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Ácaro Rojo
tiempo, pero en definitiva nadie me atendería. Casualmente miré hacia el piso y en ese momento mis botas negras ya eran alcanzadas por la sangre que salía por debajo de la madera. Este indicio culminaría con la declaración de La Fleje que pondría en claro los tropiezos de El Barbero.
La Fleje se presentó temblorosa y más pálida que de costumbre ante el interrogador que era una aleación de psicólogo con agente policial, tendría que responder todas las preguntas, o casi todas, referidas con la sangre que ocasionalmente escurría por debajo de la puerta de la casa de El Barbero. Por un momento logró apartar su pensamiento de toda aquella pacotilla de mala muerte que vendía día y noche, o que por lo menos intentaba vender, hasta lograr ofrecer una idea clara de lo que estaba sucediendo en el interior del recinto de su amante. Primero disertó sobre las fantasías profesionales del sujeto, contando en detalles como este le confesó que cuando rasuraba a cada cliente llegaba sutilmente hasta el punto que significaría herirlo, o simplemente degollarlo. Su navaja paraba en el instante que cada víctima expresaba también de manera soterrada una rara emoción. Entonces la mano se detenía. Esto en apariencia no perjudicaba a nadie; pero aconteció de súbito una escasez de alimentos no planificada y parece ser que esta situación trastocó las fantasías de barbero, quien empezó a retener animales no comestibles a los cuales degollaba cada mañana, a modo de ritual, por el simple pecado de no pertenecer a nuestras costumbres alimentarias.
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