en Educación de Adultos por la Universidad de Playa Ancha. La escritura es un gusto que cultiva desde su juventud. Ha participado en distintos certámenes de cuentos organizado por el Colegio de Profesora A.G, en los cuales ha sido finalista y ganador en distintas oportunidades (segundo lugar cuento “Un día en la sala de clases” 2007, tercer lugar cuento “Radiografía” 2007, primera mención honrosa poesía, 2004. Dentro de sus escritos publicados se encuentran: “Camino matemático” (2011), “Rosa de los vientos”, (2012), “El hechizo de los versos”, (2012) y “Los lentes de distintos colores (2016)”. Ha sido antalogado en las obras Entrelíneas (Autoedición, 2015) y La comunidad de la Letra (FICVAL, 2017), entre otros. Ha participado en los talleres de creación literaria “Letras Placillanas” (2015), “La comunidad de la Letra” (2017) y “Espejo de la Palabra (2018). Actualmente, es docente en la Universidad de Valparaíso y miembro del equipo editorial del Fanzine Letras Públicas.

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ABASTECIMIENTO M.Floser (España)

Eh, tú, ¿qué estás mirando? Siempre igual, veis una masacre y acudís como carroñeros. ¿Podrías apartar el pie? Estás pisando mi mercancía. Gracias, muy amable. Estoy harta de que vengáis por aquí a cotillear, ¿me has visto con cara de cuentacuentos? Búscate a otra que te entretenga con historias, estoy ocupada. ¿No piensas irte? Podría abrirte en canal desde el ombligo hasta la garganta y así mi botín sería mayor. Eres humano, ¿verdad? ¿De la Tierra? Imagínate cuánto pueden pagarme por tu corazón. Si no lo hago es porque está a punto de irse la luz y no me gustaría que la oscuridad me pillara con un gilipollas como tú. ¡Deja de preguntarme! Está bien, te lo voy a contar, aunque solo sea para librarme de ti. Mira, ¿ves a ese que está ahí? ¡Ese no, idiota, el otro, el que tiene las tripas colgando! Pues a ese no lo han vaciado porque es un kahax. Pero no iban a dejar su [46]


cadáver intacto, no, han cogido un cuchillo y le han hecho eso. ¡¿No sabes nada?! Los órganos de los kahax no sirven ni para hacer un trueque, son quizá la raza alienígena más inútil: viven alrededor de un mes y se reproducen como julucs. Atento, idiota, ese de ahí, el del uniforme raro de color awad es un soldado del ejército pacificador. Suelen ser guapos, claro que en este caso no podemos saber qué cara tenía, seguramente su cabeza está ahora en un puesto ambulante, si no lo han comprado ya para hacer caldo con ella. Luego está la pareja esa, o lo que queda de ella. Por el color de la sangre en la que están tendidos los cadáveres diría que son del planeta Vurine. Mala suerte para ellos haber venido aquí en época de abastecimiento, los miembros vurinianos son muy preciados. ¿Te están dando ganas de vomitar? Ni se te ocurra hacerlo ahí, sigues encima de mi mercancía. La verdad es que se han ensañado con los de Vurine, solo han dejado los torsos. Y la técnica de amputación es envidiable, ya me gustaría a mí cortar así. Terrícola, cuidado, no pises ese ojo, pueden darme unos cincuenta kóndacs por él, y cuidado con el pene de ese monstruo, si lo corto bien me llevaré cerca de cien kóndacs. Mejor estate quieto antes de que me arruines. ¿Por qué no me echas una mano? ¿Ves ese saco de ahí? Es mío, coge el ojo con cuidado y mételo dentro, yo me ocupo del pene. Pues como decía, justo esta mañana ha comenzado el abastecimiento, menudo día habéis escogido para viajar. ¿Dónde estabas tú para haberte librado? ¡Joder qué difícil de cortar! Eh, idiota, pásame el destrozador que hay dentro del saco. ¡Eso no es! No, eso tampoco, lo que parece un... ¡Eso! Gracias. ¡Ya está! Menudo pene, cuando lo limpie me voy a llevar un buen dinero por él. Pues no sé, terrícola, lo usan para medicinas, para rituales, para conjuros o algo así. ¿Por dónde iba? Cierto. Una vez al año se abre la veda y los recolectores cazamos extranjeros para poder vender sus órganos, miembros y posesiones. Así ganamos dinero para el resto del año y [47]


podemos vivir sin matar a nadie. ¿Horrible? ¿Qué pensabas que había en este planeta? Es un coto de caza y habéis tenido la mala suerte de aterrizar en temporada alta. ¡Cuidado! ¡Acabas de joder una pieza genial! Cuidado con esas patazas, ¿quieres? Por ese hígado me habrían dado más de doscientos kóndacs. Tendría que rajarte y quedarme con el tuyo, idiota. Mira el cielo, se nos está haciendo tarde y tenemos un montón de cosas que recoger. Vale, vale, deja de pedirme perdón, vas a hacer que me duelan las cabezas. Sigo contándote. Antes los habitantes de este planeta se podían ganar bien la vida en fábricas de armas, de aerodeslizadores, incluso podías vivir sin preocuparte del dinero si conseguías un puesto en la fábrica de jugos sensoriales. Pero cuando el planeta fue invadido por los brugasianos en la Guerra de los Diez Planetas, todas esas fábricas se convirtieron en edificios abandonados, en refugios para mendigos y repudiados. Los invasores se hicieron con el control del planeta y lo convirtieron en esto que ves ahora. Quizá si vas a las Ciudades Prósperas, así las llaman ellos, encuentres mucho lujo, gente que vive por todo lo alto, esos son los descendientes de los invasores. Pero los nativos y los que descendemos de los que levantaron este mundo y lo hicieron grande, nos tenemos que conformar con vender una vez al año órganos, miembros y pertenencias de turistas idiotas como tú que no se informan bien antes de planear un viaje como este. Y no te creas que eso es todo, de lo que ganemos tenemos que dar la mitad al gobierno para que las Ciudades Prósperas sigan prosperando. ¡Qué fácil lo ves todo, terrícola! Como si levantarse contra los brugasianos fuera tan sencillo como decirlo. ¿Los has visto alguna vez? ¡Entonces cállate la boca! Un cachorro de brugasiano te podría arrancar la columna vertebral con las zarpas a tal velocidad que simplemente no te enterarías de que te has muerto, luego jugaría con tu columna hasta que su madre se la quitara y la usara para dar de comer a sus mascotas. Si eso te ha parecido demasiado quiero que pienses en [48]


esto: los brugasianos son seres racionales, ¿te imaginas lo que te harían sus mascotas? Esos pobacs te devorarían, te cagarían y volverían a devorarte antes de que pasaran cinco kips. No, terrícola, no es tan sencillo levantarse en armas contra los invasores. Muchos lo han intentado, ¿qué te crees que pretende el ejército pacificador? No te equivoques, les estamos agradecidos, nos sentimos en deuda con el ejército, pero hoy no hay amigos. Hoy todo el mundo es presa para alguien, y el ejército pacificador no es menos. Además, por mucho que luchen por nuestros intereses, lo hacen desde las Ciudades Prósperas. Ellos comen cinco veces al día, nosotros a duras penas tenemos algo para comer y algo para cenar. ¿Qué quieres que te diga, terrícola? Somos un planeta de salvajes, nos han hecho ser así. Hay que sobrevivir, ¿entiendes? ¡Perfecto, métela en el saco! Muy bien, terrícola, una cabeza de xanawan, y encima no le han quitado el cerebro, con eso cubro más que de sobras el dinero que me has hecho perder con el hígado que has pisado. ¿Y dónde quieres que vaya? ¿Me llevarás contigo a la Tierra? He oído que habéis empezado hace poco a recibir turistas de otros planetas. No está mal, he oído maravillas de tu planeta, dicen que es precioso, aunque por lo que he leído era mucho más bonito antes de que el agua cubriera las ciudades y tuvierais que empezar a construir de nuevo. ¿Es verdad que todo eso fue culpa de tu especie? No, no tengo ni idea de qué es la polución, pero debe ser una cosa horrible si hizo aquello. Bueno, da igual, el caso es que a no ser que me lleves contigo a la Tierra tengo que quedarme aquí y apechugar. No te preocupes, no todo es malo, tengo familia, amigos y el resto [49]


del año se vive bien. Lo que pasa es que en días como hoy se reúnen grupos especializados en matar, amputar y saquear, y los que no queremos problemas, o no queremos acabar descuartizados y sirviendo de mercancía, tenemos que quedarnos con los restos. Si tenemos suerte nos topamos con alguna pieza interesante que los grupos se han olvidado o han desechado, muchas veces porque ya no necesitan más, porque ya no pueden cargar con nada más, o porque son tan idiotas que no tienen ni idea de lo que están dejando. No me parece mal, mis gustos no son caros y lo que gano me permite vivir sin preocuparme demasiado durante el resto del año. Ya casi ha oscurecido. Bueno, terrícola, te reconozco que me he distraído contándote todo esto. No, no te preocupes por lo del hígado, ya está olvidado. Ahora tengo que irme, así que hagámoslo cuanto antes. ¿Cómo que el qué? Tengo que matarte y descuartizarte. Tus órganos valen un dineral, ¿crees que voy a desperdiciar la oportunidad? No llores, solo vas a empeorar las cosas. Soy bueno matando, no vas a sufrir. No, no intentes huir, la nave te ha dejado en un desierto, ¿por qué te crees que cazamos aquí? No sé cuán rápido puedes correr, pero te aseguro que no soy nada lenta. Va, no hagas que pierda más el tiempo. Gracias por la charla y por ayudarme a cargar el saco. Este año mi familia comerá bien y tendrá ropa nueva gracias a ti. Adiós terrícola, ha sido un placer. M. Floser (Barcelona, 1986). Autor de fantasía, terror y ciencia ficción. Ha sido antalogado en las obras Supermalia (Ediciones el Transbordador) y Bajo la piel (Ediciones Carpa de Sueños). También sus cuentos han aparecido en antologías digitales como Muñecos malditos (Nido de Cuervos). Además, ha publicado en revistas literarias como Valinor, Penumbria y Argonautas. Actualmente escribe en su blog www.mfloser.com. [50]


Si mi doctor me dijera que tengo sólo seis minutos de vida, no me preocuparía. Escribiría un poco más rápido. Isaac Asimov

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