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Galería Irene Cazar y Diana Valarezo

Irene Cazar se busca a sí misma

Por MILAGROS AGUIRRE | Fotografía CORTESÍA DE LAS ARTISTAS

Si hiciera falta una ficha inicial, diría: Irene Cazar (Quito, 1978) trabaja en series. Su obra es realista. Pone énfasis en la figura y tiene una fuerte y consistente paleta. Es, además, educadora: tiene un taller de arte para niños. Formada en las aulas de la facultad de Artes de la Universidad Central y ganadora del Premio Coloma Silva 2004, Cazar también tiene una maestría en Pintura en la Staatliche Akademie der Blindene Künste Stuttgart, Alemania, y un diplomado en la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus propuestas sobresalen los autorretratos. Por medio de ellos intenta encontrar y entender quién es y cuál es su lugar en el mundo. Explora en el rostro sus expresiones, sus ojos, sus emociones, el grito y la risa. Trabaja mucho en eso porque le gusta la indagación psicológica. Pintarse, dibujarse, encontrar sus rasgos y descubrirlos, es como hacer catarsis, encontrar su identidad, sondear en sus propios rincones y sentimientos. Nueve cuadros —óleos sobre tela— en formato mediano forman parte de las versiones de sí misma, en una serie titulada Mis virtudes en las que Irene Cazar quería mostrar la ira, el enojo, el aburrimiento; es decir, los rostros que, por lo general, se ocultan. Mostrarse sin máscara. Buscar en su interior y exponerse.

Otra serie, titulada Autorretratos, es, a decir de la artista: “la expresión de una necesidad que surge en el individuo en el momento en que toma conciencia del yo, un yo que nos lleva a transitar misteriosas facetas donde nuestra intimidad más guardada resulta expuesta”.

La obra de Irene Cazar ha sido expuesta en la Galería Sara Palacios de Quito (2016) y en el Museo Nahím Isaías de Guayaquil (2017). Su obra forma parte de la colección Imago Mundi de Benetton y del libro Ecuador: Light of Time, Contemporany Artists from Ecuador. En 2018 expuso Añorando mi infancia en la Alianza Francesa de Quito y en 2019 en el Centro de Estudios de la UNAM, sede Gatineau, Canadá. En 2011 creó el taller de arte Bluu para niños, que dirige actualmente. En su hoja de vida hay muchas exposiciones colectivas e individuales en el Ecuador, Perú, España, Estados Unidos, Canadá, Alemania y Holanda.

En el recorrido por su obra el espectador se encuentra con una serie de objetos y juguetes infantiles. El carrito de helados, el triciclo, el caballito de madera… recuerdos de infancia. Los juegos están vacíos, esperando que el espectador recuerde, mediante esos objetos, su propia infancia, los momentos alegres que tiene la vida. Una serie en donde la nostalgia aparece y contagia… ¿Quién no recuerda el caballo en el parque o el sonido de la presencia del carrito de helados a los que acudíamos como moscas a la miel? En esta serie de cuarenta cuadros de pequeño formato, los objetos están solos, se traducen en un guiño.

Hallazgos y reflejos

Cada serie exhibe un mundo propio y particular. Los infiltrados, por ejemplo, tiene mucho de cómic, mientras que Retratando es mucho más realista. En Infiltrados, Cazar dibuja escenas apocalípticas de ciudades solitarias y despobladas. Coloca en sus calles y veredas personajes del mundo Lego. Ellos deambulan por las ciudades que ha recreado la artista, como si estuvieran descubriéndolas, como si fueran intrusos, seres de otro planeta o personajes misteriosos. En Re-tratando, en cambio, explora personajes y relaciones familiares. Ahí ella también se retrata, pero junto a personajes de la familia, para mostrar las relaciones padre-hija, hermano-hermana, tía-sobrina. Quince cuadros medianos y trece pequeños, pintados al óleo. En esta serie Irene se convierte en una miniatura, un juguete que dialoga con sus personajes familiares.

En 2006 la artista exploró ventanas, espejos y transparencias en las ciudades en una serie a la que tituló Reflejos; en la que buscó que el espectador pusiera sus sentidos en descubrir qué hay tras las ventanas o dentro de las vitrinas y hurgue en las líneas, en los trazos, en las veladuras. A Irene Cazar le atrapan las ciudades. En ellas encuentra motivos para su obra, como en Historias, en las que muestra escalinatas, rincones de piedra, callejones solitarios. Y se pregunta cuántos pasos, cuántos transeúntes, cuántas historias esconden esos rincones. Uno puede imaginar a la pareja de enamorados, al mendicante, a la niña que corre a la escuela, al ladrón que, agazapado, espera a su víctima. En sus escaleras no hay nadie, están vacías, pero se perciben las presencias, se pueden sentir los murmullos e intuir las historias que han pasado por ahí.

También ha pintado una serie sobre estaciones de tren, soledades, esperas y silencios. En esta serie, llamada Encuentros, quiso plasmar los momentos de espera, tanto en las estaciones como dentro del tren donde, a pesar de haber mucha gente, uno puede sentirse increíblemente solo, “un fantasma que apenas se reconoce en una silueta humana”. La geometría, la línea, la arquitectura son protagonistas de su obra, y el óleo, su mejor aliado. Toda una obra que debería ser más conocida por los ecuatorianos.

La bitácora de Valarezo

De cómo creamos monstruos cuando pensamos en el otro. De eso va lo que Diana Valarezo expuso en la galería N24 de Quito, en lo que sería un reencuentro del espectador con su obra. Ella no vive en el país desde hace mucho tiempo y no ha podido exhibirla, pero su trabajo es constante, como son sus búsquedas. Por ejemplo, la reflexión sobre la migración, sobre el otro, en una obra realizada entre 2010 y 2013. De la misma manera que los conquistadores vieron en el continente americano a las gigantes y bravas guerreras amazonas que tenían un ojo en medio de la frente o que encontraron en su camino al Gastrocéfalo, un personaje con el rostro en el pecho que ella ha retratado en cerámica, de esa misma manera ven, vemos, al migrante, a aquel al que consideramos diferente. Construimos, en nuestra imaginación, monstruos de varias cabezas, seres malvados o violentos, enormes o peligrosos. Con esa metáfora, Diana Valarezo, desde el dibujo y la acuarela, pone en la mesa de discusión los imaginarios que llevan al desprecio y a la xenofobia y a lo que significa sentirse extranjero, a veces invisible, en el lugar de destino.

Con una paleta más bien alegre, con un sentido del humor muy particular, estos “monstruitos” emergen de

su cabeza y se hacen presentes en una serie de dibujos del Bestiario de Bruselas, formado por personajes mitad persona mitad animal en obras con títulos divertidos, como “Lágrimas de cocodrilo” o “Soy todo oídos”. Una serie que hizo en un formato más bien pequeño para poder llevarla en la maleta.

¿Por qué los animales?, se preguntará el espectador. Y es que el caminar de un lugar a otro, sea China, donde vivió durante cinco años, o Bélgica, donde reside actualmente o Senegal, donde ha ido a vivir por el trabajo de su compañero, ha hecho que la artista reflexione sobre ese instinto que permite aprender cosas que uno ni se imagina: balbucear palabras para hacerse entender, usar el lenguaje de las señas, probar palabras que incluso en el mismo idioma significan cosas distintas, situaciones que sacan de nuestro lado primitivo el instinto de supervivencia.

Sello chino, humor latino

La exposición Conciencia imaginada, cartografías del nuevo mundo y sus deformaciones bestiales se nutre de colores y personajes africanos, de imágenes surrealistas, de crónicas de viajeros y de objetos que van formando parte del equipaje de la artista y que son constantes en sus cuadros: utensilios de cocina como ralladores, licuadoras, ollas, que forman parte de la continua mudanza, de la vida doméstica, refugio ante todo aquello que es ajeno y que hace parte del ser migrante.

Esta obra de Diana Valarezo es casi una bitácora de viaje: Bélgica, Senegal y Lima. Pero es una bitácora de viaje hacia el interior. Es decir, la artista no dibuja

Pág. izq.: LLUVIA SOBRE BRUSELAS Acuarela y tinta sobre papel, 2011.

Arriba: MALETA, tinta mixta, 2013. paisajes, salvo en una obra de gran formato donde, seducida por el gris de Lima, cuenta sobre su vida en pareja (esas obras, además, vienen acompañadas de poemas de su compañero, Guy Castadod) y del encuentro del león y el colibrí, sino que hace sus paisajes de tejidos y bordados que descubre en sus andanzas o en personajes míticos con los que se identifica, como Diana, la venadita, cuidadora del bosque, o el mismo colibrí, el ave pequeñita que va, veloz, de un lado a otro.

Diana Valarezo es una artista versátil: dibuja, pinta, hace grabado, fotografía digital, instalaciones, cerámica en porcelana. No se repite, busca. Y encuentra referencias como Guamán Poma de Ayala (Nueva Crónica i Buen Gobierno) o Bosco y las reinterpreta y juega con ellas. Hace mapas, traza rutas y también se divierte: encuentra peces voladores que habitan en su interior, plancha olas o echa raíces (Objetos híbridos, 2010) o deambula por los mercados de las ciudades buscando dibujos para sus cuadros. Y en el camino encuentra a la milagrosa Santa Rosa de Lima y a Sarita, la Santa Pagana, símbolo de resistencia y bandera de lucha

de las mujeres en Perú, a quienes, por supuesto, retrata.

Sus obras siempre llevan el sello chino con el que las firma. Ella es buscadora de formas, de tejidos, de otras culturas, de personajes. A la vez que hace reflexiones profundas sobre el miedo al otro y la migración, no pierde el sentido del humor y hace que el espectador también sonría.

En los últimos años ha participado en varias residencias artísticas y ha expuesto en la Mythra Gallery, en Rotterdam; en la Abadi Art Space Gallery, en Nueva Delhi; en la Galería del Centro Cultural Ccori Wasi, en Lima.

Además de esta muestra, Diana tiene una nutrida obra en su portafolio: dianavalarezo.com, donde incluye dibujo, grabado, imágenes digitales, esculturas y pinturas. Sus esculturas en cerámica, porcelana esmaltada, de la serie Seres de la memoria (2017), sorprenden y cautivan. Anémonas, agua fragmentada, oleaje, seres nautas, corales y floraciones imposibles, donde el mar y sus objetos parecen solitarios protagonistas de un universo desconocido. El portafolio de una artista de intensa producción, que hay que visitar.