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“Inciso y Contante”; por Roberto Carro
Asedio 2.0
ROBERTO CARRO
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Retrasé esta salida todo lo que pude porque sabía que, lo que iba a ver, terminaría por provocar un sentimiento contradictorio. En estos días en los que el aliento de la primavera empieza a notarse en el cogote del invierno, cogí la bicicleta con la intención de salir a los caminos de nueva concentración y ver cómo se disponía el trazado y las nuevas fincas 2.0. Claro, coger el camino Carrodanzas, el de El Egido, o el de El Carrascal sería un intento vano. Los nuevos no sé cómo se llaman, pero lo que está claro es que son el relevo generacional de aquellos. La distribución es de auténtico tiralíneas, encajando y organizando a lo largo de sus márgenes un trazado regular de fincas tamaño XXL; a la vez que adornan sus cabeceras con lo último en tecnología GPS para radiar y racionalizar el riego a través de los terminales móviles que se han hecho imprescindibles en la vida de los agricultores del siglo XXI. Es lo que toca. Lo mismo que antes el kit básico de portabilidad para el riego lo componían las botas Gaviota, la pala Bellota y unas cuantas tablas enrolladas en un saco de plástico de nitrato de Chile, y todo ello en el portabultos de la Mobyilette, ahora es un teléfono móvil el que simplifica tanta parafernalia.
Resulta que este Páramo -no hace tanto tiempo espacio yermo y deforestado-, batido por los vientos secos y fríos, ahora es una vergel fértil que da lo que antes negaba por puro cabreo improductivo. Y si lo daba era porque se le sometía a un tercer grado. Pero el paso del tiempo y la capacidad del hombre para adaptarse paulatinamente, mientras va cambiando el rostro deshidratado de la llanura, hace que el terrazgo evolucione y con él se produzca una transformación económica y social que hoy no tiene parangón.
Pero vamos a lo mollar, al sentimiento contradictorio que decía. Este paisaje de formas poligonales en las que se aprecia la intensa participación de la acción humana con una elevada vocación agrícola, se da de bruces con aquel paisaje primigenio de masas boscosas de caducifolias adaptadas al frío, también encinares, carrascas…. Y como testigo mudo del tiempo y la vida que se va, nuestro monte; en otra época amplio bosque de encinar por donde corrían los cérvidos y donde se hospedaba por una noche la ardilla que, partiendo de Cádiz, llegaría a Asturias días más tarde. El monte, hoy es una mancha verde asediada por un paisaje longilíneo obsesivo, deglutido por los labrantíos monocrómicos que le han asestado, esta vez sí, una estocada casi definitiva.
De hombres y perros normales De lealtades
ROBERTO CARRO
Es noche cerrada. Las noticias de la radio y el calor del interior del coche dan al habitáculo la calidez necesaria para cerrar la jornada; de camino a casa y al fin de semana. No recuerdo muy bien en qué contexto, el caso es que el locutor de radio concluye la noticia con una frase contundente: “su mejor virtud es la de ser un hombre normal”. Y en ese preciso momento en el que aún resuena la palabra “normal” en mi oído, veo al fondo de la carretera, por el carril izquierdo, rescatado de la oscuridad de la noche por unas cuantas franjas reflectantes, un caminante que, cadencioso, apresura su vuelta a casa. No hay duda –me digo; es Carlos, “El Portu”. Ha terminado la faena con el ganado y desanda el camino que diariamente recorre para llegar a la majada. Y si el amo no llega antes a recogerlo.., como está acostumbrado a andar..., se echa al asfalto y allá va. Poco importa que el testigo de temperatura marque dos grados bajo cero en el exterior del coche, y que aún le resten cuatro kilómetros para llegar a casa. El Portu forma parte de ese colectivo, últimos herederos, de lo que era la trashumancia y la todopoderosa Mesta. Me gusta oírle cuando, bien entrado el otoño, baja de Torrestío para buscar refugio en los campamentos de invierno en el Páramo Bajo. Entonces le pido que me cuente historias de lobos, de mastines y carrancas; de morrales, calderetas y música de cencerros….. De cómo es el recorrido que le lleva a los pastos de montaña, a través de las veredas, o por anchos caminos -resquicios de cañadas- hoy bañadas de asfalto; o avanzando por la espesura de los matorrales y el calor… De cómo se percibe esa soledad de la buena. Pero hoy, cuando le rescaté del asfalto, le pregunté a ver cómo no esperaba un poco más a que llegase el amo y así evitar la temeridad de salir a una carretera estrecha y solitaria. Y él, con esa parla en la que intercala salpicaduras de castellano, pero también recias virutas de un portugués que se le ha hecho fuerte, me espeta indignado: ¡El otro día, un coche me hubo llevar por delante! Yo iba por la izquierda, como siempre; con el chaleco y todo ¡Me golpeó con el espejo al pasar a mi altura y ni si quiera paró! Entonces le digo - ¿Portu, y qué hubiese pasado si los perros van contigo, y el coche te deja en la cuneta malherido, con un brazo o una pierna quebrada? Que se hubiesen quedado conmigo toda la noche; a mi lado -me contestó.
