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V. RIESGO
artificial en la medicina meliorativa que en la literatura bioética propone emplear la biotecnología para mejorar el nivel moral de la conducta humana. la superación intelectual de la máquina hasta llegar al transhumanismo – Bostrom– y a la singularidad –Kurzweil–.
4. Críticos de la globalización neoliberal han resaltado la indiferencia social y la insensibilidad moral de los arquitectos que concentran el poder económico y lo orientan hacia un circuito cerrado de autopoiesis social cuyos componentes son producción y consumo –Humberto Maturana (1928-), Francisco Varela (1946—2001), Niklas Luhmann (1927-1998).
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Las relaciones humanas están amenazadas de despersonalización, intermediadas por interposición de la técnica y el predominio de los vínculos mercantiles entre ofertante y consumidor, un proceso especialmente notorio en la medicina que recibe el nombre de medicina deshumanizada. Es tiempo de atender a la ética del reconocimiento propuesta por Hegel y puesta en vigencia por el Director de la Escuela de Frankfurt Axel Honneth (1949), incorporándola al pensamiento bioético consciente que la relacionalidad es un rasgo antropológico trascendental del ser humano según destacan la ética dialógica de Martin Buber y la ética relacional de Emmanuel Lévinas).
Salvo excepciones, la mayoría de los nombrados no forman parte del acervo cultural de la bioética, con la notable excepción de Hans Jonas y Jürgen Habermas cuyos escritos tardíos tenían por objetivo intervenir en el debate bioético. Interesante asimismo es que casi todos estos pensadores son de edad o han muerto, haciendo temer que sus inquietudes, muy vigentes, no se cultivan en el centro de la bioética contemporánea. Desde el interior de la bioética nace un meliorismo moral a lograr por medios biotécnicos –Savulescu, Perssons–.
a) Sociedad de riesgo
Niklas Luhmann había presentado la diferencia entre riesgo causado por actividad humana, y peligro como una amenaza de la naturaleza o de vida no humana. En su acepción tradicional, el riesgo es calculable según la fórmula que multiplica impacto o gravedad del evento por la probabilidad que ocurra, de manera que mientras más deletéreo el efecto y más probable que ocurra, tanto mayor es el riesgo. Riesgo = Magnitud del efecto x Probabilidad de ocurrencia.
“El cambio de la lógica de redistribución de riquezas en la sociedad de escasez, a la lógica de la distribución de riesgo en la modernidad desarrolladas” con que Beck inicia su estudio sobre la sociedad de riesgo, necesita ser readecuado desde y para el hemisferio Sur y los enclaves de pobreza en el Norte, donde la desigualdad económica sigue vigente y determina una polaridad entre pudientes y desposeídos, que a su vez es instrumental en una distribución inequitativa y sesgada de riesgos. Beck también habla de la transición de una sociedad industrial a una sociedad moderna, relevando que la globalización hiperactiva es fuente de riesgos difusos, inasibles y por ende imprevisibles.
En el discurso de riesgos, de la sociedad de riesgo descrita por U. Beck, aparecen macroprocesos –calentamiento global, cambio climático, amenazas humanas de guerra, terrorismo, dictaduras autoritarias, pandemias– cuya anticipación es incierta y frente a los cuales el mundo es paralogizado por incompetencia, como dramáticamente lo demuestra la pandemia actual COVID-19. Bauman califica
la insensibilidad ética de la sociedad como “adiaforización “de la conciencia: las personas pierden parte de su sensibilidad y se niegan a aplicar la perspectiva ética a otras personas”.24 Un fenómeno que más coloquialmente se denomina NIMBY (not in my back yard), comparable a la infausta frase de Luis XV “Después de mí el diluvio”. Los llamados a la solidaridad se estrellan contra realidades insensibles o determinadas por jerarquías de poder.
Los intentos de construir solidaridad basada en la supuesta armonía e integridad ignoran las relaciones de poder que siempre han existido entre los miembros basadas en criterios de lugar, clase, género, sexualidad y edad (es decir, sus ya existentes ‘comunidades’, y el modo como estas relaciones cambian a través del tiempo y el espacio.25
Al elaborar su tesis de la modernidad líquida, Bauman señala que las sólidas estructuras de la modernidad se precipitan en vaguedades, desconciertos, variabilidad e imprevisibilidad que se vuelven elementos constitutivos del concepto de riesgo empotrado en incertidumbre e inseguridad. El riesgo se vuelve incalculable e impredecible, impulsado por la proliferación de desprotecciones, vale decir, sabemos con certeza que no hay institución social ni política que nos pueda proteger de estos riesgos que se vuelven amenazas no localizables ni prevenibles, comportándose como peligros de segundo orden: los riesgos producidos por actividad humana se vuelven indomables y se convierten en peligros.
Uno de los mayores riesgos descritos por Bauman es la autonomía que deja en manos del individuo la gestión de su vida, lo desvincula de instituciones, autoridades y relaciones; un individuo autónomo pero anómico, desprovisto de otros vínculos sociales que los utilitarios de un sociedad mercantil. La mayor autonomía se gana a costa de menor seguridad y un aumento de los riesgos cotidianos. Desde que permea la sociedad, el riesgo también ha tomado protagonismo en la epidemiología:
Mientras las ‘antiguas’ estrategias de salud pública se enfocaban principalmente en temas de higiene pública –aseo de calles, regulación de la industria, sanitación y provision de agua–, la nueva salud pública ha dirigido sus atenciones hacia la conducta y la apariencia del cuerpo individual.26
Los estudios epidemiológicos acumulan datos a nivel poblacional, para determinar qué riesgos de enfermedad son endémicos y sólo podrán ser reducidos con modificaciones estructurales. En lenguaje más profano, es sabido que las poblaciones consideradas “vulnerables”, es decir, que ya tienen algún factor de desmedro provocado por las así llamadas “determinantes socio-económicas” –pobreza, asentamiento en lugares insalubres, expuestos a catástrofes telúricas, hacinamiento, desempleo, subalternidad a poder feudales o neocoloniales–. Estas poblaciones viven la precariedad de reducidas defensas naturales y la mayor susceptibilidad a agentes y situaciones patogénicas. En condiciones de una globalización neoliberal renuente a un Estado fuerte capaz de cumplir las tareas sociales que le corresponden, es improbable que la epidemiología de riesgos logre movilizar acciones públicas que mitiguen la precariedad poblacional detectada. Se frustra así la motivación de la salud pública para emprender acciones que prevengan enfermedades y promuevan salud.
La respuesta a la disparidad entre la expansiva detección de riesgos y la falta de competencias o voluntad política para mitigarlos ha dado nacimiento a la medicina preventivista que traslada las tareas de la salud pública al individuo en riesgo en tanto es miembro y partícipe de un riesgo poblacional. Guiado por su médico, la persona es conminada a llevar un estilo
de vida sano, evitar conductas riesgosas, someterse a controles periódicos premunidos de una utilería diagnóstica cada vez más indagadora, una pérdida de los límites entre normal, predispuesto, pre-mórbido o inicialmente enfermo. Este traspaso de la salud púbica preventiva al consultorio médico y a la relación médicopaciente significó la medicalización y la mercantilización de la medicina, así como la responsabilidad del individuo por cultivar acciones personales de prevención incluso frente a riesgos medioambientales que están más allá de influencias personales. Esta “nueva salud pública” es un producto neoliberal que incita al consumo de salud, golpeando una vez más a los millones de seres despojados que bregan por su existencia sin opciones de modificar su forma de vida, seleccionar alimentos saludables o programas de ejercicios vigorizantes, pues están ocupados reponiendo fuerzas para el trabajo del día siguiente, según ya señalara Karl Marx.
En el proceso de medicalización la medicina clínica amplia su espectro de servicios terapéuticos “in-corporando” nuevos conceptos diagnósticos –prediabetes–, esquemas conductuales incorporados a la nosología –déficit atencional del niño, del adulto–, predisposiciones moleculares –genes, enzimas–. La medicalización se acompaña y es impulsada por la mercantilización de la medicina con todas sus consecuencias de inequidad de acceso, procesos sociales que han sido estudiados acuciosamente por pensadores como Illich, Foucault, Conrad y otros. Estos procesos extreman el discurso de la medicina preventiva transforman la salud pública en una gestión de carácter individual, inaugurando la “Nueva Salud Pública”, cargada de un enorme sesgo discriminatorio según la ley inversa de cuidados “tiende a haber menos cuidados de salud para quienes más los necesitan, y más cuidados para los menos necesitados”, y la ley inversa de beneficios: “La relación de beneficios terapéuticos/daños tiende a deteriorar cuando las decisiones clínicas que limitan el número de pacientes en tratamiento queda subordinado a presiones del mercado”.27
Medicalización y medicina preventiva promueven la sumisión del ciudadano a la autoritaria voz del experto, sensibilizándolo a los riesgos que lo acechan y al miedo de caer en horrorosas enfermedades –cáncer, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, claudicaciones cardiovasculares–, a menos que se adapte a un ritmo de vida saludable y haga uso de las ofertas de controles médicos regulares, las terapias preventivas, avivando la desazón por no haber hecho lo suficiente para anidar en ese limbo médico que es el “paciente sano”.
La búsqueda de salud mediante trabajo sobre el cuerpo se ha vuelto un medio crucial para que el individuo pueda expresar públicamente virtudes como el auto-control, la auto-disciplina, el auto-sacrificio y la voluntad –en suma, aquellas cualidades consideradas importantes para ser un ser humano ´normal´y ‘sano’.28
El riesgo se ha vuelto una vivencia omnipresente y a diferentes niveles, desde los riesgos planetarios de conflictos bélicos latentes, terrorismo, cambios climáticos con aceleración de catástrofes naturales, hasta los riesgos socio-económicos de desempleo, merma de ingresos, pensiones insuficientes, pérdida de provisión estatal de educación, salud y previsión. A ello se agrega la medicina preventiva que ha reemplazado el capital social por el empoderamiento individual para enfrentar una creciente y alarmante proclamación de riesgos sanitarios ahora sumidos en la inequidad de ser negociados a través del mercado y de tornarse probables más que meramente posibles.
La epidemiología contemporánea prefiere hablar de riesgos que no de miedos, una actitud eufemística que es contradicha por los medios de comunicación. Los riesgos se tornan difíciles de identificar e imposibles de controlar, dejan de ser vivencias subjetivas