El Callejón de las Once Esquinas
NICASIO.— Perdone, ¿por qué tenía echada la escala por la ventana? EUSTAQUIA.— Verá, señor abogado. Ya sé que no debo hacerlo, pero, en ocasiones, en lugar de bajar por las escaleras de la torre, me gusta hacer un poco de ejercicio y utilizo la escala para bajar y subir por ella. ¿Es un delito eso? OSVALDO.—¡Será mentirosa la muy…! ¡Si nunca ha hecho más ejercicio que llamar por holoteléfono! EUNICE.— Calla, hermano, no sea que te expulsen de la sala. NICASIO.— Nada de eso, señorita. Por favor, siga con la explicación de los hechos. EUSTAQUIA.— Pues bien, vi cómo entraba alguien. Después supe que se trataba de Clodomiro. Yo no le había visto en mi vida, ¡lo juro! Me pilló por sorpresa. Se abalanzó sobre mí y… (Gimotea), y… (Vuelve a gimotear más fuerte). OSVALDO.—¡Está fingiendo la muy sinvergüenza! NICASIO.—¿Se encuentra bien? ¿Desea que aplacemos el juicio? EUSTAQUIA.— No… Puedo continuar. Todo sea por hacer justicia y condenar a ese malnacido de Clodomiro… Se avalanzóme y forzóme… desnudarme quiso… ¡Deshonrarme se propuso! Yo con todas mis fuerzas me opuse, pero él más fuerte que yo era mucho… OSVALDO.— (Gritando). ¡Eso es mentira! JUEZ.—¡Silencio! No permitiré otra interrupción. ¡Silencio! NICASIO.—¿Se encuentra bien, señorita?... Como se ha puesto a hablar al revés… EUSTAQUIA.— Perdón, señor abogado…, es que cuando me pongo nerviosa me sale la forma de hablar de mi madre, que en paz descanse... Era de las Tierras Altas del Este, ¿sabe? NICASIO.— Bien. Continúe, por favor. EUSTAQUIA.— Como decía, yo intenté defenderme. Grité todo lo que pude. Él me arañaba y estuvimos forcejeando. Afortunadamente mi padre, y tras él mi querida familia junto con algunos de nuestros sirvientes, entraron en mi habitación antes de que pasase nada peor… Y eso fue todo. (Vuelve a gimotear). NICASIO.— Muchas gracias. Sólo una última pregunta. ¿Tiene alguna prueba que corrobore lo que nos acaba de decir? EUSTAQUIA.— Sí, señor. (Eustaquia se arremanga el vestido y muestra al juez los arañazos que Clodomiro le había provocado). NICASIO.— Eso es todo. Muchas gracias. JUEZ.— Su turno, abogado defensor. TEÓJENES.— No…, no haré preguntas, Señoría. JUEZ.— De acuerdo. Señorita Eustaquia, puede volver a su asiento. Pasaremos ahora al turno del abogado de la defensa. Cuando quiera, letrado. TEÓJENES.— Gracias, señoría. Con su venia, llamo a declarar al acusado: don Clodomiro Cascoalado del Bosque. (El público observa impaciente cómo Clodomiro sube al estrado. Se oyen algunos insultos… que no voy a repetir aquí por respeto). 146