pensar un pais con justicia social
Hacia una concepción nacional y popular de nuestra música
L
por
gabriel libro*
as siguientes líneas tienen como intención continuar un poco el debate, preguntarse y repreguntarse acerca del significado que le damos a nuestra música, cualquiera sea, y el porqué del calificativo “nuestra”, desde dónde se enuncia esa propiedad y qué significa. Cabe destacar que estamos hablando de música en el sentido más amplio posible. Es decir desde la perspectiva de quien la compone, de quien la ejecuta, de quien la escucha, de quien la aprende y de quien la enseña. Para poder empezar sería necesario establecer qué definición vamos a tomar para términos tan amplios como lo son “nacional” y “popular”. Cuando decimos Nacional hacemos referencia a un conjunto, un conglomerado de realidades diversas con características propias que, sumadas y sin exclusión de ninguna, conforman un paisaje sociocultural definido, una totalidad: nuestro país. En cuanto a lo Popular, no estamos usando la palabra en el sentido que le imprime el mercado, tampoco en el sentido estricto de clases sociales, más bien podríamos definirlo como el enfoque a través del cual se aborda aquella totalidad. Un enfoque que haga eje, precisamente, en aquella diversidad pero tendiendo al acercamiento de las expresiones artísticas y musicales a la mayor cantidad de personas, entendiendo así al hecho musical como una herramienta de identidad y pertenencia, a su vez que un cohesionador de vínculos sociales.
Nuestra Música
Cada región, cada provincia, tiene un tesoro musical que es hijo de diversas circunstancias: geográficas, históricas, culturales y económicas. Todas ellas lo fueron moldeando, otorgándole un perfil específico que funciona como generador de identidad. Si comparamos esos tesoros entre sí constataremos la heterogeneidad existente. Heterogeneidad que se manifiesta en una multiplicidad de ritmos, formas, poesías, todos ellos diferentes en sus tiempos de gestación y en las funciones para las cuales fueron creadas. Esto, que muchos han visto como un factor disolvente, como un problema, es, en cambio, nuestra mayor ventaja. El hecho de comprender que
vivimos en un país que es grande, diverso, complejo, es lo que se nos ha querido desdibujar desde hace mucho tiempo. No es tarea fácil, requiere de una determinada voluntad capaz de no marearse ante tal diversidad, pero dentro del campo cultural es la única opción posible. Es necesario dar un vistazo a cómo se ha clasificado esa variedad a la hora de definirnos en materia musical. En el caso de lo identificado históricamente desde las elites intelectuales como música popular, se dividió en folklore por un lado (vale aclarar que el cuarteto y el chamamé hasta hace poco no entraban en esta categoría) y tango, una vez triunfante en París, por otro. ¿Cuál sería la razón para tal escisión? ¿Por qué englobar a tantísimas estéticas diferentes en un término y en otro a una sola? Creemos que la respuesta no es fácil, pero es determinante la visión unitaria de siempre que separa a la ciudad de Buenos Aires del resto del país, tomando a ese resto como un todo sin matices, sin diferencias, sin especificidades. Es válido aclarar que esas tendencias están cambiando lentamente, la mayoría de las veces por iniciativa de los mismos músicos (generando puentes entre músicas de lugares tan diferentes) y de ciertas políticas estatales (Ley de Medios, cambios de plan de estudios, etc.). Pero, aún así, es preciso hacer hincapié en lo pernicioso de pensarse como nación desde esas perspectivas. Es la misma perspectiva del país chico, el que fijaba límites al terminarse la pampa húmeda y erigía una capital de estilo europeo que renegaba de lo que ocurría tierra adentro, o directamente, lo desconocía. ¿Qué relación precisa guardan una chayera de Salta o la Rioja con un bandoneonista de tango? Que ambos son argentinos y expresan sus vivencias personales y grupales a través de la música. Visto así, el tango, música nacida en los suburbios de la ciudad de Buenos Aires, debería ser parte integrante de lo que hemos dado en llamar folklore argentino, o, si se quiere, música argentina. Cabe destacar que ninguna de estas estéticas tiene un origen puro. En algunas se nota más claramente la filiación hispano-aborigen; en otras el elemento gringo prepondera mezclándose, a su
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