REVISTA MUNDO DINERS 455

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EL ALERO DE LAS PALOMAS SUCIAS Por HUILO RUALES Ilustración MIGUEL ANDRADE

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La cordura, el sentido común, la poca

músicos ciegos, que en el sismo habían perdido

empatía antes existente, hasta la compasión,

sus familias pero habían salvado sus instrumen-

desaparecieron en las ruinas de los Kitos In-

tos, tocaban sin descanso canciones de amor

fiernos. No se diga cuando semanas más

y desamparo. Las putas, generosas, regalaban

tarde, soltando un gemido propio del mismo

polvos a veces venéreos. El aguardiente y el

averno, la tierra tembló nuevamente. Entonces,

mertiolate circulaba con la misma intensidad.

sí, brotó el delirio de la sobrevivencia. El miedo

Y el cielo hedía a mortecina y esperma de bajo

voraz que volvió a todo bípedo desconocido un

mundo.

enemigo al que debía eliminarse.

En cambio, los desvalidos que fueron más

A partir del terremoto, la gente perdió la

Nada más, o mucho más, se podría co-

cautos se guarecieron en las derruidas iglesias,

cabeza. Apiñada y de rodillas imploraba perdón

mentar, aparte de aludir a ciertos brochazos

en los palacios destrozados, incluido Caronde-

con las manos al cielo o a cuatro patas; abrién-

de estupidez y heroísmo. Por ejemplo, el des-

let que apestaba a establo, creosota y mirra; en

dose paso por la densa polvareda, buscaba hi-

comunal esfuerzo de un grupo de escuálidos

las iglesias coloniales, de cúpulas desfondadas y

jos, madres, amores y hasta muebles y artefac-

patriotas que, al encontrar decapitado en me-

cristos y santos descoyuntados esparcidos por el suelo. Mientras que en las calles, aparte de los perros esqueléticos y las ratas cada vez más grandes, pululaba una creciente romería de zombis provenientes del sur y de los valles aledaños cuyo destino era el reino del Quito Norte. Hasta que, precedido de rumores diabólicos, empezó el trabajo nocturno de los Paradigmas. A garrote limpio, embarcaron en sus camiones grises a mendigos, putas, locos, campesinos, maricas, yonquis, teatreros y poetas que se habían adueñado de las calles y los parques públicos. Bastaron pocas noches para que aquella fauna fuera evacuada al gran vertedero natural, al fondo de la Amazonía. Allí se borraron para siempre la mayoría de depredados. Unos, gracias al apetito de los pumas, las ponzoñas, las serpientes, la inclemencia de la misma naturaleza. Otros, porque se les torció

tos propios o ajenos. Los señores decentes que

dia calle al mariscal Antonio José de Sucre, se

el destino gracias a la memoria enredada, el

no habían optado por el éxodo andaban patisu-

afanaron en soldar al cuerpo su cabeza para

sabio desobligo, el encanto de la desnudez. En

cios, barbados y hambrientos, como jamás. Las

después encaramarlo sobre el descomunal

cambio, los obstinados, los kamikazes, sin alas

mujeres habituadas al carmín y las bambalinas

caballo en su pedestal. O la naturalidad con

y los pies reventados, volvieron a los Kitos In-

parecían fugitivas de los manicomios con sus ro-

la que brotó en el pestilente portal de Santo

fiernos, a morir luchando y cerca de sus muer-

pas andrajosas y pelos revueltos y terrosos. So-

Domingo una cama general, la más grande del

tos. O, como declamaba un vate forrado de

lamente los niños, en medio de los escombros,

mundo. Al lado de los que morían desangrados

fango amazónico, porque el sentido de la vida

encontraron inusitados juegos bélicos y terrores

o con la peste que trajo el terremoto, otros fo-

y de la muerte estaba en la desolación y los

nunca experimentados.

llaban con la lengua colgada, como perros. Los

escombros.

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ABRIL 2020


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