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Héctor Carrizosa. El que vino al mundo a pintar [*] // Roció Castelo

Héctor Carrizosa

Héctor Carrizosa

LA PINACOTECA DE Nuevo León, congruente con su vocación de apoyar y difundir el trabajo de los grandes talentos de nuestra comunidad en el área plástica, realiza un merecido homenaje a uno de los artistas de más larga trayectoria profesional: Héctor Carrizosa.

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El maestro Carrizosa, hijo del pintor Manuel Carrizosa Velazco, nació en Monterrey, Nuevo León en 1943, y como él dice: “vine a este mundo para pintar”. Aprendió a dibujar con su padre y, un poco más tarde, trabajó al lado del gran maestro español Juan Eugenio Mignorance, quien se convirtió en su amigo, protector y cómplice de aventuras de creatividad. Cuando Mignorance falleció, heredó sus pinturas, pinceles, paleta y su amor incondicional por el arte.

En 1976 decidió fundar y dirigir la Escuela Municipal de Arte. A principios de los ochenta, montó uno de los primeros talleres para realizar la difícil técnica de litografía en el Norte de nuestro país.

Podemos embelesarnos con las figuras del Quijote que resultan una libre paráfrasis del tema literario. El Hidalgo es acompañado, algunas veces, por Sancho y Dulcinea; otras –en enormes formatos–, por un Rocinante desafiante como sus ideales de justicia, en quien se apoya en este mundo de hoy para retarlo.

Además de las artes visuales, Héctor Carrizosa siente una gran pasión por la música, muestra de ello es la impactante colección de piezas en pequeño formato en las que aparecen imágenes de cada uno de los integrantes de una orquesta tocando instrumentos de viento, metales, cuerdas, percusiones opiano, dirigiendo o cantando; en las cuales captura la personalidad y la acción del músico en plena ejecución. Una importante serie de cuadros muestra los retratos de los artistas que más admira y de las personas que ama.

Y para el cierre de la muestra dejé una prueba más de la sensibilidad no sólo de un artista, sino de un hombre que no soporta la ignominia, rechaza el abuso y la corrupción; en esta última área sus pinceles se convirtieron en un grito; la pieza que más estremece es de gran formato y está dedicada a hacer una denuncia del dolor de perder a un hijo, perderlo, sin ni siquiera saber si está muerto: Las madres de los muchachos asesinados en Ayotzinapa. Esta pieza está junto a otra imagen del dolor de una madre: un retrato de la Virgen María cargando entre sus brazos a su hijo muerto; cerca una mujer inmovilizada con la mirada perdida; un hombre impávido e inmóvil ante lo irremediable de la tolerancia a lo inaceptable.

Notas

* Este texto es una reproducción tomada de: Héctor Carrizosa. En el Camino del arte, publicado por el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, en el año 2018.

La Musa 2017

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De la serie del Quijote, 2016

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La diosa de la Medicina, 2011

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García Lorca, 2014

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