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Hola Ma
from ¿Ahora qué?
Vicente González Monroy Bogotá, Colombia.

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Hola Ma:
Mira, esta es mi sala. Traje el sofá amarillo y la poltrona que siempre me gustó. Cada día detallo más las ilustraciones de corales y conchas que están en su espaldar. A veces pienso que mientras estaba en tu casa nunca la vi. La percibí, me acostumbré a ella, a su tono rojizo, naranja y a sus corales y a sus conchas. Pero nunca la vi realmente. Solo me llevé una de las dos que estaban en la bodega donde guardamos todos los muebles porque la otra estaba sucia. Supongo que podría haberla limpiado pero pensé que tal vez las dos poltronas serían demasiado para el tamaño de mi sala. Además no soy fan de tener dos lámparas iguales encima de dos mesas de noche iguales ni dos floreros iguales a los lados del mueble de la entrada ni dos poltronas iguales en la sala. Hay algo de irreal (o de iluso) en la simetría. Como si las cosas pasaran como quisiéramos, como los finales de los cuentos que se resuelven de manera demasiado perfecta, como las cosas que encajan. No veo la vida así (eso los sabes y por eso me criticabas mis guiones por ser demasiado existencialistas, “porque no escribes algo más emocionante” me decías).
En la sala está el gato también. Ahora en esta nueva casa sí me cabe. Le da un toque excéntrico a la sala como lo hacen los objetos que tienen una historia que va más allá de sus dueños. La gente siempre lo comenta. Creo que por eso insistí en llevármelo
cuando me fui de tu casa. Nadie nunca se sienta en el gato, ni siquiera yo. Me da miedo romperlo. A veces cruje. ¿Qué pasaría si se rompiera? Cuando la gente lo comenta yo les digo que era tuyo y que tiene como treinta y pico de años, digo que es incluso más viejo que mi hermana pero eso realmente no lo sé. Ya no tengo cómo comprobarlo. Así el gato se va convirtiendo en una reliquia más que en otra cosa.
Últimamente me surgen ciertas preguntas que luego me doy cuenta de que nunca tendrán respuesta. Por ejemplo esto del gato: ya no sabré a ciencia cierta de dónde salió, ni cuándo lo compraste, ni de qué color era su tapicería original. Podría pelar la madera para ver su tono original pero ¿para qué? El otro día Diva, cuando me estaba ayudando con la mudanza, vio el gato y se emocionó muchísimo. El gato de la señora Marcela, dijo… También me dijo que tú te le habías aparecido en sueños varias veces. Que le decías que no se preocupara y que cuidara a Fernando. Yo le dije que tú nunca te me habías aparecido. Aunque el otro día soñé que me ayudabas a limpiar un apartamento que era una mezcla entre el actual en Bogotá y el último que tuve en Nueva York. Mientras limpiabas, arrodillada, con la cara casi pegada al suelo para poder ver la suciedad como con un microscopio, me regañabas por ser descuidado y cochino, por lavar las sábanas cada quince días y no cada semana, aunque realmente en ese entonces yo lavaba las
sábanas una vez al mes pero nunca te lo dije. Mi hermana y tú creen que yo soy sucio y desordenado porque dejaron de verme cuando me fui a vivir por fuera y se quedaron con una imagen mía bastante adolescente. En ese entonces tenía diecinueve años y sí era algo desordenado pero luego me fui volviendo más ordenado. De hecho, Tita no deja de sorprenderse por mi orden cada vez que me ve. Ella está ya bastante vieja. No tanto físicamente, porque se ve bien y se siente bien. (Incluso el otro día que se dañó el ascensor del edificio ella caminó los 5 pisos de escaleras para llegar a mi apartamento). Pero la veo emocional y socialmente vieja. Se pierde con frecuencia en las conversaciones, tanto por su leve sordera como porque ya le cuesta mucho trabajo seguirle el hilo a lo que dice la gente, y esto la hace aislarse en sus lecturas y en sus pensamientos. También expresa constante cansancio y desgano por las actividades de la vida cotidiana y cada vez come menos. Se le va agotando la energía mientras a todos nos cuesta encontrar la paciencia necesaria para poder tener una conversación con ella, a todos menos a Gabriela y Camila porque son sus hijas. Pero los nietos no siempre logramos convocar esa atención. Por lo menos esa es mi percepción. Yo intento recobrar el tiempo perdido con ella, aprovecharla, pero es difícil saber por dónde comenzar: tal vez almorzando más con ella, a lo mejor es así de sencillo. Carmen y Laura
han encontrado una conexión con ella a través de los bebés que la asedian estirándole las arrugas y desbaratándole la casa. Aunque a veces creo que le delegan esa relación, esa tarea de recuperar el tiempo y de hacerlo valer a los bebés que no tienen nada más que amor y risa que brindar. Y no está mal.
El otro día en el patio de mi apartamento vi brevemente, enmarcadas por la puerta, a Tita y a Mila bailando boleros. Alejandro nos dijo a Carmen y a mí que fuéramos a verlas pero estábamos muy ocupados haciendo desayuno para todos. Cuando fuimos a ver, la escena ya había terminado y yo, que soy adicto a ver la vida como escenas, me quedé con ganas de recrear el momento sin siquiera haberlo visto. Tita tiene noventa años y Mila dos. Hay 88 ocho años de diferencia entre tu mamá y tu nieta y ahí estaban bailando boleros, las dos con un caminar muy torpe y frágil. Las dos muy cerca de caerse. Pero ninguna se cayó. Resulta que a veces la simetría sí se materializa. A veces las cosas sí encajan. Pensar en que no pudiste ver eso ni bailar boleros con tu nieta inevitablemente hace que se me agüen los ojos. Yo no logré verlo tampoco, por lo menos esta particular escena, pero no importa: sucedió y yo logro imaginarlo. Con eso basta. Como dije en el matrimonio de Carmen: a veces la vida basta. Eso es tal vez lo más cierto que he dicho. Ese día comimos tostadas francés con syrup, tocineta y mimosas. Era el día de la madre.
