El Fundador / Abril 2023

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Emotivo acto por los 60 años de Cotel

En pasado 24 de abril se realizó en la sede que la Cooperativa Telefónica tiene en Boulevard y 122 el acto por el sesenta aniversario de la entidad, fundada el 22 de abril de 1963. Presidido por el Consejo de Administración encabezado por Antonio Roncoroni, el acto contó con la presencia de las fuerzas vivas de la ciudad, y durante el mismo se entregaron reconocimientos a a las autoridades históricas y actuales de la entidad, a intendentes, representantes de instituciones y también hubo un especial reconocimiento para los empleados, representados por el Cuerpo de Delegados. El acto finalizó con un alegre brindis entre todos los presentes.

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Las recetas de Olivia

Gatuso al horno con papa y batata

Ingredientes (para dos personas): dos filetes de gatuso medianos, dos cebollas, una zanahoria, un morrón rojo, una papa mediana, una batata mediana, perejil, ajo, orégano, ají molido, sal, aceite.

Preparación: en una bandeja para horno, pondremos algo de aceite, la cebolla cortada en rebanadas gruesas, la papa y la batata peladas y secadas con papel, cortadas en rodajas de 2 cm de espesor, intercaladas entre la cebolla, y eso va al horno de 260 grados, fuerte, por 20 minutos. Sacamos del horno la fuente, ponemos los gatusos sobre lo que ya está casi cocido, encima les ponemos el morrón cortado en tiras finas, la zanahoria cortada en tiras aún más finas, y regamos con una preparación que habremos hecho en un vaso con ajo picado, perejil picado, orégano, poquito ají molido, y sal, un corrito de aceite que permita mezclar todo, y si queda muy seco le agregamos un chorrito de agua. Con la ayuda de una cucharita regamos esa preparación sobre los gatusos, y volvemos al horno. Dependiendo del tamaño de los pescados, serán entre 10 y 20 minutos más de horno, hasta que veamos que la carne

está mostrando el punto justo cuando sus musculitos empiezan a separarse unos de otros, mostrando una serie de rayitas a lo largo de todo el gatuso. O podemos tocar, con cuidad, con la yema de un dedo el pescado, y sabremos que está a punto cuando el dedo puede hundirse casi sin hacer presión. No hay que dejar que se pase, ya que se seca y queda como un cartoncito. Es un plato muy fácil, sabrosísimo, muy económico, y muy abundante, además de ser muy nutriente. El gatuso se consigue en cualquier pescadería, y recordemos que es el único tiburón que puede ser comercializado. Todos los demás tiburones de nuestro mar están vedados, es prohibida su pesca, merced a su delicado estado de conservación.

Esta preparación está perfecta para hacerla en una gran bandeja, para toda la familia, y llevar la bandeja al centro de la mesa para que cada uno se sirva lo que quiera. Y para brindar, de paso, por el generoso mar Argentino, que es una de nuestras principales fuentes de alimento.

Con una copita de vino blanco, seco, bien frío, Salud !!!!!

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Conjeturas sobre el narrar: los diarios y la caligrafía

Desde la adolescencia, en diferentes períodos de mi vida, llevé diarios que más tarde destruía. El más largo, el último, una pila de cuadernos, duró más de veinte años y lo quemé hará unos cinco. No me parecía justo que seres queridos los herederan abochornados y debieran cargar con mis bajones, reproches, y culpas. No hay diario que zafe de este kharma. Como ejemplo, ahí están los diarios de Cheever. Algunas veces, dudando de la transparencia del diario, sospechando a menudo de su mala fe, arrepentido en más de oportunidad de una anotación que ya no podía enmendar, me dediqué a escribir un diario del diario, queriendo profundizar en los instantes de desesperación. Imaginaba, de este modo, una pretendida distancia crítica, de observador de la falta, como si fuera posible desarticular un mecanismo que, a través del tema y las variaciones, podía operar más que como genética textual como desciframiento de una etiología. No tardé en experimentar una angustia más fuerte. Al terminar este cuaderno otro, no empecé uno nuevo. Había advertido un peligro superior al narcisismo extremo del diario cotidiano en este intento de apostilla. Es cierto: si quemé aquel diario de años fue por una cruza más de arrepentimiento que autocrítica. No puedo hacerme el distraído en la dedicación de espacio a los rencores: las internas del ambiente literario tan miserables como los de cualquier otro ambiente, las rencillas familiares, los enconos entre parientes. Y no hablar de los melodramas del corazón. La literatura no redime ni la frustración ni el capricho. Menos, la malevolencia. Debo confesarlo, me alivia haberme deshecho de ese diario quemado y de la fantasiosa posibilidad de pasarlo en limpio, corregirlo y quedar bien como si fuera posible. El pasado no se corrige. La desesperación se hace visible: la falta de un acento en el vértigo, la repetición de una palabra, un giro, fórmulas retóricas, muletillas. Estos tropiezos y/o fallidos son los que afirman la autenticidad de lo espontáneo, que reune a la vez la impunidad y el aura de lo fugaz: no habrá de volver ese instante, no habrá de volver su intensidad y, si volvemos a leerlo con la intención de la enmienda, su honestidad disminuirá: si lo corregimos, al tachar estamos traicionando su esencia, esa sinceridad

brusca y pasada que ahora nos avergüenza. El diario deviene entonces archivo secreto de aquello que nos descubre: su revelación nos humilla. El rey está desnudo.

No obstante, ahora escribo otro. Pero creo que es distinto. Tal vez no sea exactamente un diario como una serie de libretas donde junto impresiones de lecturas, ideas y dibujos. Tal vez su escritura responda a la cuestión de por qué escribir, qué escribir, y las tribulaciones de un bloqueo. A veces creo percibir una relación entre la caligrafía y el dibujo. Y me pregunto si son lo mismo. También ocurre: si leo la letra como dibujo encuentro que el trazo expresa mejor un sentimiento que la palabra. Por lo general estas libretas, aunque no parezcan cifradas en la intimidad, también resultan íntimas. Toda escritura es íntima, me digo. La conciencia drena aquí, aunque de modo tácito, el dolor o la alegría momentáneos, y recobra cierto entusiasmo, porque hay un entusiasmo en este garabatear.

De dónde viene la necesidad del diario, me pregunté muchas veces. Las respuestas probables acerca de su sentido solían y suelen ser las mismas. No soy original: escribía por haber internalizado el hábito devenido manía o, si prefiere, vicio. El impulso cotidiano era un hecho natural. No ignoraba, sin embargo, una idea que anota Kafka en sus Diarios en los momentos de parálisis creadora, las rachas en que no puede escribir ficción. Kafka siente que el diario es su única posibilidad de escritura, se aferra a sus páginas como instancia de salvación. Pero no se trata, en su caso, de un sustituto de la literatura: es también literatura. A sus páginas irán a dar anécdotas, pensamientos, aforismos, parábolas, esbozos de narraciones y narraciones enteras.

El recuerdo, escribe Benjamin, crea el entramado que todas las historias acaban por formar entre sí. Acepto la contradicción entre mis reservas hacia toda autobiografía, la versión enaltecida de las propias derrotas. En este sentido, me parecen más confiables, a modo de autorretrato implacable, los diarios de Kafka quien cita a Goethe, quien opinaba que sólo un escritor de

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diarios está en condiciones de leer los diarios de otro. Pero también, es cierto, cabe considerar, en el diario, al ocuparse uno de sus dolores, establece una manera en la que quiere ser reconocido por la presunta posteridad, un afán de eternidad discutible.

Dos caligrafías inciden en mi mi letra. Del mismo modo esas dos caligrafías traducen dos bibliotecas quizás complementarias, las de mi madre y mi padre –a las que me referí en una nota anterior -, que pueden considerarse en parte constitutivas de mis gustos de iniciación: la combinación de sensibilidad romántica de mi madre y el naturalismo positivista de mi padre, que derivarían en mis búsquedas ya personales en la literatura rusa. La letra de mi madre, la de perito mercantil, como ella la llamaba, era una letra modelo, inclinada hacia la derecha, que permitía una legibilidad absoluta. La de mi padre, en cambio, era arrevesada, pretendía un lucimiento. Es curioso, mi madre podía también escribir en letra gótica, y mi padre, a quien esta forma, la gótica, le resultaba ardua, más bien imposible, conseguía una ligera familiaridad con esos caracteres. La mujer romántica que reduce su biblioteca a unos pocos textos de cultivo espiritualista, escribía claro. El hombre que quería ser novelista y cada fin de mes, con el cobro del sueldo, volvía a casa con una pila de libros y aumentaba su biblioteca, escribía casi ilegible. Me detengo a observar mi letra. En principio, aunque trasunta nerviosismo, creo que puede leerse sin demasiada dificultad. El nerviosismo viene del apuro, la urgencia para cumplir una rutina de escritura que, cuando no estoy embalado en una ficción, un artículo, esta escritura, en libretas de páginas lisas, sin necesidad de renglones, capaz de mantener la horizontalidad, disparada por la compulsión del día, el tiempo que se escurre, me resulta necesaria. Quizás este y no otro sea el sentido de estos apuntes, me digo. Buscarle el sentido a

una escritura, a las cosas, al mundo. O, con menos pretensión de trascendencia, jugar con el lenguaje gráfico como el chico que aprende a leer antes y escribir después.

Y cierro así otro cuaderno, éste donde estaba viendo los garabatos primeros de mi hijo.

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El agua en La Divina Comedia

La Divina Commedia es probablemente no solo un libro inabarcable, sino un texto tornasolado y cambiante ante cada lectura y ante cada lector. Borges decía que en su caso cada relectura de la Commedia, separada por años, le había deparado nuevas iluminaciones y nuevos significados.

En el texto «Sobre el ‘Vathek’ de William Beckford» (Otras inquisiciones, 1952), Borges ironiza (a lo Borges, por supuesto) sobre las posibles formas de escribir la biografía de una persona: «…una biografía de Miguel Ángel que omitiera toda mención de las obras de Miguel Ángel …» (broma aparentemente originada en Carlyle), «…Setecientas páginas en octavo comprende cierta vida de Poe; el autor, fascinado por los cambios de domicilio, apenas logra rescatar un paréntesis para el Mäelstrom y para la cosmogonía de Eureka…» (esta ironía ya tiene la firma del mismo Borges).

Luego, Borges se pone serio y nos tira uno de sus inolvidables petardos conceptuales: «No es inconcebible —nos dice— una historia de los sueños de un hombre; otra, de los órganos de su cuerpo; otra, de las falacias cometidas por él; otra, de todos los momentos en que se imaginó las pirámides; otra, de su comercio con la noche y con las auroras».

Tomo estos fragmentos para justificar este texto, que girará en torno a la presencia del agua en la Commedia. El agua en todas sus formas—océanos, ríos, arroyos, lagos, pantanos, lluvias y granizo— y en todas sus manifestaciones —hirviente, congelada, nauseabunda, fangosa, hecha de sangre, abismal, homicida—.

Un comentario liminar —señalado por varios— es que el agua en la Commedia es casi siempre hostil, y muchas veces participa directamente en el castigo de los pecadores.

Anteinfierno (Inf. III, 52-69)

·Acá no hay propiamente un río o un lago, sino un fango inmundo, formado por las lágrimas de los réprobos (los pusilánimes, los indolentes, los ángeles

neutrales que no se jugaron ni por Dios ni por el Diablo), condenados a correr detrás de una divisa sin significado. Sus lágrimas, mezcladas con la sangre que le es succionada del rostro por insectos (tábanos y avispas), forman un barro sangriento del que se alimentan horribles gusanos. Desde acá Dante entrevé las riberas de un río oscuro (el Aqueronte), cuyas orillas están atestadas de almas que esperan al barquero que las cruzará (Caronte).

Infierno:

Primer río: El negro Aqueronte, el confín impasable del Infierno, solo puede ser atravesado por la barca de Caronte (Inf. III, 76-96). En el Canto III está la entrada del Infierno, con las famosas palabras:

«Per me si va ne la città dolente Por mí se entra en la ciudad doliente per me si va ne l’etterno dolore y en el dolor eterno, per me si va tra la perduta gente…»por mí se va tras la perdida gente… y la terrible admonición:

«Lasciate ogni speranza voi che entrate…» Pierdan toda esperanza aquellos que entran…

También están aquí las palabras que Virgilio le dirige a Caronte, que se niega a transportar a Dante porque no está muerto:

«Vuolsi così colà dove si puote Así se quiso allá donde se puede ciò che si vuole, e più non dimandare…» lo que se quiere, y no preguntes más...1

Este convincente argumento va a ser repetido por Virgilio en dos oportunidades más, en Inf. V, 16-24 (ante Minos, juez y demonio, que con las vueltas de la larga cola indica dónde debe ir el alma condenada), y en Inf. VII, 1-15 (encuentro con Plutón, guardián del Segundo Círculo).

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La tormenta (bufera) incesante del 2° Círculo es el suplicio de los lujuriosos (entre ellos, Paolo y Francesca). No es exactamente un río o un mar, aunque Dante la compara al mar tormentoso (Inf. V, 28-36):

Io venni in loco di ogni luce muto2, Llegué a un lugar mudo de toda luz, che mugghia come fa mar in tempesta que brama como mar en la tormenta, se da contrari venti è combattuto. cuando adversos vientos lo confrontan.

·La lluvia gélida y eterna, con granizo, es el tormento de los golosos en el 3er Círculo.

·En el 5° Círculo, Virgilio y Dante llegan a la fuente burbujeante3 del Estigia, el 2° río infernal (más bien, para Dante, «el infeliz riacho»), que alimenta un turbio estanque donde son arrojados los iracundos4 (Inf. VII, 103 y ss.), con un agua «más oscura que el violeta casi negro». El barquero en este caso es el incendiario y gritón Flegias5, que los deja a las puertas de la ciudad de Dite.

·El Flegetonte es el 3er río infernal, un río de sangre hirviente donde son castigados los violentos. Según la gravedad (el peso) de sus pecados están más o menos sumergidos (hasta las cejas o hasta los pies). El castigo es custodiado por los Centauros, con sus arcos y flechas. Dante cruzará el Flegetonte sobre la grupa del Centauro Neso, después de atravesar la ciudad infernal de Dite (Inf. XII).

·El Flegetonte transcurre más adelante por canales artificiales (Inf. XIV). Sus vapores apagan la lluvia de llamas que se abate sobre los sodomitas y los usureros. En un pasaje, Dante compara al Flegetonte con el Bulicame, que surge de un pozo de agua sulfurosa e hirviente cerca de Viterbo. En este Canto (94 y ss.), Dante refiere el mito del Viejo de Creta, que explica el origen de los ríos infernales (ver más adelante).

·En el Pozo de los Gigantes confluyen las aguas de los ríos infernales.

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Luego los 3 ríos (Aqueronte, Estigia y Flegetonte) se precipitan por una cascada al abismo que está al fondo del 8° Círculo. (Inf. XVI), para formar el lago de Cocito (Inf. XIV, 112-120).

·La cascada que cae por el Pozo de los Gigantes forma un río (Cocito: 4° río infernal) que fluye eternamente, pero que tiene la superficie congelada, como un lago de hielo6. En este lugar en lo más profundo del Infierno son castigados los traidores. Algunos están atrapados en el hielo y solo sobresalen sus cabezas, a otros los ve Dante flotando debajo de la superficie congelada. Hielo duro como el vidrio para ellos (tan duro, dice Dante, que si se le cayeran encima montañas no llegarían a hacerle ni siquiera una muesca), como contrapaso del duro corazón que los llevó a traicionar. Es el fondo del embudo infernal, el círculo más estrecho, en el centro del cuál está el mismo Lucifer, cuyo batir eterno de alas produce el viento que congela el Cocito. Los ríos terrestres evocados aquí por Dante (el Danubio, el Don), ríos de Europa septentrional, están para que el poeta diga que su congelamiento periódico no es ni remotamente comparable al espectáculo que él está viendo en el Cocito.

Cocito (griego Kókytos: lamentación) tiene cuatro regiones (de afuera hacia adentro, cada vez más cercanas a Lucifer, correspondiendo a pecados de traición cada vez más graves): Caína, Antenora, Tolomea y Judeca. En el

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corazón de la Judeca, la última de las cuatro zonas concéntricas, se encuentra Lucifer, inmerso en el hielo7. Dante lo describe como un enorme ser trifronte, con tres pares de alas que mueve continuamente, generando un viento que congela y una niebla permanente. Dos tremendas bocas mastican a los (para Dante) mayores traidores de la historia (Casio y Bruto, asesinos de Julio César), mientras que la boca central tritura para siempre a Judas Iscariote, traidor de Jesús.

Cuando Virgilio y Dante llegan al lado de Lucifer, entran en un espacio entre el hielo y la cintura. Comienzan al principio a descender, pero inmediatamente («en el punto más ancho de la cadera»), Virgilio (que lleva a Dante colgado de su cuello), invierte su posición y comienza a ascender!!! Esto se explica porque sobrepasaron el centro de la Tierra y ahora subirán hasta la superficie, alrededor de las patas peludas de Lucifer, hasta llegar a la base de la montaña del Purgatorio, donde volverán a ver el cielo y las estrellas (…E quindi uscimmo a riveder le stelle…).

·Las aguas de otros ríos y lagos corren por los versos del Infierno. Están en la memoria de Dante, que los evoca como analogía o contraste con las aguas

infernales, para encontrar, en el recuerdo de tiempos felices, alivio a los lúgubres paisajes que recorre. Así, entre otros, el lago Benaco (Inf. XX, 63 y ss., 74 y ss.) —nombre antiguo del lago de Garda— el río Mencio de Mantua (Inf. XX, 77) que nace de él, el río Acquacheta (Inf. XVI, 94 y ss.), los arroyos que descienden de las alturas del Casentino, y el estanque de aguas límpidas llamado «El espejo de Narciso».

Notas

1- Obviamente, Dante lo escribió antes de los notorios hechos del Mundial de Catar 2022. Si no, el fastidiado Virgilio le hubiese dicho a Caronte: “¿Qué preguntás bobo? ¡Andá pa’llá!”.

2- …Di ogni luce muto… Dante da un valor acústico a la luz, en un verso que es una reverberación de Inf. I, 60 …dove’l sol tace… (donde el sol se calla…).

3- Este ribollire es más bien el burbujear propio de las aguas surgentes, y no el hervir (bollire) que será la característica del Flegetonte. La del Estigia —dice Dante— es “acqua paludosa e morta” (Inf. VIII, 31). Aun más, dice que el burbujear es causado por las almas que se agitan bajo la superficie (…che sotto l’acqua è gente che sospira, / e fanno pullular quest’acqua al summo… VII, 118-119).

4- Los iracundos (culpables del pecado de la ira) están en la superficie, golpeándose y mordiéndose; bajo el agua es opinión general que están los accidiosi, culpables de tedio, inacción, tristeza, indiferencia y, sobre todo, negligencia para hacer el bien.

5- Los comentaristas entienden que la barca de Flegias no atravesaba el Estigia, ya que el destino de los réprobos era ser torturados y sumergidos en el pantano. Esto explica parte de la ira del barquero, que se ve obligado a pasar a Virgilio y a Dante hasta las puertas de Dite.

6- Per ch’io mi volsi, e vidimi davante / e sotto i piedi un lago che per gelo / avea di vetro e non d’acqua sembiante (Me volví y vi delante y bajo mis pies un lago congelado, que de vidrio parecía, y no de agua). Inf. XXXII, 22-24.

7- Las representaciones pictóricas en general muestran un Lucifer inmerso en el hielo hasta la cintura, pero Dante describe con más precisión que “el emperador del doloroso reino” está hundido “hasta la mitad del pecho” (Lo’mperador del doloroso regno / da mezzo’l petto uscìa fuor de la ghiaccia. Inf. XXXIV, 28-29).

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