Revista Vuelo 12-13

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Los artistas transitan por las estrechas calles del centro de la ciudad y le otorgan su propio sentido. Unos experimentan su imparable transformación, otros la marginalidad que dichos procesos modernizadores llevan consigo: “No le temo a los perros que me saludan / en el fondo de la noche / como niños hambrientos de luna, / con aullidos de alucinante sombra / y viento extraviado en las esquinas…”, le canta Samuel Noyola a la otrora elegante y ahora decadente Calzada Madero. En la estela poética de estos artistas errabundos podemos ubicar la obra de Jorge Cantú de la Garza (Monterrey 1937; Monterrey, 1998). Poeta de profundos registros prosaicos y a la vez líricos, de intensos ritmos urbanos e imágenes móviles y vertiginosas. Desde la aparición de El desertor en 1959, Cantú de la Garza fue elaborando su voz poética a contracorriente de las buenas conciencias regiomontanas. El poema “De vida irregular”, escrito en los últimos años de su vida, lo define de manera nítida: No fuimos personas comunes y corrientes. / Durante muchos años tuvimos / diecinueve años. / Propensos a la disidencia y el / escándalo / ejercimos el desdén hasta la / indiferencia. / Hoy, maduros, ya, mas nunca viejos, / seguimos siendo gente rara.” Muy pronto, Cantú de la Garza buscó la concreción de su vocación en la ciudad de México, donde fue becario del Centro Mexicano de Escritores. Fiel a su conducta heterodoxa, regresó a la ciudad para abrir espacios de enunciación. En los años ochenta creó el ahora mítico suplemento cultural Aquí vamos del periódico El Porvenir, y el Centro de Escritores de Nuevo León, que continúa vigente. El breve ensayo que presentamos, “Adiós a todo esto”, fue escrito en 1983, cuando se llevaban a cabo las labores de construcción de la Macroplaza en el centro de Monterrey. El viejo centro de la ciudad fue destruido para dar paso a otro “nuevo fragrante” proceso de modernización. La

ciudad se destruía para volver a construirse, tal como había venido haciéndolo a lo largo de casi un siglo (y aquí aparecen, en vertiginoso desfile de imágenes, las demoliciones del templo de San Francisco, del antiguo Hospital González, de la Penitenciaría, y de un largo y nostálgico etcétera). Una cruel ironía ha hecho de la sensación de pérdida urbana una tradición para las diversas generaciones de regiomontanos: todos tenemos un Monterrey que se ha perdido entre el escombro.

Adiós a todo esto1

Jorge Cantú de la Garza

Adiós a todo esto es el título del libro autobiográfico del poeta inglés Robert Graves. Lo tomo para este in memoriam porque me parece el más adecuado y no habría

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