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El buen yantar de Sancho
Agudo, certero y mordaz. El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha nació para versar las últimas hazañas de un demente caballero y terminó enterrando a las novelas del género para convertirse, muchos años después, en la capital novela moderna. Su estructura y su riqueza semántica han transcendido siglos y generaciones, con una radiografía de la sociedad castellana del Siglo de Oro tan eficaz y cómica como satírica e inteligente que sigue conmoviendo al lector contemporáneo actual, sin importar su latitud o cultura.
Uno de los puntos más interesantes es ver cómo la gastronomía del Quijote se convierte en la base de nuestro recetario popular castellano. Carlos Mata, profesor titular, investigador y Secretario Académico del Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) de la Universidad de Navarra, encuentra fascinante al Quijote como “una bilbia sacra”, donde caben todas las interpretaciones más universales. “El lector puede encontrar en sus páginas referencias al derecho, la medicina, la ciencia y por supuesto, también, gastronomía”.
Esa afición, debilidad o inclinación por la comida es para el profesor de Pamplona, un “elemento caracterizador de los personajes”. Esa distinción ya parte desde la pareja esencial de la novela: caballero y escudero. Dispares en comportamientos, aspiraciones y hasta complexión anatómica, Quijote y Sancho también difieren en sus maneras de acercarse a la mesa. Si el hidalgo caballero es “cuaresmal” y ascético en su apetito, fiel al noble oficio de caballería: “Hágote saber Sancho, que es moda de caballeros andantes no comer en un mes”. En cambio, el propio Sancho es en palabras de Carlos Mata, “carnavalesco”, pragmático y terrenal, propenso a los excesos ya que “siempre que puede trata de llenar la andorga y sacar la tripa de mal año”.