ar ácnidos
Después logro vencer, flotar por encima de aquella costumbre de acumular bienes y parapetarme tras ellos como si fuera la más ideal de todas las trincheras. Muchos entre los míos llegaron a comentar que había roto con toda una tradición familiar, fracturando el macizo, el cuerpo de la roca encargado históricamente de oprimir a toda mi familia, y también a familias similares que se multiplican como arquetipos de la más cruel castración. Mi tío Alberto y yo llegábamos, y en el transcurso del recorrido hacia el pabellón donde se encontraba mi madre hacíamos algún comentario sobre las almendras y la sombra que aportaban, destacando el brillo del piso de los pasillos, para terminar siendo víctimas de las miradas posesivas de otras enfermas que seguramente habían arrastrado sus difíciles y conmovedoras biografías hasta el espacio acusador de la institución. Luisa, por ejemplo, se enamoró de su padre, y cuando apenas tenía catorce años dedicó mucho tiempo a seducirlo, con aparente sobriedad e infinita paciencia. Al terminar sus estudios de microbiología ya había comprendido el modo de acechar sus zonas vulnerables. Un buen día dejó caer el cuerpo minado por puntos voluptuosos entre las grietas que se conectaban con la fragilidad del padre. Cada cerebro debe responder a su condición de antigüedad, a su memoria que lo persigue a cada instante mostrándole olores, sonidos, voces que retornan para remover la precaria arquitectura de nuestra psiquis. Como en una ceiba, en él existen marcas, nudos, ranuras casi imperceptibles que describen nuestra relación con el dolor y otras percepciones.
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