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Fernando y Violeta 83
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24 la estrella
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Ahora La Estrella tiene insospechados diálogos con una Enana Blanca, muchos creemos que ha sido reclutada por influencia de El Gorila que le ha visto algunas ventajas y cualidades. Por su apariencia de venida a menos, y ser descendiente de una estrella de escasa masa, despierta en los aliados de El Gorila la esperanza de que esta nueva expulsada de la nobleza astral pudiera ser usada para misiones muy específicas y complejas. En tanto La Estrella da palique con la pequeña alimaña, ella está prácticamente condenada a ser enviada a la Nebulosa del Cangrejo el día que muera El Gorila y una nueva explosión reorganice todo.
Siempre quedan personas vinculadas con aquellos años en que eran frecuentes los intentos de suicidios de mi madre. Me las encuentro y es como si me devolvieran de forma automática las más crueles imágenes de ese pasado y no deja de ser cierto que ellas en gran medida marcan la germinación de una nueva sensibilidad. Después, cuando leí con admiración los libros de Thomas Bernhard, me daba la impresión que todo el peregrinaje de mi madre hacia la firme decisión de morir no era más que otro libro que me había leído de un autor tan brillante como él; recuerdo la vez que ingirió casi un litro de kerosene, lógicamente no murió, quedó toda quemada por dentro y su metabolismo a expensas de tal situación; gradualmente expulsaba aquella sustancia, mezclada con otro componente oscuro que fluía en su interior y la lanzaba a una rabiosa inestabilidad.
Yo había ido hasta el edificio de arte cubano del Museo Nacional de Bellas Artes, con el objetivo de volver a disfrutar de los cuadros de Fidelio Ponce de León. Estos siempre me sugerían ambientes y escenas, me sentía algo así como energizado y dispuesto a resolver no pocas inquietudes que ya llevaba en mi cabeza. Esta vez me había centrado en el óleo Los Peces, y al salir de la sala les había concedido una identidad: «eran anguilas y trasegaban en las inmediaciones de un agua turbia. No tuve en dicho trance la oportunidad de mirarme en un espejo pero todo parece indicar que los ojos se me agrandaron y que se oscurecieron todos los colores que normalmente forman parte de ellos. La cabeza me pesaba enormemente, y la amiga que me esperó en la puerta del Museo para ir a tomar un café, me miraba con insistencia, escondiendo la sorpresa que no dejaba de inquietarle; con total egoísmo decidí llevarme las valiosas anguilas a casa, sin hacer la mínima confesión que pudiera frustrar el placer de tan exótica intimidad».