32
ricardo alberto pérez
Ella había sido una antigua compañera de clases de mi novia que, de modo inesperado, ha sido expulsada por la ficción de estos espacios que se vuelven profundamente perturbadores en cuanto nos muestran hasta donde somos capaces de llegar en la intención de ser fieles a nuestros sentidos. Un tiempo después, ya en la Taberna del Alemán, su submarino y el mío se entrecruzaban en una alianza que solo con el transcurso de unos meses alcanzaría alguna coherencia. Bebíamos de las jarras donde el coñac escapaba de las pequeñas canecas dejadas caer para disgregarse de modo perverso en lo que podía interpretarse como un océano de cerveza. A la tercera generación de submarinos sentí a uno de sus pies desnudos rozar mis muslos hasta casi frotarlos mientras estos se protegían bajo el tejido de un Levi’s 501. Entonces admiré su chaqueta verde, su boca a punto de caramelo que sacaba las palabras del portugués directamente para una salsa agridulce que ya comenzaba a virárseme encima y a producirme excitación. El escenario era la mesa rústica, intentamos la cuarta generación de submarinos, pero finalmente los dejamos abandonados en mar abierta y fugados nos refugiamos en un baño, nunca logramos saber si era el de las damas o el de los caballeros. La temperatura de Verónica se propagó por todo mi cuerpo, pero en especial por mi mente, poblando mis ideas de una cálida sensación que me ha perseguido a través de los años. Rostro como una lámina de agua. Después en bares de Porto Alegre, en calles de Porto Alegre, agua