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VI. MIEDO

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BIBLIOGRAFÍA

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de amenazas que ahora se sumergen en la cultura del miedo: “Una creciente obsesión con riesgos es uno de los rasgos más notorios de la cultura del miedo”.29 “Con el aumento de la perspectiva de miedo, la significación de riesgo ha quedado subyugada a la narrativa de miedo” (Ibid. p.153).

a) Cultura del miedo30 La distinción entre miedo y temor es sutil pero real. El temor es una presunción de que algo va andar mal no siempre en relación al temeroso, pues es posible sentir temor por el posible fracaso o daño que pueda afectar a otro. El miedo es una emoción que se refiere a un posible daño concreto que afecte al miedoso, habiendo sido estudiado desde la psicología y, muy recientemente, abordado por la sociología.

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La vivencia de miedo nace de incertidumbres sobre el origen de fenómenos naturales y la invocación a las divinidades pidiendo protección, como también las incógnitas relacionadas con la muerte y un posible más allá, solicitando gracia y buenaventura. La incertidumbre y la posibilidad de un destino infernal o divino vincula miedo con moral, aunque la escatología ha ido perdiendo importancia con la secularización de la modernidad. Zygmund Bauman, el sociólogo especializado en licuar la modernidad, la vida, el amor y la maldad, sostiene que el miedo nos permea a medida que la maldad se licúa, es decir, pierde sus contornos, se infiltra por doquier y desencadena un miedo persistente, ya no frente a amenazas extraterrenales o naturales, sino a actos de agresión y terror provocados por los seres humanos. Así se explica el miedo. ante guerras, agresiones atómicas y, más recientemente, a catástrofes medioambientales generadas por expoliación y polución de recursos naturales finitos. Los sorpresivos ataques terroristas son, por su parte, fuente de miedo al hacer blanco en la vida cotidiana, las bombas en calles, restaurantes y lugares de comunión cultural, a las cuales todos estamos expuestos.

El mal aguarda emboscado en los incontables agujeros negros de un espacio social desregulado a conciencia, en el que la competencia a cara de perro y el distanciamiento mutuo ha sustituido a la cooperación y a la solidaridad, mientras la individuación irresistible erosiona el poder aglutinante de los lazos humanos.31 En una sociedad moderna ‘normal’ , la vulnerabilidad e inseguridad de la existencia, así como la necesidad de vivir y actuar bajo condiciones de aguda e irremediable incertidumbre, vienen selladas a la caprichosa y endémica imprevisibilidad de las fuerzas del mercado. (Ibid. p. 105).

La vida urbana es un avispero de ansiedad, polución ambiental, tensiones sociales, obstáculos a la prosecución fluida de gestiones y movilización, provocando el riesgo urbano que Foucault ha denominado “miedo a la ciudad”.32

El miedo permea el diario vivir, dado que todas las seguridades que los individuos se van granjeando, o que les concede el estado protector, están cuestionadas y amenazadas: estabilidad laboral, ahorro para el futuro, educación de los hijos o apoyo a dependientes enfermos o ancianos, medicina accesible, pensiones suficientes para llevar una vejez sin sobresaltos, se derrumban con facilidad asombrosa, cayendo al vacío por falta de una red social protectora.

Hans Jonas propone una heurística del miedo que nos ayude a reconocer y entender las amenazas que se ciernen sobre lo humano desde sus exacerbados afanes tecnocientíficos. No es difícil reconocer el mal que no deseamos, antes de saber lo que sí deseamos: la filosofía moral debe consultar nuestros miedos antes que nuestros deseos, para así entender lo que realmente apreciamos.33

La heurística del miedo no es la última palabra en la búsqueda del bien, pero es una primera palabras utilísima en tanto sea empleada con cautela y parsimonia.

En una “cultura del miedo” somos insistentemente bombardeados por los mercaderes del miedo, entre los que destacan los medios de comunicación y los emprendimientos que avivan el miedo a objeto de vender productos aliviadores en forma de seguros, inversiones rentables, contratos de servicios.

Una reciente entrevista al comprometido intelectual Noam Chomsky, lo muestra como portador de miedo, cuando hace “confluir” la amenaza de guerra nuclear que ha ido decreciendo, con la pandemia del coronavirus como un componente de miedo en plena explosión.

el presente representa un “punto de confluencia de distintas crisis muy graves”, entre las que se incluyen una amenaza de guerra nuclear, cambio climático, la pandemia del coronavirus, una gran depresión económica y una contraofensiva racista que tiene como epicentro a los Estados Unidos. (Página 12 del 30 de Agosto 2020).

Chomsky desarrolla una heurística del miedo cuyo resultado es aumentarlo con la presentación de situaciones críticas sobre las cuales el lector o auditor no tiene influencia alguna ni imagina que alguien la tenga y ejerza. Es la actitud deprimente de un fearmonger –un mercader del miedo–, si bien él de seguro lo negaría.

b) Miedo Bioético La pandemia COVID-19 desencadena una desazón generalizada al mostrar al desnudo la conjunción y mutua exacerbación de miedos sanitarios y existenciales. Las políticas sanitarias dejan visible el conflicto entre atender la crisis sanitaria a costa de intensificar el desastre económico, o reanimar la economía aunque ello signifique reducir las precarias medidas de prevención impuestas. En ambas alternativas los desposeídos son los más perjudicados. La bioética tiene sus propios miedos: escuchar a los que prometen un futuro más equitativo, una sociedad más solidaria, una moralidad social más protectora, aunque la historia muestre que el arrepentimiento sea de corta duración; el miedo a la reinstalación del status quo con todas las miserias que agobian a la mayor parte de las poblaciones humanas que, si es restablecido, se blindará esforzadamente para no volver a caer en crisis, como ha pasado con las desventuras financieras de recientes decenios. El miedo proviene de la experiencia que los refuerzos económicos de los poderosos son a costa de los débiles.

La bioética ha de sentirse convocada de atender al tema de la cultura del miedo, visto que sus temáticas básicas –salud pública, medicina, investigación biomédica, salud y medio ambiente– están cooptadas por el mercado con las consiguientes consecuencias de desigualdad y desprotección, afectando la seguridad personal por “los prevalentes y anticipados, abiertos o encubiertos, genuinos o putativos miedos de amenazas a los cuerpos humanos, las posesiones y los hábitats –provengan de pandemias, dietas poco sanas o estilos de vida, de actividades criminales, conductas antisociales de las ‘subclases’, o, más recientemente del terrorismo global.34

El miedo bioético…revive…el nacimiento de un nuevo, terrible y, por ende, temible poder sanitario, un poder indisolublemente benéfico y maléfico…Pero percibe, asimismo, como no lejano (muchos lo consideran ya llegado) el momento en que dicho poder tomará posesión del individuo, mediante nuevas e irresistibles posibilidades de proceder a la alteración de la identidad personal. Se explica, entonces, la insistencia con que muchos subrayan el carácter defensivo de la bioética.35

El miedo bioético así descrito es más bien de orden intelectual más que visceral. Es el

miedo de quienes ven la amenaza de “jugar a Dios”, de alterar la “naturaleza de lo humano”, de la hubris biotecnológica que piensa en logros y no en la viabilidad de futuras generaciones donde, como dice Jonas, “el humano sea”. Si bien este miedo endémico y difuso constituye un trasfondo que aumenta la sensibilidad a miedos más específicos y existencialmente cercanos, hay un miedo bioético ostensiblemente presente que si bien no es producto de la emergencia sanitaria de COVID-19, se ha agudizado y visibilizado por la conjunción de un miedo sanitario generalizado, el miedo individual de contraer la enfermedad viral, y los miedos existenciales por las consecuencias sociales de una pandemia descontrolada.

La única forma de contrarrestar el miedo es la confianza de un poder que lo haga desaparecer. Es lamentablemente obvio que la confianza en la sociedad moderna se erosiona a todo nivel: los expertos son puestos en duda, los pactos se expresan en contratos y legalizaciones notariales, se pierde la confianza en un Estado incapaz de construir una sólida red de protección social, el individualismo hace del otro un desconocido, eventualmente un competidor. La pandemia ha hecho lo suyo por incrementar la desconfianza: la epidemiología está desconcertada, la medicina solo blande ventiladores, la distancia interpersonal se ha convertido en distancia social, la ciencia compite en vez de colaborar por una vacuna que ya se insinúa como inmunológicamente frágil pero capaz de apagar cualquier soplo de solidaridad en la lucha competitiva por asegurar prioridades. El ciudadano vive día a día estas desconfianzas, en absoluto logrando mitigar su miedo ante el imprevisible porvenir.

La relación de bioética y miedo se torna más inmediata y multifacética, pues tanto la medicina como la salud pública han adoptado la estrategia de fomentar el miedo con fines teleológicos, es decir, delegando a los individuos el cumplimiento de tareas de prevención y tratamiento clínico.

Inerme y sumergida en incertidumbres, la bioética difunde el miedo ante lo desconocido, que es reconocido como el más fundamental de todos los miedos, que “reina sobre todos los otros miedos, juntándolos para producir ansiedad, y los vincula para facilitar ansiedad y neuroticismo”. El FOTU –Fear Of The Unknown o miedo a lo desconocido– se pretende enfrentar “proveyendo a los pacientes de herramientas para mejor manejar las interacciones con lo desconocido”.36 El miedo psicológico es medicalizado, sometido a terapias, sin preocupación por las causas, la identificación y posible remoción de los generadores del miedo.

El miedo bioético es, más que psicológico, sociológicamente provocado por una cultura del miedo que explica mejor la desazón social producida por procesos que están en ciernes pero aún lejos de tener consecuencias previsibles a nivel personal. El miedo bioético no es medicalizable y es precisamente la falta de protección ante procesos biotecnológicos potencialmente deletéreos lo que azuza este miedo generalizado y difuso, que sirve de abono a miedos individuales: “El miedo es producto de relaciones entreveradas entre lo que he llamado “modos de espanto [fearfulness] institucional” (dado por ambientes estructuradores) y los “modos de espanto individual” (derivados de las formaciones de identidad individual)”.37

Riesgo y miedo son producto de la falta de seguridad y confianza que van en notoria declinación en la evolución cultural de la postmodernidad, a sabiendas que inseguridad y desconfianza son fáciles de desencadenar y muy lentos en ser eliminados. El dispositivo ético más utilizado en estas circunstancias ha sido el desarrollo del “principio de precaución”, que no es un principio sino una estrategia de acción en situaciones de incertidumbre, y que ha sido manipulado por intereses corporativos-

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