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“Cabeza de alcornoque”

Del latín, quercus suber, el alcornoque sigue siendo utilizado como sinónimo despectivo de aquellas personas jactanciosas e ignorantes. Sin embargo, la nobleza de este árbol, con profunda tradición botánica en la Península Ibérica, ha estado ligada al mundo del vino gracias a la importancia de su fruto sucedáneo: el corcho.

Ampliamente extendido en la zona oeste y suroeste peninsular, el alcornoque ha plantado sus raíces en tierras lusitanas. Por ello, durante siglos fue conocido en su toponimia portuguesa como sobreiro. De tamaño medio y copa amplia, la fuerza del alcornoque reside no obstante en su tronco, cuyo grosor de varios metros de circunferencia, lo compone la corteza, básicamente corcho. El alcornoque, en esencia, un árbol de flora del sur de Europa, adapta su estructura para resistir los envites del clima mediterráneo. Frente a las amenazas del verano mediterráneo como son los periodos prolongados de fuerte sequía estival y los temidos incendios, el corcho actúa como capa protectora y natural. Como su “descorchado” es inocuo para el propio árbol, (cada ocho o nueve años) la industria vinícola ha encontrado en el alcornoque un tradicional aliado para preservar la calidad de sus vinos.

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