
4 minute read
por Sergio Tagle / Página
El 7D más allá de Clarín el futuro
ya llegó
Advertisement
El 7 de diciembre el Grupo Clarín habrá presentado su plan de desinversión o no. Si lo hizo, será muy bueno para la democracia argentina. Si no lo hizo, lo tendrá que hacer más temprano que tarde. Y además, la nueva ley ya habrá producido transformaciones democráticas por el solo hecho de haber sido debatida públicamente y en profundidad
por Sergio Tagle
El 7D es un símbolo. Como tal no informa sobre detalles que ocurrirán en esa jornada. Mucho menos pormenores jurídicos, en este caso, referidos a la segura resistencia a la legalidad que presentará Clarín. Más allá y más acá del día en que efectivamente se produzca la desmonopolización de éste y otros grupos mediáticos, 7D puede significar un momento fuerte de un proceso que lo precede y lo sucede en el tiempo. La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (LSCA) produjo transformaciones culturales antes de su plena vigencia. El debate público provocado por la LSCA modificó la relación entre públicos y medios de comunicación; la figura del periodista fue bajada del antidemocrático pedestal sobre el que se erguía; el discurso único neoliberal tuvo su contestación; los medios en general, aún los gráficos (ni siquiera mencionados en la ley) comenza-
pensar un pais con justicia social
ron a ser vistos como los actores políticos que efectivamente son. En este sentido puede decirse que el 7D ocurrió antes del 7 de diciembre.
Cambios culturales
No es posible fechar el día en que comienzan a producirse cambios culturales. Sin embargo es posible arriesgar (como hipótesis) que 2008 fue el año en que los medios de comunicación empezaron a perder su inocencia ante públicos masivos. Hasta muy poco tiempo antes, las teorías críticas respecto de las funciones políticas e ideológicas de los medios circulaban casi exclusivamente en facultades de comunicación y ciencias sociales. El conflicto por la Resolución 125 las popularizó hasta convertirse en sentido común de los públicos más atentos y predispuestos a ver la toma de partido allí donde se hablaba de objetividad. En ese año se discutió y mucho sobre si el aumento en las retenciones a la exportación de soja y otros granos era justa o injusta. Pero las miradas comenzaron a centrarse en quién y cómo lo decía. El antagonismo de las posiciones imposibilitó la ostentación de neutralidad política que esos mismos medios atribuían para sí. La “edición” de la realidad era demasiado evidente. La televisión, las radios, los diarios, dejaban de ser meros “medios” que transportan información desde el lugar de los hechos hasta oyentes y lectores, para evidenciarse como “constructores de realidad”. Las audiencias comenzaron a advertir las diferencias entre quienes “militaban” a favor de los exportadores de soja y otros medios, periodistas, programas, que no lo hacían. Lo que después sería la LSCA ya estaba presente en ese 2008. Un grupo de periodistas, organizaciones sociales y de derechos humanos, sindicatos de prensa, radios comunitarias, venían impulsando en las bases de la sociedad la necesidad de una nueva ley. El movimiento que se cristalizó organizativamente en la Coalición por una Radiodifusión Democrática. El 7D ya ocurrió, ya produjo cambios culturales, porque un movimiento social, núcleos de oyentes y públicos que comenzaban a desconfiar –con fundamentos- de los nobles propósitos enunciados por las corporaciones de medios confluyó con un gobierno que asumió como propia esta crítica y esta propuesta que venía desde abajo y las transformó en ley con impecable prolijidad republicana. Y porque las resistencias a esta ley, paradójicamente, colaboraron a la profundización del debate público sobre el rol de los medios y de los periodistas en la sociedad, la cultura, la política. Estos sufrieron una pérdida de prestigio que podríamos llamar democrática porque supuso su desacralización como sujeto potador de verdades absolutas e irrefutables; como fiscal con derecho a decir cualquier cosa sobre cualquier persona y a no ser criticado. Cuando alguien se animaba a sugerir alguna objeción sobre el desempeño de su tarea, ese alguien estaba atentando en contra de la libertad de prensa y de expresión. Lo había dicho en su momento el diputado radical César “Chacho” Jaroslavsky refiriéndose a Clarín: “Hay que cuidarse de ese diario, ataca como partido político y, si uno le contesta, se defiende con la libertad de prensa”. Este absurdo se debilitó como creencia colectiva. La pérdida de ingenuidad en el consumo de medios es un hecho democratizador porque supone una pérdida en las bases de sustentación de un poder fáctico, los medios. También lo es porque públicos empiezan a actuar como ciudadanos y se sublevan ante un poder, el poder mediático. Una nueva actitud dice “no te creo, o al menos, no te creo todo; te escucho, te leo con atención; discrimino lo que me sirve y lo que no me sirve; advierto, o creo advertir que en este tema, en este tratamiento, no estás haciendo un esfuerzo por alcanzar alguna verdad, sino que estás respondiendo a un proyecto político, a un proyecto de poder.”
La recepción crítica de los medios por parte de la ciudadanía puede ser un resultado, un cambio cultural provocado por la discusión de la ley, aún antes de su vigencia plena, aún antes de la desmonopolización de la escena mediática. Este logro bien puede ser caracterizado como un aumento de la autonomía de los sujetos ante un poder, el mediático. Después esta podrá ser ejercida ante otros. Un futuro sistema de medios plural y democrático no en plenitud pero sí en parte ya está entre nosotros. En el plano mediático y cultural vivimos la transición descripta en una de las definiciones más difundidas del teórico y militante Antonio Gramsci: “lo viejo no termina de morir y lo nuevo empieza a nacer”.
