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por Luis Rodeiro / Página
Unidos y organizados
por Luis Rodeiro
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El proyecto nacional, popular y democrático en construcción tiene hoy su nombre propio: se llama kirchnerismo. Estamos convencidos de que para que exista un movimiento político que trascienda, se requiere no sólo de un conjunto de ideas y una voluntad política, sino también de un apasionamiento, un enamoramiento. Es esta mística militante lo que diferencia, precisamente, un movimiento histórico de un artefacto político que vive mientras dura su impulso coyuntural. Paradójicamente, fue la muerte del compañero Kirchner, que lamentamos, que lloramos, la que abrió definitivamente las compuertas –como un último y decisivo aporte suyo a la causa nacional- para que asomara con fuerza un nuevo instrumento de construcción, donde se reúnen los compañeros que fueron fieles a los fundamentos legados por Perón y Evita, junto a una juventud que reescribe con nuevas palabras los anhelos de justicia social, de soberanía política y de independencia económica; los militantes que supieron cribar los sueños de liberación de los setenta y quedarse con esas utopías que nos permiten avanzar paso a paso en ese camino, junto a los luchadores sociales que supieron resistir, a veces con la amargura de duras derrotas, los embates de un neoliberalismo que impuso persecución, asesinatos, conculcación de derechos, exclusión, destrucción de fuentes de trabajo e indignidad social. Un movimiento que surge así de vertientes políticas y sociales diversas, con el peronismo histórico como eje, que converge en un proyecto colectivo.
Este movimiento, que irrumpió en la historia política argentina iniciando un proyecto de cambio profundo y alternativo al paradigma neoliberal, en la actual etapa requiere de unidad y organización.
El mayor desafío que éste afronta es el de defender lo logrado, contar con la fuerza necesaria para profundizar permanentemente la lucha por la igualdad y por sobre todo asegurar su continuidad en el tiempo.
Todos sabemos que en este desafío no estarán todos los que hoy se dicen K. Hay aliados circunstanciales que tienen proyectos propios, cuyas razones pueden ser ideológicas, de ambición o de mero oportunismo.
Sabemos también del apoyo que Cristina ha brindado a la irrupción juvenil, a esta generación que ella llama del Bicentenario, que surgió desde la intemperie a la que
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nos había conducido el modelo neoliberal y cuya resistencia fue creciendo.
Esta generación pasó a ser central en la construcción de un sujeto histórico propio. No sólo por su condición de jóvenes sino también por su potencialidad de desarrollo y por su inserción en todos los ámbitos de la sociedad. Cristina espera de ella que cumpla, además de una tarea de impulso de lo que falta, y junto a los movimientos sociales de base territorial, un rol de contrapeso con respecto a los viejos poderes caudillistas del justicialismo, convencidos de que el movimiento nacional y popular les pertenece por derecho de antigüedad. De su crecimiento, su organización y su autonomía dependerá también que pueda actuar de límite frente a las aspiraciones de posibles sucesores -donde se anotan varios gobernadores- no total y auténticamente identificados con el proyecto nacional, popular y democrático en marcha.
La realidad cordobesa
Estamos en deuda. Desde hace años, en Córdoba, venimos hablando de la extrema necesidad de unir y organizar el kirchnerismo, de transformar la fragmentación en una fuerza coherente que tenga la potencialidad necesaria para ser una alternativa.
Podríamos decir que el kirchnerismo cordobés se debatió, hasta ahora, entre el ser y el no ser. Nadie ignora que los intentos han sido una construcción compleja.
Así como el kirchnerismo claramente significó el rescate histórico de un peronismo que había sido prostituido por la desviación menemista; en Córdoba, la proyección nacional del movimiento popular, chocó contra la larga hegemonía neoliberal, sustentada tanto por el radicalismo como por la desviación delasotista del peronismo.
Es preciso apuntar, porque de alguna manera explica esa larga hegemonía, que el delasotismo, inmerso en el modelo neoliberal, representó un rostro modernizado del mismo. No rompió con el menemismo, sino que lo perfeccionó de una manera más sutil. Allá por 1999, cuando compitió por la gobernación, De la Sota cultivó una imagen de político posmoderno, que -lo dije entonces- tenía algo de José María Aznar, pero también una porción de Felipe González; que era John Major, pero a la vez Tony Blair. Era igual a sus modelos: sonrisa amplia, con remembranzas kennedianas; facilidad de palabra y don de ubicuidad; imagen pulcra pensada desde el objetivo de la cámara televisiva; pragmatismo, escasez de escrúpulos y abandono de las definiciones ideológicas a la hora de construir poder. Todos ellos con un discurso ambiguo, que venía a reemplazar la adustez de Margaret Thatcher y George Bush, impulsores del modelo neoconservador, que las fuerzas de la economía lograron imponer en el mundo.
No fue un improvisado. Llegó al gobierno tras una lectura sagaz de la realidad. En primer lugar, de la fortaleza del radicalismo en esta isla, que a partir del regreso democrático eligió a Eduardo César Angeloz, durante dos períodos, y luego a Ramón Bautista Mestre. Por ello, es bueno recordarlo, reservó para el estricto orden interno los símbolos y la mística del justicialismo, y los reemplazó por otros símbolos y otra mística más universal y más moderna. Como bien recuerda Eduardo Planes, “De la Sota vació de contenido político e ideológico -no digamos revolucionario sino al menos progresista- al peronismo mediterráneo, al conformar Unión por Córdoba, en alianza con la Ucedé, el Partido Demócrata Liberal, el mini-partido de Domingo Cavallo, el partido Recrear de Ricardo López Murphy, ex asesor de Angeloz, y el Partido Demócrata Cristiano, vinculado al Arzobispado”. Supo trabajar sobre las debilidades del oficialismo: la debacle económica-social angelocista y el autoritarismo creciente de Mestre. Para ello forjó una imagen de hombre dispuesto al diálogo, cultor de las formas democráticas, abierto y renovado. Gran actuación que logró borrar aquella otra imagen que lo presentaba como militante del peronismo diestro, cercano a Guardia de Hierro y soldado de Isabel, como lo destacan las diversas biografías que indagaron sobre su pasado.
La segunda lectura fue recostarse bajo las alas seguras de quienes ostentaban y ostentan el poder económico en la Provincia: las grandes empresas, alguna vez familiares -de los Astori, de los Roggio, de los Pagani, de los Urquía, etc.- que convergían en la Fundación Mediterránea. Por eso, antes de llegar a la gobernación, ya había sido reconocido por estos empresarios como el hombre que había abierto las puertas de la política a uno de sus hijos dilectos: Cavallo. De la Sota hablaba de “la modernización del peronismo”, para justificar así su nuevo catecismo neoliberal.
La tercera lectura fue aprehender los cambios que la cultura de la imagen -en el centro de la hegemonía neoliberal- había impuesto en la vida política, que produjo el abandono de la plaza pública como escenario privilegiado de la política y su reemplazo por el sofá del living. Invirtió a futuro e hizo su asesor a José Eduardo Cavalcanti, más conocido como “Duda” Mendonça, que como el Gründing era caro, pero el mejor especialista en campañas electorales. Cavalcanti había asesorado al brasileño Fernando Henrique Cardozo en su llegada a la presidencia.

Unidos y organizados

Una nueva derecha
De La Sota representó así a una nueva derecha, ésa que -a pesar de repetir viejas ideas- se presentaba a la sociedad con un lifting engañoso. Lo escribí en la revista La Intemperie, en julio de 2004 y lo tomó Carta Abierta en su segunda carta: De la Sota, parado sobre el pasado combativo cordobés, tuvo la habilidad de crear la sensación de que todo sucede como si fuera una cosa, pero es otra. Como si su política fuera progresista, pero es retardataria; como si fuera liberal, pero es autoritaria; como si fuera popular, pero es elitista; como si fuera participativa, pero es verticalista; como si fuera peronista –en su versión original-, pero es el más acabado modelo neoliberal. No es poco.
Desde ese contexto pregonó la necesidad de un “nuevo contrato social”, que no era sino la copia del concepto utilizado por los socialdemócratas pregoneros de la mentirosa “tercera vía”, especialmente en Europa, y por los neoconservadores asustados por las consecuencias de las políticas de mercado y las posibilidades de gobernabilidad de las sociedades con altos grados de exclusión social. Promete así la rebaja del 30 por ciento de los impuestos, medida demagógica que entusiasma a sectores medios, sin entender que como contrapartida se rebajaba la inversión pública. Así figuraba en los manuales. La otra idea fuerza con la que arribaba, inspirada en las mismas fuentes, era lo que Guidens definía como un “Estado sin enemigos”. Se trataba de uno de los objetivos prioritarios planteados por De la Sota, imbuido de la concepción de democracia de mercado, donde los receptores de la política del gobierno debían ser clientes, más que ciudadanos.
El Estado sin enemigos significó -con las recetas del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo- la tercerización de los servicios. Empezaron por la salud. La privatización del Banco Provincial y de EPEC asomaban como metas deseables, pero fue imposible. En la concepción del delasotismo, éste era el proyecto que la gente había comprado en el mercado electoral y ellos eran los encargados de llevarlo adelante, en tanto que los ciudadanos devenidos en clientes no tenían otro papel que recibir los “beneficios”. No había lugar para la política, que era causa de “enfrentamientos”. Lo saludable era la gestión, porque, como lo explican sus teóricos, era el camino para crear un mundo “más allá de las izquierdas y las derechas”, sin confrontaciones ni antagonismos, liberándonos de las ataduras ideológicas. La consigna de “Paz y Administración”, del entorchado general Roca, volvió a tener vigencia en tierras cordobesas.
El proyecto cordobés -que se renueva y prolonga en el “cordobesismo” actual- fue y es el intento quizá más sólido de pertenencia al modelo neoliberal. Heredero de la teoría del fin de las ideologías, considera que las nuevas formas del capitalismo financiero son un hecho natural que tiene leyes inexorables y que la única posibilidad es su acatamiento. La función del Estado, reducido a su mínima expresión, es asegurar el desarrollo de los intereses
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de los grupos más concentrados, merced al control de los ciudadanos, la exclusión social y la represión si fuere necesario, incluyendo la judicialización de la protesta. Todo lo que Néstor Kirchner vino a señalar y a dar vuelta como un guante.
En ese afán de simulación, De la Sota llegó a calificar su gestión anterior como revolucionaria; extraña manera de llamar al Orden Conservador que supo construir, con sólidos cimientos. Orden que incluye una concentración vertical del poder político, tanto del gobierno como del Partido (Planes recuerda que “lo primero que hizo cuando se alzó con el triunfo en la interna peronista allá en la década del 80 y pico, fue reformar la Carta Orgánica, de modo que lo atomizó. La división en circuitos y subcircuitos, hace que sea prácticamente imposible conformar listas alternativas al oficialismo”). La reforma política convirtió a la legislatura en un órgano del poder ejecutivo. La sociedad de las manos de yeso no es propiedad exclusiva del delasotismo, pero la habilidad de De la Sota fue hacerla constitucional, incluso con un plebiscito previo donde los cordobeses debían decidir lo obvio. Marketing profuso mediante, la reforma que restringía el papel de la oposición a un grito de protesta en alguna comisión o un pedido de informe que difícilmente se responderá, fue presentada también como una revolución que profundizaba y perfeccionaba el funcionamiento democrático de las instituciones.
Con el Poder Judicial, el proceso fue distinto. Aun con limitaciones, instaló el Consejo de la Magistratura, una opción interesante para la elección de los jueces. Pero en un momento tuvo un desliz monárquico: lo suspendió y creó una Comisión Asesora, que hizo designaciones sospechadas. Luego lo restituyó, estableciendo una suerte de pacto virtual de no agresión. La Fiscalía Anticorrupción fue barrida de un plumazo, cuando intentaba concluir algunas investigaciones para ser llevadas ante la Justicia.
El modelo “cordobesista” de largo aliento, que incluye dos períodos de De la Sota, uno de Juan Schiaretti y ahora un nuevo mandato de su creador, ha mantenido una sólida fidelidad al discurso de la Fundación Mediterránea, como centro de producción ideológica. En lo económico, tras conseguir el funcionamiento pleno de ley de flexibilización laboral -otra perlita heredada del menemismo–, la consigna fue: “Córdoba mejora cualquier oferta”. Así se logró la radicación de empresas, a las que se les concedió inimaginables prebendas que procedían del dinero público: desde infraestructura hasta la liberación escandalosa de impuestos. Se llevó a cabo una reconversión del perfil industrial, transformando la tradición metalmecánica que nos caracterizó durante décadas, por empresas de telecomunicaciones monopólicas, informática y servicios.
Durante todos estos años, al contrario de lo que aconteció a nivel nacional, el endeudamiento externo se convirtió en el eje central de la burbuja económica cordobesa, con la consecuencia directa de una política de ajuste permanente contra los docentes y los trabajadores del Estado, en ocasiones con la complicidad de algunos dirigentes sindicales que pasaron a formar parte del poder político.
Tras la rebelión desestabilizadora de los patrones del campo, el “cordobesismo” profundizó su alianza con los poderosos intereses sojeros, ofreciendo la complicidad del Estado para su expansión sin límites, con el despojo de las tierras de miles y miles de campesinos y con daños irrecuperables en las personas y en el ambiente. La escandalosa marcha atrás en la sanción de la Ley de Bosques, acordada con las organizaciones ambientalistas, fue harto elocuente. Se trata de la misma política que se sigue en materia de recursos naturales, como la explotación de recursos mineros, que las organizaciones populares y los movimientos sociales enfrentan desde hace tiempo.
Don Salvador Treber, hace ya mucho tiempo, advirtió que en materia de finanzas, el modelo cordobés ha sido ducho en retocar en forma permanente y acomodar los números, como si de esta forma se resolvieran los problemas: “Es tanta la basura que se ha escondido debajo de la alfombra, que ya ni siquiera así se pueden ocultar las continuas transgresiones. Se está formando una ‘bola de nieve’ que en algún momento será imparable”. Nada ha cambiado desde entonces.
El modelo cordobés se planteó como una prioridad el tema de la “seguridad”, según la visión clasista que impulsó el falso ingeniero Juan Carlos Blumberg, la cual incluye la persecución de la pobreza, la construcción de “guetos” en la periferia destinados a hombres y mujeres carenciados, y la judicialización de la protesta y su represión virulenta. De aquellos tiempos tenemos vigente un Código de Faltas que se ensaña contra los jóvenes humildes o las trabajadoras sexuales, a través de figuras como el “merodeo” o la “prostitución escandalosa”.
La memoria dice que fue el mismo De la Sota quien organizó un “contra-acto”, cuando el Presidente Kirchner convirtió el centro de torturas de la ESMA en un espacio de reflexión y de vida, el 24 de marzo de 2004. Allí, en ese contra-acto, expresó sus convicciones sobre la política de derechos humanos, que están en las antípodas del kirchnerismo. “Yo he sido torturado, preso político y siempre le pedí a Dios que no me dejara tener resentimientos, porque creo que el ‘nunca más’ lo tenemos que construir con memoria, pero con toda la memoria y no con una parte”, sostuvo -como bien escribió Alexis Oliva- un resentido De la Sota, en franca adhesión a la hasta entonces oficial teoría de los dos demonios. Fue allí cuando afirmó con soberbia que “las madres -sí, las históricas madres de la verdad y de la justicia- deberían haber cuidado mejor a sus hijos”, emulando -dice Oliva- a aquella terrible frase publicitaria de la dictadura: “¿Usted sabe dónde están sus hijos?”.
Esta es la realidad, y es aquí donde es preciso construir el kirchnerismo. Sabemos que la política es suma, que es búsqueda de consenso, que requiere alianzas para caminar aunque sea hasta la esquina, y que en algunos casos es la materialización de lo que suele llamarse “tragar sapos”. Decía el General que en las tareas de construcción había que estar dispuesto a utilizar “ladrillos de mierda”. Pero esa es, en todo caso, una responsabilidad de la conducción. Desde la militancia, la responsabilidad es ofrecer los mejores ladrillos, más allá de que por nuestras limitaciones o incoherencias se tengan que usar inclusive los ladrillos de mierda. Por eso, tanto los compañeros que creen que a esa construcción del kirchnerismo todavía es posible construirla fronteras adentro del Partido Justicialista, de lo que me confieso muy escéptico, como los que plantean una unidad y una organización autónoma, a través del fortalecimiento del Partido de la Victoria, no pueden ignorar el significado del delasotismo y cómo su sombra se proyecta hacia el interior de la construcción del kirchnerismo, promoviendo en muchos dirigentes una imposible doble lealtad.