Revista Altea Náutica Nº18

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No peace beyond the line

Los corsarios atlánticos y el descubrimiento de América el meridiano a 370 millas de las Islas de Cabo Verde como límite entre Castilla y Portugal y les otorgaba el dominio de las tierras recién descubiertas en América, sobre las que establecieron un monopolio comercial.

Juan V. Martín Devesa

L

Historiador

a piratería existe en el Mediterráneo desde tiempos de griegos y romanos. De hecho, el concepto pirata fue acuñado en la antigua Grecia para designar a los salteadores de barcos, los merodeadores de los mares. Los corsarios aparecieron mucho después. Los corsarios son piratas selectivos, es decir, que no asaltan indiscriminadamente a cualquier embarcación con la que se encuentran. Sirven a un país determinado o poseen licencia de un estado para ejercer tal actividad. Este peculiar derecho nació en la Edad Media a partir de la denominada Comisión de Represalia, la autorización real para resarcirse de los daños causados por marinos de otra nación. El origen de las armadas modernas se encuentra en estas comisiones que a lo largo de la Edad Media fueron pasando al servicio permanente de la corona. El rey Jaume I de Aragón autorizó por primera vez en 1250 estas comisiones de represalia, por lo que se le considera el padre de los corsarios mediterráneos. A partir de ese momento hallamos numerosos ejemplos de estos documentos, como los otorgados a los corsarios castellanos durante la Guerra de los dos Pedros en 1369. Incluso Benedicto XIII, el Papa Luna, llegó a armar una flota corsaria con base en Peñíscola a principios del siglo XV. Debemos atribuir al Mediterráneo el dudoso honor de la invención de los corsarios, pero fue en el Atlántico donde alcanzaron su desarrollo máximo. El origen del corso atlántico hay que buscarlo en la Bula Intercaetera y el Tratado de Tordesillas (1494) que estableció

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La práctica de todas las actividades mercantiles y militares al oeste de la línea del Tratado de Tordesillas significó para las naciones excluidas del Atlántico un cambio en sus estructuras legales y económicas. Sin embargo fue Francisco I de Francia quien de forma más directa expresó la cuestión en esta carta a Carlos V: “... ¿Cómo habían partido entre Carlos V y el Rey de Portugal el mundo sin darle parte a él? Que mostrasen el testamento de nuestro padre Adán, si les dejó a ellos solamente por herederos y señores de aquellas tierras que habían tomado entre ellos dos sin darle a él ninguna de ellas y que por esta causa era lícito robar y tomar todo lo que pudiese por la mar...”. Quedaba claro que la Bula InterCaetera no eran argumento suficiente para negar a Francia, Inglaterra o los Países Bajos el acceso a las nuevas tierras, así como el libre comercio con ellas. Solo había que buscar la justificación legal que permitiese romper el bloqueo. El instrumento legal que unió a las tres naciones fue la comisión de represalia, pero que va transformándose en patente de corso, es decir, en el reconocimiento por parte del Estado de las acciones que los corsarios lleven a cabo en el mar. Estos debían depositar su correspondiente fianza para responder de asaltos que no se ajustaran a derecho. El paso siguiente fue la creación de compañías que no solo armarán barcos en corso sino que llevaran a cabo expediciones de contrabando y con el tiempo hasta crearán colonias estables en América. El primer corsario de la aventura americana fue Jean Florin, bajo la protección de Francia. Se trataba de un marino florentino al servicio del armador normando Pierre d’Ailly, en poder de una autorización real para llevar a cabo comisiones de represalia. Sin embargo el rey pagaba una pensión de 4000 ducados a Florin para que hostigara el comercio marítimo extranjero. Esta actividad se sitúa a medio camino entre lo medieval y lo moderno, entre el corso y una sociedad por acciones.


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