Literaturageselina:HéctorMiguelez presentasulibro“NiebasobreelFaro” Marzo 2023 Villa Gesell Año - XXXVI Nro 2059 El Fundador www.elfundadoronline.com 2255531935 /elfundadoronline @fundadorgesell /elfundadorgesell
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Guardavidas lograron rescatar a tres kayakistas que se perdían en la noche
Los integrantes del cuerpo de guardavidas y timoneles “Quito” Kesselman y “Tito” Seliki, apostados en el Paseo 149, realizaron este viernes a última hora de la tarde un operativo que permitió rescatar a tres adolescentes que se habían internado en el mar a pescar en kayak y no podían regresar. Los guardavidas observaron que ya casi de noche los kayaks, a casi cuatro kilómetros de la costa, no emprendían el regreso y estaban hacía tiempo en el mismo lugar, por lo que intuyendo algún inconveniente se lanzaron al rescate en dos motos de agua, guiados desde la costa por otros compañeros con prismáticos, ya que caía la noche y la visibilidad dentro del mar se reducía a prácticamente cero. Llegando a la zona a casi 100km/h, lograron con un rápido barrido dar con las embarcaciones, donde efectivamente los jóvenes habían quedado enrredados en líneas de pesca y no lograban sacar el ancla, estando muy asustados y una joven de 17 años ya con señas de hipotermia.
Gracias a la llegada de las embarcaciones, se pudo realizar un rápido rescate, que terminó con la luz de los vehículos de seguridad en playa guiando la salida en plena noche, consiguiendo finalmente llevar a los jóvenes fuera del agua sanos y salvos a las 20:20, ya en plena noche.
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Septiembre 2021 / El Fundador / 5 Noviembre 2020 / El Fundador / 5
Las recetas de Olivia
Curry veggie
En los tiempos que corren, la comida vegetariana o veggie, es cada vez más usual. En todos los hogares se comen vegetales de cada época, y en los restoranes hay cantidad de platos así. Hoy haremos un plato delicioso, sólo con ingredientes vegetales, y con un condimento de sabor muy singular y exquisito: el curry.
INGREDIENTES (para dos personas): una cebolla mediana, medio morrón, una zanahoria, un zapallito, una berenjena, una varilla de puerro y una de cebolla de verdeo, medio tomate, dos ramas de apio, dos hojas de repollo morado, un puñado de garbanzos hidratados, un puñado de arroz blanco, cualquier vegetal de hoja que tengas, cualquier legumbre cocida que tengas, aceite, una cucharada sopera de manteca, 150 grs de crema de leche, sal, pimienta, 30 grs de curry en polvo, una copa de vino blanco.
PREPARACIÓN: en una sartén amplia, poner a calentar un chorrito de aceite y media cucharada de manteca. Agregamos la cebolla cortada en juliana, el morrón en cubos pequeños, y la zanahoria en tiras de medio centímetro de ancho. Dejar blanquear y casi dorar, mezclando con cuchara de madera. Agregamos luego el puerro cortado a lo largo en 4 partes, quedará como deshilachado, el verdeo cortado en aros finitos, la berenjena cortada en rodajas fines y luego cada rodaja en tiritas, el zapallito cortado en rodajas a la mitad, el tomate cortado en cubitos, el repollo en juliana, el apio en rodajitas pequeñas, y aquí agregás lo que tengas; arroz, garbanzos, papa, batata, zapallo, boñato, porotos, cualquier verdura cocida en puñados chiquitos. Este es el momento de sal, poca, y pimienta generosa si te gusta con picor, o menos si te gusta suave, pero ponele algo de picantito. Dejamos cocer mientras mezclamos con la cuchara de madera de forma envolvente. Cuando veamos que aparece un fondito de cocción pegado a la sartén, rescatamos esa sabrosura con la media copa de vino blanco. Cuando ya
esté todo casi hecho, agregamos el curry espolvoreando sobre toda la preparación, y la otra media copa de vino. Una vez evaporado el alcohol, veinte segundos, agregamos la crema y la otra media cucharada de manteca, y revolvemos un minuto. Apagamos el fuego y dejamos la sartén tapada dos minutos antes de servir, así se integran todos los sabores. Es el momento de saborear otra media copa de vino blanco, para preparar el paladar…, pero como ya usamos la copa entera en el curry, habrá que servirla desde la botella que espera, casi helada, en el hielo de un balde… Y si es un rico torrontés, con mucho gustito a uva, marida a medida, y es veggie, también…!!!
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El viaje de vuelta de la Fraciscana
En los últimos días han aparecido, en nuestras playas, algunos ejemplares, sin vida, de delfines franciscana. Nuevamente, pruebas del abuso de la flota pesquera que atenta seriamente contra la supervivencia de esta especie. La “Franciscana” es el más pequeño de los delfines de nuestro mar, y lo podemos hallar desde el Río de la Plata (también vive en aguas hialinas, mezcla de agua dulce y de mar), hasta las aguas del norte de la Patagonia, frente a Río Negro, desde la costa misma, hasta unos 50 km mar adentro. También habita el mar frente al Uruguay y al sur de Brasil. Sus hábitos son poco estudiados, poco conocidos, en general. Brasil es el país que más las ha estudiado, y allí se la conoce como “toninha”. Por eso en muchos lugares se la nombra de esa manera. De hecho, la vecina ciudad de Las Toninas debe su nombre a la frecuencia con la que estos mamíferos se exhibían a pocos metros de la playa, entre la primera y la segunda rompiente, con plena confianza hacia las personas. Aún hoy, con mar calmo, es viable ver algunos ejemplares esporádicamente en nuestras playas. Soy testigo, a menudo, durante mis corridas playeras, de esa aleta que emerge cada quince segundos y vuelve a sumergirse en esa clásica manera que tienen los delfines para respirar, en menos de un segundo, a través de un orificio que tienen en la frente, por el cual exhalan el aire usado e inhalan aire fresco en el mismo acto, para desaparecer en un acto de belleza singular. Se alimentan mayormente de peces, como corvina, pescadilla, brótola, y
Por Lisandro Meinet - Técnico en Biología Marina
también de algunos moluscos y crustáceos. El calamar es uno de sus alimentos preferidos. En los estudios realizados a estos cetáceos hallados muertos en nuestras playas, más del 30 % tenían residuos plásticos en sus estómagos, tanto bolsas como restos de industria pesquera (hilos, esferas, nudos).
No tienen grandes depredadores, sino que el hombre y sus actividades son la causa que la llevan a esta preocupante situación que pone en jaque su subsistencia como especie. La pesca con red, de arrastre o a media agua, hace que las franciscanas queden atrapadas, enmalladas, trabadas en las redes sumergidas, y no pueden moverse por varios minutos, hasta que desde el barco suben la red. Para entonces, este delfín ya está sin vida, asfixiado. Así como lo sacan de la red, lo descartan inmediatamente tirándolo al agua, y ya que carece de valor comercial. Han sido hallados cráneos de franciscana en estómagos de algunos tiburones gatopardo, martillo, tigre y escalandrun, predadores finales, y que tal vez ataquen esporádicamente a la franciscana, aunque en general los tiburones devoran animales muertos en descomposición. La tasa de reproducción de la Franciscana es muy baja. Nace después de 10 meses de gestación, se amamanta durante un año, aunque a los tres meses ya come alimento sólido, y en poco tiempo más alcanza la madurez sexual. Es habitual encontrar hembras que ya están preñadas pero siguen siendo amamantadas por su madre. Su esperanza de vida, por estos tiempos difíciles,
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apenas llega a los 10 años. La ausencia de algún tipo de regulación que las proteja, hace que el número de ejemplares total, venga disminuyendo un tremendo 30% del total, cada diez años. Así, desde la década del ´80, lo que anuncia un presente gris y un futuro negro para la especie. Estamos en un punto de inflexión grave, donde la pérdida de cada individuo, uno sólo, es mucho más grave que si hace treinta años morían treinta animales juntos. Al ir quedando pocos ejemplares, la muerte de cada uno tiene un efecto cadena que repercute en los demás de manera tremenda. El Estado Provincial no es capaz de dictar medida alguna en su defensa, al igual que ninguno de los Estados Municipales costeros de nuestra Provincia de Buenos Aires, donde ocurren la mayor parte de los enmallamientos. Este animal, el más amenazado de los cetáceos de nuestro mar, ha vivido durante cientos de miles de años desarrollándose, mejorándose, volviéndose más y más apto para vivir en su medio. Es una especie que recién en 1961 fue nombrada de manera científica y se la llamó Pontoporia blainvillei, en honor al naturalista que la describió por primera vez, en el Siglo XIX. Pese a esta larga y fructífera historia de la Franciscana, en un hermoso viaje de ida que la llevó a ser el delfín más abundante de nuestras costas, el más hábil, el más inteligente, éste presente desolado la pone frente a un muy enmarañado destino, el cual requiere de la inmediata participación del hombre, único responsable de este casi inevitable último viaje de la Franciscana, el viaje del final: su viaje de vuelta…
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Conjeturas sobre el narrar: señalamientos
Invierno. Debo tener no más de diez años y recién entré a curiosear en la pieza de mis tíos en la casa de Mataderos. Tiene piso de tierra. Dos camas de colchón hundido. El cotín exuda un olor denso que invade el cuarto entero. Huele a sudor y a ropa sucia, a tabaco rubio y un perfume barato. Hay dos camas. Las dos sin hacer. Sobre la mesa de luz entre ambas hay dos libros y encima un cenicero repleto. “El hombre mediocre” de José Ingenieros y “El capital” en la versión de Juan B. Justo. Los ejemplares dan cuenta de haber sido leídos: hay subrayados, llaves, corchetes, intervenciones de lectura en una caligrafía tosca. Tiro del cajón. Hay una pistola automática Ballester Molina y forros. Abro la puertita debajo del cajón, un par de zapatos, una tricota de lana, y unas revistas picarescas, como se llama a las revistas porno. “Dinamita” y “Cabeza Fresca” traen chistes, cuentos y mujeres desnudas. También encuentro novelitas ilustradas con fotos de cojer. Hombres y mujeres combinando variaciones. Me guardo una debajo de la camiseta de frisa, la camisa, el pulóver y la campera. Los hermanos menores de mi padre trabajan en el matadero. Se jactan de haberle puesto el pecho a los tanques durante la toma del Lisandro de la Torre. Me parece que alguien viene. Temo que me sorprendan. También hay historietas: en el Tony leo las aventuras de “El León de Francia”. Aunque en mi casa empecé a armar mi biblioteca con los volúmenes de la colección Robin Hood que me regala mi padre alentándome a formar una biblioteca personal, acá, en la casa de sus hermanos, la literatura que encuentro es otra. Esta es una casa de hombres sin mujeres. Sus lecturas condicen con una lógica de la virilidad: el coraje y el sexo, una ecuación a considerar. En la radio Edmundo Rivero canta “Tu perrito pekinés”. La emoción rara que me causa agarrar la pistola, el calor que me invade al ver esas fotos. Acá la literatura es otra. Y también yo. En cada excursión a esta casa cruzo el arroyo Cildañez, sus aguas ensangrentadas donde flotan en su corriente los deshechos del matadero. Creo haber escrito sobre esta parte de mi vida. Pero la repetición temática no implica que su escritura sea la misma. Intento preguntarme qué leía en lo que leía. Puedo explicarme los porqués de la
Por Guillermo Saccomanno
emoción remota, pero no sentirla. Fuego que ya no me quema, aire que no respiro, tierra que ya no piso, agua de la memoria, agua sanguinolenta como la del Cildañez, en la que braceo en sueños para alcanzar la orilla del pasado que forma al pibe que ya no soy. Sin embargo, esas lecturas siguen leyendo al que soy, lo traman. Sólo espero encerrarme en el baño y abrir la novela robada. A menudo menciono la influencia de la biblioteca paterna en el galpón del fondo, una biblioteca vasta en títulos y autores en la que predominaba una tendencia evolucionista, ensayos de Kropotkine y Bakunin y clásicos, clásicos y más clásicos, autores realistas del XIX, todo Zola. Pero también estaban en la casa del militante socialista los libros de mi madre. Digo “sus” libros, no su biblioteca. Es que ella no disponía siquiera de un estante. Cada tanto aparecían en la cocina Alphonse Daudet y Paul Geraldy en francés, el ensayo de Lin Yutang “La importancia de vivir” y su novela “Una familia en el Barrio Chino”. También, novelas de Richard Llewellyn, Dahpne du Maurier, Pearl S. Buck y Archibald J. Cronin. Si uno puede considerarse la suma de sus citas, también debe reconocerse en la influencia de una biblioteca original que, en mi caso, viene a ser doble. Sus lecturas hablan de una cierta espiritualidad y un romanticismo escondido. Sus libros, lo recuerdo, no tenían un lugar fijo. Pero recordarlos tanto aquí como allá, las más de las veces en el aparador, sugieren que los seguía leyendo. Lo que creo buscaba en esos libros habla de un modo de comprender la vida, de tener pensamientos elevados, como decía mi padre socialista. Me pregunto cómo incidían en ella, estudiante de la Alianza Francesa, admiradora de Evita, esas lecturas. Y también, en este delta de la memoria, cuál fue su influencia en mí, cómo tramaron el oficio que elegí. Qué señala un señalador. No es la misma clase de lector el que usa un papel cualquiera, un boleto, un ticket de supermercado o un señalador de tal o cual librería, tal o cual editorial, que el lector que, con apuro o desidia, dobla el vértice superior de la página. Creo que puede compararse a los lectores que eligen los señaladores con aquellos otros lectores que, al encontrar un libro viejo lo huelen, aspiran su perfume como absorbiendo su atmósfera y, reteniendo el
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aire, una vez aspirado, suspiran. Tal vez unos y otros pertenecen a la misma clase de lectores. Aunque parezca una exageración conozco no pocos oledores de libros. Y si no conocen ninguno pueden entrar en una librería de usados y espiar el comportamiento de los clientes. Seguro, tarde o temprano darán con alguien que huele un ejemplar, que pertenece a la clase de lectores cuidadosos, veneradores del hallazgo, y por tanto, respetuosos del uso de señaladores. Ahora que lo pienso, los señaladores de mi madre eran figuritas abrillantadas de su infancia, cuyas ilustraciones reproducían imágenes de chicas hermosas y dulces, una expresión ingenua como de pastoras. Por lo general chicas delicadas en ambientes edulcorados, en paisajes floridos. Figuritas antiguas que parecían pertenecer más a un imaginario del siglo XIX, anteriores pero recientes de sus primeros de años de infancia en que mi madre las había coleccionado. Me cautivaba la calidad de la impresión, el brillo que resistía el paso del tiempo. Después leía las dos páginas entre las que se encontraba una figurita queriendo revelar un secreto. El tiempo pasaba y tal vez carecía de importancia el hallazgo. En el 75 mi hermana la llevó a ver “Barry Lyndon”. Volvió fascinada. Busqué en las librerías de Corrientes la novela de Henry Fielding. Se la llevé un domingo al mediodía. El domingo siguiente, cuando volví a visitarla, busqué el libro, lo espié buscando un señalador. No lo había. La verdad, me dijo apenada, me aburrí. Y después, como disculpándose: Es que las cataratas no me dejan. Pero la música de la película me encantó. Esa misma semana le conseguí la banda de sonido. La escuchaba todo el tiempo. Cerraba los ojos y la escuchaba: Me parece estar ahí, decía. En sus últimos años, al revisarle uno de sus libros, al encontrar una de sus figuritas, al mostrársela, mi madre me dijo: Mirá, ni me acordaba que estaba aquí. Debe ser tan vieja como yo o más. Y después, reprochándome: Vos siempre venís a revolver. Qué andás buscando. Un señalador, me digo, es un recordatorio de la parte en que uno se encontraba en una trama literaria. A mi madre la fascinaba esa música, el andante con moto del trío opus 100 para violín, cello y piano de Schubert. Lo escuchaba todo el tiempo como yo ahora mientras escribo este apunte. Porque en la vida los señaladores son otros. Señalamientos, más bien. Y una partitura puede ser también uno.
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Héctor Miguelez
“Niebla sobre el Faro”
El narrador geselino, luego de mostrarnos su arte como cuentista, encara el desafío de la novela. Y lo hace con uno de sus temas queridos: el Faro Querandí. Sin proponérselo, este libro es un homenaje al centenario de su inauguración que se cumplió en 2022.
De puño y letra:
“El ser humano está perdiendo buena parte del potencial de sus sentidos. Una multiplicidad de estímulos nos están dejando ciegos y sordos en ciudades
• A fines de mayo se hará la presentación oficial del libro en la Biblioteca Popular Rafael Obligado de Villa Gesell.
• Para adquirir el libro dirigirse a La Cueva del Pescador, Avenida 3 y Paseo 133. También puede comprarse en en Mercado libre y en la página de la editorial: www.tintalibre.com.ar. En esta página está a disposición de los interesados también el e-book, que es más barato y no paga flete.
llenas de luces y ruidos. Pero cuando uno está solo, en la inmensidad del campo, la montaña o el mar, lejos de otros seres, los sentidos parecen despertar y somos capaces de ver o sentir cosas que en nuestro entorno habitual pasan desapercibidas. ¿Acaso no les inquieta estar solos en una playa desierta, alumbrados solamente por la luz de las estrellas? ¿O en el campo en una noche sin luna, rodeados por miles de sonidos extraños y ojos que escudriñan desde la oscuridad? Les puedo asegurar que en estas situaciones se puede apreciar la verdadera dimensión del hombre respecto a las fuerzas de la naturaleza (que, en mi opinión, es pequeña, insignificante).
Tal vez no crean en esto, pero entonces los invito a que hagan la prueba. ¿Se animarían a pasar en soledad una noche con niebla en las playas del faro? Yo lo he hecho muchas veces. Y les aseguro que la mente puede llegar a recorrer caminos inimaginables. Dejen siempre una puerta abierta a los misterios. Recuerden que las brujas no existen, pero que las hay… las hay” (H.M)*.
Capítulo 1
Los dos móviles de prefectura llegaron anunciándose desde lejos con sus sirenas, que, multiplicadas en mil ecos, rompieron el silencio del puerto que
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dormía. Los frenos bloquearon las gomas, que rechinaron y marcaron de negro el asfalto frente al local. El personal descendió esgrimiendo bastones y haciendo sonar sus silbatos.
Entraron corriendo al cabaré, que los recibió con el griterío de una gresca descomunal. Los vidrios estallaban musicalizando el combate, que usaba como proyectiles botellas, mesas, sillas y todo lo que pudiera volar y lastimar. Varias mujeres maduras pintadas en exceso y bastante borrachas se parapetaban tras una mesa, que soportaba por el momento los golpes de los objetos que se estrellaban contra ella. En su mayoría, lloraban, lo que propiciaba la formación de ríos de rímel barato que caían en cascada por sus mejillas regordetas, o gritaban sumidas en una crisis de histeria. Otras devolvían con escasa puntería las cosas que les tiraban, sumando sus insultos a los de los hombres que peleaban.
En pugna se encontraba el bando de los locales contra el de los visitantes, ya que un grupo de asiduos concurrentes (marinos, pescadores y obreros del Puerto Ingeniero White) se molía a palos con unos marineros coreanos recién desembarcados, sedientos de alcohol y de mujeres.
Dos o tres hombres yacían sin sentido sobre el piso de mosaicos. Otros tantos mostraban serias heridas que los habían sacado de combate y trataban de acercarse a la mesa de las mujeres que, sin duda, se veía como el lugar menos peligroso. La sangre derramada se mezclaba con el contenido de las botellas destruidas y con distintas fuentes de vómito, que parecía brotar de las baldosas para sumar su fetidez al resto de los aromas. La atmósfera que se respiraba resultaba difícil de tolerar. El humo abundante y la escasa iluminación de una tonalidad rojiza creaban un ambiente dantesco en el que se podía presentir a la huesuda afilando su guadaña. Tal vez estuviera observando desde algún rincón, esperando a que la batalla le entregara algunas almas para partir con ellas cargadas en su morral. Los bastones usados con destreza, el tamaño de quienes los esgrimían y el agotamiento de los hombres que peleaban fueron factores que se conjugaron
con eficacia. Pronto la situación quedó bajo control, no sin antes sumar unos cuantos jugadores al bando de los heridos.
El último combatiente en ser reducido fue un hombre joven que se encontraba arrodillado sobre un coreano. Este yacía de espaldas, sin ningún tipo de reacción, flotando en un lago de su propia orina. El agresor le pegaba alternando los puños de un lado y del otro del rostro, que se había hinchado como una pelota y sangraba en abundancia. Tres hombres fuertes tuvieron que esforzarse para dominarlo y retirarlo de su confortable sitial sobre la humanidad de su víctima. Lo arrojaron al piso y lograron colocarle las esposas.
Un fragmento:
Juan comprendió que la vida en el faro por aquellos días debió haber sido mucho más dura que en estos que a él le tocaban vivir. Las sensaciones de soledad y lejanía debieron resultar para muchos estremecedoras. Pero eso no era ningún consuelo para él. No había nada en el lugar ni en su historia que pudiera hacerlo cambiar de parecer. Se sentía encerrado en una prisión cuyos muros se volaban con el viento, solo para volver a erigirse un poco más allá. Jamás sentiría apego por ese páramo tan alejado de sus gustos personales. Mucho menos por ese grupo de personas simples y pacíficas con las que se veía obligado a convivir. Ellos parecían felices en el faro, pero él los veía solo como la parte menos agraciada del paisaje. Tan apagados como los ojos de los peces muertos en la arena; tan comunes como los cajones de pescado o los trozos de red arrojados a la playa por las mareas; pequeños granos de arena, sal y nada más. Y no iba a permitir de ninguna manera que esa desolación lo tragara a él también.
Su empresa sería encontrar la forma de evadirse de esa rutina que le resultaba enloquecedora. Estaba dispuesto a contar los días hasta que eso ocurriera. Tenía que ser lo antes posible, antes de convertirse también él en una medusa, una caracola codiciada por los turistas o cualquier otro objeto de ese entorno que tanto despreciaba.
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