C RÓ N I CA, D O M I N G O 26 S E P T I E M B R E 20 21
Nacional 9
H I STO R I A E N V I VO
Iturbide y los Congresos: historia de un largo conflicto Bertha Hernández
historiaenvivomx@gmail.mx
Las relaciones entre Agustín de Iturbide y el congreso que lo proclamó emperador, en 1822, fueron complejas al principio, se volvieron tensas y acabaron de pésima forma. Así comenzó una cadena de debates, siempre con el Dragón de Fierro en ausencia, y luego muerto y enterrado, en torno al papel histórico que el artífice de la consumación de la independencia debía tener en la vida pública. Si de los debates legislativos dependiera, los restos del jefe del Ejército Trigarante no conocerían la paz del sepulcro.
C
uando abdicó al trono del joven Imperio Mexicano, el 19 de marzo de 1823, Agustín de Iturbide daba por terminado el tumultuoso periodo en que fue llamado “emperador”. Jamás logró llevarse razonablemente bien con el Congreso Constituyente, en el que alentaban ánimos republicanos, y llegó al extremo de ordenar la disolución del órgano legislativo y perseguir a los diputados que se oponían al proyecto monárquico. Nada había salido bien; ni siquiera había logrado ponerse de acuerdo con los congresistas en el calendario de fiestas cívicas del nuevo país. Así empezó una historia que, cada tanto, tiene un nuevo capítulo, donde se narran las filias y las fobias que los legisladores mexicanos han experimentado hacia la figura de Iturbide, a través de los años. A ratos, la discusión ha sido serena; en otros momentos, enconada y furiosa. Del poder legislativo mexicano han salido iniciativas de homenaje, vituperios y ninguneos dirigidos al hombre al que apodaron el Dragón de Fierro. Se trata de una discusión donde todavía no hay punto final.
1823: ITURBIDE, EL PROSCRITO Apenas desaparecieron los rastros del Imperio Mexicano, el Congreso, reordenando su agenda, generó, entre otras cosas, un decreto por el cual declaraba beneméritos de la patria a los primeros insurgentes, y a un conjunto de personajes más que a lo largo de la accidentada década 1810-1821, habían participado en el proceso. Desde luego, dejaron fuera a Iturbide.
A fines de abril de ese 1823, se discutió en el Congreso lo que se conoce como el Decreto de Proscripción, que solamente tenía dos artículos: uno, que declaraba a Iturbide traidor y fuera de la ley, si volvía a poner un pie en tierra mexicana. Y si esto ocurría, sería considerado “enemigo del Estado” y cualquiera podría darle muerte. El segundo artículo declaraba culpables de traición contra la federación a todos aquellos que favorecieran, mediante escritos o acciones, el regreso de Iturbide. Ese fue el marco legal que, no bien puso el antiguo emperador un pie en Tamaulipas, permitió que fuese aprehendido y fusilado, a pesar de sus protestas de buena fe, pues argumentó que volvía a su patria para alertar al gobierno de un proyecto que se incubaba en el extranjero contra la joven nación. Pasaron los años. La forma en que Iturbide había muerto dejó heridas que cicatrizaron muy lentamente y que, a la menor provocación se volvieron a abrir. No obstante, a la clase política del siglo XIX no les molestaba o perturbaba hablar de aquel hombre llamándolo “el Libertador”. Incluso, se promovió en 1835 la colocación de su nombre, en letras de oro, en el Muro de Honor de la Cámara de Diputados. De hecho, el lugar que se le asignó implicaba un reconocimiento de sus méritos, pues se encontraba exactamente debajo de Xavier Mina y Víctor Rosales, dos de los participantes en la lucha insurgente que habían sido reconocidos en el decreto de 1823. No era mal sitio, porque señalaba la continuidad del proceso y formalizaba su carácter de consumador de la independencia. Pero con los años, a la memoria del héroe que a fuerza de astucia había conseguido la independencia, se impuso la del ambicioso que cayó en la tentación de la corona de un nuevo imperio. No obstante, el nombre de Iturbide permaneció en el Muro de Honor a pesar de la destrucción del recinto legislativo original. En el salto al nuevo siglo, se le podía ubicar en la segunda columna del recinto de las calles de Donceles y Allende. Y así continuó hasta 1921, cuando se desató una nueva tormenta. Y LO ARRANCARON DEL MURO DE HONOR En 1921 gobernaba Álvaro Obregón. Parecía que los años cruentos de la guerra civil se habían terminado, y era momento de empezar a reconstruir el país y formar instituciones. Muy agitado fue aquel año: el obregonismo luchaba por obtener el reconocimiento de Estados Unidos al tiempo que se embarcaba en grandes proyectos fundamentales, como la Secretaría de Educación Pública. Uno de los diversos instrumentos que se diseñaron para trabajar por el necesario reconocimiento, que abriría la puerta a préstamos para fortalecer al país, fueron las conmemoraciones del Centenario de la Consumación, que también dieron al gobierno la oportunidad de generar un discurso cívico propio, que dejara de evocar las rumbosas fiestas de 1910, donde, en el desfile histórico,
uno de los grandes momentos, sí había desfilado un personaje caracterizado como Iturbide. Las de 1921, se anunció, serían unas celebraciones para el pueblo. Pero, para esas fechas, Iturbide se había convertido en un personaje de lo más incómodo para la ideología revolucionaria. El gobierno de Álvaro Obregón consiguió llevar a la realidad una paradoja que se antoja deliciosa: celebrar la Consumación de la Independencia… sin mencionar a uno de los consumadores, protagonista esencial. La maniobra se iba a volver una constante. A la distancia, resulta natural: no importaba tanto el logro de 1821 como el pujante espíritu renovador de 1921; el presidente asistiría a rendir homenaje a los restos de los caudillos insurgentes, que por aquellos años dormían el sueño de los próceres en la capilla de San José de la Catedral: Obregón ingresaría al templo con levita, chistera y banda presidencial. Prudente, no se asomaría a saludar a los restos del Dragón de Fierro que se hallaban —como ahora— en la capilla de San Felipe de Jesús; bastaba con ir al Te Deum, aunque los diputados reclamaron por el elemento religioso del homenaje. Obregón, imperturbable, cumplió con el programa y se marchó. Las conmemoraciones marchaban por una línea muy distinta a la reivindicación de Iturbide. Pero el reclamo legislativo escaló: después de un encendido debate en la Cámara de Diputados, arrancado el 23 de septiembre, y que duró varias sesiones, la iniciativa del diputado Antonio Díaz Soto y Gama triunfó y el nombre de Agustín de Iturbide fue borrado del muro de honor de la Cámara de Diputados. Días más tarde, el 7 de octubre, el dictamen fue aprobado. En un acto que era simple acelere ideológico, las letras que formaban el nombre del Dragón de Fierro fueron arrancadas, entre la algarabía generalizada, y arrojadas del recinto de Donceles. En su lugar, más tarde, se colocó el nombre de Belisario Domínguez. De esa forma, Agustín de Iturbide fue enviado por el poder legislativo, en definitiva, y no sin polémica, al catálogo de villanos nacionales. MEDIO SIGLO DESPUÉS, LA DESAPARICIÓN POR DECRETO El 150 aniversario de la Consumación de la Independencia, en septiembre de 1971, dio lugar a un peculiar debate en la Cámara de Diputados, en el cual resultó que era uno, y solo uno, el artífice de la consumación de la Independencia de México, y ese uno se llamaba Vicente Guerrero. En el inicio de los años setenta, eran ya millones los mexicanos que habían aprendido una narrativa histórica muy básica, y muy convencional, donde uno de los sucesos relevantes de la consumación de la independencia era el famoso Abrazo de Acatempan, protagonizado por Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide. Pero a principios de septiembre de 1971, las cosas corrieron por una ruta di-
ferente en el Congreso de la Unión, donde el diputado priista Moisés Ochoa Campos, guerrerense para más señas, se encargó de presentar la iniciativa que enviaba el Ejecutivo, es decir, el presidente Luis Echeverría, que gustaba de adoptar actitudes “de izquierda” o, por lo menos, liberales. La propuesta constaba de dos puntos: el primero, inscribir, con letras de oro, en la Cámara de Diputados, en el Senado, en la Suprema Corte de Justicia de la Nación y en Palacio Nacional, la frase que la tradición adjudica a Guerrero, cuando rechazó una oferta de indulto: “La patria es primero”. El segundo, conmemorar los 150 años de vida independiente del país con una ceremonia cívica en Tixtla, la población natal del caudillo insurgente. …¿Y Agustín de Iturbide? Después de enumerar todos los defectos y errores del personaje, Ochoa Campos concluyó que, después de tantas traiciones, Iturbide no podía “ser un héroe”, y que el “verdadero” consumador era Guerrero. Educadamente, algunos diputados panistas, que se manifestaron a favor de la nueva inscripción, objetaron la contundente desaparición de Iturbide y solicitaron que no se fabricara una “historia oficial”. Por respuesta obtuvieron dos andanadas, una al discutirse la iniciativa, y otra, en la sesión solemne realizada el 23 de septiembre de 1971, en las cuales no solo se le acomodó una dura repasada al panismo, sino que, en un esfuerzo de síntesis, se les explicó: “La consumación de la independencia política del México la realizó el pueblo mexicano representado por Vicente Guerrero”. Mayoriteados, desde luego, los diputados panistas quedaron en calidad de testigos, a pesar de la profundidad de sus argumentaciones. EPÍLOGO DEL SIGLO X XI Con la alternancia en el gobierno federal, y la llegada de Vicente Fox a la presidencia, y la continuidad del panismo con la gestión de Felipe Calderón, en algunos sectores de la vida pública se pensó que se daría una rotunda reivindicación de la figura de Iturbide. Cuando los restos de los insurgentes fueron extraídos de la Columna de la Independencia para ser analizados, en 2010, no faltó quien pensara que era la oportunidad para hacerle un sitio al Dragón de Fierro en aquel sepulcro de honor. Desde luego tal cosa no ocurrió. La vida nacional no estaba como para meterse deliberadamente en lo que sería una fuerte polémica. Pero, de todas formas, hubo un intento, en el Senado, ese mismo año, por cambiar la situación: se propuso volver a colocar en el Muro de Honor el nombre de Iturbide, llamando a “hacer un esfuerzo de comprensión desapasionado y objetivo en torno a la figura del consumador de la independencia”. El proyecto fracasó y hasta el momento no se ha planteado una nueva iniciativa, en el seno del poder legislativo, que proponga una nueva lectura de Agustín de Iturbide