
1 minute read
La gastronomía desde la apariencia
Con reminiscencias y guiños eruditos al clasicismo, que denotan aún los vínculos culturales, políticos y hegemónicos de la corona hispánica con Italia (permeables por tanto al influjo renacentista), es obvio que restan unas décadas todavía para la plena irrupción del barroco en la mentalidad de la época. La sufriente sociedad castellana aún no se ha desangrado en las estériles guerras de religión que azotan al imperio, pero los tiempos claroscuros de trampantojo, verso y teatro del Siglo de Oro ya reflejan los encorsetados comportamientos sociales del momento.
Es ahí donde mejor se comprende la delicada situación de los hidalgos castellanos. Exentos de cargas fiscales pero lejos de los estamentos superiores de la nobleza, los “hijodalgos” pierden influencia y poder en la corte desde la carestía de sus ingresos. Como muestra la obra, El Lazarillo de Tormes, texto también insigne para entender el contexto, el tercer amo del pícaro Lázaro resulta ser un escudero, que se define como hidalgo, al que su condición noble le impide la “deshonra del trabajo (físico) y manual”, en virtud de lo cual, solo sostiene la apariencia, que esconde miseria y pobreza: “Todo lo que yo había visto eran paredes, sin ver en ella silleta, ni tajo, ni banco, ni mesa, ni aun tal arcaz como el de marras.” la novela algunos momentos puntuales donde la comida adquiere un protagonismo especial. Por ejemplo, en las Bodas de Camacho (capítulo XX Segunda parte), todo un festín para los sentidos con los que el labriego Camacho agasaja a sus invitados con las viandas más suculentas para la época. En palabras de Mata, “aquello debió ser el no va a más para el propio Sancho”: “Contó Sancho más de sesenta zaques de más de a dos arrobas cada uno, y todos llenos, según después pareció, de generosos vino”.
A muchos de ellos, solo les queda aparentar, justificando su pureza de sangre de cristianos viejos. Así se presenta la gastronomía desde diferentes puntos de vista.
Para Luis Gómez, Doctor en Filología, especialista en Humanismo, Literatura del Siglo de Oro y en particular en la obra de Cervantes, el Quijote presenta tres formas de yantar, que definen la sociedad de la época: “no comer (por carestía), comer con ansia y sin control y por contraste hacerlo con mesura y contención, acorde al estamento social”.
El lector encontrará relevante la cocina de aquellos tiempos gracias al apetito voraz de Sancho.


Aunque, si cabe, resulta más cómica la experiencia de Sancho en el capítulo XLVII de la segunda parte de la novela. Siendo gobernador de la ínsula Barataria, se le ofrece un manjar en un “suntuoso palacio”, que termina frustrando las recomendaciones médicas del doctor Pedro Recio de Agüero: “es mi parecer que vuestra merced no coma de aquellos conejos guisados que allí están, porque es manjar peliagudo”.