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LA DESPEDIDA. RITOS, COSTUMBRES Y FÓRMULAS ESTABLECIDAS
El recuerdo hacia el difunto tiene como uno de los elementos iniciales la “oferta”, el presente y ofrenda en alimentos, velas y dinero que se depositaban en las ceremonias religiosas en la iglesia con la intención de rogar por el eterno descanso del alma del fallecido. Estas ofrendas, cubiertas con un delicado paño, se destapaban durante la ceremonia religiosa y tenían como destino repartirse entre los más pobres y necesitados de la comunidad, así como promulgar misas por el alma del difunto. Por ejemplo, en Sahelices del Payuelo (León), se hacía la oferta de ocho panes u obladas, una jarra de vino y ocho velas y esto se repetía cada misa de domingo durante un año24 .
Libro Rituale Romanum Pauli V y revisado por Laurentio Salvati Papel impreso 1888 15,5 x 10,5 x 4 cm. Parroquia de Santa María, Mansilla de las Mulas (León).
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Libro Ritual que para mayor comodidad de los señores párrocos comprende solo el orden de administrar a los enfermos el Sagrado Viático y Santa Unción Comisario General de la Santa Cruzada Papel impreso 1743 20,5 x 14,5 x 1,5 cm. Concha Casado Lobato Colección Museo Etnográfico Provincial de León, Mansilla de las Mulas (León) Crismera Anónimo Orfebrería en plata Siglos XVIII 13 x 7,5 x 7,5 cm. Parroquia de Santiago, Luengos (León)



Crismera Anónimo Orfebrería en plata Siglos XVII-XVIII 14 x 9 x 9 cm. Parroquia de Santa María, Mansilla de las Mulas (León) Altar portátil. Anónimo Seda, bordados con hilo metálico, apliques, madera, cuero y metal . Siglos XVIII. 47 x 34,5 x 9 cm. Parroquia de Nuestra Señora La Blanca, Campazas (León)

24 CASADO LOBATO C. El nacer y el morir en tierras leonesas. León, 1992. Pág. 46-47.
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Indumentaria femenina de luto
Anónimo Terciopelo, seda, etc. Siglo XX 155 x 75 cm. (aprox.) Colección Museo Etnográfico Provincial de León, Mansilla de las Mulas (León)

LA DESPEDIDA
Ritos, costumbres y fórmulas establecidas


La despedida del ser fallecido tiene tres localizaciones primordiales: en la casa del difunto, en la iglesia y en el cementerio25 . Un orden lógico de actuación, con su vital importancia y función cada uno, pero siendo la residencia del finado el lugar más cercano para la reunión y acompañamiento al duelo. Si algo nos señala y nos condiciona es el hecho propio del adiós del finado, durante el tiempo que el cuerpo está presente, hay que despedirse y apoyar a la familia y allegados. En estos momentos la sociedad participa, colabora, ayuda, está presente y dispuesta. Se solía permanecer en la casa del difunto, donde se congregaba la gente, se participaba en el velatorio y se daba el pésame. Una vez amortajado el cadáver se disponía en una habitación para ser velado, en un ataúd sobre un paño negro, flanqueado por cirios y presidiendo un crucifijo. Las campanas sonarán informando de que la muerte ya se ha hecho presente.
Indumentaria tradicional femenina de luto Anónimo Paños, seda, pasamanería, etc. Siglos XVIII-XIX. 156 x 80 cm. (aprox.) Colección Museo Etnográfico Provincial de León, Mansilla de las Mulas (León)
25 CABRIA ORTEGA, J. L. (Cood.). Fichas sobre: La Muerte y el Morir. Burgos, 2009. Pág. 295.
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Se procede a la visita y consuelo de familiares, amigos y vecinos, que irán pasando por la casa del difunto, manifestando su pesar, convirtiendo este acto en todo un rito social, incluso con sus normas de comportamiento. Por supuesto, los rezos y oraciones serán una constante. El rosario será el más presente, por ese acercamiento a la Virgen María como súplica, que pide su protección e invitando a la vez a la participación comunitaria. En muchas ocasiones, las mujeres y los hombres se reparten en estancias separadas de la casa. El velatorio duraba todo el tiempo trascurrido desde la exposición del cuerpo del finado hasta su traslado a la iglesia, día y noche, turnándose durante ese tiempo para acompañar a la familia. El velatorio es un momento de compañía, pero también de celebrar la vida sobre la muerte. Un acto grupal de la sociedad y, en muchos casos, hasta la distensión en estos actos llega a compartir el dolor de la pérdida con la fortuna de la vida26. También ayuda que en los velatorios se convidaba a los asistentes con comida y bebida y, en diversas ocasiones, los familiares y vecinos colaboraban con aportaciones de alimentos, prestando incluso piezas de vajillas para poder atender a los participantes al sepelio. Desde luego, el ofrecimiento de alimentos y bebida también iba acorde con la disponibilidad de la familia, llegando incluso las propias cofradías asistenciales a cubrir o ayudar en este menester.

Indumentaria tradicional masculina de luto. Anónimo. Estameña, paño, lienzo, etc. Siglos XVIII-XIX. 168 x 95 cm. (aprox.) Colección privada (León)
26 ALVAREZ COUREL, J., Nacimiento, Matrimonio y Muerte en León y su provincia. Encuesta del Ateneo. León, 2009. Págs. 214-216.
Indumentaria femenina de luto. Anónimo Terciopelo, seda, etc. Siglo XX 155 x 75 cm. (aprox.). Colección Museo Etnográfico Provincial de León, Mansilla de las Mulas (León)


Indumentaria masculina de luto Anónimo Paño, algodón, etc. Siglo XX 162 x 80 cm. (aprox.) Colección Museo Etnográfico Provincial de León, Mansilla de las Mulas (León) Rosario. Anónimo Azabache y pasta vítrea. Siglo XVIII 28 cm. Colección privada (León) Gorro de acristianar, Alfoz de Burgos. Anónimo Seda, terciopelo y apliques Siglos XIX-XX 15 x 15 x 12cm. Colección Vicente Ausín Martínez (Burgos)


Rosario. Anónimo Azabache. Siglo XVIII 24 cm. Colección privada (León)
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Corona de difunto Anónimo Pluma y tela policromada Siglos XIX-XX 92 x 15 cm. y 70 x 15 cm. María Victoria Alonso Fernández Colección Museo Etnográfico Provincial de León, Mansilla de las Mulas (León)

En una sociedad en la que la muerte, aunque con dolor, se acepta como una parte más de la vida, la despedida comienza con la extremaunción. Una vez avisado el cura, cuando alguien estaba enfermo de gravedad, la visita se realizaba con pompa y boato, no eraun acto privado. Un repique de campanas marcaba la partida del sacerdote hacia la casa de la persona gravemente enferma. Le seguía un séquito de vecinos que haciendo una larga fila arropaban al sacerdote y al Viático. Al sacerdote le precede en la calle la cruz procesional y los faroles, vestido con roquete y estola y portando los santos óleos y la forma consagrada por si puede y quiere todavía recibir la comunión; el sacristán o el monaguillo tocando la esquila. La gente que se encuentra el paso de esta procesión se santigua y echa una oración o se arrodilla, porque el cura porta “El Santísimo” y se incorporarán a este cortejo si el tiempo o sus quehaceres se lo permiten y llegarán hasta la misma cama del enfermo. Solamente si puede hablar y pide confesión se le dejará a solas con el sacerdote. La casa se acondiciona de forma especial para el momento, con mayor incidencia en la habitación del enfermo. Allí se colocaba un pequeño altar con una cruz, se encendían velas, se bendecían las diferentes estancias de la casa con agua bendita, etc. A esta escenografía artificial creada para el momento se unían los diferentes rezos y oraciones hasta que llegaba el instante del fatal desenlace con la muerte27. Una vez recibido este último sacramento, con la importancia que tenía, ya estaba el enfermo preparado para la última hora y, en cuanto se producía el óbito, ya encordaban o tocaban a muerto la primera vez.

Lámparas para catafalco. Anónimo Metal dorado y pintado y cristal impreso Siglo XX. 162 x 80 cm. (aprox.) Colección Museo Etnográfico Provincial de León, Mansilla de las Mulas (León)
27 CASADO LOBATO C. El nacer y el morir en tierras leonesas. León, 1992. Págs. 38-39.
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Ofrenda. Anónimo Madera, lienzo, hilo, cerámica y cera. Siglo XX. 79 x 53,5 x 81 cm. Colección privada (León). Colección Museo Etnográfico Provincial de León, Mansilla de las Mulas (León) Ataúd de la caridad. Anónimo Madera y metal. Siglos XIX-XX 161 x 33 x 26 cm. Parroquia de Nuestra Señora La Blanca, Campazas (León) Colección Museo Etnográfico Provincial de León, Mansilla de las Mulas (León)

Llegó el momento de preparar el velatorio. Para ello, se busca quien prepare el cuerpo y lo amortaje, alguien de la familia, cercano o que tuviera costumbre de hacerlo. Dependiendo de los lugares, se dispone una habitación, siempre la mejor de la casa, donde se colocaba el cuerpo y era alumbrado con cera.
Lo más común son mortajas blancas de lino, algodón o lana, para los adultos y percales estampados para los niños. En el siglo XX se generaliza el uso de las mejores ropas (generalmente las de la boda). Esta costumbre o tradición ha traído más de una circunstancia que se recuerdan como ejemplo de quehaceres, que no hay que hacer, historias como la que se narra en el pueblo de Valdevimbre (León):

“murió una mujer y la amortajaron con la ropa de la boda, se casó de saya, una saya rameada, cuando ya la habían puesto pa velarla, una nuera decidió que era un desperdicio de tela tanto vuelo como tenía aquella saya y todo pa la tierra y le quitó dos paños de atrás pa sacar un mandil pa ella que también vestía de saya, las hijas sobre todo la mayor lloraban porque cuando se levante madre en el valle de Josafat y en el juicio final lleve to las enaguas al aire, que vergüenza, les duró el disgusto hasta que murieron ellas”
Esta narración fue tomada en el pueblo mencionado, contada por las vecinas Piedad Álvarez Sutil y Mercedes Lamas en el año de Dios de 1996.
Hasta las primeras décadas del S. XX no era común que cada difunto tuviera su “caja” o ataúd. Solía haber una caja comunal, perteneciente bien a la parroquia, a una cofradía o al concejo y aparecía a la hora del traslado del cuerpo para el sepelio. La mayor parte de las veces se velaba al difunto en una cama o un sencillo catafalco compuesto por una mesa cubierta por un paño negro. Será a partir del primer tercio del S. XX cuando los ataúdes se generalizan; primero, serían realizados por carpinteros locales; después, se venderían en el comercio del pueblo, donde se ofertaba de todo.

A lo largo del tiempo que dura el velatorio y hasta después de dar sepultura al cuerpo se “encuerda” (toca a muerto) o “se toca a posa” (toca a muerto en pequeños intervalos). Los toques van a indicar si el difunto es hombre o mujer y variarán en número de unos pueblos a otros. Generalmente, para el hombre se daban dos toques más que para las mujeres. También para los hombres se solía empezar con la campana grande, con sonido más grave. Para las mujeres, con la pequeña de sonido más agudo. Mención especial merecen los toques de niño, sin diferencias entre ambos sexos. Son los llamados “toques de gloria”, ya que los niños no iban a pasar por el purgatorio. Para tocar la campana existía una retahíla cuya prosodia rítmica ayuda a desarrollar este toque: “bien va, bien va, a la gloria va”. Los encargados de “encordar” o “tocar a posa” también varían. En unos casos son las cofradías y en otros los familiares directos, hijos, nietos o, como en el caso de muchos pueblos del Páramo leonés, los ahijados.
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La gente se va reuniendo para el velatorio. En una habitación los hombres y en otras las mujeres, que eran las que estaban en el cuarto con el finado rezando. A lo largo del día y, sobre todo, de la noche solían pasar con vino y pan y, más tarde, con orujo y dulces. Principalmente se rezaba el rosario y, a continuación, el “rezador” o “rezadora” (persona que se encarga de ello) comenzaba con las oraciones de difuntos. Exponemos a continuación las que se rezaban en Villadangos (León), escuchadas a Dª. Lauriana Martínez en 1996 durante el transcurso de un velatorio:
Cerillas. Anónimo Cera y papel. Siglo XX León 12 x 6,5 cm. Colección privada (Burgos) “- Por las benditas ánimas del purgatorio y el ánima de…….. - Al santo Ángel de la Guarda, al santo de su nombre y al santo de su devoción, que intercedan a Dios por él. - Para que pueda disfrutar de la gloria eterna en compañía de sus padres hermanos y demás familiares difuntos. - Al Patriarca S. José, abogado de la buena muerte para que lo ayudara en su última hora. - Al Patriarca S. José abogado de la buena muerte, para que nos conceda una buena muerte y en gracia de Dios. - Por si le quedo algún voto o promesa en vida por cumplir, que podamos librarlo con esta corta oración

- Por el ánima de… Y las obligaciones difuntas de todos los presentes. - Por el primero de los presentes que sea llamado a presencia del señor. - Por el ánima de... y nuestros bienhechores difuntos. - Por el ánima de…… y por aquella ánima más pobre y necesitada que está en las penas del purgatorio que no hay quien por ella haga si no son las oraciones de sus bienhechores”.
Añadiéndose al final de cada jaculatoria, padrenuestro, ave maría y gloria.
“-Virgen Santa del Carmelo cogedlo con vuestro manto, llevadlo con vos al cielo” se repite 3 veces y se añade la salve.

- “Por su ánima diremos la oración del santo sudario…”
Estas oraciones se van a repetir varias veces a lo largo del velatorio y los nueve días que se hacen de novena, después de misa, en casa del difunto.

Cruz de azogue. Anónimo Metal. Siglo XVIII 5 x 3,5 cm. Colección privada (León) Portavelas de ánimas Anónimo. Cobre dorado. Siglo XVII 15 x 11 x 11 cm. Colección privada (Burgos)

En algunos pueblos que no tenían cofradía de ánimas se hacen las “ventaciones” o “aventaciones”, como en Velilla de la Reina (León), que se siguen haciendo a día de hoy. Este ritual se realiza de la siguiente manera: avisados por toque de campana acuden los hombres a la “Casa Concejo”, uno al menos de cada casa, para que estén representados todos los vecinos. La familia del finado tiene que aportar media cántara de vino y las jarras para beberlo. Allí se reza por el difunto y se recuerdan hechos y sucesos de la vida del difunto y era donde se decidía quiénes iban al cementerio a abrir la fosa en el caso de que, para esta labor, no hubiese hombres en la familia; quiénes pujarían el ataúd hasta la iglesia y de allí al cementerio o quiénes iban a atender los animales de la familia del duelo, para que estos sólo tuvieran que ocuparse del velatorio. Similar a la organización de las cofradías, pero sin estar al amparo de la iglesia.
Candil cuatro cabos Anónimo. Cobre dorado. Siglo XVIII 44,5 x 10,5 cm. Colección privada (Burgos)
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Cesta de ofrenda Anónimo Rafia tejida sobre alambre. Siglo XIX León 15 x 11 x 11 cm. Colección privada (León)

Acudía todo el pueblo, al menos uno de cada casa, como recoge Concha Casado Lobato en su libro Nacer y Morir en Tierras Leonesas, recogiéndose esta obligatoriedad en algunas ordenanzas concejiles, como estas de Valdevimbre (León):
“Todas las veces que sucediere fallecer algún vecino, sea grande o pequeño, habiendo tocado la campana por el tal difunto y estando en término de esta villa, cogiéndole la voz de dicha campana, aunque vaya afuera, ha de ser obligado cualquier vecino de esta villa de volver al tal entierro y asistir a él hasta que el cuerpo sea enterrado pena de medio cántaro de vino para el concejo” (ordenanzas s. XVII)28 .
En el velatorio, al llegar, se saludaba con el pésame “te acompaño en el sentimiento”. Después se presentaban los respetos al difunto entrando donde estaba, santiguándose y rezando una corta oración y, al finalizar, cada uno a donde correspondía por sexo u edad, despidiéndose al marchar para casa con otra fórmula de cortesía establecida “que en el cielo nos veamos”. Mientras se está en el velatorio se reza, pero también se habla y cuantas más “parvas” de vino o de orujo van pasando más se habla, llegando muchas veces a conversaciones incluso divertidas. Es la forma de romper con
28 CASADO LOBATO C. El nacer y el morir en tierras leonesas. León, 1992. Pág. 43.
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la severidad de las normas establecidas de una sociedad totalmente reglada como es la sociedad tradicional. En estos también se producían situaciones curiosas, como un caso que contaba D. José Santos González de Robledo de la Valdoncina (León):
“allá por los años treinta del pasado siglo habiendo fallecido un hombre estaba todo el pueblo como se acostumbra velando al difunto y rezando, el aparentemente finado amortajado para la ocasión, abre los ojos y se incorpora en el ataúd, con el consiguiente susto espanto, voces carreras y esparavanes, y el sin entender porque de todo aquello, hasta que asimiló la situación, fue un caso de catalepsia, se desmonto el velatorio y al día siguiente llevó la caja para la cueva (bodega) donde la tuvo a la orilla de una cuba hasta que le hizo falta de verdad, aunque ese segundo velatorio lo prolongaron mas en el tiempo por si acaso”.
El momento del sepelio se hacía inminente. El cura, con la cruz, los faroles y la pendoneta negra iba a buscar al difunto a casa, rezándose a la puerta el primer responso. Después se caminaba hasta la iglesia donde se hacía el funeral y luego, de la iglesia al cementerio. Anteriormente se enterraba en el suelo de las propias iglesias hasta que una Real Cédula de Carlos III dictada en 1787 prohibía las inhumaciones en las iglesias salvo para los prelados, patronos y religiosos que estipulaba el Ritual Romano y la Novísima Recopilación, aunque esta orden no fue acatada con la misma celeridad en todos los lugares, llegando algunos a la última década del s. XIX. Bien entrado el s. XX las mujeres, antes de la colocación de los bancos en las iglesias, solían poner los reclinatorios y estar durante los oficios religiosos, más o menos, donde estaban los suyos (difuntos de la familia). Esta situación cambia al colocar bancos en la iglesia. Más tarde, se acompa-
ña al difunto al cementerio. A todos se les enterraba con la cruz de cabecera menos a los curas, que se les enterraba mirando para la cruz y orientada esta sepultura de forma que viera el pueblo donde habían sido párrocos.
Los entierros se solían celebrar con tres misas de funeral: la del sepelio, de cuerpo presente; la de honras, al día siguiente y la del duelo, al domingo próximo. En ellas los familiares ofrecían pan, vino y cera: es la Oferta u Oblada, que varía tanto el nombre como lo que se ofrece de unos pueblos a otros. Veamos algunos ejemplos de los pueblos de las tierras leonesas:
29 Estos datos extractados de CASADO LOBATO C. El nacer y el morir en tierras leonesas. León, 1992. Pág. 44-45 junto con otros datos aportados por nuestros informantes en distintos trabajos de campo, nos dan una idea clara de la importancia que el rito de la oferta tenía en los funerales de nuestros pueblos.
-Sahelices del Payuelo: ocho panes y una jarra de vino, en cada pan prendida una vela.
-Gordaliza del Pino: nueve obladas o panes con dos blandones de cera.
-Prioro: hasta catorce obladas con una vela en cada una de ellas.
-Fresno de la Vega: un mollete con dos blandones de cera.
-Gradefes: panes velas y vino.
-Aldea del Puente: una cesta con granos de trigo y varias velas. -Cabrera: centeno en grano y varias velas.
-Villacidayo: ofrecen treinta veces a partir del entierro.
-Castrovega de Valmadrigal: ofrecen todos los domingos durante un año.
-Trobajo del Camino: ofrecían siete hogazas los siete primeros domingos después del entierro29 .
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30 CASADO LOBATO C. Así nos vieron. La vida tradicional según los viajeros. Salamanca, 1994. Pág.125.
Esta costumbre estuvo muy arraigada e incluso algunos viajeros extranjeros la pusieron de manifiesto, como el peregrino francés Guillaume Manier, que nos ofrece un relato sobre este tipo de ofrendas por los difuntos a su paso por Mayorga de Campos (Valladolid):

Corona de difunto Anónimo Pluma y tela policromada Siglos XIX-XX 92 x 15 cm. y 70 x 15 cm. María Victoria Alonso Fernández Colección Museo Etnográfico Provincial de León, Mansilla de las Mulas (León)
“Por todos estos contornos en los pueblos se hacen panecillos de una libra llamados panes de difuntos. Los llevan el domingo a la iglesia y los ponen delante de ellos en el suelo con una candelilla, que luego encienden... El Cura bendice el agua y luego bendice los panes de cada una de estas mujeres, que ellas llevan a sus casas y dan de limosna a los pobres”30 .
Como ejemplo, veamos de forma más extensa todo el rito de un pueblo que lo conservó hasta las postrimerías del s. XX, en Villadangos del Páramo (León): “en la oferta participan los dos hombres de mayor edad allegados al difunto: uno con dos velas de libra y el otro con una jarra de vino; detrás, la mujer de mayor edad con un pan y el resto de las mujeres de la familia del difunto con un trozo de cerilla de cera encendida. Al ofertorio salen en este orden, dan una vuelta alrededor del féretro; el cura sale delante del altar, saca la punta de la estola de debajo de la casulla y, uno a uno, van besando la cruz de la estola y entregando la ofrenda, que recoge el sacristán. Se repite la oferta en las tres misas, la del funeral, la de honras y la del duelo”. Este rito
era denominado el besamanos y la última vez que se realizó en esta villa fue un entierro a principio del año 2006.
Después de acompañar el cuerpo al cementerio, cuando se despedían de la familia del finado, la formula más extendida era, “salud para encomendarlo a Dios” y se daba limosna para mandar decir misas, que se anunciaban como misas de oferta. Tras el entierro, que era de mañana, daban una comida a los asistentes, sobre todo a los que venían de fuera. En el Páramo y la Ribera del Órbigo esta comida era de vigilia, garbanzos con bacalao o patatas con bacalao y, en el buen tiempo, escabeche y pan. En el resto de la provincia variaba poco y la vigilia se respetaba. Viene tras el funeral el período del luto, otro rito social establecido que hay que cumplir. Si miramos hacia atrás, es tal la importancia que algunos estatutos de cofradías dejan claro la importancia del luto en los hermanos y las penas que se ponían si esto no se respetaba: “los hermanos capa de vuelta y no de capillo y las hermanas mantilla negra”. La duración varía de unos lugares a otros y también por el grado de parentesco. Los más largos, por padres y maridos, podían llegar a durar de tres a siete años, aunque el más riguroso es siempre el primero, se va a manifestar con signos externos y determinadas costumbres. Las mujeres visten de negro desde el s. XIX. Antes se utilizaban pardos, morados o determinados signos externos como algún complemento o ausencia del mismo. Los que todavía se recuerdan son los lutos de negro para las mujeres y, si no se tenía bastante ropa negra, se teñía en casa de manera rápida siendo unos días de auténtico desasosiego para que nada que no fuera negro saliera a la calle. No se puede salir al baile, no se puede cantar y se evita toda manifestación de alegría.Hasta no hace tantos años, cuando había un difunto en la familia, ni siquiera se ponía la televisión o la radio en una temporada. Muchas viudas portaron el luto durante toda su vida, ya que esta convención social, al igual que muchas otras, a quien más afectaba era a las mujeres. Los hombres no solían variar su indumentaria, sino añadir o cambiar algo que indicara el estado de luto. Así, hasta los años setenta era común ver a los hombres con corbata negra y un brazalete del mismo color en la manga de la camisa, chaqueta o abrigo, siempre visible. Esto ha sido así desde tiempos anteriores, por ejemplo, en la zona de La Valdería (León), an-

Platos de sal. Anónimo Cerámica policromada Siglo XVIII. 19,5 x 7,8 cm. y 17,5 x 6,5 cm. Obispado de León Museo Diocesano de León

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Plato de sal y tijeras Anónimo. Cerámica policromada y metal Siglo XIX-XX. 15,5 x 2 cm. y 19 x 8 cm. Colección privada (León)
