Esquila Misional Abril 2022

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La columna de monseñor

La gloria de Dios... ¡que el hombre viva!

Por: Mons. Vittorino GIRARDI, mccj, obispo emérito de Tilarán-Liberia

Leía el relato de la conmovedora ceremonia de los primeros doce bautismos en 1913, en Omach, la primera misión que los combonianos abrieron en Uganda, luego de llegar del sur de Sudán, y afloró en mi memoria la conocida afirmación de san Ireneo de Lyon: «Gloria Dei, vivens homo», la gloria de Dios consiste en que el hombre viva.

1.

Dios ha querido comunicarnos su vida eterna, y por eso, nos llama a «renacer del agua y del Espíritu» con el bautismo (cf Jn 3,5), que nos hace así «nueva creatura». Por eso, nos atrevemos a llamarle Padre. «No hemos recibido un espíritu de esclavos para caer en el temor –nos declara, sorprendido y agradecido, san Pablo– sino un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar Abba, Padre. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Rom 8,15-16). El Espíritu no sólo es en nosotros el «maestro interior», sino el principio o fuente de vida divina. ¡Él nos diviniza! Y esta realidad hace que para Dios no seamos «menos que Dios». La prueba de esta afirmación nos la da Jesús

mismo: con el amor con que Dios Padre ama a su Hijo eterno, Jesús, es el mismo con que nos ama a nosotros, hijos en el Hijo (Jn 15,9). Se trata de un amor que ha llegado al extremo, dar su vida por nosotros (cf Jn 13,1). San Bernardo de Claraval nos pregunta: ¿de qué te quejas cuando eres el tesoro de Dios?, haciéndose así eco de la siempre sorprendente afirmación de la primera carta de san Pedro: «no fueron comprados con oro o plata, sino, con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero sin defecto ni mancha» (1Pe 1,18-19). Durante el tiempo de Cuaresma, la Liturgia de las Horas nos propone una página de las Disertaciones de san Gregorio de Nacianzo, para impulsarnos a amar y hacer el bien

a los necesitados. Él nos propone la benignidad de Dios: «Reconoce de dónde te viene [...] la esperanza del Reino de los Cielos, el ser hijo de Dios, el ser coheredero de Cristo, y, para decirlo con toda audacia, el haber sido incluso hecho dios. ¿De dónde y de quién te vino todo esto?». De los autores cristianos antiguos, no ha sido san Gregorio de Nacianzo, el primero en afirmar, con toda audacia, que «somos dios para Dios». Entre los que le habían precedido, recordamos a san Hipólito Romano, sacerdote mártir del año 250, quien había escrito: «¿crees que Dios sea tan mezquino para que no te hiciera dios?» Convencido de todo esto, san León Magno, Papa, exclamaba: «¡Reconoce, oh cristiano, tu dignidad!».


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