Valcabado Hacendera nº8 - 2019

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Hacendera I 2019

Asedio 2.0 ROBERTO CARRO

Retrasé esta salida todo lo que pude porque sabía que, lo que iba a ver, terminaría por provocar un sentimiento contradictorio. En estos días en los que el aliento de la primavera empieza a notarse en el cogote del invierno, cogí la bicicleta con la intención de salir a los caminos de nueva concentración y ver cómo se disponía el trazado y las nuevas fincas 2.0. Claro, coger el camino Carrodanzas, el de El Egido, o el de El Carrascal sería un intento vano. Los nuevos no sé cómo se llaman, pero lo que está claro es que son el relevo generacional de aquellos. La distribución es de auténtico tiralíneas, encajando y organizando a lo largo de sus márgenes un trazado regular de fincas tamaño XXL; a la vez que adornan sus cabeceras con lo último en tecnología GPS para radiar y racionalizar el riego a través de los terminales móviles que se han hecho imprescindibles en la vida de los agricultores del siglo XXI. Es lo que toca. Lo mismo que antes el kit básico de portabilidad para el riego lo componían las botas Gaviota, la pala Bellota y unas cuantas tablas enrolladas en un saco de plástico de nitrato de Chile, y todo ello en el portabultos de la Mobyilette, ahora es un teléfono móvil el que simplifica tanta parafernalia.

vientos secos y fríos, ahora es una vergel fértil que da lo que antes negaba por puro cabreo improductivo. Y si lo daba era porque se le sometía a un tercer grado. Pero el paso del tiempo y la capacidad del hombre para adaptarse paulatinamente, mientras va cambiando el rostro deshidratado de la llanura, hace que el terrazgo evolucione y con él se produzca una transformación económica y social que hoy no tiene parangón. Pero vamos a lo mollar, al sentimiento contradictorio que decía. Este paisaje de formas poligonales en las que se aprecia la intensa participación de la acción humana con una elevada vocación agrícola, se da de bruces con aquel paisaje primigenio de masas boscosas de caducifolias adaptadas al frío, también encinares, carrascas…. Y como testigo mudo del tiempo y la vida que se va, nuestro monte; en otra época amplio bosque de encinar por donde corrían los cérvidos y donde se hospedaba por una noche la ardilla que, partiendo de Cádiz, llegaría a Asturias días más tarde. El monte, hoy es una mancha verde asediada por un paisaje longilíneo obsesivo, deglutido por los labrantíos monocrómicos que le han asestado, esta vez sí, una estocada casi definitiva.

Resulta que este Páramo -no hace tanto tiempo espacio yermo y deforestado-, batido por los

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