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Brenda y su transitar en un mundo de “chabochis”

Brenda Rodríguez.

BRENDA Y SU TRANSITAR EN UN MUNDO

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DE “CHABOCHIS”

Desafortunadamente, ese respeto, inclusión y la libertad de ser y de estar para Brenda, se desmoronan al salir de su comunidad, al interactuar con el citadino, con el “chabochi”. ¿Anécdotas?, “muchas”, rememora Brenda.

EN EL CENTRO COMERCIAL

Cuenta que mientras aguardaba en la fila para pagar la despensa, notó que un “chico guapo” se le quedaba mirando, a lo que inocentemente supuso que se trataba de un coqueteo. Ella también le sostuvo la mirada, pero al sonreírle, el hombre le contestó con un ‘qué me miras, pinche joto maricón’.

Brenda se paralizó de vergüenza, no sabía cómo reaccionar, sólo se volteó y, a manera de defensa, dijo entre dientes: “ni que estuvieras tan bueno”.

“Me di la vuelta y me puse en la otra fila. Fue una experiencia un poquito amarga, pero dije ¡Nah, no pasa nada!”.

EN LA MAQUILADORA

Platica que al incorporarse a la fila de solicitantes de empleo, en las afueras de una empresa maquiladora, empezó a notar miradas que la incomodaban.

Fue paciente y tras una larga espera, entrevistas y trámites burocráticos, la contrataron.

Pero hubo un detalle. Cuenta que al proponerle al empleador que en su gafete llevara impreso el nombre de Brenda, éste se negó, pues todavía no gestionaba su cambio de identidad y su nombre seguía siendo Sabino. Ahí empezaron las restricciones.

Con el paso de los días, las miradas y murmullos se ha-

cían más latentes en la línea de producción.

“No entendía por qué, habiendo otras chicas trans en la maquila, se me quedaban viendo sólo a mí, ¿por qué se me quedan viendo así?… me ponía a pensar”.

Y no porque Brenda llamara la atención por traer puesto su vestido tradicional, lo cual causaría mayor expectativa. De hecho, está prohibido en la industria maquiladora portar el traje típico de alguna etnia “por motivos de seguridad para el empleado”.

Otra incomodidad y que pasó a ser un verdadero problema, fue cuando empezó a hacer uso del sanitario.

Al principio entraba al de mujeres, pero sus compañeras se quejaron, por lo que optó por el de caballeros, hasta que un día surgió el reclamo y una falsa acusación de robo fue el detonante.

Brenda operaba en el tercer turno, de las 12:00 a las 6:00 horas, cuando fue denunciada por una compañera de haberle hurtado su celular.

Su acusadora buscó al guardia de seguridad para confabular en su contra.

El uniformado la abordó:

– Devuélvele su celular a tu compañera–. – Yo no lo agarré, si quieres esculca mi maleta, vamos a mi locker (casillero)–, le propuso a la autoridad en turno, quien aprovechó el momento para lanzar la advertencia: – ¿Sabías que ahí no deben entrar las chicas como tú… allá, en el baño de los hombres? – Está bien–, le contestó Brenda, pero hizo caso omiso y continuó usando el sanitario destinado a los varones, pero a escondidas y con menor frecuencia.

“Cuando habían muchos hombres me sentía más incómoda, me miraban mucho. Pensaba ‘no, mejor me regreso’ y me aguantaba hasta las seis de la mañana para ir al baño”.

Deborah Alvarez atravesó por lo mismo.

“Si estamos hablando de discriminación laboral, olvídate. Hay mucha. Nosotras las personas trans no tenemos otra opción, que trabajar en trabajo sexual o cortando cabello o dando show”, desestima.

Deborah trabajó en los call center (centro de atención telefónica) y no hallaban en qué sanitario acomodarla.

“¿Sabes qué?, yo no tengo ningún problema por entrar a un sanitario de hombres. Para nada… y nunca lo he tenido, porque cuando vas, sólo vas a eso y punto. Aquí el problema es que la demás gente es la que se queja, que no está conforme”.

También se aguantaba a hacer sus necesidades fisiológicas hasta llegar a casa.

“Imagínate, no, ¡no manches1!. Para mí es nefasto estar pensando que, a estas alturas, la sociedad se siga preocupando por un sanitario”.

De hecho, asegura que es un problema generalizado entre las personas transgénero. “Por lo mismo, muchas han tenido que estarse cambiando constantemente de maquila”, lo que les frena la posibilidad de acumular antigüedad en el trabajo, tener seguridad social o vivienda digna.

Preocupada, recuerda que durante su colaboración en el Programa Compañeros desarrolló un proyecto que buscaba, entre otras acciones, habilitar sanitarios para personas trans. “Y no tanto exclusivos para nosotras, sino para los que quisieran entrar a esos baños y punto”.

En su afán por dejar el trabajo sexual como alternativa de empleo, Deborah ha propuesto ideas y ha colaborado en organizaciones como Grupo Fanny; Misericordia y Vida para el Enfermo con Sida A.C. y Programa Compañeros.

Pero como a muchos, la pandemia por el nuevo coronavirus, causante de la Covid-19 y sus variantes, truncó sus planes y retomó el trabajo sexual.

Rosalinda Guadalajara refiere que, por ser la maquiladora la que domina el sector laboral en Ciudad Juárez, la mayoría de los ralámulis de la Colonia Tarahumara trabajan en esta industria.

Mientras que otros son afanadores, limpian oficinas, casas particulares y al menos ocho son servidores públicos, tanto en instituciones municipales como estatales.

Para ella, la discriminación en espacios públicos o trabajos, no únicamente en la maquila, ha sido una constante. Ella misma ha sido víctima de acoso.

“Anteriormente, si queríamos ser parte de una empresa, teníamos que quitarnos nuestra vestimenta y realmente era muy difícil cambiar nuestro traje por un pantalón o unos tenis por nuestros huaraches. Todo eso nos confundía, no entendíamos por qué razón tenía que ser así; después nos explicaron que por seguridad teníamos que obedecer. Al principio sí batallamos mucho y sí nos costó cambiar, pero al final fuimos aceptando porque no teníamos otra opción. Pero cuando llegábamos a la casa nos poníamos nuestra vestimenta”.

Sin embargo, celebra que en otros espacios laborales han sido flexibles e inclusivos, hasta permitirles el uso de sus coloridos trajes tradicionales, “sólo nos piden zapato cerrado, por seguridad”. ¿Qué otro tipo de discriminación has llegado a sufrir?

Rosalinda, luego de un momento reflexiva, responde:

“Yo sufrí discriminación en el Bar Kentucky (en la icónica Avenida Juárez, zona turística por excelencia en esta frontera)”.

A Rosalinda le negaron el acceso a este establecimiento, conocido internacionalmente por adjudicarse la invención de la bebida “Margarita”.

A Rosalinda se le impidió el paso por ir ataviada con su vestido tradicional, el cual, a la fecha sigue portando con orgullo.

El hecho se volvió tendencia en los medios nacionales e internacionales.

1 “NO MANCHES” | La expresión se usa de manera coloquial para expresar asombro y sorpresa ante cualquier hecho. Fuente: El Heraldo de México

Así lo publicó el diario español El País:

“Por ser mujer indígena, anteriormente asumíamos que teníamos que aguantarnos, porque era la vida que nos había tocado vivir, no pensábamos que podíamos entablar una queja”.

Considera que todo es cuestión de empezar a conocer sus derechos para tramitar una querella formal o tomar acción legal.

Por ello, pero sobre todo por aquellos que la respaldaban cuando ostentaba su cargo como gobernadora de la (colonia) Tarahumara, esa vez decidió alzar la voz.

“Lo hice, más que por mí, por mis compañeros (as), porque así les iba a hacer ver lo importante que es conocer sus derechos. Pensé que si seguía permitiendo esto, mi gente iba a seguir sufriendo esa discriminación y creo que si queremos cambiar esto, tenemos que empezar a hacer algo”.

“¿POR QUÉ (LOS CHABOCHIS) NOS RECHAZAN EN LOS TRABAJOS?”

Faviola Vásquez Tobón cree tener la respuesta. Ella no pertenece a la población LGBTTTIQA+, pero sí a una etnia, a la mixteca, lo cual ha sido su cruz en un país en el que el no mestizo siempre la lleva de perder.

Sostiene que al indígena se le ha considerado una persona tutelada. Es decir, que requiere el cuidado de la gente “con conocimiento”, como se les han llamado a las personas no indígenas, para ejecutar tareas, fuera de su entorno inmediato.

Al igual que Brenda y Rosalinda, Faviola llegó a Ciudad Juárez desde muy jovencita, a los siete años, procedente de San Andrés Montaña, Oaxaca, pero, a diferencia de ellas, fue matriculada en una escuela pública y no en una tradicional indígena, por lo que desde el primer día de clases fue presa del acoso estudiantil.

Sostiene que a los menores les causaba risa escuchar su acento, pronunciación y al percatarse de su desconocimiento de algunas palabras en español.

“Parecía que todo les hacía gracia”; su lengua materna, sus prendas y complementos de vestir.

“A nosotros siempre nos ha caracterizado como esa mezcla de muchos colores. Yo recuerdo que me gustaba usar collares y detalles muy vistosos, pues también eso les provocaba risa”.

Las burlas también hacían eco cuando la escuchaban hablar en su lengua materna con algún familiar, a la hora del recreo o salida. ¿Asombro?, le pregunta este escribano.

“No lo creo. Es asombro cuando escuchan una lengua extranjera; el francés, italiano. Yo más bien diría que lo veían… y de hecho lo siguen viendo como algo inferior, raro, como algo que no vale la pena”, responde. …Y defiende: “Además, recordemos que son lenguas y no dialectos. Porque así como al inglés y al francés, hay que darles ese valor a las lenguas maternas… tarahumara, mixteca…”.

SU EXPERIENCIA EN LA MAQUILA

Cursaba el segundo semestre de su carrera, la Licenciatura en Administración de Empresas, cuando se vio en la necesidad de buscar un empleo y empezó a tocar puertas en ciertas empresas.

En algunas le decían que vivía muy lejos y en otras le salían con el clásico ‘después le llamamos’.

“Yo creo que identificarte y reconocerte como indígena, pues ya existe como ese estigma de ‘es indígena, no sabe mucho’; nos hacen ver como que somos poco habilidosos, que siempre debemos estar bajo una supervisión”.

En su currículum, siempre incluía que dominaba el mixteco, un dato irrelevante, “inservible” para el contratante.

Pero a pesar de los señalamientos, trabas, cerrojazos, Faviola logró sacar avante dos carreras profesionales. La segunda, una maestría en Trabajo Social en la UACJ.

Al preguntarle ¿por qué se ha dedicado a promover y a defender los pueblos originarios?, comparte que allá por el 2016, cuando cursaba la licenciatura, se dio cuenta que estaba viviendo un proceso de aculturación, algo que sucede con muchos integrantes de etnias que migran de sus comunidades a las grandes ciudades en busca de oportunidades laborales y con el tiempo empiezan a perder interés en su lengua materna, costumbres, tradiciones y se van adaptando al español y al contexto urbano.

“Fue a raíz de un análisis crítico, de preguntarme por qué le estoy dando más valor a esto y por qué no a lo otro, a lo que me ha dado identidad. Fue una etapa en la que empecé a reflexionar y a reconocerme primero como víctima de un sistema discriminatorio, violento”.

Ignacio Díaz Hinojos se remite al caso de Brenda.

“Imagínate nada más, si nosotros los mestizos discriminamos por su apariencia a un rarámuri o a cualquiera de las poblaciones indígenas que viven en el municipio, agrégale por una orientación distinta a la heterosexual o una identidad de género sobre lo que prácticamente nosotros conocemos como una persona trans. Se convertiría en una doble o triple discriminación”.

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