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La Novia de Raíza 33

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ricardo alberto pérez

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Ella había sido una antigua compañera de clases de mi novia que, de modo inesperado, ha sido expulsada por la ficción de estos espacios que se vuelven profundamente perturbadores en cuanto nos muestran hasta donde somos capaces de llegar en la intención de ser fieles a nuestros sentidos.

Un tiempo después, ya en la Taberna del Alemán, su submarino y el mío se entrecruzaban en una alianza que solo con el transcurso de unos meses alcanzaría alguna coherencia.

Bebíamos de las jarras donde el coñac escapaba de las pequeñas canecas dejadas caer para disgregarse de modo perverso en lo que podía interpretarse como un océano de cerveza. A la tercera generación de submarinos sentí a uno de sus pies desnudos rozar mis muslos hasta casi frotarlos mientras estos se protegían bajo el tejido de un Levi’s 501. Entonces admiré su chaqueta verde, su boca a punto de caramelo que sacaba las palabras del portugués directamente para una salsa agridulce que ya comenzaba a virárseme encima y a producirme excitación.

El escenario era la mesa rústica, intentamos la cuarta generación de submarinos, pero finalmente los dejamos abandonados en mar abierta y fugados nos refugiamos en un baño, nunca logramos saber si era el de las damas o el de los caballeros. La temperatura de Verónica se propagó por todo mi cuerpo, pero en especial por mi mente, poblando mis ideas de una cálida sensación que me ha perseguido a través de los años.

Rostro como una lámina de agua. Después en bares de Porto Alegre, en calles de Porto Alegre, agua

que inunda la habitación del apartamento del barrio del Bom Fim, pasillo del apartamento que recorro mientras voy percibiendo el olor de su cuerpo desnudo, del jabón de hierbas exóticas. Las gotas de agua aún persisten sobre la piel, entonces corro a buscar la cerveza helada, a empaparla de cerveza, que la levadura fermente lo que ya está fermentado y lo libere. Queda comprobado que una mujer no se quiebra de placer, soporta, es flexible como una aleación que no cesa de emocionarse.

Qué importa que nada hubiera ocurrido, que en la noche que todo estaba por ocurrir, saliera del taxi apretándole las manos y rozándole ligeramente los labios. Con prisa entré en la terminal rodoviaria, quedaban pocos minutos para tomar el ómnibus que me llevaría a otra ciudad del sur, ya que en la madrugada, y en un apartotel de aquella ciudad debía de reencontrarme con mi novia.

No me arrepiento, es bueno tener una vida como esa, barrida de toda la impureza de jornada tras jornada, una vida detenida en el gigantesco vórtice de un deseo que se convierte en sensibilidad, extraña manera de interpretar eventos que son los que hacen que se manifieste la naturaleza que puebla de sentido el avance más bien sigiloso de una vida. Ya en el ómnibus el ardor era una emoción que se mezclaba al aire frío, que permitía recostar la cabeza y darle perfección a la zona del labio sustraída de la historia, y que no se dejará morder.

El frío que viene del sur trae una naturaleza peculiar. Después de haber atravesado la pampa y coqueteado con esas ovejas argentinas, idas en vicio como casi todas sus cosas, llega a la hermosa ciudad de Gramado, más bien diría que pintoresca, con nu-

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