3 minute read

por Alexis Oliva / Página

A favor de los militares y contra Walsh y los pañuelos blancos Democráticas postales caceroleras

“Libertad” con nostalgia dictatorial, “solidaridad” sin política social y un amenazante “pacifismo”, son algunas de las contradicciones del imaginario que afloró en los cacerolazos, donde la fiebre “anti-k” se emparentó con furtivas profanaciones.

Advertisement

pensar un pais con justicia social

por Alexis Oliva

Quien el 8N se haya informado con los medios empresariales que desde muy temprano destacaban el cacerolazo frente al consulado argentino en Sidney y horas más tarde en las principales capitales europeas, habrá tenido la sensación de que el sonido de las cacerolas avanzaba en el planeta tierra en el mismo sentido que el sol.

Horas más tarde, en el obelisco, se mezclarían los carteles que aludían a valores indiscutibles aunque un tanto abstractos, como “libertad, ética, moral, solidaridad”, con otros más concretos: “Clarín informa. El Gobierno miente”. “El clientelismo político lo pagamos nosotros. Basta de mantener vagos”. “Si defienden el derecho a voto a partir de los 16 años, defiendan el derecho de los ciudadanos a que se castigue a los menores cuando cometen un crimen”. Y otros que costaba asociar a índole de “pacífica manifestación de vecinos” que exaltaba, por ejemplo, el canal Todo Noticias: “El abuso de poder te lo haremos comer, yegua, loca, estás muerta! Te vas a ir con Néstor”.

En San Rafael, Mendoza, fueron un poco más explícitos: “Con un año de militares se acaba la inseguridad”. Y un clásico de la violencia simbólica de género, pergeñado al fragor de los piquetes de las patronales agrarias: “Kris, no te vayas con Chávez. ¡Andate conchuda!”.

Por supuesto, Córdoba no se quedó atrás: “Cristina, te quiero siempre a mi lado. Vení conmigo. No te demores. Néstor”. “Volvé Néstor, te olvidaste a la Cris”. “Gobierno zurdo y terrorista”. “Cristina ya hiciste muchas Kgadas. Con Córdoba no se jode (Tenemos Historia). ¿Estás piloteando YPF igual que la fragata?”.

En el contexto de lo que se pudo ver y escuchar en la esquina de Vélez Sarsfield y San Juan, el “tenemos historia” no aludía a episodios como la Reforma Universitaria de 1918 o el Cordobazo de 1969, sino más bien a hitos antipopulares como la conspiración clerical-militar que derivó en el golpe de Estado de 1955 o el Navarrazo de 1974.

“Que pensemos distinto al Gobierno no quiere decir que seamos de ultraderecha o milicos”, aclaraba una cordobesa que batía la cacerola en Sidney. Allá eran las 19,30 horas y acá las 5,30 de la madrugada, hora probablemente cercana al momento en que en la ciudad de Santa Fe profanaban la plazoleta que rinde homenaje al periodista Rodolfo Walsh, asesinado por la última dictadura, destruyendo la placa de mármol y arruinando con pintadas obscenas un mural conmemorativo.

“Es llamativo que justo hoy, un día de fuerte contenido político, algunos sectores protagonicen este tipo de hechos intimidatorios, que expresan intolerancia y un ataque a los valores democráticos”, repudió Pablo Jiménez, secretario general de la Asociación de Prensa de Santa Fe.

Justamente, aunque a los autores del ultraje -doblemente abusivo por tratarse de un muerto que no tiene tumba, ya que está desaparecido- no pudieron ser identificados, el momento elegido para perpetrarla la inscribía en el contexto de la jornada de protesta contra el Gobierno nacional.

Más aún, cuando la política de memoria y juzgamiento del terrorismo de Estado parece ser especialmente irritante a los sectores movilizados y movilizantes en las jornadas caceroleras, como lo demostró una expresión -no violenta, pero simbólicamente emparentada con la de Santa Fe- que formó parte de la manifestación del 13 de septiembre en la ciudad de La Plata: “Aparición con vida del sistema republicano. Se lo vio por última vez en la Argentina el 25 de mayo de 2003”, podía leerse en un pañuelo blanco, igual al que las Madres de Plaza de Mayo comenzaron a usar aquel 30 de abril de 1977 en reclamo por la aparición con vida de sus hijos desaparecidos por la dictadura.

Tal usurpación no puede considerarse una señal de crítica, ni de protesta, ni de ciudadanía liberal republicana. Es una falta de respeto a la historia colectiva y al dolor humano, un implícito homenaje a los victimarios de aquellos que entregaron sus vidas por un país más justo, un acto de añoranza por aquel régimen representante y brazo criminal de esa élite privilegiada a la que pertenece -o anhela pertenecer- gente como la que usurpaba ese pañuelo blanco.

A semejantes manifestaciones, ¿qué clase de movilización puede cobijarlas?

This article is from: