con sus gruesos labios el tamborilero? No hay memoria de amores manchados porque nunca, a pesar de ser bellos ¡buenos ojos tienes! le ha dicho un mancebo. Y ella sigue desdenes rumiando y ella sigue rumiando desprecios pero siempre acercándose a todos siempre sonriendo presentándose en f iestas y bailes y estrenando más ricos pañuelos ¿ que tendrá la hija del sepulturero? Me lo dijo un mozo: ¿ve usted esos pañuelos pues se cuenta que son de otras mozas de otras mozas que ya están pudriendo Y es verdad que parece que huelen que huelen a muerto”.
Este temor que vemos reflejado en estos dos testimonios, se extiende en la época en la que se deja de vestir a los difuntos con sencillas mortajas blancas y se les comienza a vestir con ropa de calle, generalmente la mejor que tenía. Para evitar que se desenterrara a los difuntos por la codicia de acaparar esta indumentaria, se solía estropear o inutilizar, rasgando o cortando algún trozo. En algunos casos,, estos trozos se ponían o colocaban en cuadros o vitrinas con composiciones a modo de recordatorio del finado, añadiendo pelo y algunas flores de las que le acompañaron al cementerio. El difunto deja, sobre todo, un recuerdo que dura todo el año, pero en especial el Día de los Difuntos y por cercanía el Día de Todos los Santos, en muchas casas se cultivaban flores para realizar ramos que colocaban sobre las tumbas de sus seres queridos. En muchas casas se guardaron las coronas de plumas, las mismas que se compraron para el día del entierro del difunto, incluso se hacían vitrinas para contenerlas y así conservarlas y poder llevarlas otra vez al cementerio los días señalados para su recuerdo. Y así, año tras año, hasta que la corona se estropeaba y se sustituía por otra.
COMO ME VES TE VERÁS / MUERTE, RITOS Y COSTUMBRES /87