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por Alexis Oliva y Mario Albera / Página

PENSAR UN PAIS CON JUSTICIA SOCIAL

Polémica – El periodismo y la política El día del periodista en tiempos de billetera y relato oficial

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“Cristina sueña con un mundo sin periodistas, a juzgar por la obsesión enfermiza que muestra a cada momento con la prensa crítica, no sólo la del monopolio. Decir prensa crítica es como redundante porque el periodismo debe ser crítico y desconfiando por esencia”, opina Mario Albera del sitio sosperiodista.

por Mario Albera (*)

Nunca como ahora la tarea de un periodista fue señalada en forma acusatoria por otro periodista. Esto se produce en casi diez años de kirchnerismo en Argentina. Digamos que es su obra más maquiavélica: así como el sistema suele enfrentar al pobre contra el pobre, el kirchnerismo ha logrado dividir al periodismo con valederos y falsos debates.

Porque es valedero discutir sobre la labor de la prensa. Pero es falso tergiversar el debate y hacer creer que se pueda ser periodista y militante. Estar de los dos lados del mostrador.

Ya esto ni siquiera merecería una discusión seria o una diferenciación. Si el periodista quiere militar o tiene una vocación por la cosa pública, que funde un partido y se dedique al mentis de la política. Aprovecharse del periodismo para traficar y publicitar ideas, es deshonestidad pura.

El periodista, a secas, está para otra cosa: buscar hechos de interés público, probarlo y contarlo de la forma más creativa. No para hacer propaganda de un interés privado, y menos de uno público. En este caso, del relato que se ha inventado un gobierno para controlar la opinión pública.

Como no puede controlarla del todo porque, por suerte, hay un periodismo que resiste el embate del discurso oficial, ha propiciado desde el Estado (ya sea con fondos, favores o ideas) la creación de medios paraoficiales tendientes a empardar la opinión.

Esto trasunta la concepción que el gobierno tiene de la actividad periodística. Una concepción que se aleja del pluralismo que dice querer garantizar con la Ley de Medios Audiovisuales. No es más que un pluralismo amañado, artificial tendiente a manipular la información a partir de la llegada de empresarios y contratistas del poder a los medios masivos de comunicación.

La compra de los canales y radios a Hadad por parte del zar del juego Cristóbal López es un ejemplo. La compra de radio Del Plata por parte de la firma Electroingeniería es otro ejemplo.

Seis siete y ocho, por su parte, es otro ejemplo de lo que no debe hacerse: patrocinar con recursos públicos programas en medios estatales. Si es estatal es de todos, no del gobierno. De modo que allí, al menos, deberían estar representadas todas las voces.

Enfermizo

Cristina sueña con un mundo sin periodistas, a juzgar por la obsesión enfermiza que muestra a cada momento con la prensa crítica, no sólo la del monopolio. (Decir prensa crítica es como redundante porque el periodismo debe ser crítico y desconfiando por esencia. Pero hay tanto colega adicto que es necesario)

La presidenta detesta las preguntas, la repregunta y la pregunta que lo parió. Por eso no da conferencias y discursea sobre el atril. Es una obsesión que nace de la impotencia, la suya: la impotencia de no poder controlarlo todo, incluso lo que se escribe.

Pero ¿qué culpa tiene Magnetto de que Ricardo Jaime no pueda justificar el patrimonio que tiene? ¿Qué culpa tiene La Nación de que Amado Boudou tenga un millón de amigos que parecen ser sus testaferros? ¿Qué culpa tiene Lanata de que en Angola no se haya vendido una sola de la decena de cosechadoras que el gobierno anunció que había vendido? ¿Qué culpa tiene Morales Solá de que los trenes en Argentina sean un arma homicida?

Ya lo dijo el ex presidente uruguayo Jorge Batlle: “Los argentinos son una manga de ladrones”.

Es triste ver que hay gente, colegas, creer que la causa de muchos males que sufre este país (el de la corrupción visceral, por ejemplo) es culpa de la prensa. Esto demuestra que algo quedó en la opinión pública de toda esta mentira gigantesca y repetida mil veces construida por los Kirchner (el finado y la viuda), en lo que han llamado la “batalla cultural”.

Yo creo que el fanatismo empobrece. Ver que Horacio Verbitsky (“ministro sin cartera”) y Víctor Hugo Morales (relator deportivo devenido en el Bernardo Neustadt del modelo) fueron invitados hoy por la Escuela de Ciencias de la Información de la Universidad Nacional de Córdoba para participar de una jornada por el Día del Periodista es una muestra de ese fanatismo que embrutece.

Una escuela que hizo del espíritu crítico una religión y donde el El Manifiesto Comunista o El Capital eran la Biblia obligada para sus alumnos, exhibe hoy su peor cara académica. Marx se revolcaría en la tumba de enterarse de este protocolar circo criollo.

En definitiva, feliz día a los colegas. Sólo para aquellos que laburan con honradez, humildad y profesionalismo, sin dejarse callar por los cantos de sirena de la billetera pública y oficial.

* Periodista y editor de www.sosperiodista.com. ar

Polémica – El periodismo y la política Si es así, ¿para qué celebramos el 7 de Junio?

En una réplica al artículo de Mario Albera titulado “El día del periodista en tiempos de billetera y relato oficial”, el periodista Alexis Oliva observa que “confunde el interés público con el gubernamental y recomienda un ejercicio neutro, contemplativo y aséptico del periodismo, reñido con su función social”. Al contrario, el debate político sobre la comunicación es “saludable para el periodismo y la sociedad”.

por Alexis Oliva (*)

Como egresado de la Escuela de Ciencias de la Información de la UNC, trabajador de prensa y afiliado al Cispren, no puedo menos que responder al artículo de Mario Albera publicado en Prensared, titulado “El día del periodista en tiempos de billetera y relato oficial”, sobre todo porque propone una visión despolitizada de la razón de ser del periodismo, de la que derivan otras falacias e injusticias en que incurre.

Según el director de www.sosperiodista. com.ar, es maquiavélico “hacer creer que se pueda ser periodista y militante”. Por eso explica y aconseja: “Si el periodista quiere militar o tiene una vocación por la cosa pública, que funde un partido y se dedique al mentis de la política. Aprovecharse del periodismo para traficar y publicitar ideas, es deshonestidad pura. El periodista, a secas, está para otra cosa: buscar hechos de interés público, probarlo y contarlo de la forma más creativa. No para hacer propaganda de un interés privado, y menos de uno público. En este caso, del relato que se ha inventado un gobierno para controlar la opinión pública”.

Desde esta fórmula tan reduccionista como contradictoria, se confunde el interés público con el gubernamental y se recomienda un ejercicio neutro, contemplativo y aséptico del periodismo, reñido con su rol social. ¿Quién dijo que el periodismo no debe publicitar ideas? ¿Mariano Moreno, Richard Kapuscinski, Rodolfo Walsh, Tom Wolfe, Gabriel García Márquez…? Y si el verbo es “traficar”, ¿acaso no es más traficante quien se camufla en la presunta objetividad para contrabandear subrepticiamente su ideología? ¿Por qué tanto temor a lo político, como si fuera natural (o naturalizada)mente enemigo de lo periodístico? Y ya que estamos, ¿qué significa “el mentis de la política” (sic)?

Si adhiriéramos a esta recomendación, en esta suerte de lobotomía política del cerebro periodístico se perdería toda la materia gris del periodismo interpretativo y de opinión. Es más, el propio periodismo informativo se vería afectado, porque despojado de su conciencia política el periodista no podría ni siquiera distinguir cuáles son los “hechos de interés público” sobre los que tiene que producir sus noticias. Pero quizás no importe, porque lo bueno es que una vez producida la ablación de su lóbulo político, el periodista quedaría inmunizado frente la propaganda encubridora de los siniestros planes del kirchnerismo.

Justamente, desde aquella confusa hipótesis madre, se desprenden otras afirmaciones avaladas por evidencia empírica un tanto endeble. Por ejemplo, que las compras de medios por parte de empresarios amigos del Gobierno, o la existencia de un programa como “Seis, siete, ocho”, son un intento de “controlar la opinión pública” mediante la “creación de medios paraoficiales”. Pero Albera comete un desliz y la frase finaliza con “para empardar la opinión” -entendemos, de los grandes medios empresariales-, lo que no se condice con la idea orwelliana de control absoluto que nos presenta. En realidad, ni siquiera empardar, porque lejos están “Seis, siete y ocho” y compañía de la masividad e influencia que posee, no digamos el desmesurado Grupo Clarín, sino -por citar un ejemplo (ya no tan) cordobés- la Cadena 3. Son apenas un puñado de hormiguitas frente a una manada de elefantes (aunque deben ser hormiguitas rojas, por la irritación que generan algunas de sus picaduras).

Desde esa misma lógica, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual funciona para Albera como una especie de cortina de humo: “No es más que un pluralismo amañado, artificial tendiente a manipular la información a partir de la llegada de empresarios y contratistas del poder a los medios masivos de comunicación”. La política comunicacional de Cristina Fernández hoy y Néstor Kirchner antes podrán merecer millares de críticas pero negar el valor de una ley que a 26 años de la vuelta a la democracia reemplazó por fin el decreto ley de la dictadura, en cuya discusión y elaboración participaron numerosos actores sociales (nucleados en la Coalición por una Radiodifusión Democrática), debatida en profundidad y aprobada por amplio porcentaje en ambas cámaras legislativas; una ley que incluye a los otrora excluidos, define a la comunicación como un bien social y procura revertir la escandalosa concentración empresarial del sector, es poco menos que injusto y derrotista. Porque la ley de medios también es fruto una historia militante en la que participaron no pocos periodistas.

No obstante, en otro pasaje de su texto, Albera señala esperanzado que el Gobierno a la opinión pública “no puede controlarla del todo porque, por suerte, hay un periodismo que resiste el embate del discurso oficial”. Pero más adelante menciona nombres propios que cuesta asociar con las nociones de “resistencia” o “independencia”: “Pero ¿qué culpa tiene Magnetto de que Ricardo Jaime no pueda justificar el patrimonio que tiene? ¿Qué culpa tiene La Nación de que Amado Boudou tenga un millón de amigos que parecen ser sus testaferros? ¿Qué culpa tiene Lanata de que en Angola no se haya vendido una sola de la decena de cosechadoras que el gobierno anunció que había vendido? ¿Qué culpa tiene Morales Solá de que los trenes en Argentina sean un arma homicida?”.

Y en esa vereda se ubica para atacar: “Yo creo que el fanatismo empobrece. Ver que Horacio Verbitsky (‘ministro sin cartera’) y Víctor Hugo Morales (relator deportivo devenido en el Bernardo Neustadt del modelo) fueron invitados hoy por la Escuela de Ciencias de la Información de la Universidad Nacional de Córdoba para participar de una jornada por el Día del

PENSAR UN PAIS CON JUSTICIA SOCIAL

Periodista es una muestra de ese fanatismo que embrutece. Una escuela que hizo del espíritu crítico una religión y donde el El Manifiesto Comunista o El Capital eran la Biblia obligada para sus alumnos, exhibe hoy su peor cara académica. Marx se revolcaría en la tumba de enterarse de este protocolar circo criollo”.

Estas acusaciones son tremendamente irrespetuosas. No creo que Verbitsky y Morales necesiten que yo los defienda. Pero como orgulloso egresado de la ECI debo antes que nada recordar que la “Escuelita” fue una de las unidades académicas más castigadas por la represión dictatorial, con decenas de estudiantes y docentes desaparecidos, presos y exiliados. Y no creo que fuera porque su “espíritu crítico” emanara de una lectura “religiosa” o “bíblica” justamente del padre del materialismo dialéctico. La base de conocimientos de historia, sociología, antropología, semiótica, ciencias económicas y políticas -indispensable para construir un “relato” cercano a la verdad- difícilmente se la pueda encontrar en Córdoba en otro lugar que no sea la ECI. Quien tenga la oportunidad de estudiar hoy en sus aulas, podrá luego identificar su trabajo con aquella conciencia crítica o seguir el camino de ciertos egresados que brillan en los medios del establishment porque le son funcionales. Creo que lo que Albera define como “protocolar circo criollo” teñido de “fanatismo” -los actos del 40° Aniversario, en los que participaron centenares de estudiantes- es en realidad la ratificación de una línea histórica de formación académica crítica que probablemente fortalezca la vocación y el compromiso de los futuros comunicadores.

Por eso, mejor dejemos a Marx descansar en paz, vayamos un poco más atrás en la historia y recordemos que el Día del Periodista rinde homenaje al nacimiento de La Gazeta de Buenos Ayres, un periódico creado por un político llamado Mariano Moreno, quien lo concibió con la siguiente finalidad: “El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus representantes, y el honor de éstos se interesa en que todos conozcan la execración con quien miran aquellas reservas y misterios inventados por el poder para cubrir sus delitos. El pueblo no debe contentarse con que sus jefes obren bien, debe aspirar a que nunca puedan obrar mal. Para logro de tan justos deseos ha resulto la Junta que salga a la luz un nuevo periódico semanal con el título de Gazeta de Buenos Ayres”. Y ese objetivo no era para nada incompatible con la militancia. Al contrario, era y sigue siendo un rumbo hacia el que no se puede caminar sin una actitud militante. Hoy, por supuesto que en la conducta de nuestros representantes existen unos cuantos árboles de frutos podridos que un comunicador astuto puede utilizar para tapar el bosque y agitar las generosas y combativas almas de los caceroleros VIP. Los suficientes también para que presuntos ciudadanos informados y comprometidos inunden el Facebook y el Twitter con chicanas y golpes bajos. Pero de un periodista inteligente y honesto se espera que el árbol no le oculte el bosque. Y para ver el bosque atrás del árbol es necesaria por lo menos una mirada histórica y un mínimo de conocimiento matemático como para reconocer proporciones.

“Es triste ver que hay gente, colegas, creer que la causa de muchos males que sufre este país (el de la corrupción visceral, por ejemplo) es culpa de la prensa. Esto demuestra que algo quedó en la opinión pública de toda esta mentira gigantesca y repetida mil veces construida por los Kirchner (el finado y la viuda), en lo que han llamado la ‘batalla cultural’”, escribe Albera. El párrafo está tan plagado de sofismas, que desde el otro bando bien podrían invertirse sus términos para decir: “Es triste ver que hay gente, colegas, creer que la causa de muchos males que sufre esta profesión (el de la corrupción visceral, por ejemplo) es culpa de los Kirchner. Esto demuestra que algo quedó en la opinión pública de toda esta mentira gigantesca y repetida mil veces construida por Clarín (la viuda y el CEO), en lo que han llamado el “periodismo independiente”.

En este sentido, creo que si acompañamos a Albera en su búnker periodístico supuestamente asediado por la artillería política, nos perderemos la posibilidad de contemplar un mundo exterior no tan oscuro, en el que no sólo los periodistas sino gran parte del pueblo argentino está discutiendo a la comunicación y el periodismo como uno de los temas políticos principales de la vida democrática contemporánea. Y así como muchos critican la política comunicacional del Gobierno, cada vez son más los que identifican a los medios de comunicación como actores movidos por intereses económicos y políticos y no como simples “testigos” motivados exclusivamente por una vocación periodística desideologizada. Eso, para los periodistas y para toda la sociedad, es absolutamente saludable y digno de celebrar un 7 de Junio.

* Periodista y docente de la Escuela Popular de Medios Comunitarios del Centro “Miguel Ángel Mozé”.

Fuente: Agencia de Noticias del Círculo Sindical de la Prensa y la Comunicación de Córdoba (Cispren) – www.prensared.com.ar

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