8 minute read

por Graciela Treber / Página

aPROPÓSITO DE LA FIEBRE DEL DOLAR

por Cra. Graciela Treber (*)

Advertisement

En estas últimas dos semanas el tema del dólar ha sido llevado a las primeras páginas de los medios, ya sean ellos escritos, radiales o televisivos. Es interesante tratar de dilucidar cuáles han sido algunas de las causas, sin pretender agotar el tema en pocas palabras.

Una porción de la población argentina, debido a experiencias pasadas durante periodos inflacionarios e hiperinflacionarios, tiene tendencia a refugiarse en la moneda norteamericana como resguardo del valor de sus ahorros. Luego, durante los negros años noventa – década de 1990 al 2001- se estableció la convertibilidad, lo que internalizó la idea de que las transacciones podían realizarse indistintamente en pesos o dólares, y eso provocó que sea natural la equivalencia dólar –peso. Es de hacer notar que desde el 2003 a la fecha, quienes decidieron mantener sus ahorros en dólares han perdido frente a otras alternativas de colocaciones.

Otra porción, muy minoritaria por cierto, tiene apego a realizar negocios financieros y obtener ganancias a partir de las fluctuaciones de ese signo monetario.

Ahora bien, la gran mayoría de la población argentina centra su preocupación en otros aspectos del funcionamiento de la economía y posiblemente nunca en su vida ha visto un dólar. Esos son los sectores que quedan patentizados en la Encuesta Permanentes de Hogares, cuando encontramos que en el año 2003 el diez por ciento de los hogares más pobres recibían ingresos casi treinta veces inferiores al diez por ciento de los hogares más ricos, y hoy, que esa relación que se ha mejorado sensiblemente, es de menos de quince veces.

Evidentemente, en la economía argentina se está desarrollando una puja distributiva, la cual en estos últimos ocho años ha significado un reacomodamiento de los sectores de empleo formal.

Si repasamos la historia de las devaluaciones argentinas, las mismas se han desencadenado justo luego de un posicionamiento más favorable del sector asalariado, y siempre han significado un deterioro final en su posición.

No es una cuestión menor la participación que en esta alarma han tenido algunas medidas tomadas por el gobierno nacional sobre controles a la libre adquisición de monedas extranjeras. Tampoco es menor recordar que durante todos estos años han estado ocurriendo importantes fugas de divisas, y que ante la exigencia a los grupos empresarios de que inviertan de nuevo y fuertemente en el país, se desee enviar el mensaje de que este esfuerzo también debe ser acompañado por los ahorristas particulares, ahorrando justamente en nuestra moneda y manteniendo ese ahorro dentro del país, para luego volcarlo al flujo corriente de alguna manera a través de la bancarización, en vez de alentar la permanencia de ahorros ociosos guardados.

Ya sea por medidas precautorias en función de la situación internacional, por la intención de no disminuir las reservas y de hacerse de divisas que permitan hacer frente a los compromisos internacionales sin recurrir a aquéllas, o por la intención manifiesta de que se comience a “pensar en la moneda nacional”, el gobierno ha tomado algunas medidas restrictivas respecto a la compra indiscriminada de dólares, que se supone tienden a que quienes los adquieran puedan justificar impositivamente su facultad de hacerlo.

Por otra parte, legalmente no existe hoy un desdoblamiento del mercado cambiario (por lo menos desde el punto de vista formal), y las operaciones en ese mercado pretendidamente paralelo son muy reducidas.

Hoy los indicadores de la economía real, con fuertes índices de crecimiento, bajos índices de desocupación, buena situación de las reservas y bajo endeudamiento, no ameritan una situación en la que se produzcan corridas bancarias ni devaluatorias.

Evidentemente, sería muy saludable e implicaría un real cambio cultural que todas las transacciones se realizaran en moneda del país, y que el dólar se reserve exclusivamente para las operaciones de comercio exterior o para quienes demostrando y justificando sus ingresos realicen viajes al exterior, tal como ocurre, por ejemplo, en Brasil.

Sí se percibe una marcada intención de ciertos medios por instalar la real existencia de ese dólar paralelo, quizás impulsando que se fuerce una pretendida devaluación tal como solicitan algunos sectores, devaluación que como se ha dicho antes será siempre en perjuicio de los sectores más desprotegidos.

Pensando en esa dirección, las medidas tomadas no pueden ser las únicas. Se deberán afrontar también las relativas a controlar la suba de precios y del acceso al crédito, así como una profunda reforma impositiva.

(*) Contadora, ex concejal de la Ciudad de Córdoba

PENSAR UN PAIS CON JUSTICIA SOCIAL

Otro frente en la batalla cultural

por Uriel Quinteros

A fines de 2011, con el garrotazo del 55,4% que le costaba asimilar, la corporación mediática – ariete de los poderes fácticos- indujo durante varios días hacia una corrida cambiaria por parte de sectores medios de la población. El gobierno reaccionó rápidamente y lanzó algunas medidas de control a través de la AFIP, logrando neutralizar la movida desestabilizadora.

Tras esa primera experiencia, nuevamente, de manera más coordinada y apelando a la memoria popular (inestabilidades frecuentes, hiperinflación), después de marzo se buscó instalar, desde varias aristas, una sensación de desconfianza (el ahorrista no cree en el país, por ende no cree en su moneda) alentando la compra de dólares. Y para ese fin se difundía a diario, incluso en los titulares, la evolución de la divisa en un mercado inexistente en términos formales, en un mercado ilegal. Más allá de las críticas a nuevas medidas restrictivas que se adoptaron, lo cierto es que en un escenario internacional complicado justamente por la crisis financiera, vale concederle al Estado la potestad de salvaguardar un interés general conteniendo una posible fuga de divisas hacia el exterior. Es más: deben destacarse los reflejos demostrados y que diferencian a este gobierno de otros, desde la recuperación de la democracia en 1983, poco proclives a poner coto a los embates del poder financiero.

El mercado paralelo del dólar (llamado eufemísticamente por los grandes medios “blue”) no está autorizado a operar; la moneda de curso legal en Argentina es el peso y el dólar es una mercancía más que tiene su mercado y una paridad oficial.

Pero nadie pareció reparar en que se estaba alentando a la población a realizar operaciones ilegales. Y es que si se anunciaba el valor de la divisa norteamericana en un mercado marginal (mercado negro, para llamarlo como corresponde), tranquilamente podía difundirse el valor de los celulares robados o truchos o el de automóviles flojos de papeles. Pero así actúan los poderosos medios en Argentina, muy prestos para denunciar persecuciones y hostigamientos de parte del Estado, de reclamar por institucionalidad y seguridad jurídica, pero algo descuidados al momento de asumir la tremenda responsabilidad que tienen como comunicadores. Y es más, se pudo leer en algunos medios gráficos hasta instructivos de cómo acceder a dólares en el mercado oficial para después negociarlos en el paralelo (ilegal) y obtener así el mejor rendimiento.

Aunque contradictorios, los medios no abandonaron su discurso en defensa de las libertades ciudadanas. Se le dio profusa cobertura a absurdos amparos judiciales para la compra de 10 dólares y hasta Jorge Lanata presentó el suyo patrocinado por Félix Loñ, el constitucionalista del Grupo Clarín, poniéndose al frente de una cruzada contra la opresión K. El argumento utilizado buscó agitar la sensibilidad de cierto republicanismo liberal, en tanto los controles de Afip afectaban “derechos inalienables de los ciudadanos” y garantías constitucionales, como la libertad de “salir del país”. Y la recurrente apelación al terror desde los distintos medios gráficos y zócalos de los noticieros de cable, con títulos que van desde anunciar el “retorno del corralito” al pánico colectivo con un título como “todos quieren comprar dólares”.

Pero ¿qué se perseguía con esta operación? Los medios citaban a economistas ortodoxos (o los responsables de la debacle en 2001) y a consultoras, explicando las “razones del comportamiento de la población”. La gente “busca preservar sus ahorros”. La sensación de que todos nos desvelamos por los dólares es falsa; más falso aún es alentar su compra para proteger los ahorros. Los rendimientos obtenidos si alguien invirtió, tomando el periodo de 2003 a la fecha, en dólares, bonos o acciones, plazo fijo, bienes inmuebles, está comprobado, los más bajos fueron para quienes optaron por la moneda norteamericana.

Lo que se busca (y no se dice) es provocar una devaluación brusca de la moneda. Los beneficiarios: los tenedores de dólares (en gran cantidad, claro) y, fundamentalmente, los sectores vinculados al comercio exterior, las multinacionales de servicios públicos. Las ganancias que obtendrían los exportadores de granos (soja) con una nueva paridad serían tremendas.

Los perjudicados: el pueblo trabajador. Una devaluación impactaría directamente en el poder adquisitivo con una caída del salario real; de nada hubieran servido, entonces, los esfuerzos de estos años por mejorar la distribución del ingreso. Ni qué hablar de otras complicaciones, como por ejemplo la alteración de los acuerdos con Brasil, nuestro principal socio comercial.

En momentos que el país transita en el camino de la recuperación de su soberanía monetaria, es importante trabajar para romper definitivamente con esa obsesión por el dólar, pesificando de una vez por todas a ciertos segmentos de la economía dolarizados. En las operaciones inmobiliarias, para la compra o venta de propiedades, no se entiende que su precio esté dado en una moneda extranjera, cuando todos los insumos para la construcción (desde ladrillos hasta la mano de obra, pasando por el cemento y el acero) tienen un valor en pesos.

La batalla cultural, como vemos, tiene varios frentes.

This article is from: