




Venga le cuento 6

Hola Ma 8
Horas de ébano 38
Roscón por mitades 28
Entonces qué 4

Pa tener en cuenta 36
Los curubos 14
Muerte auto inflingida 20
Mujeres Afganas, ¿cuánto más deben luchar? 44
Ahorita quiero subir una montaña 64
MACHINA: MACHINE OF THE GODS 68
Ojo 66
INCERTIDUMBRE 67
Camión 71 Pablo. 72
Isla desierta 52
Algo así 60
VISITANTE 69

Tus moscas en mi café 70
La grámatica de las hienas (fragmentos) 54 Cocktail 58
Déjese llevar 50
sabías que mi nombre significa luna?? 62

Este volumen surge a raíz de una serie de preocupaciones que vimos manifestadas en nosotros, los integrantes de esta revista, eran miedos, esperanzas y deseos que flotaban en el medio invisible que nos abarca a todos y que nosotros mismos captamos, como antenas que somos. Pensábamos en la guerra en Ucrania, que por esos días empezaba, en una elección presidencial que para Colombia transmitía tanta esperanza y que tenía a la incertidumbre como única constante, en la llegada de la adultez, en la niñez que cobra
Entonces qué
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¿Qué expectativa marcará estos días? No sabemos, pero algo esperamos. Que algo se mueva más allá de lo previsto, que algo se rompa y se transforme. El resorte está llegando a su límite, listo para despegarse de sí mismo en cualquier momento. Ya no somos inocentes, ya no somos lo que eramos. ¿Ahora qué?
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vida a lo largo de la vida, en la muerte que nos ha acechado a todos durante los últimos años y en un planeta que se consume a sí mismo, al parecer, irreversiblemente.
Por los días en que se publica este volumen, cuyos textos hablan de la gente que siempre estuvo ahí y ahora ya no está, de irse de la casa y descubrir cada día que pasa ya no somos niños aunque no somos nada más; que hablan desde otros cuerpos y otras lenguas a punta de dejarse atravesar por otredades y que empiezan a entender el significado la palabra siempre y la palabra nunca… por estos días las cosas son diferentes. Las frecuencias de nuestras preocupaciones son otras: el miedo se convirtió en estancamiento, la esperanza en obligación y el deseo en pregunta. Así las cosas se mueven aunque aparenten estancarse, nos vamos acostumbrando a todo y el futuro sigue siendo el futuro, algo bello y terrible que se esconde y se posterga mientras lo perseguimos para siempre.
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Venga le cuento
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Hola Ma, Vicente González Monroy Bogotá, Colombia.

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Mira, esta es mi sala. Traje el sofá amarillo y la poltrona que siempre me gustó. Cada día detallo más las ilustraciones de corales y conchas que están en su espaldar. A veces pienso que mientras estaba en tu casa nunca la vi. La percibí, me acostumbré a ella, a su tono rojizo, naranja y a sus corales y a sus conchas. Pero nunca la vi realmente. Solo me llevé una de las dos que estaban en la bodega donde guardamos todos los muebles porque la otra estaba sucia. Supongo que podría haberla limpiado pero pensé que tal vez las dos poltronas serían demasiado para el tamaño de mi sala. Además no soy fan de tener dos lámparas iguales encima de dos mesas de noche iguales ni dos floreros iguales a los lados del mueble de la entrada ni dos poltronas iguales en la sala. Hay algo de irreal (o de iluso) en la simetría. Como si las cosas pasaran como quisiéramos, como los finales de los cuentos que se resuelven de manera demasiado perfecta, como las cosas que encajan. No veo la vida así (eso los sabes y por eso me criticabas mis guiones por ser demasiado existencialistas, “porque no escribes algo más emocionante” me decías).
En la sala está el gato también. Ahora en esta nueva casa sí me cabe. Le da un toque excéntrico a la sala como lo hacen los objetos que tienen una historia que va más allá de sus dueños. La gente siempre lo comenta. Creo que por eso insistí en llevármelo
Hola Ma:
cuando me fui de tu casa. Nadie nunca se sienta en el gato, ni siquiera yo. Me da miedo romperlo. A veces cruje. ¿Qué pasaría si se rompiera? Cuando la gente lo comenta yo les digo que era tuyo y que tiene como treinta y pico de años, digo que es incluso más viejo que mi hermana pero eso realmente no lo sé. Ya no tengo cómo comprobarlo. Así el gato se va convirtiendo en una reliquia más que en otra cosa. Últimamente me surgen ciertas preguntas que luego me doy cuenta de que nunca tendrán respuesta. Por ejemplo esto del gato: ya no sabré a ciencia cierta de dónde salió, ni cuándo lo compraste, ni de qué color era su tapicería original. Podría pelar la madera para ver su tono original pero ¿para qué? El otro día Diva, cuando me estaba ayudando con la mudanza, vio el gato y se emocionó muchísimo. El gato de la señora Marcela, dijo… También me dijo que tú te le habías aparecido en sueños varias veces. Que le decías que no se preocupara y que cuidara a Fernando. Yo le dije que tú nunca te me habías aparecido. Aunque el otro día soñé que me ayudabas a limpiar un apartamento que era una mezcla entre el actual en Bogotá y el último que tuve en Nueva York. Mientras limpiabas, arrodillada, con la cara casi pegada al suelo para poder ver la suciedad como con un microscopio, me regañabas por ser descuidado y cochino, por lavar las sábanas cada quince días y no cada semana, aunque realmente en ese entonces yo lavaba las
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sábanas una vez al mes pero nunca te lo dije. Mi hermana y tú creen que yo soy sucio y desordenado porque dejaron de verme cuando me fui a vivir por fuera y se quedaron con una imagen mía bastante adolescente. En ese entonces tenía diecinueve años y sí era algo desordenado pero luego me fui volviendo más ordenado. De hecho, Tita no deja de sorprenderse por mi orden cada vez que me ve. Ella está ya bastante vieja. No tanto físicamente, porque se ve bien y se siente bien. (Incluso el otro día que se dañó el ascensor del edificio ella caminó los 5 pisos de escaleras para llegar a mi apartamento). Pero la veo emocional y socialmente vieja. Se pierde con frecuencia en las conversaciones, tanto por su leve sordera como porque ya le cuesta mucho trabajo seguirle el hilo a lo que dice la gente, y esto la hace aislarse en sus lecturas y en sus pensamientos. También expresa constante cansancio y desgano por las actividades de la vida cotidiana y cada vez come menos. Se le va agotando la energía mientras a todos nos cuesta encontrar la paciencia necesaria para poder tener una conversación con ella, a todos menos a Gabriela y Camila porque son sus hijas. Pero los nietos no siempre logramos convocar esa atención. Por lo menos esa es mi percepción. Yo intento recobrar el tiempo perdido con ella, aprovecharla, pero es difícil saber por dónde comenzar: tal vez almorzando más con ella, a lo mejor es así de sencillo. Carmen y Laura
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han encontrado una conexión con ella a través de los bebés que la asedian estirándole las arrugas y desbaratándole la casa. Aunque a veces creo que le delegan esa relación, esa tarea de recuperar el tiempo y de hacerlo valer a los bebés que no tienen nada más que amor y risa que brindar. Y no está mal.
El otro día en el patio de mi apartamento vi brevemente, enmarcadas por la puerta, a Tita y a Mila bailando boleros. Alejandro nos dijo a Carmen y a mí que fuéramos a verlas pero estábamos muy ocupados haciendo desayuno para todos. Cuando fuimos a ver, la escena ya había terminado y yo, que soy adicto a ver la vida como escenas, me quedé con ganas de recrear el momento sin siquiera haberlo visto. Tita tiene noventa años y Mila dos. Hay 88 ocho años de diferencia entre tu mamá y tu nieta y ahí estaban bailando boleros, las dos con un caminar muy torpe y frágil. Las dos muy cerca de caerse. Pero ninguna se cayó. Resulta que a veces la simetría sí se materializa. A veces las cosas sí encajan. Pensar en que no pudiste ver eso ni bailar boleros con tu nieta inevitablemente hace que se me agüen los ojos. Yo no logré verlo tampoco, por lo menos esta particular escena, pero no importa: sucedió y yo logro imaginarlo. Con eso basta. Como dije en el matrimonio de Carmen: a veces la vida basta. Eso es tal vez lo más cierto que he dicho. Ese día comimos tostadas francés con syrup, tocineta y mimosas. Era el día de la madre.
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Me preparo para asistir a mis compromisos laborales. Dejar de existir no puede ser una excusa válida para no alimentar la maquinaria incansable del mundo. Me resulta curioso pensar cómo durante nuestra existencia nos instruyen para ser parte de esta organización invisible con una complicidad cariñosa, sin siquiera darnos un minuto para cuestionar la validez del sistema mismo. Tal vez estos ejercicios metafísicos requieran toda una vida para dar como fruto
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Los curubos Felipe Aramburo Bogotá, Colombia.
diferentes segmentos en los que se compone la tediosa rutina diaria.
Aquella mañana había decidido dejar de vivir. Podría parecer apresurado pero el amanecer naciente era prueba irrevocable de que mi momento para trascender este plano de existencia había llegado. Esta aparente iluminación facilitaba la planeación de la jornada; después de todo, el morir al final del día hacía que el resto de las actividades palidecieran en su naturaleza inútil. Una taza de café para empezar el día. De todas mis adicciones, las cinco tazas de café diarias son en el fondo un ejercicio de seguimiento del tiempo, un mecanismo para controlar los
Me gusta vivir mi vida vicariamente a través de aquellas personas que comparten cada minuto de su existencia; para que gente como yo, que contamos con una incapacidad fisiológica para sentir aquellas emociones más humanas, podamos consumir la vida como algún tipo de producto comercial. Este ejercicio no lo considero parte de la gran lista de adicciones que rigen mi paso por este planeta. Creo que es un ejercicio
algún tipo de postulado infantil que logre madurar con el tiempo en el pensamiento colectivo de nuestra especie. Yo por mi parte cuento con unas cuantas valiosas horas, las cuales serán invertidas en algo, desde luego, Mientrasdiferente.medejo llevar por las masas que buscan algún espacio habitable dentro del sistema de transporte, actualizo incansablemente mi celular.
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naturales de nuevo, una y otra vez. Tal vez la gente que me acompaña en este viaje ha decidido entregarse a la inconsciencia colectiva, como el antídoto epistemológico de esta epidemia. Quizá la inconsciencia sea realmente el vector en el que se transmite esta enfermedad. De nuevo me encuentro corto de tiempo para entregarme a tan noble ejercicio.
Enfrento las tareas de la jornada con el mismo desapego autómata de todos los días. La naturaleza mecánica de mi profesión me resulta infinitamente atractiva. La vida y sus porvenires ya son de por sí complejos y no merecen ser corrompidos con sentimientos fútiles. Pienso en una enredadera de curubo que decora mi jardín: esta
tan natural como la oxidación de compuestos orgánicos a lo largo de las diferentes ramas del árbol de la vida. ¿Se puede considerar la fotosíntesis como una adicción de las Laplantas?verdad es que no existen razones para dejar de vivir. Esto en el fondo es una problemática wittgensteiniana del lenguaje, ya que cuando uno ha llegado a este punto sin retorno, se buscan las razones para continuar viviendo; algún tipo de señal divina o un acto puramente humano que justifique alimentar los ciclos metabólicos vitales durante una rotación terrestre más, para que de alguna manera inexplicable se puedan encontrar estas fuerzas (sobre)
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Aunque el día se va agotando, no he pensado en las posibles repercusiones de mi repentina ausencia. Me resulta nauseabundo que la gente piense en esta acción como algún tipo de declaración artística, que logre hacer de mi discreto paso por el planeta un evento notable. La invisibilidad constante ha sido hasta el día de hoy mi mayor logro. No comprendo la inagotable necesidad de validar cada momento a través de acciones que en el fondo
crece buscando las condiciones óptimas para su desarrollo, nunca parando a pensar en cómo se siente con su forma de crecer o si sus flores y frutos van a enorgullecer a una familia de curubos ilustres. La enredadera crece mecánicamente hasta cumplir su propósito y en el desarrollo de dicho propósito logra alcanzar un elevado valor estético. Hasta que deja de existir. Hay algo tan profundamente bello en existir, tan innegable, que no cambia con la no existencia.
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no son más que esfuerzos vacíos y deshonestos. Pareciera que la manera como nos relacionamos con el universo sólo pudiera adquirir su verdadera autenticidad si logramos aceptar una serie de complicados términos y condiciones con completo Llegodesinterés.acasa y me preparo la última taza. El último segmento del día se empieza a desplegar con una claridad cósmica. El recetario del tránsito mortal sugiere que en este momento de la preparación se agregue una dosis significante de arrepentimiento, esto con el fin de evitar una cocción prematura e indeseada. Este arrepentimiento tiene que venir de una remembranza primordial, que cumpla todos los clichés de la fenomenología óptica (ej. luz al final del túnel, imágenes apreciadas apareciendo y desapareciendo etc.), que a su vez logre activar una cadena compleja de dominós, comenzando en alguna profunda fibra myocardial, y culminando, satisfactoriamente,
en corteza medial orbitofrontal. Este ejercicio requiere de una reserva de glucógeno considerable que no poseo. Me invade un repentino agotamiento. Considero reprogramar este ejercicio; después de todo, y teniendo en cuenta mi aparente buen estado de salud, se podría decir que el calendario queda bastante abierto. Pienso en las incontables veces que he pospuesto esta tarea. Llevo años eligiendo el día perfecto para acabar con mi existencia y siempre llegando a la misma conclusión. Recuerdo el amanecer, bañando con su gracia el curubo florecido. Él también lleva posponiendo la misma tarea durante un largo tiempo. Tal vez todo esto sea una señal de esas que nos pasamos la vida buscando, o tal vez, mañana simplemente sea un mejor día para dejar de existir.
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lo posible. Yo creo que le hice un favor a –Sí,–Matándolo…él.oficial.Mire, yo no me considero un criminal. Lo que quiero que entiendan es que vivíamos en una zona muy –Esotranquila…hadicho usted desde que se entregó, que es una zona muy tranquila, que era inevitable, que tenemos que entender. ¡Qué estupidez! –Pónganse en mis zapatos. Tengo 79 años y toda mi vida ha sido aburrida. –¿Mató a su hijo para entretenerse? –No, no, yo a mi hijo lo amo, detective. –No.–Amaba…Loamo. Y por eso lo hice. Su vida estaba empezando a parecerse a la mía, trabajo aburrido, matrimonio
Joaquín Rivas Villanueva Costa Rica.
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–Mucho gusto, detective. Tiene una voz muy agradable, espero ser de ayuda, en
Muerte auto-infligida
–Buenos días don Antonio. Mi nombre es Gabriel, oficial del distrito de San –MuchoRafael. gusto, oficial. –Queremos entender por qué un padre mataría a su hijo. Por qué después de dos años de no decir nada decidió entregarse. No tiene sentido. –Disculpe, señorita, no la había visto. Dígame Anio, sin el “don” por favor. ¿Su –Detectivenombre? Torres.
No fue sin querer que don Antonio mató a su hijo. Fue un acto de desesperación frente al aburrimiento insoportable con el que la vida lo golpeaba diariamente.
¿Qué se hace cuando ya no queda fuerza para vivir ni para dejar de hacerlo?
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–¿Por qué esperó tanto tiempo para entregarse? Ha pasado más de un año, entrevistaron a su esposa, lo entrevistaron a usted, y mintió para que no lo arrestaran, ¿por qué ahora? –Disculpe, detective, olvidé mencionar
22 aburrido, un barrio aburrido, –¿Y¡insoportable!porquéno se mató? ¿Qué lo hizo matar a alguien más? A su hijo, que tenía tanta vida. –Que no quería que él pasara por lo mismo. Mucho bienestar o mucha miseria, es lo mismo, la vida se vuelve insoportablemente aburrida. Yo no me maté porque no quería dejar a mi hijo
–Oficial,solo. acompáñeme afuera.
La detective esperaba al oficial en el pasillo. Gabriel salió nervioso de la sala porque entendía lo que don Antonio les había dicho. El padre de Gabriel nunca fue expresivo, nunca le dijo que lo amaba, ni siquiera que estaba orgulloso de él. Por un momento, agradeció que no lo amara lo suficiente como para matarlo. Pero sabía que esa no era una forma de amar, sabía que amar tanto a alguien no resultaba en quitarle la vida y, sin embargo, entendía a don Antonio.
–¿¡Qué le vamos a decir a la prensa?! –No sé, detective, no sé. –¡Concéntrese Gabriel! Piense en sacarle algo que le podamos dar a la prensa. Si les decimos lo que ese tipo dice, ¡van a creer que estamos inventando todo!
Don Antonio tenía un rostro amable. Todo el interrogatorio había hecho lo posible por cooperar. Era un ciudadano ejemplar, con una excepción, claro, pero pagaba sus impuestos a tiempo, ayudaba cuando podía en su comunidad, e iba a todas las reuniones –¡Volvieron!municipales.Me estaba empezando a sentir solo.

Antonio ya había pensado en lo paradójico de huir de la rutina en una prisión. Realmente no tenía una respuesta a su cuestionamiento, lo único que sabía es que necesitaba escapar de su casa, y de la rutina que lo despertaba asustado todas las mañanas. Al escuchar la pregunta del oficial supo que iba a escuchar su respuesta…
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eso cuando me entregué. Hace unos meses ella murió. –Usted la mató… –¡No, no, oficial! Estaba enferma, pero desde entonces todo ha sido rutina. La muerte de Marta fue la última vez que logré sentir algo, una chispa de sorpresa. No estoy triste, espero no darles esa impresión, no estoy enojado, tampoco feliz, estoy… aburrido. –¿Ir a la cárcel lo emociona?

–Sí. Y espero compañía cuando me Antoniomuera.
Esta vez la detective salió emocionada, pero el oficial aún estaba procesando lo que escuchó. Antonio estaba aún tranquilo cuando los vio entrar de nuevo. Notó un cambio en el semblante del oficial que le llamó la atención. Gabriel le recordaba a su hijo, tendrían edades similares, pensó. También hablaba
suavemente y nunca interrumpía. –¿Qué pasa? Espero no haberlo metido en problemas. –Oficial, lo espero afuera, apúrese por Gabriel–Sí,favor.detective.yAntonio se quedaron solos en la sala, viéndose por varios minutos a los ojos, hasta que se dieron cuenta: estaban frente a la única persona que, en mucho tiempo, sentían que los podía entender.
–¿Por qué quiere ir a la cárcel? ¿no hubiera preferido morir en su casa? –Ya les expliqué, mi casa es insoportable ahora que sé que solo me esperan rutinas hasta el último día. Me alegra haberles dado buen material para la prensa, nada más procure cerrar bien la puerta con el
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no había pensado, mientras limpiaba los desastres que había dejado el asesinato, que liberar a su hijo de esa existencia que le era insoportable, implicaba enfrentarla sin ellos. Ahora, sin darse cuenta, buscaba la manera de no pasar solo sus últimos días.
–Bueno, oficial, fue un gusto conocerlos. Lamento que le gritaran. –¿Usted no tiene amigos o familiares? –De las personas yo me aburro rápido, Gabriel. Verá, yo quiero a las personas y me odio por eso, porque tarde o temprano me aburro de ellas, se me vuelven insoportables. La gente no entiende, no se aburre de comprar el mismo pan todos los días, de trabajar en lo mismo toda la vida, a la gente le gusta el silencio y la rutina. Yo no soporto la incertidumbre de hacer lo mismo siempre, mientras espero a ver “qué me depara la vida”. –¡Oficial, espéreme afuera! ¡Voy a terminar yo!
–¡Desde siempre! Con los años se vuelve más fuerte. Es como esa historia, quién sabe si será verdad, la de las torturas, que a la gente les dejaban caer gotas de agua en la frente, algo así. –¡Oficial! ¿Además de cuestionar órdenes, va a evitar –Perdón,hacerlas?detective, ya salimos.
Gabriel caminó hasta la puerta de la sala, cruzó el pasillo y entró a la oficina donde había dejado sus
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próximo, seguro que no todos quieren ir a la cárcel como yo. Gabriel asintió, sabiendo que mentía, pero sin saber qué estaba intentando decir. Su interrogatorio se había vuelto personal, y cada pregunta tenía como propósito más el entender por qué se parecía a Antonio que el –¿Desdeconocerlo.hace
cuánto piensa así?
Ni la prensa ni la policía pudieron descifrar por qué Gabriel hizo lo que hizo. Era un buen oficial, muy tranquilo y nunca muy apasionado por nada.

cosas, luego volvió a la sala cuando don Antonio estaba de pie.
–Gracias, Antonio, seguro que su hijo lo estará –¡Gabriel!esperando¡Ledijeque me esperara… – Antes de que la detective pudiera terminar su oración, se escucharon dos disparos seguidos en la comisaría. Un momento después, un tercero.
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Antonio hubiera detestado el titular de su noticia al día siguiente, “¿Y ahora qué? Un asesino y dos policías muertos durante un interrogatorio”. Encontraron a la detective y a don Antonio tirados en el piso con una herida de bala en sus frentes. A un lado de la mesa en la que habían conversado, estaba el cuerpo de Gabriel con una herida de bala que iba desde abajo de la barbilla hasta la punta de la cabeza.
El padre de Gabriel había estado enfermo meses antes de morir y aún en sus últimos días fue incapaz de mostrar sentimientos de dolor o de nostalgia hacia su hijo. El día de su muerte, Gabriel se odió a sí mismo por sentir alivio. Estaba cansado de mendigar paternidad, cansado de quererlo, de buscar una forma de darle sentido a su relación.
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Jerónimo Sudarsky Bogotá, Colombia.
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Roscón por mitades

–Sí,¿Quieres?gracias. ¿Quieres comer algo?
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En la sala, mis jeans con todo en ellos: gracias diosito, en el que no creo pero aprecio cuando me hace un cruce sin esperar nada a cambio. Mejor pecador que –Buenoshipócrita.días.
Desperté solo en una cama ajena. Eran las dos y media (de la tarde) y la vergüenza no le hacía ni cosquillas al debilitante guayabo que martilleaba mi cabeza. Quise volver a escapar de mi conciencia entre ligeros ciclos REM, esperando milagrosamente despertar fresquito en mi casa. Pero la realidad ya se encontraba al borde de la cama, juzgándome con preocupación como una madre atendiendo la indigestión de un niño que comió mucho dulce y se rehúsa a aprender de sus errores.
–Tu ropa está en la sala.
FuiTouché.albaño para coger una toalla para taparme e ir a la sala. De paso busqué pistas físicas, heridas o marcas sobre mi cuerpo, todavía haciendo de forense. Estaba lejos de la epítome de la salud humana pero sin huesos rotos o llagas palpitantes. Por lo menos el man de Memento tenía tatuajes para refrescarle la memoria.
¿Qué tal dormiste? –Una mierda. Estoy haciendo café.
Carecía de la información necesaria para determinar qué tan duro la había cagado. Me imaginé los peores casos y usé la adrenalina suscitada para pararme y hacer de forense. Estaba desnudo, frío, entumecido y con claros signos de deshidratación. Hora de defunción: por ahí a las 3 am, después de que llegara la de ron.
La voz venía de la cocina, por lo que me acordaba de la geografía del –Ah,apartamento.síjaja…¿y eso? –Pues ahí te los quitaste.
Ubiqué mis jeans negros en la esquina de la habitación. En el mejor de los casos ahí estaría mi billetera, celular, llaves y calzoncillos. Pero los jeans eran diez tallas más pequeñas y no me pasaban de la rodilla, restándome lo poco que me quedaba de dignidad.
–Nos conocimos en el bar ¿no? –¿Qué bar? Nos conocimos en la fiesta. Nos presentó Camilo.
–Y sí, pasa, pasa. Ya estaba súper tarde de todos modos. No te preocupes.
–No–¿El–No,–¿Orozco?Rodríguez.amigodeCris?séquiénesCris.
–No. Esa era Lina, una amiga. –Ajá. ¿Te acuerdas cómo me llamo?… ¿No te acuerdas? –No, lo siento. Fue el ron. –Ay, no fue el ron, fuiste tú. –Y sí…
–¿Cómo así?
¿Es la chica con la que llegaste?
Siento mi pálida cara colorearse.
–No tengo comida.
Te –Sí.–Pero…Te–Nada.–¿QuéMe–Nop.ríes.río.pasó?siguesriendo.¿noscomimos?Másomenos.
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–Puedo ir por algo. –Bueno, a dos cuadras hay una –La–¿Sí?–Oyepanadería.verdad no me acuerdo de mucho ayer. Me siento re mal. ¿Estaba muy –Sí,borracho?perola verdad todos estábamos –¿Peromal. la cagué o algo?
–Pues empezamos bien y… después tuvimos… problemas… técnicos.
–Ah, pues la verdad a veces pasa con tanto trago, ¿no?
Mi ego ya no me reta. Ni Messi juega bien todos los partidos.
–Tranquilo. Todo bien. ¿Negro o con –Conleche?leche y un vaso con agua porfa. Me tomé el vaso entero sin parar a respirar. ¿Ahora qué? Me sentía muy en mi piel y quería escapar de ella. ¿Será que el sexo sin egoismo, vergüenza u objetivización solo sucede en la intimidad? Es que el sexo no es casual, es trascendental. Aunque también puede ser un impulso, y los
impulsos no se detienen a contemplar significados o consecuencias. –Bueno. Voy por algo de comer. ¿Qué te –Hmmm.traigo? Un salpicón y una arepa Elporfa.pasillo. El ascensor. La portería. El olor a humo de mi chaqueta. Empecé a recordar retazos de la noche anterior. Llegamos con una jauría de animales nocturnos con agrandadas pupilas. De perfectos desconocidos a mejores amigos y de nuevo a desconocidos. Al
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cabo de unas horas y la llegada del ron, cada conversación se empezó a dar en un idioma propio de los interlocutores: ininteligible para el mundo exterior pero casi telepático para los participantes. Todos hablábamos al mismo tiempo sin interrumpirnos. Sin poder establecer una línea de tiempo o recordar un solo nombre, llegué a pensar que lo de ayer fue un insignificante instante feliz sin un semblante de conciencia, como una entrañable Conexionescoma.desnudas perdidas en la resaca.

En el ascensor intenté recordar qué fue lo que me atrajo de ti. Pudo ser tu pelo corto o tu sonrisa, pero estaría mintiendo si lo dijera con exactitud. Pensé en lo fácil que era hacer amigos de niño. Bastaba con preguntar y compartir algún juguete. Hay amigos con los que solo se juega una vez y uno quiero mucho. A lo mejor a eso vamos cuando compartimos un beso con algún extraño. Una forma expedita de llegar a la intimidad cuando se nos olvida cómo conectar. Queremos creer que habitamos el mismo momento
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¿A cuánta gente se tiene que comer uno para que compartirse deje de sentirse como regalarse, para que usar no sea la única manera de no sentirse Elusado?solme encandiló, la ciudad a máxima capacidad como maquinaria afinada. Me sentí alienígena, funcionando en
y que este nos ha llevado al mismo lugar, pero cada cual tiene sus motivos, intenciones e interpretaciones.
La abundancia de las panaderías siempre me hace olvidar mis necesidades expresas y duplica mi presupuesto. A punta de pan se puede, momentáneamente, llenar cualquier vacío existencial. Llevé de rollo, roscón
otro plano existencial separado de la cotidianidad por mi comportamiento asocial y ensimismado; un momento de libertad disociada; un punto ciego del panóptico.
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con bocadillo (superior al de arequipe y mi favorito), empanada de pollo, huevo y arroz, salpicón y arepa rellena con huevo perico y salchicha, toda al duplicado. Me resistí a sentir culpa hasta que vi un taxi y pensé en escapar mientras me embutía ambos roscones.
Sin respuesta. Mi aporreado cerebro, normalmente recursivo, se quedó sin ideas. Lo miré unos segundos mientras mis ojos parpadeaban a destiempo como un camaleón. No me agradó la
idea, pero supe lo que tenía que hacer. Saqué de la bolsita un roscón y se lo ofrecí como si fuera un fajo de los –Apartamentoverdes. 406 –Gracias. Ah, y perdón por la bulla.
Volví sorbiendo el salpicón. Al llegar me di cuenta que no sabía a qué piso o apartamento iba.
Me di cuenta de lo estúpida que fue mi –Creopregunta.que estuvimos haciendo un poco de bulla ayer. Lo siento. ¿Me recuerda en qué apartamento estábamos? Acabo de salir y me esperan arriba.
–Disculpe. Buenos días. ¿Sabe de qué apartamento salí?
Al llegar puse el botín en filita, partiendo el roscón restante en dos y esperando que el bocadillo no quedara todo en una mitad. Inevitablemente, una mitad se llevó todo el dulce. La puse en tu plato. Serviste más café. Comimos en silencio y en solidaridad por el hambre y el guayabo mutuo. Nos despedimos de un abrazo y nunca te volví a ver. No sé si tengo tu número porque no sé tu nombre y me dio pena preguntar, o se me olvidó. Quizá tu pelo corto sea ahora largo y no te reconozca. Lo más íntimo que compartimos fue el desayuno.
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Pa’ tener en cuenta
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Horas de ébano Tomás Uprimmy Bogotá, Colombia.

pandemia se apoderó de mi calendario. Supongo que cada quien guarda en un oculto cajón de su memoria la fecha íntima, privada, única e irrepetible en que todo se le derrumbó, en que eso que llamábamos vida se convirtió “en humo, en polvo, en sombra, en nada”: en Nosnada.encerraron en nuestras alcobas -según los anuncios de taquicardia que emitía diariamente el gobierno- para preservar nuestras vidas; y al hacerlo –vaya horrible paradoja-, nos arrancaron de la vida. El desespero, sumado a la impotencia, se tornó intolerable. O casi: a falta de diálogo con los vivos, me entretuve en una conversación placenteramente morbosa con los muertos. Me desvelaba viendo videos de la muerte desfilando por las calles con la guadaña terciada al hombro y rebanando las cabezas que se asomaban por las puertas de cuyos dinteles colgaba un hambriento pañuelo
La pandemia irrumpió en mi vida la noche en que mi madre me anunció con voz quebrada que ya no podía abrazar a mi abuela. Hacía varias semanas que por la pantalla del televisor desfilaban, muy pomposos y orondos, impolutamente vestidos, todos y cada uno de los presidentes de la región machacándose el pecho a puñetazos, declarándole unilateralmente la guerra a un virus que no tenía conciencia de estar en una. Hacía casi un mes las horas se apilaban las unas sobre las otras y los días parecían tener tantas que me vi obligado a comprar un segundo reloj: no sabía qué hacer con semejante cantidad de horas ni con la sensación de que el tiempo rodaba sobre sí mismo. Era francamente evidente que el planeta estaba patas arriba pero no fue sino hasta que mi madre me prohibió rotundamente –recuerdo con claridad que empleó esa palabra: “te queda rotundamente prohibido”– abrazar a mi abuela que la
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Dios, curvado en tiempo, se repite, y pasa. –César Vallejo
Confieso sin ambages que hubo una madrugada en que estuve a punto de tirarme por la ventana del baño. Sucedió que, tras cerrar la llave de la ducha, me empiné para alcanzar la toalla y entonces advertí a lo lejos, en una desolada y larga calle, a un perro gordo que arrastraba toda la tristeza del mundo. Ese perro mohíno, lo juro, estaba ya harto de que sobre su lomo pesara la exigencia de ladrar. Guardaba un silencio monacal en señal de protesta, como diciendo: ya nadie me invita a conversar ni
A dónde va toda esa sangre derramada ***
rojo. Qué ágil que es la muerte, llegué a pensar. Qué elástica que es. En mitad de la noche, embrujado por las estrellas, sostenido nomás por el cayado de los recuerdos de mis amigos, cada minuto más acorralado por los espantos de una oscuridad que se prolongaba indefinidamente, sentía pender sobre mi nuca la misma fría pregunta que alguna vez se hizo el poeta Jacques Prévert:
me acaricia la barriga, ¿y yo sí tengo que seguir ladrando? Picado por la curiosidad, pues el perro acusaba un ligero resabio de la era triásica, resolví sacar del estuche los binoculares y escrutar milímetro a milímetro al animal. Lo sometí a una inspección visual digna de aeropuerto norteamericano y aquí consigno para la posteridad mis hallazgos científicos: el ventrudo perro tenía un pelaje escaso, ralo, una piel lisa que reflejaba la resolana capitalina, sus piernas eran rechonchas y desproporcionadamente cortas, y corría a toda mecha como un minúsculo hipopótamo en busca de un transeúnte distraído con quien cazar un palique. De repente, y para mi sorpresa, la ausencia de ladridos cobró un perfecto y docto sentido: los hipopótamos no saben Desdeladrar. entonces, he visto cosas extrañas suceder arrellanado en la mecedora de mimbre situada frente al amplio ventanal del comedor, que ha sido el mejor compañero de encierro. Cosas que no sé si adjudicar a la locura o a la soledad. Y, sin embargo,
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acaso, una pandemia terminarse? No lo creo. Aún hoy, casi medio milenio más tarde, seguimos sumergidos hasta el sobaco en la peste bubónica del siglo XIV, que tras sucesivas recrudescencias redujo en un tercio a toda la humanidad. Esa cantidad incuantificable de dolor que ocasionó la muerte negra no se puede esconder debajo del tapete, no se esfuma, no se refunde, no se troca. Permanece acá,
los políticos están empecinados en decretar el óbito de la pandemia. Dos años dilatados después, los mismos reyezuelos aparecen de nuevo aniquilándose a manotazos sus pechos inflados de paloma, con las rosas en las solapas y la espada al costado, mostrando con soberbia las estadísticas pavorosas de vidas “salvadas” y profetizando una ineludible vuelta a la normalidad. Pero ¿puede,
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La evidencia indica que la bacteria viajó, juiciosa, aferrada a las orejas de una rata, o quizá montada en su larga y delgada cola. Una rata que engordaba ociosamente en la bodega de un navío proveniente del mar Negro –todo lo relativo a esta epidemia lleva el adjetivo de negro- que atracó en Sicilia. Luego la bacteria se desbocó, se encolerizó y finalmente se fue al galope a reventarse contra las costas
entre nosotros, quizá pisando más suave y con más sigilo, sí, pero no nos abandona, se niega obstinadamente a dejar la comarca. Todos los llantos absorbidos por la tierra, y los gritos ahogados cuyos ecos resuenan con furia en algún rincón de Europa, y los pasos que nunca fueron dados y las sonrisas que nunca brotaron, y los cementerios que no se daban abasto, y el apocalipsis, y la parusía del juicio final, y los cuatro jinetes, y los judíos acusados falsamente de envenenar los pozos, y las carretas desnortadas y rebosantes de cadáveres putrefactos, y los deudos que no dijeron un adiós y los amigos que no recibieron un adiós.
de Europa, y el resto de la historia es puro y hondo dolor. Un dolor que crepita para los chiquillos de primaria en las estupendas y resplandecientes imágenes del infierno medieval de las cuales salta para trepárseles al cuello. Un dolor que subsiste en las estampillas para turistas que se venden en los kioscos, aunque parezca frívolo siquiera decirlo, y en las máscaras negras de afilados picos de tucán que portaban los médicos de la baja Edad Media y que se han convertido en un símbolo mundial de la tristeza. Un dolor que no se va porque no lo olvidamos, porque todavía suspiramos–de miedo y de alivio–con las terribles y bellas narraciones de aquella plaga homicida. El cronista italiano Agnolo di Turna, que presenció y dejó testimonio de la peste negra, escribió: “Enterré con mis propias manos a cinco hijos en una sola tumba. No hubo campanas. Ni lágrimas. Esto es el fin del mundo”. En la prosa de di Turna, en sus apuntes de periodista y en sus reflexiones de poeta, palpita el horror del cataclismo que despobló hasta los huesos a todo un mundo. Algo hay de bello en eso: el horror no
sobrevive sin alguien que lo sienta y necesita de alguien que lo narre; pero también hay algo de estremecedor: el horror, qué horror, necesita de nosotros para existir.

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El día en que por fin pude abrazar a mi abuela tuve la certeza de que la pandemia, como el universo mismo, y a pesar del pintoresco optimismo de los ministros de hacienda, no terminaría de expandirse jamás. No fue un abrazo como los de antes: no pude estrujar su corazón contra el mío, mi mirada no pudo bailar con sus apagados ojos de ardilla, tampoco pude acariciar con la palma de mis manos los pocos y dispersos pelos blancos que aún adornaban su cabeza, que era como un pequeño jardín después de una leve nevada. Tan solo pude abrazar, con la sola compañía de la mascarilla, el gélido ataúd en que dormirían para siempre los escombros de su cuerpo.
Bajo aquel abundante cielo de Bogotá–seca explosión de un azul salpicado de nubes vagabundas en que el sol brillaba con un raro esplendor–comprendí que de esta vaina nunca saldríamos. Que el fin del mundo nunca termina.
“Emergen como una solución que consistía en el regreso al verdadero islam, aboliendo las leyes y préstamos sociales de occidente para restaurar la santa ley islámica y legislar con eficiencia el territorio. El establecimiento de la tradición religiosa no tuvo que ver con el estado,
Melissa Tellez H. Medellín, Colombia.
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Un escritorio marrón con unos cuantos objetos encima, tres sillas en la habitación, la bandera afgana al lado izquierdo, un cuadro de fondo y aproximadamente 16 hombres armados en la habitación, tres están sentados y el resto de pie. Así era la descripción de las primeras fotos de los Talibanes en el Palacio presidencial afgano el 15 de agosto del año pasado, apenas horas después de que el entonces presidente, Ashraf Ghani, saliera del país. Afuera, el caos se apoderaba de las calles, de los aeropuertos y de los bancos. Mientras tanto, organizaciones alrededor del mundo se preguntaban por el futuro de la población, pero sobre todo por el futuro de las mujeres y niñas afganas.
Según la investigación realizada por Diva Román “El gobierno del régimen Talibán y la violación de derechos humanos de las mujeres en Afganistán, período 1996-2001”, el origen de este grupo extremista se remonta a los campos refugiados pakistaníes como consecuencia de una larga lucha entre grupos étnicos y la influencia de la URSS y Estados Unidos desde la década de los setenta.
Mujeres Afganas, ¿cuánto más deben luchar?
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Lo anterior significó un gran retroceso en la lucha por los derechos de la mujer. Estos venían gestándose desde 1919 con el derecho al voto y fueron progresando con los años, hasta que el movimiento dio frutos en los 90, pues las mujeres empezaron a participar en la vida política como legisladoras y en la fuerza laboral, respaldadas por la constitución. A pesar de ello, aunque en el período entre 1919 y 1990 hubo avances, también hubo un rechazo por parte de las tribus tradicionalistas que protestaban contra la participación de la mujer en la vida pública.
Sin embargo, la situación de la mujer empeoró rápidamente con la llegada de los talibanes en 1996. Según la Amnistía del Reino Unido, algunas de las restricciones del régimen incluían:
sino con la sociedad civil; su rol no era político sino legal y moral”, resaltó Román en su estudio.

Desde que los talibanes tomaron el poder en agosto del año pasado, las mujeres han comenzado a perder los derechos que tanto les costó ganar. No se restauró la educación después del sexto grado, el uso de la burka es ahora obligatorio, las mujeres sólo pueden salir si tienen un acompañante que sea hombre, la segregación se volvió la norma en lugares públicos y se les restringieron sus derechos laborales, así como el acceso a educación superior y la representación en los medios nacionales. Sin ser eso suficiente, donde antes estaba el Ministerio de Mujeres ahora está el Ministerio de Propagación de la Virtud y Prevención del Vicio.
Invisibles una vez más
el uso obligatorio del burka, tener acompañantes hombres para salir de sus hogares, que ninguna niña mayor de 10 años asistiera al colegio ni fuera educada de otras maneras y que los hombres médicos no atendieran a las mujeres. También les estaba prohibido trabajar y participar en la política. Algunos de los castigos, si se transgredían estas normas, iban desde palizas hasta lapidaciones públicas.
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así el impacto en la salud mental en las mujeres. Mientras que en el periodo entre 1996 y 2001, 60% de las niñas menores de 15 años fueron obligadas a casarse, al menos 87% de las mujeres experimentaron algún tipo discriminación y 97% sufrían depresión crónica.
A pesar de que las mujeres resistieron a través de, por ejemplo, la creación de organizaciones como RAWA (Revolutionary Association of Afghan Women) y la posterior apertura de casi 160 escuelas clandestinas para mujeres y niñas, los estragos del régimen Talibán fueron notorios especialmente en materia de derechos. De acuerdo con encuestas realizadas por Global Rights para 2008, casi el 90% de las mujeres en Afganistán había sufrido algún tipo de violencia, y, según estadísticas del gobierno para 2014, 80% de los suicidios del país habían sido cometidos por este género, revelando
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“El Emirato Islámico se compromete a defender los derechos de la Sharia de todas las mujeres afganas. El Día Internacional de la Mujer es una gran oportunidad para que nuestras mujeres afganas exijan sus legítimos derechos. Protegemos y defendemos los derechos de nuestras mujeres afganas”, aseguró en twitter Zabihullah Mujahid, portavoz internacional del régimen talibán, en el Día Internacional de la Mujer.
Meses atrás se anunciaba la tragedia, hoy es la realidad: las voces de las afganas han sido de nuevo silenciadas. Esto por supuesto trae un montón de problemas no sólo sociales sino también psicológicos. Tanto, que para junio de este año Fawzia Koofi, concejal por los derechos humanos de las Naciones Unidas, afirmaba que al menos una o dos mujeres se suicidan por día en Afganistán debido a la falta de oportunidades y la presión ejercida sobre ellas.
A pesar de esto algunas mujeres aún resisten, incluso aunque esto signifique ser perseguidas
¿Cuánto más tendrán que luchar?, es la pregunta que no nos hacemos miles, sino millones de mujeres alrededor del mundo. sistemáticamente. Ya se han reportado algunas desapariciones, secuestros (Tamana Zaryabi Paryani, Parwana Ibrahimkhel, Zahra Mohammadi and Mursal Ayar) y asesinatos (Frozan Safi) que tienen como víctimas activistas feministas. También, dentro del territorio, han habido protestas por la educación, por el uso obligatorio de la burka y la utilización de la violencia. La más reciente fue el 13 de agosto de
Desde el exterior activistas exiliadas también alzan su voz ante el régimen Talibán en redes sociales, eventos internacionales (session of the Commission on the Status of Women) y dentro de sus comunidades. Además, con la ayuda de algunas organizaciones internacionales como ONU Mujeres, Women for Women International, Human Rights Watch y Amnistía Internacional, se han recogido donaciones para ayudar a solventar algunos de los problemas
económicos que enfrentan las mujeres y niñas en Afganistán, y también para ayudar a salir del país a quienes se encuentran en peligro Hoy,inminente.después de casi un año, la situación no hace más que empeorar. Pero la atención del mundo está puesta en otros problemas, otros conflictos. Las mujeres afganas siguen, mientras tanto, resistiendo la represión y la violencia.
48 este año; la cual fue dispersada con disparos al aire.

*Puedes ayudar donando a organizaciones como Women for Afghan Women (AWA), una sociedad civil que se encarga de proteger los derechos de las niñas y mujeres en Afganistán; Madre, una organización que busca brindar apoyo a grupos de mujeres afectadas por la guerra, creando redes de apoyo en los territorios y ayudándoles a escapar de situaciones de violencia; Revolutionary Association of the Women of Afghanistan (RAWA), asociación de activistas afganas que proveen educación clandestina a las mujeres, protegen sus derechos y crean espacios seguros para las mujeres más vulnerables; Global Fund for Women, organización que está trabajando para proteger y reubicar a las activistas afganas que se encuentran en peligro. Puedes encontrar más información en www.girlsnotbrides.org.

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Si no te es posible donar, también puedes seguir informándote de lo que está pasando con las mujeres en Afganistán y haciendo eco de sus voces: conviértete en un defensor de sus derechos.
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Déjese llevar
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Matilde Acevedo
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Bogotá, Colombia
Isla desierta
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lavar mi ropa nohacercocinarfuegotengoniputa idea abrazar: no antes inglés decir no: no antes gracias ¿?germinados ollas a presión¿? primero vomitar soycomerluegooídos sordos las órdenes de mi ma y la empleada come en silencio bruto cómo se limpia inodoro recoger pelos de medias cómo botar cristales rotos dónde alzo mi voz porque sí, eso sí sé hablo en pecho galopado bien peleanarribapor mí para no hacer filas me puedo comer las uñas o dejarlas sobre mesas sucias a medeshidratardejaronsola en un tractor de arena y me ségobiernadijeron:unpaíssufalda

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Michael Benítez Ortiz Bogotá, Colombia
La gramática de las hienas (fragmentos)

Soy poeta primitiva, escribo con el cuerpo. Sobre una piscina de vidrio nadan libélulas accidentadas. Las palabras son incendios que se niegan a usar bozal. Vivo en una cueva. Unto con un sapo la flecha con que cazo las sombras de los civilizados.
Soy la niña inválida.
Soy su silla de ruedas.
55 I
Aprendí a labrar el fuego con mis manos.
X
La niña inválida me cosió las caderas a su silla de ruedas. Me hace depilar las cejas de sus barbies, me obliga a cantarle canciones mutiladas que devora en el aire. Me ha cortado las uñas desde la raíz. Me hace cambiarle sus pañales. Beber de su veneno.
Lamer el abismo del instinto.
56 XI
Ser analfabeta. Estudiar el tabaco, cortar los dedos de los sueños. Clavar agujas en los huesos, hacer un mapa con ellos. Dar zarpazos, brincar, derrumbar edificios. Beber agua de los párpados de las ostras, la saliva de las hojas.
Concurrí a las peleas de gallos donde los borrachos jugaban a las cartas en canchas de tejo. Amarraban navajas a sus patas y los abandonaban a su [mala] suerte. Aposté, con mi prima, las monedas de mi mesada por el gallo “pinto” porque vi cómo lo entrenaban, con música, los vecinos. La muerte echó raíces en el césped.Como intelectual siempre fuiXIVcarroñera.
XVI


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No sé si soy mujer o robot. No distingo entre géneros literarios. Incapaz de usar gafas, veo la magia con mis propios ojos. Bajo la escalera —empolvadas— están la jaula y los pájaros, el silencio y la noche. Intenté ser elegante, pero eructaba.
Quise ser eterna, pero mi piel se llenó de púas.
Poema parte del poemario titulado Estridencia

Sayuri Díaz Olmos Veracruz, México.
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Cocktail

59 remate femenino de futuro quebrado, revolotea en una vorágine de perpetua despersonalización, y el delirio interiorista borbotea en la psique funestos fatídicos patriarcales estragos desagradablemente placentero la narcótica aglomeración, susurrante de exasperados y pícaros milagros... sin embargo, permanecemos en la obertura, crónica hipertrofia granate, desmesura de la infelicidad corrosión oral consecuencia de lamer revolvers robotizados, expone exasperantes idiotas existencialistas, absurdamente pesimistas, que en solitaria psicosis sin libido trastornado, esperan al dios que guarda silencio para los desamparados los poetas en tiempos de penuria huyen de los síntomas que los habitan, atormentados por las resignaciones vomitadas y, nuestras mejores amigas las ratas, comen exquisitos bocados: cartílagos de nuestros corazones rotos e impuestos urbanizados el melancólico deseo vacío, culpa e incitación, inmediata la intensidad de la ligereza, ausencia de noctambulo desazón, habita en consolación y odio procesado, no existe la esperanza en este río desafortunado, cuando se nace paralelo a la contradicción
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Ahorita quiero subir una montaña y quiero meterme a un cuerpo de agua pronto, quiero montar, quiero graduarme, poder tener sueño. Quiero lavarme los dientes. Ya me los lavé. Quiero no ponerme nerviosa si te veo. Quiero ser más fuerte. Quiero poder mirarte a los ojos. Quiero hacer todas mis ideas. Quiero que la Q en mayúscula no se vea tan caótica. Quiero cambiar de fuente. Quiero cambiar de fuente. Quiero cambiar de fuente. Quiero cambiar de fuente. Acabo de pensar en una fontana. Quiero cambiar de fuente. Quiero cumplir mis sueños. Ser artista. Decirle a esos dos manes que me gustan en este momento que quiero tomar tinto. Quiero viajar. Quiero cambiar de fuente. ¿Quiero cambiar de fuente? no, esta me gusta. Quiero correr. Quiero no sentir pena cuando lo haga. Quiero respirar. Quiero irme de esta casa, extraño mucho la mía. Quiero masturbarme pero tengo pereza. Quiero quitar esa parte porque mis papás seguro me dicen algo sobre esa última oración. Quiero parar de dibujar, quiero señalar. ¿Quiero hacer escultura? Quiero tener plata. Quiero enrollar lo que estoy haciendo enterrarlo en la tierra como una cápsula de tiempo y no volverlo a ver en tres años.
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Ojo

INCERTIDUMBRE
Viracachá López Collage tipográfico2020 67
Dalia Isabella

Alejandro
Pintura digital 2020 68
MACHINA: MACHINE OF THE GODS Gómez

AlejandroPinturaGómezdigital2020 VISITANTE 69

Tus moscas en mi café Natalia RapidógrafoAvilasobre papel 2020 70

Camión SantiagoPinturaCifuentesdigital2022 71

Pablo. Natalia Peralta 202035mm 72

DaliaSayuriMichaelUprimmyOrtizBenítezDíazOlmosIsabellaViracachá López
Invitadxs

Sasicha Jamie Rubesch
MelissaMaríaLauraMatildeJerónimoArámburoSudarskyAcevedoDuzánXimenaAriasAlejandraAgudeloTéllez
Felipe
Beatriz VicenteAcevedoGonzález Monroy
Joaquín Rivas Villanueva Tomás
Contraportada

El Parche
Alejandro Gómez Natalia NataliaSantiagoAvilaCifuentesPeralta ilustrada por Beatriz

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