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por Luis Rodeiro e Ignacio Velez / Página

La experiencia Obregón Cano – Atilio López sigue viva

Con motivo del Premio José Aricó que la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, cuyo primer destinatario fue el doctor Ricardo Obregón Cano, ex gobernador de la provincia de Córdoba, entre los diversos homenajes se publicó un libro –Córdoba 1973 - Escritos para Ricardo Obregón Cano-, donde se reunieron distintos testimonios y análisis que hacen referencia a aquella etapa histórica, que proyecta su riqueza hacia la realidad del movimiento nacional, popular y democrático actual, en especial al peronismo. El Avión Negro publicó recientemente el trabajo del compañero Eduardo Sota y hoy ofrece a sus lectores, en forma textual, el artículo firmado por los compañeros Luis Rodeiro e Ignacio Vélez en dicho libro, que invita a la reflexión y a la polémica.

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por Luis Rodeiro e Ignacio

Vélez

La actitud abierta hacia la historia suele poner justicia hacia personajes y hechos que los avatares políticos, ideológicos, culturales, en su momento, velaron su realidad. Es muy posible que en 1974, incluso en los años inmediatos posteriores, a pesar de la defensa activa del gobierno popular cordobés ante el golpe policial del nefasto personaje conocido como Teniente Coronel Antonio Navarro, no hubiéramos participado de un homenaje –necesario y justo− al ex gobernador Ricardo Obregón Cano. Hoy pensamos que este hombre del movimiento nacional y popular, tuvo méritos suficientes para ser homenajeado por lo que representó y por las limitaciones que la particular coyuntura política le impuso.

Entre 1970 y 1973, desde la cárcel de la dictadura militar que nos había interrumpido la militancia activa, habíamos vivido un proceso político singular. Previamente, la lucha de resistencia iniciada en 1966 contra el onganiato, nos había llevado, empujados por los vientos de la época, a la convicción que el camino de una auténtica liberación pasaba fundamentalmente por la asunción (o reasunción para algunos) del peronismo como sujeto político del cambio revolucionario y a la lucha armada como

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única vía posible para la toma del poder y la construcción del socialismo.

Fuimos, junto a otros compañeros, los primeros presos montoneros, como Emilio Masa, Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus fueron sus primeros muertos. Por distintos caminos, con los textos de John William Cooke y Regis Debray como catecismos, veníamos de transitar una militancia centrada en la lucha contra una burocracia política y gremial enquistada en el movimiento peronista y un esfuerzo denodado de construcción de una organización política y militar.

En la cárcel vivimos –con las limitaciones del caso− la conversión de aquellos hechos originarios de Montoneros, inscriptos en la teoría de la revolución cubana sobre que bastaba la decisión de un pequeño grupo de combatientes para encausar las condiciones subjetivas revolucionarias preexistentes en el pueblo, en un fenómeno popular creciente, con una gran y dinámica participación juvenil.

En el transcurrir de ese tiempo preciso, advertíamos contradicciones en Montoneros que para nosotros se tornaban insuperables. Por un lado, el militarismo de la organización, que subordinaba la política al foquismo. Por otro, la asunción de un peronismo edulcorado que en la práctica negaba sus contradicciones internas. Solíamos decir que el peronismo era un punto de partida, para un proceso que debía desembocar en el socialismo: pero jamás un punto de llegada. Dentro de esta contradicción, no entendíamos, por ejemplo, los pedidos de la organización para que los presos recibiéramos la visita de Paladino, entonces delegado de Perón, pero para nosotros un burócrata que más temprano que tarde traicionaría al líder y a una salida revolucionaria. O bien, los comunicados montoneros que se leían en los actos de Julio Antún, para nosotros un arquetipo de la derecha peronista más reaccionaria.

La consecuencia fue nuestra separación de la organización, cuyos argumentos se condensaron en un texto que quedó identificado como el Documento Verde, que tiempo después fue adoptado por la columna Sabino Navarro, donde planteábamos fundamentalmente –con una mala lectura de la realidad− el desarrollo de una alternativa propia de la clase obrera y el pueblo y una acertada convicción de primacía de la política sobre lo militar.

Todo este preámbulo viene a cuento, porque cuando recuperamos la libertad, con la amnistía decretada por el Presidente Cámpora el 26 de mayo de 1973, demorada por los obstáculos que ponía un alcohólico General Galtieri, jefe militar de la zona sur, nos encontramos en vivo y en directo con la potencia de la primavera camporista, asentada sobre el “fenómeno popular” en torno a Montoneros, que superaba con creces a la propia organización y que no habíamos advertido desde la cárcel su verdadera dimensión.

El día 29 llegamos a Córdoba, pasando de la Terminal de Ómnibus −en forma directa− al acto conmemorativo del Cordobazo donde en el palco se abrazaban el Negro Atilio, con el Gringo Tosco y el Presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós. La sensación, a días de haber sido liberados, era de asombro y por cierto de entusiasmo. No recuerdo, en verdad, si estaba Obregón Cano. En el libro de Mario Lavroff sobre Atilio López, figura como uno de los oradores. De todas maneras, aun ausente, estaba sin duda allí, inequívocamente presente.

Sin duda la fórmula Obregón Cano-Atilio López, era la mejor síntesis política de las luchas populares, donde la particularidad del movimiento obrero cordobés antes, durante y después del “Cordobazo” era un eje fundamental, que se sumaba políticamente al triunfo categórico en la interna, sobre la derecha del movimiento. Como síntesis, quizá desprolija y espontánea, resultaba un hecho verdaderamente sorprendente. Por cierto, sin conciencia plena de que aquella derecha, había quedado herida y con poder de daño, especialmente potenciada por el apoyo indisimulado de Perón. La fórmula Obregón Cano-Atilio López, se inscribía así en la línea de una corriente

del peronismo quizá inmadura y adelantada para la potencialidad de la época, pero única con posibilidades de encarnar aquel carácter histórico del peronismo de ser “el hecho maldito del país burgués” que reivindicaba Cooke.

Montoneros, que finalmente había optado y trabajado por la fórmula Obregón Cano-López, sin duda, tenía su lugar en el nuevo poder provincial pero, contrario a lo que la propia organización suponía, limitado. Ni Obregón, en ese momento histórico de su gobierno, ni Atilio, con sus aliados gremiales del peronismo combativo y los no peronistas, participaban de una visión militarista que se imponía por sobre la construcción política. El gobierno de Obregón tenía una intención integradora de los sectores progresistas de Córdoba, incluso con una amplitud demasiado generosa que incluyó a personajes que –ante el embate de la derecha− terminarían traicionándolo. Obregón se esforzaba por un equilibrio necesario, acorde a la coyuntura.

Empero, el gobierno que se asentaba sobre una fuerte impronta democrática, sufría los embates no sólo de la derecha, sino también de la concepción militarista y soberbia de la conducción montonera, que participaba del gobierno sólo como un tránsito hacia una eventual etapa superior revolucionaria. Desde la ambigüedad y el fundamentalismo armado, sus errores políticos coadyuvaron a la determinación del gobierno nacional de acabar con la experiencia de lo que genéricamente podemos identificar como los gobiernos de la Tendencia.

Dos ejemplos. El primero (no por orden de importancia) fue la exigencia de que se les concediera la dirección de una fundación que poseía importantes hectáreas en las sierras cordobesas, que pretendían erigir en un centro de adiestramiento militar. El segundo fue la postulación del Teniente Coronel (RE) Antonio Navarro como jefe de la Policía, el mismo personaje que protagonizara el motín policial contra el gobierno popular de Córdoba. Dicen que su candidato era otro, pero el elegido es fruto de una negociación por lo menos turbia.

Según Mario Lavroff, funcionario del gobierno e integrante del grupo íntimo de Atilio López, cuenta que hasta el Inspector General José Cuello de la Policía Provincial, advirtió sin éxito que los numerosos antecedentes de Navarro, lo hacían un candidato no confiable1. Desde la conducción montonera local, según el testimonio de uno de sus jefes, en una explicación bastante confusa, reconoce la relación política de la organización con la Logia ANAHEL, cuyo referente era el ex juez Julio Cesar Urien y de la que habría participado en algún momento el mismísimo José López Rega. De acuerdo con este testimonio, la relación había comenzado con la organización de un levantamiento militar, encabezado por el hijo de Urién, teniente en la ESMA, con ramificaciones en Córdoba, en oportunidad del regreso de Perón, durante la dictadura de Lanusse. El testimonio, planteado desde la soberbia y el delirio militarista, es más que elocuente: “El plan era obtener armas para entregar a militantes, que nosotros, la organización Montoneros, designaríamos en distintos barrios. La idea era hacer una especie de autodefensa y generar un movimiento cívico militar que obligara a Lanusse a aceptar el ingreso de Perón”. Y, concluye, categórico: “una estrategia simple”2 .

El contacto en Córdoba era el teniente coronel Pérez Arceno y participaban, entre otros miembros de la Logia, Navarro, Chiappe, Amiratti. Del testimonio se deduce que Navarro los atraía porque era el jefe de la policía militar, con asiento en La Calera, con mando de mil hombres, por lo tanto dice entusiasmado “tenía mil fusiles y otras tantas armas cortas a su alcance”.

Es así que como jefe montonero “fui incorporado como parte del estado mayor”, afirma. De ese estado mayor, sale la fatídica postulación de Antonio Navarro, como jefe de policía de Córdoba.

Desde esta realidad, de las acechanzas de la derecha –con base política en el peronismo de Antún, y con base gremial encabezada por Simó, Bárcena, Setembri-

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no y Labat, entre otros− soliviantada por López Rega y el propio Perón, por un lado; y el delirio de la concepción militarista de Montoneros, por otro; el corto gobierno de Obregón Cano y Atilio López, a pesar de ello, fue un intento válido de transformación democrática.

Un símbolo de esta incomprensión de los Montoneros por la política y por el fenómeno político que habían generado, que les daba una gran potencialidad, fue la actitud de la organización con una de las principales espadas políticas del gobierno de Obregón Cano-López en la Legislatura. Me refiero al entonces diputado provincial y jefe del bloque, Héctor Bruno, que había sido propuesto por la organización para el cargo y que una disidencia política motivó su enjuiciamiento sumario y la condena a abandonar el país en 48 horas. Bruno tuvo un papel descollante en el debate por la dignidad de los educadores de colegios privados, que provocó la ira de los sectores clericales y que junto a las políticas por asegurar el abastecimiento de carne y la defensa de un servicio de transporte que tocaba los intereses de los empresarios privados.

Como solía repetir Atilio, en las reuniones de amigos, los muchachos parecían “elefantes en un bazar”.

De alguna manera, esa fórmula Obregón Cano-López –que no se puede separar para el análisis− en el corto período de gobierno, fue un intento adelantado de un peronismo transformador, que chocó con los designios de aniquilamiento de la derecha y con la incomprensión política y las “urgencias” revolucionarias no sólo de Montoneros, sino de nuestra propia organización que –si bien privilegiaba la organización desde las bases como tarea del momento− quedaba enredada en un planteo principista y clasista de alternativa independiente de la clase obrera.

A ese gobierno frustrado, rindo sí un homenaje. Posteriormente, Obregón Cano se acercó –fundamentalmente en el exilio− como colaborador destacado de la organización Montoneros, sin poder de decisión política, pero esto es harina de otro costal y más allá de cualquier juicio, no borra ese papel que tratamos de rescatar, desde lo nacional, lo popular y lo democrático.

En esos gobiernos –como los de Obregón, Bidegain, Martínez Baca, Cepernic, Ragone− es donde se inspiró Néstor Kirchner para reconstruir la izquierda peronista, que es el único peronismo no aceptado por los grandes intereses. Como escribió

Cuadro de honor del golpista Navarro en el tercer piso dela Jefatura de Policia de Cordoba (foto Cba24N).

alguna vez de forma visionaria, Nicolás Casullo: “En su rostro anguloso, en su aire desorientado como si hubiere olvidado algo en la mesa del bar, Kirchner busca resucitar esa izquierda sobre la castigada piel de un peronismo casi concluido después del saqueo ideológico, cultural y ético menemista (…). Por eso un Néstor Kirchner patagónico, atildado en su impermeable, con algo de abogado recién casado con la más linda del pueblo, debe lidiar con la peor (que no es ella, inteligente, dura, a veces simpática) sino recomponer, actualizar y modernizar el recuerdo de un protagonismo de la izquierda peronista que en los 70 se llenó de calles, revoluciones, fe en el general, pero también de violencia, sangre, pólvora, desatinos y muertes a raudales, y de la cual el propio justicialismo en todas sus instancias hegemónicas desde el 76 en adelante, renegó, olvidó y dijo no conocer en los careos historiográficos (…) Lo de Kirchner tiene el signo de la nobleza, del respeto a una generación vilipendiada con el mote de puro guerrillerismo”.

1 Lavroff, Mario C., Atilio López, sus luchas, su vigencia, edición del autor, 1996. 2 Ver Chaves, Gonzalo y Lewinger, Jorge, Los del 73, Campana de Palo, Buenos Aires, 1999

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