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La rana de oro

Andrés Armas Roldán

En los Andes, en un camino embustero y pedregoso, caminaba un viajero hacia el pueblo donde, muchos años atrás, se había enamorado de una joven campesina que esperaba con ansias su regreso. Se habían enamorado en plena primavera, que es la estación donde las azucenas y las orquídeas florecen, y que es la estación donde los mirlos y los colibríes alegres le cantan al sol, y que también es la estación donde las personas se enamoran perdidamente. Y por casualidades del destino, era primavera cuando regresaba por ella.

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A poco de llegar al pueblo de su amada, el viajero notó a lo lejos un resplandor que le cegó los ojos. Junto al ichu, justo en medio del camino, se hallaba una rana de oro que al ver al hombre acercarse a paso firme para observarla de cerca, le dijo: —¿Qué haces en estas tierras por donde ya nadie pasa? —Voy en busca de mi amada — le respondió el viajero—. Hace tanto desde la última vez que la vi, que ya hasta olvidé su rostro. —Llévame hasta el pueblo y yo te llevaré con ella. Conozco a cada una de las personas que vive allí. Y así lo hizo.

Decidido a llevar a la ranita hasta el pueblo, la levantó con ambas manos, pero no pudo cargarla más de unos metros, pues la rana era de oro sólido y pesaba mucho. El

viajero pensó y pensó cómo llevar a la rana hasta el pueblo ya que eran muchos sus deseos de ver nuevamente a su amada. Después de un rato, por fin dijo: —Iré hasta el pueblo y traeré conmigo una carreta para poder llevarte, no tardaré.

El viajero se apresuró hasta el pueblo y pudo llegar al mediodía. Allí compró una carreta vieja a uno de los campesinos y volvió rápidamente hasta el lugar donde había dejado a la ranita de oro. Cargándola con ambas manos y con todo su esfuerzo, la colocó en la carreta y ambos siguieron por el camino de tierra hasta el pueblo. Pero a poco de llegar, la carreta se deshizo por el peso de la rana y esta cayó al suelo. —No te preocupes, ranita — se apresuró en decir el viajero—. Iré nuevamente al pueblo y traeré esta vez una carreta que pueda resistir tu peso.

Corrió con todas sus fuerzas hacia el pueblo, y llegó cuando el cielo empezaba a ennegrecer. Compró esta vez una carreta de acero con todo el dinero que le quedaba, pues muchos eran sus deseos de ver a su amada.

Ya había anochecido, pero la ranita aún lo esperaba en el camino. Juntó toda la fuerza que le quedaba y levantó nuevamente a la rana del suelo para ponerla sobre la carreta. Esta vez no se rompió y pudieron llegar juntos al pueblo. Al llegar, la ranita se transformó en una hermosa mujer de largos y negros cabellos que le llegaban a la cintura y de su piel brotaba un dulce aroma. El viajero pudo reconocer a la mujer de quien muchas primaveras atrás se había enamorado. Se miraron en

silencio por largo rato y sus manos empezaron a reconocerse. — Esta vez he venido a quedarme — dijo por fin el viajero.

El nombre que me dieron mis padres al nacer es el de Andrés Armas Roldán. Nací a finales del siglo XX, cosa que me agrada mucho. Por el momento estudio Literatura en una universidad de Lima, Perú. Lecturas actuales: Tolstoi, Orwell, Kipling y Cortázar. Correo: andresarmas100@hotmail.com