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NACIONAL
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8 crónica
SÁBADO, 26 DICIEMBRE 2020
HISTORIAS SANGRIENTAS Si se hiciera una lista detallada de las ejecuciones, ajusticiamientos, crímenes y asesinatos cometidos en la enorme plaza que los mexicanos conocemos como Zócalo, en el centro político y emotivo de la capital y el país, resultaría una relación oscura y densa, repleta de nombres conocidos y mencionados en la historia de nuestra vida política. Pero también hay tramas que se han desvanecido en los millones de papeles ya desintegrados, desaparecidos, que denunciaban o desmentían conspiraciones, traiciones, fragmentos de la parte más oscura de la condición humana. La historia del padre Arenas es una de esas.
El complot del sacerdote Joaquín Arenas, o las conspiraciones se pagan en el paredón [ Bertha Hernández ]
L
as autoridades se ocuparon de que esa sentencia se conociera en todas partes y por todos los ciudadanos de aquel México que apenas cumplía siete años como nación independiente. Si parte del combate al crimen, de todo orden, consistía en convertir la sanción en un asunto público, para que nadie volviese a incurrir en el delito, no menos cierto era que esa pretensión no acababa de ser eficaz, pues las ambiciones humanas, las pasiones políticas y los resentimientos provocados por aquellos cinco primeros años de existencia separada de la corona española, movían, de repente, a personajes que se creían capaces, con un golpe de mano, revertir el resultado de un proceso que había durado casi una década. El sacerdote Joaquín Arenas, en quien recaería aquel veredicto, era uno de ellos. “Deseando el soberano Congreso Constituyente combinar la clemencia con la justicia para asegurar en todo lo posible el orden y la tranquilidad interior, evitando por cuantos medios estén a su alcance la efusión de sangre, ha tenido a bien decretar: que la pena del delito de conspiración contra la Independencia, cuya imposición se reservó a su majestad por el artículo 22 del Plan de Iguala, es la misma que señalan las leyes vigentes, promulgadas hasta del año de 1810 para castigar el delito de Lesa Majestad Humana, declararán con unanimidad de votos que el reo fray Joaquín Arenas sea pasado por las armas en la Plaza Nacional, dejando su cadáver a la expectación pública por espacio de tres horas”. Toda la ciudad debería enterarse: acusado de atentar contra la independencia de México, el padre Arenas había sido juzgado por un
consejo de guerra ordinario, que empezó el proceso, en un salón del Palacio Nacional, el 23 de febrero de 1827, y terminó al día siguiente. No solo se dio a conocer públicamente la sentencia; la imprenta del ciudadano Alejandro Valdés la publicó como hoja suelta, y circuló ese mismo día, por toda la capital mexicana. ¿Cómo había llegado fray Joaquín Arenas a las puertas mismas de la muerte, señalado como culpable de atentar contra la independencia mexicana? ¿Qué lo había orillado a apartarse de la vida religiosa para internarse en el mundo de la conspiración y el complot?
UN FRAILE DE SAN DIEGO. No era una rareza ver a un religioso metido en las grillas políticas de la Nueva España y del México recién independizado. ¿No acaso la primera campaña insurgente exitosa había sido acaudillada por el cura de Dolores? ¿No lo habían seguido en su lucha brillantes militares que una vez fueron párro-
Probablemente, el fraile Joaquín Arenas era de una enorme inocencia política: o pensó en un gran complot cuando no pasaba de una trama menor, o fue finamente manipulado por alguien más poderoso. Finalmente, nada pudo el sacerdote, hablantín y desmesurado, contra el gobierno del presidente Guadalupe Victoria, aquí retratado.