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Mis compañeros guerrilleros // Carlos Torres Rodríguez

A ELLOS LOS CONOCÍ cuando éramos estudiantes y activistas políticos en el movimiento estudiantil que se gestó durante el ‘69 en la entonces Universidad de Nuevo León. Una efervescencia de inquietudes justicieras recorrían los pasillos de escuelas y facultades. Las iniciativas eran de toda índole: en Leyes se pretendía destituir al director Sergio Mena; en Ciencias Químicas, encabezados por Ricardo Morales, demandaban un edificio propio presionando con la toma de la torre de rectoría.

El examen de admisión generaba un ambiente de rechazo mientras Eduardo González desde el Consejo Estudiantil proponía la creación de una preparatoria popular. En Físico Matemáticas la base estudiantil exigía la destitución del director. Gilberto Guajardo, en Filosofía y Letras, señalaba la ineptitud del director urgiendo a un cambio.

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Era el despertar de las luchas estudiantiles en el que todos nos sentíamos compelidos a hacer nuestra parte. También entre nosotros, inmersos en las tareas políticas, estaban compañeros que, en su interior sentían germinar un involucramiento más decidido por el cambio social. Camaradas cuya vocación revolucionaria iba mucho más allá de las fronteras seguras de nuestro activismo.

Estos compañeros, antes de decidir incorporarse a la guerrilla urbana, participaron conmigo en numerosas actividades políticas heredadas de la rebelión estudiantil del ‘68. Vivimos gratos momentos como parte del grupo “Chicano” de canción protesta que formamos en esa época.

En esos linderos discutíamos y aprendíamos teoría revolucionaria en interminables discusiones grupales. Elaborábamos posters, mantas, volantes y pancartas; hacíamos pintas y pegas; manufacturábamos y distribuíamos periódicos y nos aventuramos en un sinfín de tareas, mientras más arriesgadas mejor; pero lo que nunca sospeché, ni tuve la más remota idea, fue que esos cercanos y queridos compañeros llegaran a ser integrantes de un grupo guerrillero insurgente. ¿Combinaron su actividad estudiantil con la subversiva? ¿Estaban en el grupo guerrillero y en el nuestro?

En aquellos días, además de otros compañeros, Tomás, Edna y Lourdes formaban parte de “Chicanos”. Aunque Tomás nunca fue un integrante formalmente hablando, siempre estaba a nuestro lado opinando en los ensayos, sugiriendo, apoyando, e incluso entrenando a compañeros en las técnicas del trabajo en artes gráficas, process, diseños en stencil, impresión en mimeógrafo, etcétera. Durante toda esa cotidiana convivencia jamás advertimos un sondeo o tuvimos una sugerencia oinvitación velada de su parte para participar o apoyar el movimiento armado como método de lucha para cambiar la forma de gobierno.

Cuando lo supe de cierto fue en la capital del país al encontrarme con Gustavo Gordillo en su casa de Coyoacán D. F. en calidad de refugiado por una orden de aprehensión girada en mi contra días antes en Monterrey. Se me buscaba como líder instigador del secuestro y quema de camiones urbanos en la plaza de Colegio Civil, punto neurálgico de toda actividad reivindicativa en la universidad.

Esa amenaza me llevó a buscar el apoyo de los compañeros del Partido Mexicano del Proletariado, organización comunista que formó José Revueltas y a la cual me integré como militante. El caso es que el día 8 de noviembre de 1972 me dice Gustavo que vea una noticia en la televisión trasmitiéndose en vivo desde el Aeropuerto Internacional de Monterrey. Se trataba de un secuestro del avión de pasajeros Boeing 727 ejecutado por el grupo guerrillero “Liga de Comunistas Armados”, organización de la que jamás había escuchado hablar y vaya que era común la mención de los múltiples grupos que operaban en el movimiento guerrillero de la época.

Fue durante la trasmisión donde reconocí unos nombres que me eran comunes: Tomás Okusono, Edna Ovalle y Lourdes Saucedo. Cómo no reconocerlos si eran participantes directos de nuestro grupo de música protesta, el cual actuaba en todo mitin, asamblea o paro obrero-popular-estudiantil donde era requerido. Cuando fueron apareciendo sus nombres en escena, en vivo y a nivel nacional, durante las largas horas que duraron las negociaciones gobierno-comando guerrillero, el asombro y la incredulidad me tenían el alma en vilo.

Aun cuando nunca fui partidario o simpatizante de los movimientos guerrilleros que brotaban por todo el país (MAR, FUZ, CAP, L23S, FRAP, PP, etc.) esa acción reivindicatoria me causó una gran complacencia ya que, por una parte, me hizo olvidar la situación en que me encontraba y, por otra, veía cómo tenían doblegado al gobierno federal, al ejército y al gobierno estatal ante una situación completamente fuera de lo común.

El comando guerrillero que abordó inicialmente la nave compró sus boletos de viaje como cualquier pasajero. Era un miércoles 8 de noviembre de 1972, alrededor de las 9:30 de la mañana. Planearon en sólo dos días el secuestro, dada la premura en rescatar a sus demás compañeros que habían sido aprehendidos tres días antes. Curiosamente nunca antes se habían subido a un avión, motivo por el cual equivocadamente fueron primero al Aeropuerto del Norte, en Escobedo N.L., donde les informaron que los viajes nacionales salían del Aeropuerto Internacional “Mariano Escobedo”, en Apodaca N.L. Ahí abordaron junto a 110 pasajeros el vuelo 705 de Mexicana de Aviación de donde partieron con destino a la Cd. de México.

A las 9:45 aproximadamente, ya sobre el cielo de Cd. Victoria, el capitán del vuelo Abel Quintana informa a la torre de control que regresaría al aeropuerto ya que unos hombres armados amenazaban con hacer volar el avión si no les eran concedidas sus exigencias.

Al mando se encontraba Germán Segovia reivindicando la acción revolucionaria a nombre de la “Liga de Comunistas Armados”. Para cuando la aeronave aterriza y queda instalada en la pista ya se encontraba acordonado el aeropuerto por elementos de la policía judicial y el ejército, haciendo acto de presencia también periodistas y medios televisivos que iniciaron la noticia a nivel nacional.

Conforme transcurrían los minutos para las negociaciones iniciales, los guerrilleros se fueron percatando poco a poco de que varios pasajeros eran gente importante y que estaban a bordo a su entera disposición, como si todo fuera parte de un plan perfecto. La lista la iniciaban dos hijos del gobernador en el estado, Licenciado Luis Marcelino Farías, a la que se agregaron dos funcionarios consulares de los Estados Unidos de América; también iban como pasajeros varios ejecutivos de alto nivel de la iniciativa privada regiomontana y concluía con funcionarios del PRI, como Graciano Bortoni, entre otros.

Ante este apetecible menú consular-empresarial-político que les ponían en bandeja de plata, el comando guerrillero elaboró sus demandas: 1. liberación de cinco compañeros detenidos: Ángel Mejía, Lourdes Saucedo, Edna Ovalle, Reynaldo Sánchez y Tomás Okusono; 2. difundir en los medios de comunicación la localización de Tomás López y Porfirio Guajardo, compañeros prófugos para que abordaran el avión con ellos; 3. abastecimiento de suficiente armamento y municiones; 4. entrega de los 5 millones de pesos que la policía decomisó en la casa de seguridad donde fueron aprehendidos; 5. reabastecimiento de combustible para viajar a Cuba, destino final de su asilo.

Como dato patético y vergonzoso estuvo la devolución del dinero que sufrió un retardo inesperado: faltaban dos millones que no aparecían ya que la “autoridad” solo reportó tres millones de pesos. ¿Quién o quiénes tomaron ese dinero al momento de las aprehensiones? ¿Elementos de la policía judicial estatal? ¿Algún honesto director de la policía? Todavía es fecha que nadie supo o no quisieron saber quién se apropió indebidamente del faltante del dinero; pero lo que sí se supo y se vio a nivel nacional fueron los actos generosos de la organización subversiva. Los guerrilleros liberaron antes de viajar a Cuba a dos personas enfermas, la totalidad de ancianos y niños, incluidos los hijos del gobernador, y a todas las mujeres en general a excepción de una sola: María Emilia Mackey Velázquez, quien resultó ser la esposa del gobernador, a quien le dijeron amablemente que nada le pasaría a nadie, ni a ellos, mientras la primera dama de Nuevo León se encontrara a bordo.

El gobierno dio total cumplimiento a todas y cada una de las demandas revolucionarias que plantearon los guerrilleros. Entre ellos mis tres compañeros estudiantes que entonces para mi asombro, del que no lograba reponerme, resultaron guerrilleros y que ya estaban prácticamente con un pie en la Cuba de Fidel y el Che, destino final de su exitosa acción.

Con el tiempo llegué a enterarme que la Liga de Comunistas Armados no solo ejecutó el único y más espectacular secuestro de un avión en pleno vuelo en cielo mexicano, sino que también durante su actividad de guerrilla revolucionaria participaron en alrededor de doce acciones sin herir a ninguna persona ni soltar un solo disparo. Tras el secuestro del avión así lo declararon los pasajeros del Boeing 727: no hubo muertos, nadie resultó herido, no se golpeó a nadie, no se disparó un solo proyectil.

La organización “Liga de Comunistas Armados” llegó a contar con el arsenal más numeroso que pudo poseer guerrilla alguna en México según cifras oficiales. En los archivos de la Dirección de Seguridad también estaban descritos como un grupo subversivo con una disciplina y formación casi militar, capaz de ejecutar con precisión múltiples asaltos expropiatorios sin reivindicar acción revolucionaria alguna como lo hacían los demás grupos guerrilleros.

Sólo una vez disparó un proyectil y fue por error. Una bala perdida que hirió a Edna Ovalle a quien, en las gestiones para auxiliarla médicamente, se le capturó y torturó despiadadamente hasta dar con los demás integrantes del grupo rebelde.

Aquel día de noviembre y una vez que partieron los guerrilleros rumbo a Cuba, después de 5 horas de negociaciones, me sentí algo nostálgico por encontrarme lejos de mi familia, de mis amigos y compañeros. Saber que tenía pendiente una orden de aprehensión y que no podía reintegrarme a mi trajinar militante me recrudeció el deseo de volver a Monterrey.

Este “gusto” me lo cumplió la Dirección Federal de Seguridad (Gobernación) varias semanas después al aprehender a más de 60 militantes del Partido Mexicano del Proletariado, de los cuales solamente yo tenía una orden para ser trasladado al penal de Nuevo León. Los demás compañeros detenidos fueron liberados posteriormente. En su mayoría eran estudiantes y maestros, y dada la masiva detención a todas luces ilegal, despertaron un sinnúmero de protestas al interior de la UNAM.

Con el deseo ya cumplido de regresar a mi ciudad, ingresé al penal del estado acusado de ser el dirigente instigador del secuestro y quema de camiones urbanos en la plaza del Colegio Civil; este tipo de arrestos arbitrarios con delitos inventados era el arma de uso común que el gobierno utilizaba para descabezar al creciente movimiento universitario ansioso de espacios democráticos. Cabe aquí mencionar que durante el juicio penal que se me siguió, el sistema judicial no pudo demostrar el delito fabricado contra mi persona.

Con estos antecedentes descritos, después de casi 50 años, sigue expuesta la herida sangrante que el Estado mexicano provocó al cerrar los espacios democráticos que exigía el estudiantado. La brutal y criminal represión en los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez cercenó toda opción conciliadora a la juventud. Sus mejores cuadros intelectuales en las universidades, maestros y alumnos, se vieron frustrados en sus intentos por un México mejor. Sin otra alternativa decidieron empeñar su vida por un ideal. Creyeron honestamente que el camino de la lucha armada era la vía para cambiar una forma de gobierno podrida hasta sus raíces y emprendieron una vida de riesgo constante.

Las fuerzas represoras del Estado mexicano asesinaron a más de 1,500 jóvenes rebeldes en el país. A muchos los fueron asesinando después de ser capturados con vida como a Ignacio Olivares, Arturo Vives, Salvador Corral e Ignacio Salas, entre otros más, a quienes después de sus declaraciones ministeriales los asesinaron sin que exista a la fecha una sola autoridad responsable.

Los desaparecidos se cuentan por miles: padres, hermanos, amigos y vecinos arrancados de sus hogares para ser atormentados en una búsqueda frenética para que delataran a posibles opositores al régimen. La organización civil Eureka, dedicada a desenmascarar el terrorismo de Estado sigue exhibiendo día tras día los actos criminales de esa guerra sucia en que sin contemplación se involucró al ejército para reprimir a los mexicanos en esta negra etapa de nuestra historia.