El Fundador / Mayo 2023

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La Secundaria Número 5 tendrá su propio edificio

también puedan tener la posibilidad de estudiar en un establecimiento propio”. Además, dio detalles de la iniciativa: “Tiene un plazo de construcción de aproximadamente un año, una inversión de 385 millones de pesos, y esto es por una decisión política. Porque lo hablamos con nuestro gobernador Axel Kicillof, porque lo hablamos con el ministro, porque lo hablamos con nuestras docentes, y sabemos la necesidad de que tengan un establecimiento propio”.

Así lo anunció el jefe comunal, quien explicó: “Esta escuela secundaria va a permitir que estos chicos de primaria puedan tener este edificio para ellos solos, y para que los chicos de la secundaria

Por su parte, el Director General de Cultura y Educación añadió: “Cuando uno anuncia una obra como esta hay dos alegrías, la alegría del Secundario que va a tener un edificio nuevo y la alegría del Primario que van a tener más espacio. Son dos alegrías inmensas y dos derechos que van a tener”.

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Mayo 2023 / El Fundador / 3
El Fundador
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Lo anunció el intendente Gustavo Barrera, junto al Director General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, Alberto Sileoni durante la recorrida por escuelas secundarias que realizaron para entregar computadoras a todos los y las estudiantes de 6to. Durante el mes de junio se llevará a cabo el acto licitatorio que permitirá avanzar en la construcción de una edificación propia para la Escuela Secundaria Nº5, que hoy comparte edificio con la Primaria Nº 1. La nueva escuela permitirá un mejor desempeño a los y las chicos y chicas que hoy asisten al Secundario, con más espacio para expandir el alumnado e instalaciones más cómodas y especiales para las necesidades de los y las jóvenes.

Héctor Miguelez presentó su novela Niebla sobre el Faro

Luego de una trayectoria destacada como cuentista, el escritor geselino presentó su primera novela, inspirada en el Faro Querandí, su historia y sus misterios. Amigos, familiares y vecinos acompañaron al autor y siguieron las alternativas del acto. En primer lugar, se leyó un mensaje de la profesora Sonia Petrini, quien realizó la corrección de la obra, y a continuación el escritor Aníbal Zaldívar hizo un breve análisis de la misma. Luego el autor contó su experiencia con la novela, sus motivaciones y las circunstancias de su escritura. Una grata sorpresa fue la presencia del Jefe del Faro, Suboficial Mayor Juan Videla, quien se mostró agradecido porque el Faro y sus habitantes hayan sido motivo de inspíración literaria.

Nota: La novela puede adquirirse en el comercio La cueva del pescador, Avenida 3 y 133, de 9 a 18. O por internet en Amazon, Mercado Libre y en www.tintalibre.com.ar

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Conjeturas sobre el narrar: la influencia de las citas

“En la noche del 20 de diciembre de 1849 un violentísimo huracán azotaba a Mompracem, isla salvaje de siniestra fama, guarida de temibles piratas situada en el mar de la Malasia, a pocos centenares de kilómetros de las costas occidentales de Borneo. Empujadas por un viento irresistible, corrían por el cielo negras masas de nubes que de cuando en cuando dejaban caer furiosos aguaceros, y el bramido de las olas se confundía con el ensordecedor ruido de los truenos".

Se me dirá que empezar una nota con una cita paisajística es excentricidad. Sin embargo, algunos la reconocerán. Porque hubo una época, no demasiado tiempo atrás, unos cincuenta años años atrás, podía ser reconocida por una generación de lectores que, rápidamente identificaba a Sandokán, la legendaria novela de aventuras de Emilio Salgari. Prefiero, en este caso, hablar de cita, en el sentido amoroso, antes que de fragmento por más que el recorte lo sea. Es que ese momento literario, al capturar nuestra atención, disponía de una imantación nada frecuente. Esa noche tormentosa, ese mar violento con el que se inauguraba una saga de piratas enfrentados al colonialismo británico, hablaba a los chicos de los años cincuenta de una concepción romántica de la existencia. Tal era el poder de una escritura, capaz de moldear destinos, imprimirles una ideología en la que ficción y realidad podían fundirse o, mejor dicho, que la primera podía funcionar como prisma de la segunda. Lo diré sin demagogia: tal vez muchos de los citados en los recordatorios de los desaparecidos que publica este diario reconocerían ese comienzo narrativo. Me entristece pensar de este modo el efecto Salgari.

En la mañana del 2 de junio de 1910 Quentin, el mayor de los chicos Compson, el apasionado, se despierta en su cuarto de Harvard por el tic tac de su reloj. Cuando el padre se lo regaló le dijo: “Es el reloj de tu abuelo. Te lo entrego no para que recuerdes el tiempo, sino para que de vez en cuando lo olvides durante un instante y no agotes tus fuerzas intentando someterlo. Porque nunca se gana una batalla. Ni siquiera se libran. El campo de batalla solamente revela al hombre su propia estupidez y desesperación, y la victoria es una ilusión de

filósofos e imbéciles.” La frase tiene una resonancia agorera, sentenciosa. Y su mandato subterráneo, de una carga existencial agorera, se cumple esa misma mañana con el suicidio del joven al arrojarse a un río. La escena, como la cita, pertenece a la demoníaca “El sonido y la furia” de William Faulkner. Quienes descubrimos o fuimos descubiertos por Faulkner en nuestra juventud habríamos de encontrar ahí, en esta cita, no tanto una advertencia como un consejo proveniente de una experiencia de la derrota. Y es probable que cualquiera haya sido el campo de batalla, habremos entrevisto la estupidez y la desesperación.

A lo que voy: la literatura no es sólo literatura ni tampoco la escritura lo es, gesto del nervio y también de la expresión del pensamiento y la sensibilidad. Alguna vez, en ronda de escritores o en vías de serlo, conversando sobre la cuestión del estilo de tal o cual narrador admirado, uno comentó que si se quería desentrañar su mecanismo era aconsejable detenerse en ese pasaje que nos seducía y copiarlo, copiarlo una y otra vez estudiándole la modulación, la cadencia, prestándole atención a una coma, un punto, es decir, concentrándonos en su respiración. Probé aplicar el método y no recuerdo haber logrado la entonación rutilante de Scott Fitzgerald ni el laconismo de Hemingway, tan imitados y a la vez parodiables, imposibles de replicar. No obstante, en un intento, a pesar de ser fallido, creo haber estado cerca de un misterio, el resplandor mortecino de un don ajeno, intranferible por lo personal. Escribo a mano, lo dije, y cada vez me importa menos el trabajo que después implica pasar el manuscrito a una pantalla. Al escribir a mano creo estar raspando la cáscara de un secreto. Tal vez esta sea sólo una presunción. Me gusta cuando aludo a subrayados y los copio en una libreta, por ejemplo, una idea de Wittgenstein anotando: “La filosofía dará a entender lo indecible al representar claramente lo decible”. Y también, aunque suene contradictorio: “Lo que puede mostrarse no puede decirse”. A veces me trabo, me confundo, y me abandono al estupor, pero no cedo. Si la intuición es una condición del arte, entonces decido leerlo como poesía. Y sucede, en el uso oscilante de las

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palabras, un relámpago. Ya hace tiempo que me extravío y me deslumbro a la vez en los Escritos sobre pintura de Henri Michaux. Es un volumen prodigioso y apasionado sobre la escritura y la grafía china en el que puede rastrearse, por qué no, un antecedente de Mirta Dermisache, que que se hubiera enojado con esta categorización de “plástica porque ella, Mirta, estaba en otra cosa o, si se prefiere, una cosa otra, sus grafismos tan enigmáticos y tan sugerentes que resultaban claros en el sentido de las proposiciones de Wittgenstein. Michaux habla de la lengua china y dice que en todos los ámbitos da pie a la originalidad. “Cada uno de sus caracteres suministra una tentación. Si de diversos autores tomamos, destacándolo del texto y de su contexto, un carácter fácilmente reconocible, naturalmente bello y lleno de sentido, la palabra corazón, por ejemplo, por muy alejados que estén sus rasgos constitutivos de cualquier cosa que recuerde el corazón, éste volverá a vivir, no obstante, por medio de su trazado, en todo escritor, una vida particular. Se le puede observar, en uno, en otro, en cada uno idéntico a sí mismo y en todas partes diferente (…), corazón a la espera, corazón en busca de aventura al que nada detiene, o corazón decididamente alerta, perfecto, que incluso una fibrosa hoja de papel de arroz, podrá seguir viviendo aún durante siglos y dejarse admirar”.

De pronto creo que esta última cita parece resumir lo que buscaba explicar acerca de la influencia de las citas en nuestras vidas. Y daré un ejemplo. Cuando en los ’70 el joven Carlos Trillo conoció a la joven Ema Wolf, lo sedujo que ella pudiera recordar de corrido y sin titubear, con la entonación apropiada, el citado comienzo de Salgari. Carlos, el guionista, habría de ser el compañero de toda la vida de Ema, la autora de Los imposibles. Que ambos se consagraran más tarde a géneros considerados menores como la historieta o la literatura presuntamente infantil, no fue tampoco ninguna casualidad como que los uniera una lectura de iniciación.

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El agua en La Divina Comedia (2)

Purgatorio

•Cuando Dante y Virgilio terminan su ascensión por la caverna que se inicia alrededor de las piernas de Lucifer (la cabeza de Lucifer está en el centro de la Tierra, los pies apuntan al hemisferio austral) llegan al punto donde se iniciará otro ascenso, el de la montaña del Purgatorio. El agua se transmuta aquí en un poder benéfico, salvífico y purificador, que el poeta indica ya en los primeros versos (Purg. I, 1-3):

Per correr miglior acque alza le velePara navegar aguas mejores iza ya las velas omai la navicella del mio ingegnola barca de mi entendimiento che lascia dietro a sé mar sì crudele.que deja atrás mares tan crueles.

•El primer río del Purgatorio (en realidad, un ruscelletto, un riachuelo o arroyo) no tiene nombre; aun más, Virgilio y Dante no pueden verlo (debido a la oscuridad de la caverna por la que ascienden) y solo oyen el rumor del agua que desciende por la roca, sonido que los guía hasta la playa desierta que rodea la montaña del Purgatorio (che non per vista, ma per suono è noto / d’un ruscelletto che quivi discende. Inf. XXXIV, 129-130). ). Algunos hacen notar que este arroyo —que baja del Edén o Paraíso Terrenal ubicado en la cima del Purgatorio— no puede ser otro que el Leteo, que Virgilio y Dante encontrarán más adelante.

En las Escrituras, los ríos del Edén son cuatro: Fisón, Geón, Tigris, Eufrates. En la Commedia, en cambio, Dante los reduce a dos: Leteo y Éunoe (o Eunoé).

•Otro río que tiene relación con el Purgatorio de Dante es el Tíber (Tevere), el río de Roma. Las almas destinadas al Purgatorio se reúnen en la desembocadura del Tíber (lugar elegido seguramente por ser Roma la sede de la Iglesia), y allí son embarcadas en un navío piloteado por un ángel barquero (l’angelo nocchiero). El navío transporta raudamente las almas hasta la playa que rodea la montaña del Purgatorio.

Cuando Dante y Virgilio arriban allí, provenientes del Infierno, ven una barca conducida

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S. Dalí. El ángel barquero

por el ángel barquero, que descarga almas que deben purificarse (Purg. II, 25 y ss.).

El Leteo y el Eunoé

El Leteo (o Lemosina) era en la mitología clásica el río del olvido (gr. lete: olvido) que transcurría por el Hades (el inframundo); quien bebía sus aguas perdía la memoria. En la Divina Comedia, el Leteo está en la cima del Purgatorio, en el Edén; allí sus aguas permiten a las almas ya purificadas olvidar los pecados cometidos1.

La primera referencia al Leteo (Leté) aparece en la Commedia en boca del alma del poeta Guido Guinizzelli, creador del Dolce Stil Novo, a quien Dante llama «padre» y reconoce como su maestro: (Ed elli a me: «Tu lasci tal vestigio, / per quel ch’i’odo, in me, e tanto chiaro, / che Leté nol può tòrre né far bigio». Purg. XXVI, 106-108)2.

El encuentro de Dante con el Leteo se produce en el Paraíso Terrenal, la parte más elevada del Purgatorio, donde un río pequeño, de aguas excepcionalmente límpidas, le impide seguir adelante (…ed ecco più andar mi tolse un rio… Purg. XXVIII, 25).

Inmediatamente después ocurre su encuentro con Matelda (Matilde), personaje cuya significación alegórica aún se discute. ¿Es acaso la condesa Matilde de Canosa, mecenas generosa? ¿Acaso es Matelda la felicidad? Casi al final del Canto (Purg. XXXIII, 128), Matelda parece ser un espíritu que conduce a las almas (no solo a Dante) a los dos ríos. A pesar de que el río es pequeño, Dante no puede cruzarlo para alcanzar la orilla donde está la mujer.

Matelda/Matilde le explica que el origen del río no está en la evaporación del agua y en su posterior precipitación, como los ríos terrestres, sino que su fuente invariable es la voluntad inmanente de Dios (Purg. XXVIII, 121-126):

L’acqua che vedi non surge di vena El agua que ves no surge de manantial che ristori vapor che gel converta, que recibe el vapor convertido en lluvia, come fiume ch’acquista e perde lena; como el río que toma fuerza y después la pierde ma esce di fontana salda e certa, sino que sale de fuente segura e inmutable, che tanto dal voler di Dio riprende, que toma el agua de la voluntad de Dios,

quant’ella versa da due parti aperta. y la vuelca después en dos direcciones.

«La vuelca en dos direcciones». Esta fuente, en realidad, es el origen de los dos ríos del Paraíso Terrestre, el Leteo y el Eunoé: uno hace olvidar el mal, el otro hace recordar el bien:

Quinci Letè; così dal altro lato Eunoè si chiama, e non adopra se quinci e quindi pria non è gustato (Purg. XXVIII, 130-132)

Esta es la explicación que Matilde le da a Dante: de la fuente edénica nacen dos ríos: Leteo y Eunoé (De este lado es Leteo, del otro Eunoé se llama…). Leteo

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G. Doré. LeteoG. Doré. Eunoé

produce por sí mismo el olvido de los pecados cometidos, pero Eunoé no hace efecto (non adopra), si primero no se bebe del Leteo (para recordar las buenas acciones, primero deben olvidarse los pecados)3. Parte de las aguas del Leteo (las que llevan las culpas lavadas de la Humanidad) filtran hacia la caverna del Infierno, y forman ese ruscelletto que guía el tramo final de Virgilio y Dante en su ascenso para salir del Infierno y llegar a la montaña del Purgatorio. Es así que en el Infierno confluyen las aguas de los ríos infernales (Aqueronte, Estigia y Flegetonte, que llevan el dolor humano) con las del Leteo, que lleva las trazas residuales de la culpa. En cuanto a Eunoé (gr. buena memoria), su existencia se debe solo a Dante, quien acuñó su nombre. Olvidar el mal; recordar el bien. Se refleja aquí el concepto medieval que el alma salvada olvidaría sus pecados y recordaría solo sus buenas acciones. El Leteo, para Dante, señala el confín entre el estado de pecado y el estado de gracia.

Paraíso

·Así como al inicio del Purgatorio Dante utiliza la metáfora del mar y la navegación («la barca de su entendimiento deja atrás mares tan crueles»), el Paraíso abre con una referencia a «lo gran mar de l’essere» (Canto I, 113), y el Canto II comienza con una metáfora de navegación:

O voi che siete in piccioletta barca, Oh ustedes que en pequeñas barcas desiderosi d’ascoltar, seguite deseosos están de escuchar, sigan dietro al mio legno che cantando varca…tras mi navío que cantando marcha…

Par. Canto II, 1-3

·En el Paraíso va a verse que Dante intercambia continuamente las impresiones del agua con las del fuego y la luz. Ya en el Canto I (Par. I, 79-81) nos dice que ve una extensión de cielo —encendido por los rayos del sol— tan inmenso que nunca ni la lluvia ni los ríos hicieron un lago de tal tamaño: …parvemi tanto allor del cielo acceso della fiamma del sol, che pioggia o fiume lago non fece alcun tanto disteso…

·Los ríos y mares que aparecen en los versos son traídos por Dante para una analogía, una metáfora o un contraste: El Nilo ardiente (il Nil caldo, VI, 66), el Simeonta (que atravesaba la llanura de Troya), el Ródano y el Danubio, el Ebro y el Magra, el Sena, y muchos otros… O aparecen como introducciones «geográficas» de los encuentro de Dante, como con San Francisco (canto XI). ·En el Canto XXX aparece la visión de Dante del «río de luz entre dos orilllas». La luz de las almas bienaventuradas fluye como el agua por el cauce de un río

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rodeado por una maravillosa primavera (Par. XXX, 61-63):

…e vidi lume in forma di rivera fulvido di fulgore, intra due rive dipinte di mirabil primavera

Los ríos ya no son más ríos terrestres, están transfigurados por la presencia de la Divinidad. Pero aún pueden «beberse», bien que con los ojos, no con la boca. Así le dice Beatriz a Dante (Par. XXX, 73-74):

«…ma di quest’acqua convien che tu bei «mas de esta agua conviene que bebas prima che tanta sete in te si sazi…» antes que tanta sed en ti se sacie…»

Y así lo hace Dante, bebiendo con los párpados la luz que fluye (Par. XXX, 88-90):

«…e sì come di lei bevve la gronda « …y no bien el borde de mis párpados de le palpebre mie, così mi parve hubo bebido de la corriente, me pareció di sua lunghezza divenuta tonda…» que su extensión se volvía redonda…»

·Ya cerca del fin del Canto XXXIII y de la Divina Comedia, Dante trae la figura (inesperada) de Neptuno observando desde el fondo del mar la sombra de la nave donde viajan Jasón y los Argonautas. La nave aventurera es equiparada por Dante a su propia poesía, que se ha aventurado a ir donde ningún poeta ha ido antes.

1 Una de las características del Infierno es que a los condenados no les está dado olvidar los pecados cometidos, porque el castigo, la culpa y el remordimiento deben ser eternos. En el Purgatorio, después del ascenso purificador, se concede a las almas el olvido de los pecados cometidos (Leteo) y el recuerdo del bien (Eunoé).

2 Y él me dijo: «Por lo que he oído, tú dejas tal impronta en mí, y tan clara, que el Leteo no puede quitarla ni oscurecerla…» Las palabras del Guinizzelli seguramente hacen referencia al río de la tradición clásica, que transcurría por el Hades y cuyas aguas borraban toda memoria (el Leteo del Dante tiene propiedades amnésicas más modestas, ya que solo borra la memoria de los pecados cometidos).

3 Subrayemos de paso que las aguas de los dos ríos hacen sus efectos cuando son bebidas (se quinci e quindi pria non è gustato). En muchos comentarios se dice que los portentos se producen al bañarse en las aguas, pero Dante habla de beberlas. Más adelante (Purg. XXXIII, 94-96) también se lo dice Beatriz: E se tu ricordar non te ne puoi, / sorridendo rispuose, or ti rammenta / come bevesti di Letè ancoi… (Y si tú recordarlo ya no puedes, / respondió sonriendo, haz memoria ahora / cómo bebiste del Leteo hoy…)

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W. Blake. El río de luz

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